** 26 **

—Tenemos que irnos de aquí —dijo Elisa retirando su mano del pecho de Caliel.

Este la vio confuso, pero no se atrevió a cuestionar nada. Él no sabía qué era lo que estaba pasando, pero Elisa le había dicho antes que cuidaría de él, que sería su guardiana... y si ella que entendía la situación en la que se hallaban, decía que debían irse de aquel lugar, entonces él no pondría en tela de juicio su decisión.

—Está bien... —Se puso de pie en un fluido movimiento y caminó tras la chica cuando esta hizo un gesto para que la siguiera. Entraron en silencio por un pasillo, dieron vuelta a la derecha y solo entonces Caliel se dio cuenta de la bolsa que ella cargaba en la mano.

—Tenemos que conseguir comida y entonces nos marcharemos.

Elisa lo miró por encima del hombro y Caliel asintió para hacerle ver que había escuchado, pero... sentía que estaba mal. Algo dentro de él le decía que tomar cosas de los demás sin permiso no era bueno, sin embargo no cuestionó las acciones de la chica.

«Ella me cuida».

Elisa comenzó a meter latas y cajas de alimentos dentro de aquella bolsa tan amplia que el hombre le había dado y cuando sintió que ya llevaba más que suficiente —y tras asegurarse de no dejar a los demás sin provisiones— le indicó a Caliel el camino que debían seguir para dirigirse al bosque más cercano. Aquel hombre le había dejado bien claro que debían irse a un lugar de preferencia apartado de la sociedad, puesto que ahí los demonios no acechaban en busca de víctimas y, aunque tenía sus dudas, aquel individuo parecía saber demasiado —más que ella incluso— por lo que estaba dispuesta a correr el riesgo y confiar en él.

—Por aquí. —Elisa tomó a Caliel por la muñeca y él se sorprendió al sentir un cosquilleo ahí donde su mano lo rodeaba—. Debemos darnos prisa.

Los pasos de Elisa eran grandes y rápidos, pero Caliel no tardó en seguirle el ritmo. Teniendo en cuenta que él era más alto —y por ende sus piernas más largas— muy pronto fue Elisa la que tuvo que apretar el paso para mantenerse a su lado. Fueron largos minutos los que caminaron a prisa sin detenerse a descansar ni un segundo. Elisa quería alejarse lo más posible de aquella caótica realidad, de su triste existencia, en donde ya no tenía a nadie más que a Caliel.

«Puede que mi mente no te recuerde, pero mi alma siempre lo hará».

Las últimas palabras que había dicho antes de caer inconsciente y perder su divinidad seguían repitiéndose dentro de su cabeza una y otra vez. No podía sacarlas de su cabeza. No podía dejar de pensar en lo que quedarse a su lado le había costado. Miró disimuladamente hacia sus manos unidas y se preguntó qué era lo que pensaba. No pudo evitar sonreír al verlo mirar alrededor hacia el cielo clareando y los árboles que se volvían más frondosos mientras más se alejaban de donde habían estado. Seguía explorándolo todo. Ya no era aquel Caliel conocedor de los secretos del universo y las verdades divinas, ahora era solo un chico —uno muy apuesto— que tenía la curiosidad de un infante.

Tuvieron que detenerse al Elisa sentir que los pulmones le colapsarían. Jadeaba en busca de aire debido a su mala condición física y tuvo que tomar asiento bajo la sombra de un árbol para intentar recuperar el aliento; el sol ya brillaba en lo alto del firmamento. Caliel se sentó en silencio junto a ella poco después.

—Agua —rogó estirando su mano hacia el bolso que él portaba. Caliel le tendió el objeto y ella de inmediato sacó un termo lleno de agua. Comenzó a tomarla en grandes tragos sin importarle que el líquido se escurriera por las comisuras de su boca. Estaba sedienta, cansada y triste; solo quería tumbarse ahí y dormir toda la eternidad, sin embargo Caliel... no podía dejarlo a su suerte. No cuando él no la había abandonado, cuando él no había hecho más que estar ahí para ella, ayudarla, aconsejarla...

—¿Qué es eso? —cuestionó el muchacho al ver que Elisa cerraba el termo.

—Agua. —No quitaba los ojos de encima del envase y ella se lo tendió—. ¿Quieres?

—Sí...

Con mucha más calma de la que Elisa había mostrado, Caliel comenzó a beber e hizo un sonido de satisfacción que le provocó a la chica sonreír. Inclusive tomando agua le causaba ternura. El muchacho por su parte no sabía por qué no podía recordar aquella sensación tan mágica del agua pasando por su garganta reseca. Había sentido la lengua pastosa y los labios agrietados durante horas, pero no había sabido por qué ni cómo deshacerse de aquella sensación tan incómoda. Ahora lo sabía: bebiendo agua.

