** 27 **
El beso comenzó tan tímido como un simple roce, entonces ambos se separaron tan solo un par de centímetros para observarse fijamente, fue solo un segundo, porque sus labios —como si tuvieran un imán y no pudieran mantenerse separados— se volvieron a unir. Esta vez se animaron un poco más, sus cuerpos se acercaron inconscientemente y sus labios se unían y separaban en pequeños besos suaves, inocentes pero intensos. Caliel levantó su mano derecha y acarició la mejilla de Elisa y la chica sonrió sintiendo su toque como un paréntesis de calma en medio de la desolación que los rodeaba. El chico delineó con sus dedos todas sus facciones sintiendo que las conocía como si hubiera sido parte de él por siempre, sentía que en algún rincón de su memoria, cubierta por un finísimo velo, se encontraba toda esa información que necesitaba recuperar.
—¿De verdad puedes sentir? —preguntó Elisa recorriendo con su dedo índice los labios suaves de Caliel.
—Sí, ¿por? —inquirió el chico desconcertado. ¿Por qué no podría hacerlo?
—¿Y cómo sientes? ¿Qué sientes? —quiso saber Elisa sin dejar de acariciarlo con dulzura. Le agradaba su piel cálida y suave que se estremecía a su tacto, y por algún motivo aquella cercanía que estaban experimentando se le hacía agradable, como si hubiera sido así siempre.
—No sabría explicarlo, además solo siento. Es decir, no recuerdo nada, soy puro sensaciones. No sé quién eres ni por qué estamos juntos, no sé por qué estamos caminando y escondiéndonos... No sé a dónde vamos, pero siento que es aquí, contigo con quien debo estar y que a donde tú vayas debo ir —añadió. Elisa sonrió y se acercó a él.
Caliel la envolvió en sus brazos y ella recostó su cabeza en su pecho. Hicieron silencio, ella pensaba en que a pesar de todo —del caos, de la muerte, del hambre, del dolor—, a pesar de estar viviendo una pesadilla que jamás creyó siquiera posible, podía de alguna manera sentir que todo saldría bien si se mantenían juntos. El chico pensó que necesitaba recordarla No era justo que ella estuviera cuidándolo y protegiéndolo de quién sabe qué cosas y él ni siquiera supiera qué era de ella. No podía quedarse con la duda, así que armándose de valor y después de un buen rato pensando cómo formular la pregunta, la cuestionó.
—Elisa... tú y yo, ¿qué somos?
Después de todo se habían besado hacía solo unos minutos.
—No lo sé, Caliel. Supongo que solo somos... Somos parte el uno del otro.
Ambos observaron la noche, el cielo estrellado y se dejaron envolver por el cansancio. Una sensación de ansiedad, de incertidumbre, de temor, hizo que Elisa despertara sobresaltada. El sol estaba comenzando a salir y sintió que debían seguir su camino, algo dentro de ella le decía que huyeran, que siguiera buscando ese algo que aún no sabía qué era.
—Caliel. Caliel, despierta —lo llamó.
—¿No podemos dormir un poco más?
—No, no hay tiempo, debemos seguir —insistió insegura. Algo en el ambiente, en el aire, le hacía sentir ansiosa.
Caliel se levantó y se restregó los ojos, cargaron las cosas lo más rápido que pudieron y salieron de allí alejándose del riachuelo e internándose en el bosque de nuevo. Elisa iba caminando con rapidez, concentrada en llegar a ese sitio que aún no sabía cuál era pero que presentía estaba cerca. Caliel observaba todo a su alrededor, entonces una pequeña ardilla se cruzó corriendo delante de Elisa y algunas piezas fueron ordenándose en la memoria de Caliel.
—Detente —pidió agitado. Varias imágenes se amontonaban en su cabeza.
—No podemos detenernos ahora, Caliel —dijo Elisa observándolo.
—Eras... Eras una niña. Habías cruzado sin mirar la calle para rescatar a un pequeño animalito... Tuve que actuar, no debía hacerlo... Tú... debías morir allí. Entonces todo cambió, tú podías verme.
Elisa se detuvo y tragó saliva confundida, Caliel acababa de recordar el día en que ella había empezado a verlo y todavía no podía procesar la información que acababa de oír. ¿Debía morir allí?
—¿Morir? —inquirió asustada.
—Sí. Me regañaron por ello, por interferir... pero nos dieron otra oportunidad, a ti y a mí —afirmó. Elisa iba a hacer otra pregunta pero una enorme nube negra tapó por completo el sol dejándolos a oscuras en plena mañana. Aquello heló la sangre de la chica. No era una buena señal.
—¡Vamos! —dijo y lo tomó de la mano.
