** 24 **
Elisa entró en pánico al ver desplomarse a Caliel delante de ella. Se retorcía convulso y tenía una mano sobándose el pecho inconsciente, además de que aspiraba profundo como si fuera la primera vez que tomara un aliento. Elisa veía cómo el cuerpo del ángel, parpadeaba y por momentos... desaparecía por completo de su vista. Su luz iba apagándose poco a poco hasta hacerlo ver como un humano normal con la piel transpirada, ceniza, dejando de lucir como una criatura celestial, y entonces él... perdió el conocimiento ahí, entre sus brazos. Elisa lo vio desmayarse y continuar desvaneciéndose como una luz intermitente y, en uno de esos momentos en los que volvía a verlo, notó que iba... desnudo. La ropa blanca que había llevado siempre ahora había desaparecido.
Elisa sintió su piel fría volverse cálida al tacto; ahora era suave y estaba húmeda, perlada de sudor. El cabello oscuro se le aferraba a la frente y su pecho apenas y se movía. La chica no podía dejar de llorar por el miedo y la desesperación que la gobernaba. Se sentía vacía por la reciente pérdida de su madre y ahora ver a su ángel, su amigo de toda la vida, sufrir de aquella manera aumentaba su pesar. Saber que Caliel perdería su identidad —la única vida que conocía— por ella, le hacía sentir culpable. Él no merecía estar pasando por aquello. Caliel no merecía sufrir, él era bueno; solo quería ayudarla, darle aquel apoyo que tanto estaba necesitando y que el cielo se negaba a brindarle.
Por su culpa Caliel estaba rompiendo las reglas, por su culpa ahora ambos estaban en peligro y por su culpa el cielo estaba quitándole todo. Elisa quiso encontrar el pulso en el cuello, pero no sabía qué pasaba, si acaso había un latido que buscar. Caliel le había explicado que los ángeles no tenían un corazón como el de los humanos, y si ahora dejaba de ser ángel... ¿cómo iba a vivir?
—Caliel, despierta por favor, no me hagas esto...
Le palmeó la mejilla en un loco intento por hacerlo reaccionar, pero tal y como esperaba, continuó perdido en la inconsciencia.
Su cuerpo desvestido comenzó a temblar y Elisa se apresuró a buscar algo para cubrirlo. Se sintió aliviada al encontrar una túnica tras el altar y cuando volvió a su lado, lo cubrió con cuidado. Se veía tan vulnerable ahí tumbado con el rostro arrugado en una mueca de dolor... La chica se acuclilló a su lado, recargó su frente sobre la de él y lloró durante un largo rato. Tenía mucho miedo y en ese momento, cuando más necesitaba consuelo, estaba sola. Quería verlo sonreír y escucharlo decir que no tenía por qué temer, que él iba a cuidarla y protegerla de todo; quería escucharlo hacerle promesas y estar segura de que las cumpliría. Quería... que abriera los ojos y la recordara, que todo volviera a ser como antes. No le importaba si el mundo se acababa en aquel mismo instante, sentía que ya no tenía nada que perder.
¿Entonces para qué seguir?
Una réplica comenzó entonces a sacudir de nuevo el suelo y Elisa elevó la mirada aterrada, medio esperando que la iglesia se derrumbara y una viga le cayera encima. Duró solo tres segundos, tiempo suficiente para alterarla, y entonces escuchó a Caliel quejarse entre sus brazos.
—¿Caliel?
El ángel abrió los ojos poco a poco y los fijó en la chica, quien sonreía aliviada y con los ojos húmedos al ver que reaccionaba. Él le escudriño el rostro con curiosidad y entonces entrecerró los ojos.
—¿Quién eres?
Algo dentro de Elisa se apretó con dolor cuando Caliel no la reconoció. Se había cumplido. Lo que él había temido, de lo que le había advertido, se había cumplido. La chica sonrió aunque tenía ganas de llorar más, le pasó una mano por la frente sudorosa y admiró el rostro pálido y agotado del chico.
Un chico... Eso era Caliel ahora.
Su divinidad se había perdido.
—Una amiga —dijo. El muchacho la observó confundido y entonces agregó—: Tu guardiana.
Un nudo se le formó en la garganta al notar que Caliel se incorporaba sobre sus codos y miraba todo con ojos nuevos, absorbiéndolo por primera vez. No reconocía el lugar donde estaban y mucho menos los brazos entre los que se encontraba. Era el mismo ángel que conocía, pero al mismo tiempo era alguien nuevo, alguien diferente, alguien que descubría todo de nuevo. Caliel se puso de pie con cuidado y Elisa bajó el rostro con las mejillas encendidas.
