** 28 **
Durante los tres días que Elisa y Caliel estuvieron vagando por el bosque, varios temblores leves habían tenido lugar poniendo a la chica muy nerviosa, puesto que la hacían revivir lo ocurrido con su madre y eso la desanimaba. Perdía de vista su meta —cuidar de Caliel— y le entraban ganas de dejarse caer ahí y no levantarse más. Pero entonces el muchacho se acercaba a ella y su presencia le brindaba tal consuelo que no le quedaba más que levantarse y sacudir las rodillas para seguir. Por él.
Y en aquel momento, mientras veía el librero comenzar a sacudirse y los cuadros caer al suelo, mientras recordaba a su madre asustada que saliera de casa prometiendo que saldría tras ella, Caliel la tomó de la mano y Elisa sintió... paz. A pesar de haber perdido su divinidad, a pesar de ya no ser un ángel, Caliel seguía transmitiéndole seguridad. A su lado se sentía protegida Por eso fue que mientras el temblor seguía, ella solo se concentró en el calor que su mano desprendía contra la suya.
Caliel, por su parte, observaba curioso el rostro aterrado de Elisa. Cada vez que aquellos movimientos de la tierra ocurrían, ella se ponía muy mal y Caliel lo atribuía al miedo. Aunque aun cuando estos acababan, ella quedaba en ese estado ido durante horas.
—¿Por qué te pones tan mal cuando tiembla? —le preguntó cuando todo el movimiento cesó. Elisa estaba a su lado observando alrededor, pero al escucharlo su semblante se suavizó un poco.
—Porque... mi madre murió durante un terremoto. Venía tras de mí, pero ella... no alcanzó a llegar y el techo le cayó encima. —Se mordió el labio al terminar de contarle y bajó la mirada. Tener que revivir aquella escena no le gustaba.
—Oh, creo... creo que recuerdo algo. —Elisa miró al chico y vio que un ceño aparecía en su frente. Estaba concentrado en sus recuerdos—. Tú...
Decidió guardar silencio al recordarla con claridad tumbada sobre el cuerpo de una mujer sin vida, sollozando, rogando que volviera.
—¿Yo...?
Otro recuerdo de la chica y aquella mujer llegó a su mente. Era un cumpleaños de Elisa y Ana —recordaba su nombre también— le había hecho una torta para festejar. Y recordó a alguien que siempre estaba a su lado, alguien con quien él solía hablar.
—¿Quién era el hombre que estaba siempre junto a tu madre, Elisa?
La chica observó a Caliel con sorpresa y entonces volvió a sentir una punzada de dolor pensando que se refería a su padre.
—Se llamaba Jorge, y era mi...
—No —la interrumpió él—, no era Jorge. Su nombre era... diferente.
En su memoria empezaron a estallar varias escenas con el hombre en cuestión, y aunque no recordaba con precisión los temas de los que habían hablado, podía sentir que eran importantes. Miró a Elisa y la encontró frunciendo el ceño.
—No había ningún otro hombre —dijo Elisa con calma.
—Que sí lo había. Vestía de blanco y... Aniel —dijo sonriendo, recordando—. Su nombre era Aniel y nunca se separaba de tu madre.
Elisa rememoró entonces todas aquellas veces en las que lo encontró hablando solo... pero supuso que en realidad había estado hablando con Aniel. ¿El ángel guardián de su madre, tal vez? Ella jamás había podido ver a otro ángel que no fuera Caliel, así que era una posibilidad.
—Oh, era un amigo tuyo —murmuró tentativa, esperando que no hiciera más preguntas porque no sabría contestarlas.
Para su fortuna Caliel asintió conforme y comenzó a vagar por la casa, estudiando todo lo que encontraba a su paso; desde cuadros y pinturas, hasta libros y cuadernos. Su curiosidad durante esos días fue casi insaciable. Quería explorar, investigar y saberlo todo. Deseaba llenar esos huecos en su mente con información nueva y también quería experimentar una vez más ese cúmulo de sensaciones que habían explotado en su interior al verse siendo besado por Elisa.
Era el cuarto día que tenían en aquella casa y todo parecía estar muy tranquilo. Lo único que hacían en aquel lugar además de comer, ducharse y dormir, era conversar y leer los libros que ahí estaban. O por lo menos Elisa lo intentaba, pero la gran mayoría de aquellos tomos estaban escritos en un idioma que no entendía o eran tan viejos que Elisa prefería no tocarlos por miedo a que desintegraran en sus manos. Además de eso y vagar por las pocas habitaciones de la cabaña, no hacían mucho más.
Caliel se encontraba sentado en un sillón hojeando uno de aquellos libros antiguos cuando Elisa salió del baño. Acababa de darse una ducha y se iba secando el cabello con una toalla cuando entró a la habitación donde Caliel estaba.
—Yo que tú aprovechaba que el agua está tibia, porque más noche hace mucho frío y ya no es tan agradable ducharse.