—Creo que deberíamos seguir —sugirió Elisa sin mucho ánimo. Se había quedado tan cómoda ahí que no hallaba fuerzas para ponerse de pie y proseguir con el camino..

—¿Segura? Te ves... extraña —dijo Caliel sin saber cómo describir el semblante de la chica.

—Sí, es lo mejor. Si me quedo aquí dormiré y... —Se llevó una mano a la boca para cubrir su bostezo y recordó que no había dormido mucho—. Y no queremos eso.

—Bien...

Elisa cerró los ojos un segundo y Caliel escuchó cuando cayó dormida. No la despertó. En cambio la admiró durante algunos minutos antes de repasar su alrededor con la vista. El sol brillaba con fuerza en lo alto del cielo y calentaba su piel de una manera... agradable. Estiró el brazo con la palma hacia arriba y se permitió sentir esa calidez. No recordaba nada de su vida, pero estaba disfrutando descubrirlo todo de nuevo.

Un sonido saliendo de Elisa lo hizo sonreír. Se veía tan cómoda ahí tumbada bajo la sombra que por un momento pensó en acompañarla. Sin embargo... algo le decía que mejor se mantuviera alerta.

Cuando Elisa despertó varias horas después, Caliel estaba sentado a su lado con los ojos cerrados y los labios entreabiertos. Al parecer no había sido capaz de mantenerse en vigilia más tiempo y aquello a Elisa le causó ternura. Cuando había sido un ángel nada de aquello había podido hacerlo, pero ahora... estaba llevando a cabo todas esas actividades de humanos que tanto le habían llamado la atención.

—Caliel... —La chica sacudió un poco el hombro del muchacho y este abrió los ojos con algo de dificultad. Ella sonrió cuando sus miradas se encontraron—. Debemos irnos —dijo. Porque aunque ya estaban algo alejados de la ciudad, sentía que todavía corrían peligro; que debían adentrarse más entre los árboles y desaparecer cualquier rastro de que hubieran estado ahí.

Ambos se pusieron de pie y comenzaron a recoger sus cosas, y mientras enfilaban hacia donde el follaje espesaba más, Elisa se mostró muy atenta a sus alrededores. Así pasaron unos cuantos días y a la chica le sorprendió que la comida todavía les rindiera. Trataban de no caminar muy aprisa para evitar fatigarse y así no perder tantas energías, así que estaban aprovechando muy bien los suministros con los que contaban.

Durante ese tiempo Caliel había empezado a sentir más y más confianza y bombardeaba a Elisa con preguntas que ella contestaba; casi siempre con seguridad, pero algunas veces dudosa. Y, a pesar de todo lo que había pasado en ese corto tiempo, de que Elisa por las noches lloraba creyendo que Caliel no la escuchaba, con él a su lado no se sentía perdida.

—Ya está oscureciendo —se quejó Caliel frente ella mientras apartaba una rama para poder pasar. Elisa pasó por debajo de su brazo y después de agradecerle, sonrió.

—No llores, ya casi llegamos —dijo. Y no sabía por qué tenía el presentimiento de que era verdad. Aunque al principio habían estado sin rumbo alguno, solo deseando alejarse, ahora buscaba... algo; algo especial que no sabía explicar, pero que reconocería en cuanto lo viera.

Continuaron avanzando un poco más a pesar de la asfixiante humedad que permeaba el ambiente y entonces escucharon algo. Era...

—Agua —susurró Caliel.

Y en efecto, un riachuelo corría algunos metros más adelante. Las botellas habían quedado vacías hacía un par de horas atrás, por lo que escuchar agua corriendo fue como un regalo caído del cielo. Se apresuraron a llegar al arroyo, bebieron a prisa usando sus manos como recipientes y luego se dedicaron a llenar los termos y botellas que cargaban. Se tumbaron poco tiempo después sobre el suelo —uno junto al otro, con los hombros tocándose— y cuando giraron los rostros para verse... algo cambió.

Elisa sintió que el corazón se le aceleraba y el vientre se comprimía al notar la mirada de Caliel escaneando sus rasgos. A él se le pusieron las palmas sudorosas cuando notó lo bonita que se veía y cuando unas inmensas ganas de probar sus labios le golpearon en pleno plexo solar. Quería... besarla. Necesitaba hacerlo. Así que no frenó mucho tiempo esa ansia que le comía la razón y lentamente se acercó a ella, hasta que solo un soplo de aire separaba sus bocas.

Elisa observó los ojos entrecerrados de Caliel, sus labios levemente separados... y acabó con la distancia entre ellos.

Y así el cielo nocturno fue testigo del nacimiento de una nueva esperanza para la humanidad.

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