** 11 **
Elisa decidió encender la televisión para enterarse de lo que estaba sucediendo y de paso cortar esos sentimientos que fluían dentro de ella alterando todo su ser. Para su sorpresa todos los canales habían interrumpido sus programas cotidianos y estaban transmitiendo prácticamente lo mismo: La ciudad estaba fuera de control. Aparentemente y según lo que relataba el corresponsal, todo había iniciado en la fábrica donde trabajaba el padre de Elisa, pero al mismo tiempo empezaron a haber incidentes de diversas índoles en otros sitios de la ciudad.
A Elisa todo aquello le pareció sacado de alguna película de acción o algo similar, no era normal tanto caos y descontrol. El corresponsal decía que la policía no podía con todo y que los destrozos y heridos aumentaban a cada instante, mencionó que incluso había rumores de que ya se contaban algunos fallecidos, pero que ellos aún no tenían ninguna lista oficial de aquello. El corazón de Elisa dio un brinco ante esa noticia, ella no podía asimilar que aquello estuviera sucediendo en su tranquila ciudad, donde de chica solía salir a jugar en la plaza o a pasear en su bici con su mejor amiga Careli —la única que había tenido en toda su vida— que hacía dos años había tenido que viajar a Colombia por motivos laborales de su padre.
Elisa volteó a mirar a Caliel quien se encontraba concentrado observando la calle por la ventana. Intuía que él sabía más de lo que le decía y que ni siquiera necesitaba mirar las noticias para saber lo que estaba sucediendo. El sonido de la puerta principal abriéndose y cerrándose llamó su atención, Elisa caminó hacia la entrada y observó a su madre ingresar asustada.
—Pensé que no llegaría nunca, todas las avenidas están cerradas tuve que venir caminando y la ciudad está completamente paralizada —comentó jadeante. Elisa la abrazó notando que su madre estaba realmente atemorizada. Le ayudó a sacarse el abrigo y luego la acompañó hasta el comedor para que tomara un vaso de agua e intentara calmarse.
—¿Papá está en la fábrica? —preguntó Elisa, a lo que su madre solo asintió.
Caliel siguió observando por la ventana intentando percibir la magnitud de los hechos, pero le bastó ver la expresión de Aniel al ingresar tras de Ana para entender que las cosas iban peor de lo que imaginaba. Cuando las mujeres se dispusieron a hablar en la calma del comedor, ellos se alejaron para conversar.
—Es el principio, todo sucederá muy rápido —añadió Aniel con tono melancólico.
—¿El principio? —preguntó Caliel, no queriendo confirmar sus sospechas.
—El principio del fin. Las ciudades perderán el control, la gente se sublevará, ya no habrá paz y ningún sitio será seguro... En algunos países serán guerras, en otros enfermedades, en algunos sitios habrá catástrofes naturales. Todo se irá dando al mismo tiempo y en todo el mundo. —Caliel observaba atónito aquello que Aniel recitaba como si fuera una profecía—. Ya no queda mucho tiempo, Caliel...
—¿Cómo lo sabes? —preguntó.
—Porque así es como las antiguas leyendas angelicales predecían que sucedería —susurró Aniel como si alguien pudiera oírlos.
Caliel sabía que entre los ángeles guardianes había leyendas que hablaban sobre el fin de los tiempos y especulaban sobre cuándo sucederían. También se decía que existían algunas profecías que pronosticaban que no todo estaba perdido. Sin embargo él nunca le había dado importancia a esas cosas, los ángeles de las primeras jerarquías no creían en ellas y decían que era cosa de los guardianes que se dejaban llevar por los pensamientos humanos de tanto estar cerca de ellos.
—¡Jamás pensé que sería testigo de esto mientras aún estuviera en servicio! —exclamó Aniel sacándolo de sus pensamientos. Y en eso sí estuvo de acuerdo.
Todo lo referente al final de los tiempos era algo de lo que siempre se había hablado, de hecho, la misma Biblia lo hacía. Sin embargo, nadie sabía cuándo sucedería. Los humanos que creían en que algo así podría pasar, solían pensar que eso era algo lejano y que probablemente no vivirían para verlo, y los ángeles guardianes creían que faltaba mucho tiempo y que probablemente para ese entonces ya estarían relevados de sus cargos y no estarían en servicio.