El chico elevó la mirada al escucharla y sonrió. No podía dejar de pensar que el rostro de la muchacha era demasiado bello. Le inspiraba un sentimiento que no podía describir, pero que le daba ganas de acercarse a abrazarla con fuerza y no soltarla jamás.
Cerró el libro sobre sus piernas.
—Bien, entonces creo que iré de una vez.
Se levantó del lugar donde estaba sentado, pero en vez de dirigirse a la ducha donde había dicho, fue hacia la cocina, donde Elisa había ido después de sugerirle que se diera un baño. La chica estaba preparando un par de sándwiches para ambos, los cuales colocó sobre un plato después de terminarlos y a los que casi arrojó al suelo asustada cuando se giró y lo encontró a poca distancia.
—¿Eres un ninja o qué? ¡Me vas a matar de un infarto! —exclamó llevándose una mano al pecho. Había estado tan concentrada en la labor que traía entre manos y en sus pensamientos que no lo había escuchado acercarse.
Caliel rio.
—Un nin... ¿qué?
—Ninja. —Lo observó ladear la cabeza sin comprender y ella negó todavía alterada—. No importa, no hagas eso de acercarte sigiloso. ¿No ves que estoy algo paranoica?
—Lo siento —dijo el chico visiblemente arrepentido. Elisa no pudo hacer más que sonreír al ver su carita de preocupación.
—No importa ya, solo que no se repita.
—Está bien.
Miró hacia los alimentos sobre el plato y la muchacha pudo adivinar que estaba hambriento. Tenían ya demasiadas horas sin comer —estaban buscando hacer rendir sus provisiones— y sus estómagos les exigían un poco de atención. Elisa sonrió enternecida.
—Toma uno. Es para ti.
Caliel hizo lo que pedía y después de sentarse a la mesa y susurrar un agradecimiento hacia ella, le dio una gran mordida. Elisa bajó la cabeza para agradecer al cielo por los alimentos —como siempre hacía— y esta vez, cuando comenzó a comer, Caliel le preguntó:
—¿Por qué haces eso?
—Porque si no moriré desnutrida —dijo con simpleza. Caliel rio.
—Comer no, no me refiero a eso, sino a antes de comer. Bajas la cabeza y tus labios se mueven como si estuvieras hablando con alguien, pero no haces ningún ruido... y cierras tus ojos.
—Doy gracias a Dios —respondió.
—¿A Dios?
—Sí, quien nos creó a todos y... —Se interrumpió al ver la confusión pintando los rasgos del chico. Suspiró encogiéndose de hombros—. Es costumbre, supongo.
Sí, lo hacía por costumbre, porque así le habían enseñado sus padres. Le habían inculcado que antes de dormir y antes de cada alimento se debía agradecer a Dios... pero en aquellos momentos no se sentía tan agradecida.
Se sintió aliviada cuando el chico dejó de cuestionarla y simplemente se dedicó a engullir su alimento. Ella lo imitó y cuando ambos terminaron, se dirigieron a uno de los estantes a tomar un libro nuevo, como hacían cada vez que la noche se acercaba. Encendieron una vela, se sentaron muy juntos en el suelo e iniciaron en su búsqueda de respuestas.
Elisa tenía tantas dudas, empezando por el lugar en el que estaban. ¿Cómo sabía el hombre que llegarían ahí? ¿Acaso era una trampa? ¿Debían marcharse antes de que algo peor ocurriera? La chica lo dudaba. Aquel anciano había lucido sincero y dispuesto a ayudarlos, parecía saber más que ellos... y a Elisa aquel lugar le infundía paz, así que por ahora se quedarían en aquel lugar, sin embargo seguía teniendo dudas y ella siempre había sido muy curiosa.
Caliel, por otro lado, buscaba cualquier cosa que pudiera traerle algún recuerdo de su vida anterior. Poco a poco su memoria iba curando y destellos de vivencias pasaban por su cabeza, pero tenía demasiadas dudas. Por ejemplo, ¿por qué parecía Elisa estar siempre en sus recuerdos? No había ninguno solo en donde ella no estuviera presente. Era como si estuvieran unidos por un hilo invisible que les impedía separarse.
Miró a la chica de reojo y esta se robó su atención cuando sacó una hoja del libro que había estado inspeccionando. Elisa giró la hoja de un lado a otro y frunció el ceño.
—Está en blanco —la escuchó murmurar. Pero en realidad aquella hoja que ante la vista de la chica era común, a los ojos de Caliel parecía despedir una luz en cada movimiento, cautivándolo.
—¿Puedo verla?
Se incorporó y Elisa se la dio sin mucha ceremonia.
Una vez en sus manos, Caliel la portó como un tesoro. Era... increíble lo que sentía al tenerla entre sus manos. Y lo mejor... no estaba en blanco como Elisa había dicho en un principio.
«Manténganse juntos. No dejen que las sombras ensucien sus caminos, no decaigan aunque piensen que ya no hay nada por hacer».
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