** 12 **
Durante horas Elisa estuvo sentada junto a su madre sin despegar la mirada del televisor. En el noticiero local estaban pasando los nombres de la gente que se encontraba dentro de la empresa al momento del incendio. Algunos salían como perdidos, otros como heridos derivados a los hospitales, y por último, la lista que más temían, de los fallecidos.
Ambas mujeres tenían las manos unidas y se las estrujaban con miedo, ansiedad y desesperación. Estaba acabando con sus nervios el no saber nada del hombre que ambas amaban, su padre y esposo. Entre más tiempo transcurría sin tener noticias de él, sin visualizar su nombre en alguna de las listas, más fuerte se arraigaba el pánico en sus corazones.
Al parecer, el fuego había sido intencionado. Algunas personas con maldad en su corazón habían premeditado todo aquello y habían esperado el momento indicado para actuar. Mientras la gente que continuaba trabajando ahí era reunida y las puertas de la empresa eran cerradas... ellos habían visto una oportunidad y la habían tomado. El incendio se había iniciado en una de las oficinas vacías del piso inferior y, debido al material y la pintura con la que estaba fabricado y decorado el edificio, el fuego no había tardado en propagarse.
Las imágenes que destellaban en la pantalla del televisor eran dolorosas y preocupantes. Hombres y mujeres malheridos siendo llevados en camillas, así como algunos cuerpos sin vida. Bomberos corriendo de aquí para allá, policías tratando de mantener la calma y el orden... y en el fondo, gente curiosa o preocupada. Elisa envidió por un momento a aquellos de pie en espera de noticias. Ella y su madre habían tratado de salir en varias ocasiones con rumbo a la empresa incendiada, pero las calles estaban cerradas por lo que no podían ir en auto y el transporte público tenía días sin prestar servicios a causa del caos que últimamente azotaba a la ciudad. Ir caminando tampoco había sido una alternativa, ya que el lugar quedaba demasiado lejos y no deseaban exponerse a más peligro. Así que, al final, lo único que habían podido hacer era rezar y esperar.
Caliel estaba junto a Elisa en un intento por infundirle algo de paz y consuelo. Le preocupaba el verla tan descompuesta, y aunque los ángeles eran criaturas empáticas, no podía imaginarse el desasosiego que debía estar pasando su protegida. La incertidumbre de no saber si su padre vivía todavía o si su alma había tomado un rumbo nuevo, si sufría o estaba bien, en paz.
Elisa podía sentir a su madre temblando a su lado, podía escuchar los sollozos que luchaba por reprimir. Podía palpar su angustia. Si algo sentía Elisa en aquel momento además de miedo, era impotencia. Por no poder salir y buscar a su padre en los hospitales, por no poder regresar el tiempo y prevenir aquel incendio, por no poder cambiar de lugar con él, por no poder darle consuelo a su madre y hacerla sentir mejor.
Lo único que pudo hacer, fue ir a la cocina a preparar algo de comer mientras su mamá no despegaba la vista de la pantalla.
—Oh Dios —escuchó que exclamaba su madre.
De inmediato dejó el plato sobre el cual iba a comenzar a hacer los emparedados y corrió a la sala, donde su madre estaba de pie con las manos cubriéndose la boca y los ojos llenos de lágrimas. Y fue ahí, cuando Elisa giró su rostro hacia el televisor, que entendió la reacción de su madre. El nombre de su padre salía al fin en la pantalla, después de horas esperando alguna noticia de él. Estaba ahí, frente a sus ojos, entre los nombres de varias personas más.
Se encontraba en la lista de fallecidos.
Al principio Elisa no sabía cómo reaccionar. El nombre de su padre estaba ahí. Jorge Aldama. Inconfundible. Pero debía haber un error. Alguien había cometido una equivocación, porque no podía ser que su padre estuviera muerto. No. Él le había prometido que se verían pronto y él no podía romper su promesa, ¿cierto? Tal vez simplemente estaba teniendo otra pesadilla, porque simplemente... aquello no podía ser real.
¿Estaba alucinando? ¿Se encontraba dormida? ¿Era una broma, una equivocación?