Caliel pensó en que, si aquello era cierto, él ni siquiera había tenido oportunidad de trabajar más que para un protegido y que su corta carrera pronto llegaría al fin. Después de todo nadie sabía qué sucedería después. Entonces observó a Elisa acariciando con cariño la mano de su madre e intentando calmarla y sintió que su alma se agitaba. Si eso era cierto y el fin estaba cerca, significaba aquello que más le atemorizaba: El fin de la vida de Elisa. Y aunque él sabía que ese día llegaría en algún momento, sintió que no estaba listo aún para separarse de ella.
—¿Morirán todos? —preguntó entonces, a lo que Aniel se encogió de hombros.
—Lo único que sé es que no podemos intervenir si les llega la muerte.
—¿Cuánto tiempo queda? —inquirió el ángel apesadumbrado.
—No lo sé, solo sé que todo sucederá muy rápido... aunque no sé si hablamos de tiempos humanos o de tiempos divinos.
Caliel asintió, los tiempos divinos eran mucho más lentos que los humanos.
Elisa y su madre se sobresaltaron al oír el timbre del celular de Ana. Entonces esta atendió la llamada.
—¿Jorge? —preguntó al ver que era el número de su marido.
—Ana... ¿Estás en casa? —inquirió el hombre con la voz agitada.
—Sí, ya llegué —afirmó Ana mirando a Elisa y articulando con los labios el nombre de su padre, para hacerle saber que era él quien llamaba.
—¿Elisa está allí? —cuestionó el hombre.
—Sí, estamos aquí las dos. ¿Tú? ¿Qué sucede en la fábrica?
—Las cosas no están nada bien por aquí y no podemos salir... Digamos que hay una especie de... toma de rehenes —suspiró el hombre antes de continuar, pero la mujer lo interrumpió.
—¿Cómo que toma de rehenes? Eso no tiene ningún sentido.
—Nada tiene sentido, Ana. Aparentemente algunos sindicalistas enojados cerraron la fábrica y no nos dejarán salir hasta que los directivos les den lo que piden y reintegren en sus funciones a los que fueron despedidos.
—¡Pero tú nada tienes que ver! —exclamó la mujer angustiada.
—Lo sé, pero estamos aquí todos los que estábamos trabajando. Mira, Ana... esto irá para rato, así que lo que quiero pedirte es que no salgan de la casa por ningún motivo. Yo llamaré más tarde, estén pendientes de las noticias, ¿sí?
—Bien, Jorge... Por favor, cuídate, amor.
—Tú también, y cuida a Elisa.
—Escucha... te amo —dijo la mujer, a lo que Elisa sonrió. Hacía mucho tiempo que no escuchaba a su madre decirle algo así a su padre y supuso que su progenitor había repetido la frase, pues una pequeña sonrisa se pintó en los labios de su madre.
Ana le explicó entonces a su hija lo que había dicho su padre y Elisa asustada miró de reojo a Caliel, quien conversaba con alguien a quien ella no podía ver pero sabía se trataba del ángel de su madre. En varias ocasiones Caliel le había comentado cómo era y le había dicho que de vez en cuando conversaban.
Se perdió entonces en sus pensamientos. Estaba preocupada por su padre y la situación en general, pero por un momento meditó acerca de cómo las dificultades de la vida acercaban a las personas y revivían los afectos. Aquello le pareció triste, no entendía por qué la gente esperaba a que todo estuviera mal para decir «te quiero» o «te amo» a sus seres queridos; por qué no lo hacían en día normal; por qué era necesario que hubiera un problema, una enfermedad, un accidente para que las personas se animaran a decir lo que sentían.
Sus padres se pasaban peleando, de hecho no entendía por qué seguían juntos cuando ya no tenían casi ni un gesto de cariño el uno para el otro. Sin embargo, en ese momento y cuando las cosas estaban complicadas, se preocupaban por el bienestar del otro y se habían dicho que se amaban. ¿Por qué no podían decirse eso en las mañanas mientras desayunaban, antes de irse a trabajar o en cualquier otro momento?
Sin darse cuenta Elisa se quedó sola en el comedor, su madre había ido a ver las noticias. Caliel se acercó a ella y colocó su mano en uno de sus hombros. Ella levantó la vista para mirarlo.
—¿Todo bien? —preguntó el ángel. Elisa negó con la cabeza.
