** 30 **

Mientras Caliel seguía dando vueltas a la hoja entre sus manos, esperando que algo más apareciera, Elisa comenzaba a revisar por encima del librero buscando cualquier cosa que se les hubiera pasado. El chico no podía dejar de sonreír. Viéndola ahí de puntillas, estirando el brazo lo más posible y llenándose de polvo, cerrando los ojos con fuerza y sacando la lengua en un gesto de concentración, un sentimiento cálido le calentaba el pecho.

«No hay temor en el amor».

Volvió a leer las líneas doradas que decoraban el papel y que eran invisibles para los ojos de Elisa, y se preguntó si era por eso que estando ahí ellos dos, él se sentía tranquilo, sin miedo. ¿Era por amor? ¿Era eso lo que sentía por Elisa? No podía decirlo con precisión. Había muchas cosas que no podía explicar todavía. Por ejemplo, aún no terminaba de entender por qué había dejado de ser un ángel. ¿Lo habían echado? ¿Había incumplido alguna ley celestial? No lo creía, pero... no podía descartar ninguna posibilidad.

—¡Aquí hay algo! —La voz emocionada de Elisa lo hizo distraerse de sus pensamientos y sonrió al verla con una caja antigua y empolvada en la mano—. Es una vieja radio —explicó limpiándola—. No estoy segura de que sirva, pero nada perdemos intentando.

Lo miró entonces y se acercó para sentarse a su lado. Él solo la admiró intentando encender el aparato.

—Ni siquiera sé cómo funciona esta cosa —masculló frustrada buscando un interruptor—. ¿Tiene pilas? ¿O debo buscar un cargador? Tal vez... ¡Oh!

El sonido de la estática salió por las bocinas cuando la chica giró un mando y entonces Caliel se la quitó con cuidado de las manos. No conocía el mecanismo de aquel aparato, pero fue buscando y experimentando hasta que descubrieron un botón detrás al que debían girar para cambiar las estaciones.

Se encontraban muy lejos de la ciudad por lo que la señal era mala, pero después de algunos segundos alcanzaron a distinguir voces entre la estática. Los muchachos se observaron contentos pensando que por fin se darían cuenta de cómo estaba la situación allá afuera, pero la sonrisa se les fue borrando poco a poco al darse cuenta de que no era escenario esperanzador.

Robos, saqueos, asesinatos en masas, balaceras, secuestros, toques de queda, terremotos, guerras, inundaciones, muertes por hambruna, masacres entre tribus... y no era solo en su ciudad —ni siquiera en el país—, sino que la situación se estaba extendiendo a nivel mundial. La humanidad se hallaba perdida y entraba en pánico, y una multitud en pánico era casi imposible de controlar. La población culpaba al gobierno ya que este no sabía cómo resolver la situación. Los líderes habían sido siempre meras marionetas que al verse presionadas no sabían cómo actuar, hacia dónde ir, y todo se estaba saliendo de control. La situación estaba más allá de su capacidad para arreglarla, se les escapaba de las manos y ya se podía ver venir un desastre.

Al parecer los gobernantes estaban tan desesperados que algunos de ellos habían accedido a una reunión en el país vecino en un par de días. Tratarían de apaciguar a su pueblo firmando alguna alianza y esperaban que sirviera para hacer menguar la palpable desesperación de la muchedumbre.

Elisa apagó la radio sintiendo los ánimos por los suelos y se abrazó las rodillas contra el pecho. Su mirada se perdió en algún punto lejano y Caliel intentó consolarla abrazándola... pero aquello no sirvió. Ella no podía dejar de pensar en las tantas conversaciones que había tenido con su —en aquel entonces— ángel guardián. No podía dejar de desear que recordara todo y aclarara sus dudas, que pudiera brindarle consuelo con la verdad, que lograra infundirle ánimo y darle esperanzas.

Cerró los párpados un momento imaginando todas aquellas escenas que había descrito el locutor y su cuerpo empezó a temblar ligeramente de la impotencia y el miedo. Caliel ya se lo había dicho alguna vez.

«El mundo es cada vez más permisivo, Elisa. Lo malo lo ven como normal. Las personas poco a poco van endureciendo su corazón e insensibilizando su consciencia, se van perdiendo al desviarse del camino correcto. Esto es el principio del fin, y temo decirte que no va a mejorar, sino que cada día empeorará más y más hasta llevarlos a su fin».

Se lo había dicho muchos años atrás, siendo ella todavía una pequeña niña ingenua e inocente, y no lo había entendido del todo. Pero ahora volvía claro de entre sus recuerdos más escondidos... y lo entendía todo. La humanidad había cavado su propia tumba por siglos. Se habían estado destruyendo, pero se creyeron invencibles, inmortales, indestructibles, y no lo quisieron ver. Se colocaron de buena gana una venda sobre los ojos pensando que si no observaban lo que hacían no pasaría nada, pero se habían equivocado y ahora pagaban las consecuencias.

El fin se acercaba. El fin estaba empezando... y ella no estaba preparada para enfrentarlo. No quería aceptarlo.

Caliel llevaba ya varios minutos observando a Elisa y viendo cómo ese ceño de dolor en su frente se hacía más y más profundo. Parecía estar sufriendo por dentro y a él no le gustaba la idea de que Elisa se sintiera de otra manera que no fuera feliz. Quería verla sonreír, no llorar como notaba que estaba a punto de hacer. Las lágrimas estaban comenzando a humedecerse pese a que tenía los ojos cerrados y la barbilla le temblaba. Ella estaba tan ensimismada en su dolor que ni siquiera notó cuando él se alejó con dirección a la ventana.

—¿Elisa?