Elisa trataba de encontrar alguna justificación, porque no podía aceptar que aquello fuera verdad. Porque eso significaría jamás volver a verlo ni abrazarlo. Nunca volver a sentir su bigote picándole la mejilla cuando la besaba, ni sus brazos fuertes rodeándola, consintiéndola.
Un golpe sordo hizo que la chica volviera de sus pensamientos. Giró el rostro apenas y se encontró a su madre de rodillas con las manos todavía cubriéndose el rostro. Ahora las lágrimas vagaban con libertad por su rostro y el dorso de sus manos. Podía ver su espalda temblando, sus hombros sacudiéndose, su cabeza negando una y otra vez... pero no fue hasta que la escuchó soltar un alarido de dolor que cayó en cuenta. Aquello sí estaba pasando. Aquello era real. Aquello no era su mente jugándole una mala pasada.
Y solo así, el corazón se le comprimió en el pecho causándole un dolor desgarrador.
—P-papá —dijo en apenas un susurro.
Y los sollozos comenzaron.
***
El funeral fue al día siguiente, tanto el velorio como el entierro. Las autoridades habían logrado aplacar algo todo aquel desorden y se les había dado la oportunidad a las personas para que llevaran a cabo los funerales de sus seres queridos. Casi doscientas personas se habían encontrado en aquella edificación, poco más de setenta habían resultado heridas y el resto... no lo había logrado. Casi tres cuartas partes de los empleados habían perecido, entre ellos el padre de Elisa, quien encontraba consuelo en que no había muerto consumido por las llamas, sino sofocado por la gran inhalación de humo y gases tóxicos.
Era una pequeña porción de alivio lo que le brindaba aquella información, pero seguía sintiendo demasiado dolor y sabía que aquello no podría expirar de un día para otro. Tomaría tiempo el que dejara de lastimar tanto... pero en aquel momento sentía que la angustia sería eterna.
Elisa se hallaba al lado de su madre mientras bajaban el féretro al hoyo en la tierra. Tenían las manos unidas y, mientras que la mujer mayor lloraba entre audibles gemidos y lamentos, las lágrimas de la chica fluían silenciosamente. No se soltaron en ningún momento durante la lúgubre ceremonia. Necesitaban aquel contacto para sentir que no estaban solas, que tenían a alguien más que las comprendía y en quien podían apoyarse. Elisa deseó que Caliel la abrazara y le dijera palabras tranquilizantes, pero hasta en ese triste momento sabía que no sería bien visto que abrazara la nada. El ataúd fue cubierto poco a poco con el montón de tierra que tenía a un lado y muy pronto dejó de ser visible la caja que contenía el cuerpo de su padre.
La gente presente se fue retirando, dando su pésame tanto a Elisa como a su madre. Ambas asentían cada vez que alguien se acercaba; Ana tratando de sonreír y Elisa intentando no echarse a llorar. Cuando al fin quedaron solas, Ana soltó la mano de su hija y se rodeó el vientre con ambos brazos. Se quedó viendo la lápida y leyó el epitafio.
Jorge Aldama Reyes.
2007 - 2048.
Amado padre y esposo.
«Llené de amor mis días en la tierra, aunque a veces no supe comprenderlo».
Elisa decidió darle un momento a solas cuando la escuchó sollozar una vez más. Ella había perdido a su padre, pero su mamá había perdido a quien había sido su esposo durante veinte años y, a pesar de que muchas veces los observó discutir y creyó que el amor entre ellos se había extinguido, en ese momento podía darse cuenta de que no era así. El amor todavía estaba ahí... y por eso el dolor de su madre era tan arrollador.
Comenzó a caminar entre los caminos que separaban las tumbas y sintió la presencia de Caliel detrás de ella antes de verlo. Era cálida, pacífica, calmante, y nunca estuvo más agradecida de poder ver y hablar con su ángel de la guarda.
—¿Cómo puede doler tanto? —preguntó en voz alta.
Los alrededores estaban vacíos, por lo que pudo hablar sin miedo a ser juzgada o etiquetada de loca. Giró sobre sus talones al sentir prudente la distancia que los separaba de su madre y se encontró con los ojos violetas y preocupados de su ángel.
