** 10 **
Conforme los días pasaban, Caliel comenzó a notar un gran cambio en la actitud de Elisa hacia él. Las pesadillas ya no habían vuelto y ella juraba que había superado el que él no hubiera acudido a ayudarla en su sueño, sin embargo... algo había ahí. Aquella chica siempre tan afectiva, estaba comenzando a tomar distancias. Ya no tenía tanto contacto como antes, ya no bromeaba como siempre con él y el ángel estaba comenzado a preocuparse de verdad. Eso no era normal en ella.
Elisa estaba sentada frente al televisor como era su costumbre, viendo una película romántica como las que le gustaban y comiendo rosetas de un recipiente que tenía entre sus piernas.
—Apuesto que al final quedan juntos —murmuró el ángel observando el perfil de su amiga. Ella suspiró sin dirigirle la mirada y no respondió—. ¡Mírala! Es obvio que lo quiere, no sé por qué lo niega. No se engaña más que a ella misma —dijo indignado.
Cruzó ambos brazos sobre su pecho y Elisa se encogió de hombros.
—Tal vez piensa que no es bueno quererlo.
Caliel la miró frunciendo el ceño.
—Pero si en sus ojos se ve el cariño que le tiene. ¿Cómo no va a verlo?
—Tal vez solo la quiere como una amiga —musitó Elisa mirándolo de reojo—. Es cierto que la trata bien y todo, pero no le ha dado ningún indicio de que la quiere de modo romántico.
—Bueno, ¿y por qué no le pregunta? Así sería más fácil todo. La comunicación es la clave, ¿no crees?
Elisa se encogió de hombros una vez más y Caliel notó que comenzaba a jugar con el dije de su cadena. Estaba nerviosa, eso era obvio, pero no sabía por qué.
—Tal vez no tiene miedo de escuchar la respuesta. Tal vez tiene miedo de... arruinar su amistad.
—¿Y prefiere quedarse con la duda que arriesgarse? —Elisa asintió causando que él resoplara—. Los humanos son tan confusos.
Se hizo hacia un lado para echar su brazo sobre los hombros de su protegida, como tantas otras veces lo había hecho, y ella se levantó de un saltó, volteándolo a ver con lo que parecía enojo ardiendo en sus ojos.
—¡Pues los ángeles también!
Y dicho esto se retiró a su habitación, dejando a su guardián completamente confundido y patidifuso por su reacción desmedida.
Caliel sabía que los humanos solían tener cambios bruscos de humor —en especial las mujeres— y le había tocado ver a Elisa varias veces sufriendo uno de estos cambios. A veces lloraba por cualquier mosca que pasaba, a veces se molestaba por cualquier nimiedad, pero aquello... Algo le decía que era diferente y él quería saber la razón de su desazón. No le gustaba que Elisa, a quien consideraba su amiga, pareciera estar disgustada con él.
Se preguntó si debía esperar a que se pasara su rabieta o si mejor iba a buscarla. No deseaba incordiarla más, por lo que al final decidió que lo mejor sería esperar a que sus humos se bajaran.
Elisa se arrojó sobre el colchón y amortiguó un grito de frustración en la almohada. Pataleó al tiempo que dejaba escapar todo aquello que la molestaba en aquel lamento y se molestó consigo misma por estar actuando así, como una niña enamorada y herida. No estaba enamorada de Caliel. No, señor, ella solo... estaba empezando a notar cosas en su guardián que antes no había apreciado. Como la manera en que se le arrugaban las esquinitas de los ojos al sonreír o lo mucho que brillaban sus pupilas cuando se fijaban en ella. Y aquello... la molestaba. No tenía sentido, lo sabía, pero no podía evitar que el estómago se le comprimiera cuando su piel fría se presionaba contra la suya más cálida.
Era molesto, confuso, extraño y no le gustaba sentirse así. Sabía que era injusto para Caliel comenzar a tomar distancias sin darle explicaciones, pero no tenía el valor de verlo a los ojos y decirle que su presencia comenzaba a incomodarla. Le dolía. El que las cosas estuvieran cambiando entre ellos le dolía de una manera insoportable, puesto que ni Caliel ni ella habían deseado nunca acabar con esa amistad tan especial.
—Elisa... —Se tensó al escuchar su voz detrás de ella—. ¿Te encuentras bien? —preguntó el ángel afligido. La chica seguía con la cara enterrada en la almohada y no tenía ninguna intención de cambiar de posición—. Es que te noto... algo extraña. ¿Acaso hice algo para molestarte? —El corazón se le estrujó al escuchar aquello—. No era mi intención...
—No —susurró girando y encarando a su guardián. Estaba frente a ella observándola con atención y Elisa sintió cómo su corazón comenzaba a latir un poco más apresurado—. No, no es tu culpa Caliel. Son cosas mías.
