** 29 **
Caliel observó esa especie de papel completamente distinto al resto que había visto en los libros y cuadernos que allí se hallaban. En el inicio estaba escrito su nombre en una caligrafía perfecta y en tinta dorada, seguido un espacio en blanco, y más abajo, iniciando casi en la mitad de la hoja una frase:
«Manténganse juntos. No dejen que las sombras ensucien sus caminos, no decaigan aunque piensen que ya no hay nada por hacer».
Elisa lo observó curiosa, le parecía tierna la forma en que Caliel le daba vueltas a ese pedazo de papel en blanco. Sin darle mucha importancia se sumergió en la lectura del libro que acababa de elegir. Caliel por su parte sintió un calor subiendo por su mano, la luz que portaba el papel se había extendido a su mano derecha y él se veía a sí mismo brillar. La colocó frente a su cara observándola y haciéndola girar para entender de dónde provenía esa luz.
—¿Sucede algo? —preguntó Elisa, quien había vuelto a observarlo tras aquellos extraños movimientos.
—Mi mano está brillando, justo como ese papel —dijo Caliel observando el papel que acababa de dejar reposando sobre sus rodillas.
—¿Tu mano? ¿El papel?
Elisa no entendía, ella no veía ningún brillo más que el de la luz de la vela flameando tranquilamente. Caliel ignoró sus comentarios, estaba demasiado absorto en esa sensación exquisita que subía por su mano y en el brillo que emitía. Tomó de nuevo el papel y lo observó. Un recuerdo apareció instantáneamente en su mente:
Elisa era una niña pequeña y estaba sentada en su cama mirándolo.
—Entonces, ¿de verdad me puedes ver? —preguntó Caliel y la pequeña asintió.
—¡Brillas muchísimo! —añadió—. Ahora ya no tendré miedo a la oscuridad. ¿Cómo te llamas?
—Caliel —respondió él. La niña arrugó las cejas confundida.
—¿Qué clase de nombre es ese?
—Un nombre... ¿de ángel?
—¿Eres un ángel? —cuestionó ella incrédula.
En ese mismo instante Caliel observó como en el papel iban formándose nuevas palabras justo antes de las que él acababa de leer, era como si alguien las estuviese escribiendo lentamente, con la misma caligrafía, con la misma tinta.
«Eres un ángel con cuerpo de humano y ella una humana con corazón de ángel. Manténganse juntos. No dejen que las sombras ensucien sus caminos, no decaigan aunque piensen que ya no hay nada por hacer».
Entonces Caliel escuchó la voz de la pequeña niña en su mente:
—Suena muy raro. Me gusta más Chispita. ¡Yo te llamaré así!
—¿Caliel? ¿Qué sucede? —preguntó Elisa ya algo asustada, Caliel movía su mano y observaba esa hoja en blanco como si de un tesoro se tratara.
—Chispita... me llamabas Chispita —añadió—. Y yo... brillaba... justo como ahora, como mi mano, como la hoja.
—Sí... ese era el nombre que te había puesto, y luego fue Chispa. Y sí, tú podías brillar —dijo Elisa cerrando los ojos un rato para recordar la imagen de su ángel. Al principio le había parecido extraño andar con alguien tan brillante al lado, pero la verdad era que adoraba su brillo, adoraba la luz que Caliel infundía a su vida, incluso ahora que ya no podía brillar.
Entonces abrió los ojos de golpe, él había dicho algo sobre que su mano brillaba. La observó pero no vio el brillo del cual hablaba, a sus ojos se veía normal.
—Aquí dice que soy un ángel en cuerpo de humano y tú una humana con corazón de ángel. Dice que debemos mantenernos juntos y que no permitamos que las sombras ensucien nuestros caminos —susurró. Elisa se quedó muda de la impresión, y observó el papel quitándoselo de las manos, sin embargo seguía en blanco a sus ojos.
—¿Dónde dice eso? —preguntó la muchacha sin entender.