—No lo sé —susurró él apenas.
—Siento como... si tuviera el pecho abierto en dos y me hubieran arrancado el corazón. Es doloroso... y vacío. ¿Cómo puede doler el vacío? —deseó saber. Caliel sacudió la cabeza encogiéndose de hombros. No tenía respuestas para aquellas cuestiones.
—Lo siento mucho, Elisa.
La chica soltó una débil —y para nada divertida— carcajada.
—Sí, eso dicen todos, pero no creo que todos sepan lo que es en verdad.
Caliel no pudo evitar sentirse algo culpable, ya que Elisa había hecho parecer su condolencia como frívola y vacía. Tenía razón en que él no sabía lo que era perder a un padre y nunca lo sabría, pero sentía mucho y le pesaba el ver a Elisa tan... apagada. Tan distinta.
—¿Por qué la gente es tan cruel? —inquirió la chica perdiendo la mirada en las lejanías del panteón—. ¿Acaso no midieron las consecuencias o solo no les importó si alguien moría o sufría? ¿Será siempre así, Caliel? ¿Habrá siempre humanos... tan inhumanos? ¿Habrá siempre personas capaces de actos tan atroces? ¿Se perderán los valores para siempre? Dime, Caliel. ¿Acaso hay esperanza para la humanidad? —cuestionó sintiendo sus ojos humedecerse.
Fijo aquella mirada húmeda y angustiada en su ángel y él por primera vez experimentó aquello conocido como pesar. Quiso responder todas y cada una de las preguntas que Elisa le había lanzado, deseó decirle que las cosas cambiarían y no serían tan malas por mucho tiempo más, pero la verdad era que ni siquiera él sabía las respuestas.
—¿Tan siquiera puedes decirme a dónde ha ido mi padre? —volvió a preguntar Elisa, esta vez con la voz temblorosa. Caliel asintió.
—Fue un buen hombre en su vida, Elisa. Él está en el cielo ahora.
—¿Y puede verme?
—Lo más probable es que sí.
—¿Y lo veré yo algún día de nuevo? —quiso saber.
Caliel asintió con esa calma que lo caracterizaba y estiró su mano para rozar sus dedos con los de la chica.
—Cuando llegue tu hora —musitó. Decir aquellas palabras le dejó un mal sabor de boca. Pensar en que Elisa algún día abandonara su cuerpo y su alma la tierra... no le hacía sentir bien.
Elisa sonrió apenas, conforme con aquella esperanza que él le había dado, y volvió sobre sus pasos para encontrarse de nuevo con su madre. No quería preocuparla más.
***
Una vez que ingresaron en su vivienda, Elisa vio a su madre alejarse por el pasillo con dirección a su habitación.
—¿Quieres comer algo? —preguntó en poco más que un susurro. No era necesario alzar la voz. La casa estaba silenciosa al igual que el exterior. Las calles estaban desiertas y la ciudad parecía abandonada. No se escuchaba el ruido de ningún auto, parecía que el pueblo entero estaba de luto por la pérdida tan grande que había sufrido.
Ana se detuvo a mitad del camino al escuchar la voz de su hija. Por un momento había olvidado su presencia. Volvió la cabeza por encima de su hombro y negó apenas tratando de sonreír.
—No, gracias. Voy a dormir un rato. Me siento cansada.
Elisa suspiró resignada y volvió sobre sus pasos para dirigirse a la cocina.
—¿Me acompañas? —cuestionó a Caliel.
El ángel asintió sonriendo y siguió sus pasos.
—A donde desees —respondió.
Tomaron asiento en la mesa del comedor mientras la chica engullía un sándwich con mucha calma. Tenía la vista perdida en la superficie de la mesa y no era consciente de la mirada de su guardián escaneándola. Caliel no se perdía detalle alguno de lo que ella hacía. Observaba cada parpadeo, cada mordida, cada vez que masticaba... y encontraba fascinante esas funciones tan básicas. No sabía si era a Elisa a quien encontraba fascinante o si era la atracción que siempre había sentido por los humanos y sus costumbres.