—Deberías ponerte esto —llamó tendiéndole la prenda que había encontrado. Caliel la tomó con curiosidad y se vistió sintiéndose... extraño.
Se acercó a las bancas para pasarles la mano por encima y la chica se sintió aliviada al elevar la vista y encontrarlo cubierto. Lo observó por un largo rato. Parecía un niño pequeño y curioso explorando y aprendiendo las texturas, colores y magnitudes de las cosas que los rodeaban. Se paseó entre sillas y bancas hasta llegar al altar y detenerse frente a una altísima pared forrada de madera. Y justo en lo más alto había una imagen que lo hizo ladear el rostro, atrapando su atención.
—Son ángeles —dijo la voz de Elisa tras él. Caliel se giró al escucharla.
Por alguna razón podía entenderla, comprendía todo lo que le decía, pero no le agradaba lo que percibía cuando ella se acercaba. Se sentía... en peligro. El estómago se le comprimía y las manos le sudaban, además de que un latido irregular palpitaba bajo su pecho haciéndolo sentir inseguro. No sabía explicarlo. Aunque la mente de Caliel no podía recordar nada, había cosas que le provocaban sensaciones extrañas. Elisa era un ejemplo, y el cuadro de los ángeles colgando sobre el altar era otra. Al ver aquella pintura, sentía una punzada de anhelo y otra de pérdida que no podía discernir. Solo sabía... que dolía.
—¿Cómo te llamas? —preguntó de repente sorprendiendo a Elisa.
Había lucido tan concentrado en sus pensamientos que le había asustado aquella inesperada pregunta.
—Soy Elisa —dijo con suavidad. Caliel asintió conforme con la respuesta y entonces ella notó cómo el rostro del chico enrojecía, y aquello la llenó de ternura. Su inocente y tímido Caliel no se había ido del todo.
—Y... ¿sabes cómo... Yo...?
—¿Cómo te llamas? —inquirió sonriendo. El muchacho asintió bajando la mirada—. Caliel. Ese es tu nombre —informó la chica acercándose a él—. Y no debes sentirte avergonzado de no recordar nada, Caliel; te prometí cuidar de ti.
«Aunque tú me prometiste que tu alma no me olvidaría y al parecer me has fallado».
Caliel la observó entonces cohibido y asintió.
—Tengo muchos... espacios vacíos en mi mente. Yo no... —Sacudió la cabeza y cerró los ojos con fuerza—. No puedo explicarme nada. No sé quién soy ni quién eres tú, no sé dónde estamos ni en qué año nos hallamos... pero sé que esa es una puerta. —Señaló la entrada tras ella—. Y sé, porque el cielo está oscuro, que es de noche. —Miró de nuevo sobre su hombro hacia el cuadro con ángeles y un escalofrío lo recorrió entero—. ¿Siempre fue así?
—¿El qué?
Volvió su vista a Elisa y suspiró.
—Yo. ¿Siempre he estado... perdido? Es que... siento que me falta algo —admitió llevándose una mano al pecho—, pero no puedo decir exactamente qué es. Solo sé que...
Justo en aquel instante otra réplica tomó lugar y Caliel observó el lugar con el miedo tatuado en sus facciones. Elisa, al igual que él, admiró la manera en que la antigua construcción comenzaba a tambalearse, amenazando con caerles encima.
—Tenemos que salir de aquí —dijo ella temblorosa tomándolo por la muñeca y arrastrándolo hacia la salida.
—¿Por qué? ¿Qué pasa? —preguntó él con un toque de desesperación. Aquello llamó la atención de Elisa. Caliel parecía tener miedo, pero él le había dicho antes... que no podría sentir nada. ¿O acaso se había referido solo a las sensaciones físicas? Miró su mano rodeando la muñeca de él y luego su expresión impasible: no le transmitía nada.
—Porque si no esto puede caernos encima y matarnos.
«Como pasó con mi madre».
Se mordió el labio inferior cuando cruzaron las puertas de la iglesia y vio que no había ninguna luz iluminando el área más que la luna y las estrellas en lo alto del cielo. Podía escucharse el rumor del viento meciendo los árboles y los susurros de la gente aterrada en las calles. Podía percibir el pavor manando de la multitud, el pánico comenzando a cundir. La gente estaba molesta, alarmada, y querían actuar en un intento por sentir que controlaban el futuro tan incierto que temían se acercaba.
Cuando la réplica cesó, ambos comenzaron a caminar sobre el polvoriento camino oscuro y, al sentir que ya comenzaba a refrescar el ambiente, Elisa se estremeció sin querer.
—¿Estás bien?
La preocupación de Caliel la conmovió.
—Lo estaré cuando nos alejemos de aquí —dijo mirando alrededor y sintiendo como si las sombras hubieran comenzado ya a gobernar la tierra.
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