—Aquí —señaló Caliel—. ¿No lo ves?
—No... —dijo Elisa negando consternada.
—¿Por qué dice que soy un ángel? ¿A qué se refiere, Elisa?
—No lo sé, Caliel... —Suspiró sin saber si debía decirle la verdad o esperar a que él solo la recordara—. No entiendo nada, ni siquiera por qué lees un papel en blanco.
—Elisa, ¿qué son las sombras? —preguntó el muchacho.
—Son almas perdidas, espíritus malos... no lo sé bien, ¿demonios? —respondió todavía absorta en aquella extraña hoja.
—Recuerdo que salían del suelo, querían tomarte... Me llamabas...
Elisa lo observó al oírlo recordar esa pesadilla e instintivamente llevó su mano al dije que aún colgaba de su cuello. Caliel al verlo, lo tomó entre sus dedos y lo observó: un ángel. Era una señal, un símbolo de algo, una promesa de protección. Cerró los ojos ante la intensa sensación de que recordaría algo. La voz de una niña resonó en su cabeza, podía identificarla a la perfección. Elisa rezaba esa oración todas las noches.
«Ángel de la guarda».
Caliel se vio a sí mismo caminando por un sitio blanco, muy blanco. Había muchas personas y todas brillaban, iban a entrar a un lugar, él reía, estaba muy feliz. Un edificio alto con columnas antiguas y techos dorados apareció frente a él. La puerta principal era enorme y estaba atestada de personas brillantes entrando y saliendo, todos reían, parecían felices y dentro de su corazón sintió un enorme gozo. Levantó la vista para leer el cartel que con letras doradas —tan perfectas como las de la hoja— rezaba: Legión de ángeles guardianes.
«Dulce compañía».
La voz de la niña volvió a sonar en su oración. Entonces Caliel se vio a sí mismo parado frente a una habitación en cuya puerta un cartel indicaba que era la Oficina de las Potestades, algo en su mano vibraba y una terrible emoción lo embargaba.
«No me desampares».
La imagen de la pequeña niña rezando con las manos juntitas frente a un velador en forma de ángel que brillaba. Caliel se veía a sí mismo sentado en la punta de la cama observándola con ternura, sintiendo un profundo amor por esa niña que era la primera persona que le había sido encargada.
«Ni de noche ni de día».
Caliel se vio entonces conversando con la niña Elisa.
—Mi mamá me dijo que yo podía ponerle a mi ángel el nombre que quisiera, así que para mí serás Chispita.
—Eso es porque tu mamá no sabe que puedes verme y hablar conmigo, Elisa. Pero ya que lo puedes hacer, deberías llamarme por mi nombre.
—¿Tú cómo sabes mi nombre?
—Soy tu ángel de la guarda
Entonces Caliel vio la luz tomar todo su brazo derecho y también el izquierdo. No sabía qué estaba sucediendo exactamente pero todos esos recuerdos que vinieron a su mente no parecían haber sido sacados de un cuento o de una película, parecían haber sido vividos por él. Eso, más esa inscripción en el papel que decía que él era un ángel, le hacía pensar en una sola cosa.
—Soy un ángel guardián —dijo en voz alta y Elisa se sobresaltó. Lo había recordado. Ella lo miró y se perdió en sus ojos que por un instante le parecieron irradiar un destello violeta.
—Lo recordaste —susurró Elisa.
—¿Por eso apareces en todos mis recuerdos? ¿Yo debía protegerte a ti? ¿Por eso me dijiste que eras mi guardiana? ¡Por eso esos ángeles en la iglesia me parecieron tan... especiales! —dijo todo eso rápido, como si la emoción que lo embargaba tras conocer parte de su verdad fuera llenando esos vacíos que poblaban su mente.
—Sí, Caliel... eras mi ángel guardián —asintió Elisa y lo observó, algo en Caliel estaba cambiando, su piel, su rostro, sus ojos. No podía definir con exactitud lo que era y por más que lo miraba con detalle, no lo lograba.