—Nada está bien, papá no puede salir de la oficina y mamá está preocupada —informó, a lo que el ángel no contestó.
El celular de Elisa que estaba en la mesa empezó a vibrar y ella lo revisó. Un mensaje de su padre.
«Hola princesa, ¿estás bien? Quiero que te quedes en casa y no salgas de allí hasta que las cosas se calmen un poco, ¿entiendes?»
«Sí, no te preocupes, nosotras estamos bien. Eres tú el que debe cuidarse».
«Yo estoy bien, me preocupa el no poder estar a su lado ahora. Cuídate y cuida a mamá, ¿sí?».
«Sí, pa... vuelve en cuanto puedas. Te quiero».
«Yo también, chiquita. Nos vemos pronto».
Caliel la miró teclear una y otra vez y cuando finalmente terminó la observó esperando que ella le contara de quien se trataba.
—Es papá, dice que quiere que me quede aquí y que nos cuidemos —explicó.
—No saldrás de aquí —afirmó Caliel.
—No pensaba hacerlo de todas formas —refutó ella.
Lo que siguió de ese día se pasaron frente al televisor observando las noticias y los acontecimientos. Nada parecía mejorar y lo peor es que como enfermedad, parecía extenderse a otras ciudades y países. Una reportera internacional hacía alusión a aquello y decía que parecían estar viviendo en una de esas películas que a principio de los dos mil, pronosticaba el final de los tiempos. En cada rincón del planeta estaba sucediendo algo y eso era demasiado extraño para todos.
La noche les cayó encima y cuando ya no dieron de cansancio quedaron dormidas en el sofá, con la televisión encendida. Ambas estaban expectantes a las noticias que provenían de la fábrica. Entonces, cuando Elisa durmió, Caliel sintió un llamado. Cerró los ojos intentando comunicarse con el arcángel de turno que le informó que desde ese momento y más que nunca, no debían interferir en los destinos marcados de sus protegidos. Escuetamente añadió que estaba cerca el final de muchos seres humanos.
Caliel volvió en sí y observó a Elisa durmiendo. Era tan hermosa a sus ojos que le dolía pensar en ella muriendo. El ángel entendía que la muerte era solo un paso de una vida a otra, de una dimensión a otra; y que cuando un alma terminaba su camino en la tierra, debía volver al cielo... o en algunas situaciones recibiría su condena por la vida que había llevado, en dicho caso viajaría al infierno. Caliel sabía que un día debería acompañar a Elisa a pasar de una vida a otra, decían que los ángeles eran capaces de sentir cuando la muerte de su protegido estaba cerca para poder estar muy cerca de ellos y darles paz en esos momentos. Pero Caliel no podía imaginarse a Elisa muriendo, no podía pensar en su sonrisa apagándose, en sus ojos cerrándose, en su cuerpo volviéndose tieso y marchito. Él sabía que el cuerpo era solo el contenedor del alma, sin embargo y aunque conocía los colores del alma de Elisa, no podía imaginársela sin su cuerpo... y lo que más le aterraba... no podía imaginarse a él sin ella.
La mañana cayó sobre ellos y Ana despertó. Elisa seguía durmiendo mientras la mujer fue a prepararse un café para despabilarse. Sin embargo, Aniel fue tras ella y la hizo volver haciendo que tuviera un presentimiento. Aquello era una herramienta de los ángeles guardianes para llamar la atención o alertar de un posible peligro a su protegido. Caliel sabía que existía pero nunca lo había precisado, pues Elisa no necesitaba de ello ya que podían hablar.
Ana se apuró en terminar su café sintiendo que por algún motivo debía regresar a la sala y minutos después un reportero de pelo negro y traje oscuro anunciaba que un incendio se había iniciado en la fábrica y que el temor estaba tomando presa a todos, pues debido a la cantidad de material inflamable que allí había, podían empezar a darse explosiones incontrolables. Ana dejó caer la taza que traía en la mano y el sonido alertó a Elisa que despertó de golpe y asustada. Miró a su madre sin entender, pero no necesito demasiado tiempo tras ver las imágenes de muerte y desolación en la pantalla. Bomberos intentando apagar el fuego, policías tratando de mantener infructuosamente el orden en el sitio... y su padre perdido en algún sitio en medio de ese caos.
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