La chica abrió los ojos al escuchar la voz del muchacho y lo encontró mirando hacia el exterior. Notó que, de repente, a pesar de que debía ser mediodía y a que tenían un par de velas encendidas, el lugar estaba oscureciendo.

Se incorporó con lentitud y se acercó temerosa hacia la ventana y a lo lejos en el horizonte descubrió un nubarrón que le erizó la piel. No podía ver dónde empezaba y dónde terminaba aquella nube, pero sí se veía pesada y demasiado oscura.

—Debe ser una tormenta —pensó en voz alta.

Caliel la observó curioso y ella se encogió de hombros. Esa sería la explicación más lógica para aquella nube acercándose, pero en el fondo sabía que era algo más. Algo aterrador.

—¿Y qué haremos si llueve? —preguntó Caliel alejándose de la ventana. La chica lo siguió de cerca y se sentó en el sillón.

—Nada, ¿qué vamos a hacer? Resguardarnos un poco más. No tenemos a dónde ir y si salimos con una tormenta acercándose estaremos perdidos. —Recargó su cabeza en el respaldo y suspiró cansada—. Creo que tomaré una siesta. —Recordar y ponerse al corriente con la situación mundial, de alguna manera le había drenado las energías.

Caliel escuchó su respiración tornarse lenta y profunda algunos minutos después y supo que había quedado dormida. Él solo se mantuvo ahí, a su lado, con la hoja entre los dedos, girándola una y otra vez, y en una de aquellas vueltas, notó que sus dedos destellaban y unas nuevas palabras aparecían sobre la hoja.

«Cuando más oscura esté la noche, más cerca estará por salir el sol».

Frunció el ceño. ¿Aquello era literal o metafórico?

Observó hacia la ventana y se preguntó si aquella nube oscura tenía algo que ver con esas palabras. ¿O era la descripción del mundo que habían escuchado en la radio? No tenía un buen presentimiento.

El muchacho imitó a Elisa y cerró sus ojos al hacer su cabeza hacia atrás. Apenas hubo bajado los párpados cuando un nuevo recuerdo asaltó su mente.

«Los seres humanos están desafiando las leyes de Dios más rápido de lo que se esperaba y se dice que un gran grupo de espíritus malignos están influyendo en sus vidas, atrapando sus corazones y sembrando el mal en ellos. Dicen que Dios está dolido y que quizá decida adelantar ciertos eventos».

Repitió la última oración en su mente durante un par de segundos.

«Dicen que Dios está dolido y que quizá decida adelantar ciertos eventos».

Aniel también había sido un ángel. Había sido el ángel de la mamá de Elisa. Abrió los ojos de golpe y se incorporó al recordar una vez más el día del terremoto, cuando Ana murió. Su ángel guardián, su protector, él... la había dejado. Aniel la había abandonado, pero... ¿por qué?

¿Y por qué él seguía con Elisa?

Se quedó observando el exterior durante un largo tiempo, y cuando la noche cayó él seguía aún sin encontrarle sentido a su condición.

El día siguiente Elisa lo pasó con un semblante en apariencia sereno, pero por dentro se preguntaba cómo saldrían de eso. Caliel, por su parte, lo pasó con la hoja entre las manos. Un par de frases nuevas había aparecido y no sabía qué significaba todo aquello que había visto si lo unía.

«El mundo espera por ustedes».

«Eres un ángel con cuerpo de humano y ella una humana con corazón de ángel. Manténganse juntos. No dejen que las sombras ensucien sus caminos, no decaigan aunque piensen que ya no hay nada por hacer».

«No pierdan la fe, el final puede ser solo el inicio y cuando más oscura esté la noche, más cerca estará por salir el sol».

«No hay temor en el amor».

Todo aquello era un laberinto sin salida para su mente confundida. Por más que intentaba encontrarle sentido o poder evocar algún recuerdo... nada venía. Comieron un poco en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos y muy pronto llegó la hora de que descansaran otra vez. Sus mentes habían estado tan dispersas aquella tarde que ni siquiera notaron que el nubarrón del día anterior, ahora prácticamente estaba sobre ellos.

Pero al día siguiente, al despertar y tener que andar a tientas por la oscuridad, el temor los hizo sus presas.

—¿Qué hora es? ¿Por qué sigue tan oscuro? —cuestionó Elisa al chico.

—No lo sé... creo que es la tormenta.

Y apenas Caliel hubo dicho esto, un sonido fuera captó toda su atención. Eran aves. Se apresuraron a llegar a la ventana e inhalaron con brusquedad al ver que no podía verse más que la silueta de los árboles y en el cielo, la sombra de una parvada que parecía huir de la inminente tormenta.

Mientras que Elisa se apresuraba a buscar la radio que habían escuchado dos días atrás, Caliel permaneció frente al vidrio intentando descifrar esa sensación que le erizaba los vellos del cuerpo.

Peligro. Eso era lo que sentía, como si el mal los acechara, como si esperara por ellos. Entrecerró los ojos intentando ver un poco más allá de la niebla que había bajado, pero no notó nada.

—¡Aquí está!

Elisa palmeó el aparato buscando el botón de encendido y casi dio un saltó cuando el sonido se hizo. Las noticias seguían. Espero para ver si daban algo sobre el clima, un informe meteorológico o lo que sea que pudiera darle información sobre aquella nube que los tenía a oscuras, pero lo que escuchó en cambio la dejó lívida.

La reunión de los líderes mundiales había empezado unas horas atrás... y una bomba les había arrebatado la vida a todos los presentes.

El pánico cundía.

El terror gobernaba.

La desesperación atacaba...

La tercera guerra mundial había comenzado.

Elisa miró a Caliel con seriedad y con labios temblorosos murmuró:

—Es hora de salir de aquí.

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