Caliel quería quedarse allí, recordar más, intentar entender qué estaba sucediendo, pero Elisa tenía otros planes. Un poco más adelante se encontraron frente a un montón de árboles colocados uno al lado del otro de forma tan prolija y ordenada que parecía haber sido calculada incluso la distancia entre sus raíces. Elisa de alguna forma supo que había llegado al destino. Se adentraron entre los árboles y pronto vislumbraron una pequeña cabaña, era de madera y no podía verse hasta no atravesar la última hilera de árboles.
—¿Dónde estamos? —inquirió Caliel inseguro.
—Por el momento estamos a salvo —dijo Elisa y caminó hasta la entrada. No sabía por qué decía aquello pero lo sentía en su interior.
La puerta estaba abierta, así que Elisa se adentró con cuidado seguida de Caliel. El sitio era pequeño, un solo ambiente y un baño. No había nadie. Cerraron la puerta tras de sí e ingresaron. Todo allí gritaba que el sitio estaba habitado, había velas, había agua, había comida, cama e incluso ropas. Elisa tuvo miedo que pronto llegara el dueño y los sacara de allí, pero entonces volvió a sentir esa calma que en el interior de su corazón le decía que hacía lo correcto.
—¿Y si es una trampa? —preguntó Caliel sin entender mucho más que ellos huían de alguien.
—No... este sitio es seguro.
Elisa se arrojó al viejo sofá. Estaba agotada y le dolían los pies. Caliel se sentó a su lado, sentía que aquel velo que cubría sus recuerdos estaba listo para caer. En esa casa se respiraba paz, pero ambos sentían que era momentáneo. Entonces Elisa vio una Biblia reposando sobre la pequeña mesa frente al sofá. Algo en ella la llamaba a abrirla, una hoja muy antigua sobresalía de ella y la abrió en esa página. Un versículo estaba señalado dentro de un recuadro hecho con tinta negra. Elisa lo leyó:
«Mi Dios ha enviado a su ángel, que ha cerrado la boca de los leones, y no me han hecho ningún mal, porque ante él fui hallado inocente; y tampoco delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo. Daniel 6:23».
Miró a Caliel quien la observaba atenta. Algo le decía que ese libro hablaba sobre él, algo le hacía sentir muy cerca de sus respuestas. Elisa observó la hoja antigua que parecía un papiro. En él había una inscripción muy antigua que rezaba Profecía del nuevo origen.
Entonces Elisa la leyó e inmediatamente un fuego quemó en su corazón que repiqueteaba alocado en su pecho tras cada palabra leída. Algo en esa profecía no parecía demasiado lejana, de hecho, parecía demasiado cercana, muy... particular. Dio la vuelta el papel y en una caligrafía pulcra y ordenada leyó la frase:
«Quédense aquí hasta que Caliel recupere su memoria, tienen siete días antes de que los encuentren. En la madrugada del séptimo día deberán salir antes del amanecer, si Caliel ya ha recobrado sus recuerdos para entonces tendrán mayores posibilidades. Anden con cuidado, por ningún motivo permitas que las sombras los encuentren».
Luego de leer aquello Elisa supo que el viejo los había enviado allí. Recordó la entrevista en la televisión donde se decía ermitaño y comentaba que vivía alejado de la ciudad. Probablemente estaban en su casa.
—¿Hay algo interesante allí? —preguntó Caliel y Elisa negó nerviosa.
—¿No?... Estamos a salvo aquí por unos días —susurró—. Caliel...
—¿Sí?
—¿Puedes recordar algo más? —inquirió ansiosa.
—No —respondió el chico con tristeza—, pero siento que todo está dentro de mí. Solo tengo que hallar la puerta para acceder a mis recuerdos.
—Y espero que sea pronto —murmuró Elisa. Caliel notó que tenía y sintiendo una intensa necesidad de protegerla se acercó.
—¿Puedo abrazarte? —preguntó—. Pareces asustada.
—Sí, creo que eso me haría sentir mejor.
Caliel la envolvió en sus brazos absorbiendo su aroma, entonces un recuerdo afloró en su memoria. Él se vio a sí mismo sentado en una habitación desconocida, ella dormía profundamente, él la miraba y la cuidaba... La protegía.
—¿Elisa?
La muchacha volteó el rostro para mirarlo y otra vez quedaron muy cerca.
—¿Sí?
—Gracias por cuidar de mí —dijo con ternura. Ella sonrió con tristeza.
—Digamos que... tuve un buen maestro.
—Acabo de recordar algo. Dime... ¿era yo quien solía cuidar de ti?
Elisa asintió con calma y se acercó para volver a besarlo. Lo que sentía cuando lo tenía cerca era tan intenso que era capaz de hacer menguar el miedo, la ansiedad y la incertidumbre. Caliel recordó escenas de él protegiéndola en distintas etapas de su vida.
—Creo que recuerdo algo —murmuró cerrando los ojos. Pero entonces un cuadro que colgaba de la pared cayó haciendo un estruendoso sonido y en ese mismo instante el suelo empezó a temblar.
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