—Pero, ¿qué sucedió? —inquirió el muchacho no logrando unir todos los recuerdos. Era como si hasta hacía un momento atrás hubieran estado fluyendo uno tras otro como una represa y en ese momento alguien hubiera cerrado la compuerta y simplemente dejaron de fluir, se detuvieron.
—No puedo decir nada —dijo Elisa sintiendo aquello en el alma, quería que recordara todo de una buena vez, quería que lo hiciera porque guardaba la esperanza que cuando eso sucediera él tuviera una respuesta, una salida a ese infierno que los esperaba fuera.
—Rayos, esto es frustrante —musitó. Elisa lo vio de nuevo y a la luz de la vela notó su frente húmeda. Levantó su mano para acariciarlo y lo notó sudar.
—¿Te sientes bien, Caliel? —inquirió.
—Sí... solo muy agotado —murmuró cerrando los ojos y suspirando. Era como si todas sus energías hubieran sido puestas en recordar y una vez que los recuerdos dejaron de fluir el peso del cansancio cayó sobre él. Observó cómo su mano dejaba de brillar suavemente mientras una sensación de pesadez y mucho sueño lo invadía.
—Quizá deberías ir a dormir —dijo Elisa acariciando la mejilla del chico. Le gustaba mucho cuando brillaba y la miraba con sus ojos violetas, pero también le gustaba sentir su piel tan natural, tibia, suave, húmeda, tan... humana.
—Tú también debes descansar.
Ella asintió de acuerdo. Se incorporaron al mismo tiempo quedando uno frente al otro. Caliel la miró y ella sin pensarlo mucho lo abrazó.
—Lo siento mucho, Elisa —se disculpó el chico en el abrazo.
—¿Qué sientes? —preguntó la muchacha sin mirarlo, solo disfrutando de recostar su cabeza en su pecho.
—No poder protegerte y hacerte pasar por todo esto que estás atravesando mientras yo intento recuperar mis recuerdos.
No sabía muy bien por qué se disculpaba, solo sentía que debía hacerlo.
—No me digas eso, Caliel. Tú has estado siempre ahí para mí, ahora estoy haciendo lo mismo, te protejo... nos protejo hasta que sepamos qué hacer... hasta que tus recuerdos regresen —susurró y entonces lo observó.
Caliel sonrió al ver los ojos de la chica fijos en los suyos, el deseo de acariciar de nuevo sus labios lo llenó por dentro.
—Quiero besarte de nuevo.
—Caliel, no sé si eso sea correcto —dijo Elisa pensando en que él ya recordaba su origen.
—Se siente muy correcto aquí —respondió el chico señalando su pecho. En efecto, cada vez que la tenía en brazos o la besaba sentía como si esa misma luz que había iluminado su mano se encendiera en su interior y lo llenara todo, incluso los espacios vacíos en su mente, en sus recuerdos.
—Lo sé —susurró Elisa vencida por el deseo de besarlo también. El chico se acercó a ella con mucha lentitud hasta que sus labios se juntaron de nuevo, un beso suave como la seda misma, tan agradable como caminar por el mismo cielo, ese que Caliel acababa de recordar.
Se separaron lentamente, intentando perpetuar ese momento lo más que pudieran, algo les decía a ambos que aquello no duraría demasiado, un presentimiento los embargaba.
—A descansar —dijo Elisa y Caliel asintió.
Ella se giró para ir hasta la cama y él se inclinó para tomar el papel en sus manos, iba a guardarlo en su bolsillo pero vio entonces que una nueva frase se fue formando algo más abajo de las que ya estaban.
«No hay temor en el amor».
Miró a Elisa que ya se estaba metiendo bajo las mantas en la cama y sonrió. Por un pequeño momento aquella frase le dio paz, por un instante sintió esperanzas.
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