Tardó más tiempo del acostumbrado en terminar su emparedado, pero suponía que era normal debido al momento que estaba pasando. La pérdida de uno de sus seres más queridos hacía que sintiera un nudo en el estómago, quitándole las ganas de comer. Se puso de pie con dirección a la sala de estar, en donde encendió la televisión y colocó una película para distraerse un rato, sin embargo, a pesar de que sus ojos estaban fijos en la pantalla, su mente se hallaba muy lejos de ese lugar y Caliel lo notó. El sonido de los pasos de su madre acercándose por el pasillo fue lo que la trajo de vuelta a la realidad. La sintió sentarse a su lado en el sofá y ambas hicieron como que miraban aquella película de fantasía, en donde la realidad que ellas estaban viviendo nada tenía sentido; en aquel mundo todo parecía más sencillo.
—Yo amaba a tu padre —escuchó que decía su madre de repente. Aquellas palabras, al contrario de la trama que se desarrollaba en la pantalla, lograron capturar por completo su atención—. Sé que estos últimos años nuestro matrimonio no fue nada fácil. Discutíamos demasiado por las presiones que sentíamos, por la manera en que todo parecía salir mal, por el estrés que cargábamos desde nuestros trabajos... pero yo lo seguía amando, Elisa. Y me arrepiento de no habérselo dicho cada día. —Cogió una profunda respiración temblorosa y Elisa observó su perfil. Podía ver sus ojos humedecíendose y su barbilla temblando mientras intentaba seguir hablando a través del nudo en su garganta.
»Me arrepiento de haber peleado con él por cosas tan banales. Nuestro amor era más importante que aquello, nuestro matrimonio, nuestra familia... y ahora él nunca sabrá todo esto. Lo he perdido para siempre y me siento incompleta. Me siento devastada, vacía, me siento...
No pudo continuar más. El dolor era tan grande que traía consecuencias físicas que le impedían el habla. Un temblor comenzó sacudiendo sus hombros y acabó por hacerla sollozar.
—No cometas el mismo error que yo —pidió a su hija—. Cuando encuentres al hombre de tu vida demuéstrale que lo amas. Dícelo cada que tengas la oportunidad. El orgullo envenena las relaciones, hija. Nada es más importante que estar con la gente que amas y hacerla sentir querida. Nada es más importante que el amor —concluyó sin dejar de llorar.
Entonces se puso de pie y volvió a su habitación, como si decirle todo aquello a Elisa hubiera sido su única misión.
La chica no pudo hacer más que observar impotente cómo su madre se alejaba envuelta en su propio dolor. Quería ir, consolarla, decirle que estaba sola y comprendía... pero ella había perdido a su padre, no al amor de su vida. No sabía qué se sentía el saber que no volvería a ver a la persona con quien deseaba pasar el resto de sus días. Ni siquiera sabía qué era lo que se sentía enamorarse...
El movimiento de Caliel a su lado llamó su atención. Se había acomodado un lugar más cerca que ella y prácticamente sus hombros se rozaban ahora. Él la miraba como esperando. A que llorara, a que se derrumbara, así él podría ir en su ayuda y consolarla como siempre solía hacer.
—¿Por qué si tanto lo amaba le hizo creer que no era así? —pensó en voz alta.
—El trabajo de los demonios aquí en la tierra es causar todo el mal posible. Romper los lazos sagrados como es el matrimonio entra dentro de sus actividades favoritas. Eso y corromper personas inocentes y puras de corazón. Llevarlas por el mal... —Sacudió la cabeza y la chica se estremeció.
Mientras Elisa observaba los ojos violetas de su guardián, volvió a sentir un vuelco en el estómago, pero esta vez... por el terror. Pensar que los demonios estuvieron lo suficientemente cerca de sus padres como para empezar a arruinar y manchar su relación le ponía los pelos de punta. Y no habían sido solo días, ¡sino años! Años en que los demonios fueron quitaron cada base en la que sus padres forjaron su matrimonio para al final dejarlo débil e inestable.
—¿Crees que esto vaya a acabar? —cuestionó Elisa desviando la mirada.
El ángel hizo una mueca que ella no alcanzó a ver.
—Lo más probable es que sí.
«Mucho antes de lo esperado», pensó.
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