—¿Cosas de humanos, cosas de mujeres o cosas de adolescentes? —cuestionó Caliel intrigado. Ella sonrió con tristeza al escuchar aquella típica muestra de curiosidad.
—Solo cosas de Elisa —respondió bajando la mirada.
Caliel se mordió el labio inferior al ver cabizbaja a la morena. Era un gesto que los humanos solían hacer cuando se encontraban nerviosos o indecisos y se le había pegado aquella costumbre de modo inconsciente. Quería decirle algo a Elisa para aliviar su palpable aflicción, pero ni siquiera sabía el motivo de su estado, por lo que no pudo más que caminar hasta ella y acariciarle una mejilla tratando de levantarle el ánimo. No había contado con aquel aleteo que inició dentro de su pecho cuando Elisa elevó el rostro y le brindó una pequeña sonrisa.
Le gustaba verla feliz. Amaba ver sonreír a Elisa, pero amaba más la certeza de saber que era él la razón de aquella sonrisa.
—¿Te digo algo y no se lo cuentas a nadie? —preguntó Caliel bajando la mano y colocándola a su costado. Elisa ladeó el rostro e hizo un mohín.
—¿Es un secreto angelical o algo así?
Caliel rio.
—Sí, supongo.
—Dime.
—Tú eres mi humana favorita.
La sonrisa de Elisa se amplió.
—Lo sé, bobo. Soy la única con la que puedes hablar. —Se rio. Caliel sintió el impulso de acercarse a ella cuando escuchó aquel sonido tan lindo y no lo reprimió.
—Aún si no hubiera sido así, te habría preferido por ser como eres —explicó muy cerca de su rostro.
Elisa sintió que el aire le faltaba debido a su proximidad y tuvo que pasar saliva con algo de dificultad. Caliel no tenía ni idea del efecto que causaba en ella aquellas palabras y comprender eso la hizo bajar el rostro entristecida.
—Caliel, yo... —El agudo sonido de unas sirenas causó que Elisa se interrumpiera y cubriera sus oídos asustada—. ¿Qué está pasando? —cuestionó viendo a su guardián. Este tenía el ceño fruncido y observaba hacia la pared, como si supiera lo que estaba ocurriendo.
—Al parecer hay un... amotinamiento.
—¿Un qué? —preguntó ella. Las sirenas se silenciaron de repente y Elisa pudo oír con claridad a lo que se refería Caliel.
La casa de la chica estaba ubicada una manzana antes de la avenida principal. Podía oír con claridad la ida y venida de los vehículos que transitaban, podía enterarse de cuando había un choque, un accidente, un desfile... y en aquel momento podía escuchar los gritos de guerra, de terror, a las autoridades gritando por medio de megáfonos intentando mantener el orden. Elisa intentó asomarse por la ventana para ver si alcanzaba a ver algo —su curiosidad era muy fuerte—, sin embargo Caliel se colocó frente a ella y sacudió la cabeza despacio. Aquel gesto junto con su semblante lleno de pesar le formó un nudo en la garganta a la chica; solo podía significar que la imagen fuera no era para nada agradable.
Elisa tomó asiento en el borde del colchón y vio a Caliel colocarse de cuclillas frente a ella. A pesar de la confusión que se agitaba en su cabeza mientras lo veía, a pesar de que su corazón parecía estar defectuoso —saltándose latidos y acelerando en ocasiones—, seguía sintiendo consuelo y seguridad con su balsámica presencia. Debía ser su aura angelical, seguro. No tenía nada que ver con aquel magnetismo que parecía llamarla a él, con la atracción casi tangible que crecía a cada minuto y que la aterraba por completo.
Elisa tuvo que desviar la mirada cuando Caliel le sonrió y ella sintió que el estómago se le contraía. No quería que viera en sus ojos la verdad, eso que estaba comenzando a comprender. No quería que se percatara de que su amistad estaba creciendo a pasos agigantados... y convirtiéndose en algo más.
—¿Estás bien? —quiso saber Caliel varios minutos de silencio después.
Elisa tenía la cabeza baja y podía ver que no se sentía cómoda. Sus hombros se hallaban tensos y sus dedos jugueteaban con su cadena, como era de esperar. Aquel hábito siempre podía indicarle a Caliel cómo se sentía Elisa y en aquel momento podía darse cuenta de que algo la agobiaba.
Quiso creer que era por la revuelta que estaba teniendo lugar cerca de su hogar, sin embargo la actitud que había tenido antes le indicaba que había algo más. Y él, acostumbrado en hacer siempre sentir mejor a su protegida, se sentía algo frustrado por no saber qué era y no poder arreglarlo.
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