Prólogo
### Prólogo
El zumbido incesante de la ciudad se mezclaba con la ligera brisa que entraba por la ventana entreabierta del pequeño apartamento. Afuera, la vida seguía su curso, pero dentro del hogar de Enice, el ambiente era un reflejo vibrante de su energía. Las paredes estaban llenas de colores brillantes, algunas aún frescas, donde pinceladas audaces de rojo, azul y verde se entrelazaban en patrones abstractos. Un caballete improvisado ocupaba una esquina, cubierto de manchas de pintura que se habían derramado por descuido sobre el suelo. Cada rincón del apartamento estaba impregnado del caos creativo de Enice, desde los botes de pinceles esparcidos por las mesas hasta los lienzos apilados en una esquina, algunos terminados y otros esperando ser tocados por su mano entusiasta.
La escena era un caos, pero un caos lleno de vida. Marina, de pie en medio de todo ese desorden, mantenía su habitual calma imperturbable, como si las manchas de pintura en su ropa y el desorden generalizado no fueran más que otro pequeño inconveniente que ya esperaba. Su figura, siempre tan correcta y ordenada, parecía una contradicción con el entorno colorido y caótico de su amiga. Ella, siempre práctica y seria, ahora estaba empacando maletas para un viaje de último minuto, algo que definitivamente no entraba en sus planes para el fin de semana.
—Te lo dije de casualidad —repitió Marina por tercera vez mientras cerraba una maleta con un movimiento preciso y casi mecánico. Sus palabras, aunque tranquilas, llevaban un ligero matiz de frustración contenida.
—¿De casualidad? ¡Tienes boletos para el concierto del año y lo mencionas como si fuera cualquier cosa! —respondió Enice, con una risa despreocupada mientras rebuscaba frenéticamente entre un montón de ropa que había dejado amontonada en una silla. Su energía, como siempre, era un torrente inagotable que llenaba la habitación de vitalidad.
Enice, con su personalidad radiante y alegre, había tomado la noticia de los boletos con una euforia contagiosa. Para Marina, aquello era solo otro evento, uno más en su interminable lista de conciertos exclusivos. Era bien conocido entre sus amigos que Marina siempre tenía acceso a los mejores eventos musicales, casi como si los boletos llegaran a sus manos por arte de magia. Pero para Enice, era una oportunidad de oro, una excusa perfecta para organizar una escapada improvisada con su grupo de amigos.
El apartamento de Enice, un espacio donde el arte y la creatividad reinaban, estaba ahora en completo desorden. Ropa tirada por el suelo, pinceles sucios y tubos de pintura abiertos compartían espacio con maletas a medio empacar y bolsas llenas de maquillaje. Los trazos en las paredes parecían cobrar vida propia en medio del frenesí de preparativos. Marina, más acostumbrada al orden y la previsión, se sentía un tanto fuera de lugar en medio de aquel caos, pero a pesar de todo, mantenía la calma. Era como si ya hubiera asumido que cada interacción con Enice acabaría en situaciones como esta.
—¿Ya tienes todo listo? —preguntó Marina con un suspiro apenas perceptible, revisando su propio equipaje una vez más. Ella no podía evitar planificar cada detalle, incluso en un viaje que, en esencia, era una completa improvisación.
—¡Claro que sí! —respondió Enice con una sonrisa radiante mientras lanzaba una camiseta al azar dentro de su maleta—. ¡Esto va a ser increíble! Hablé con todos: Carlos, Lucía, Diego... ¡incluso Felipe va a venir!
—¿Felipe? —Marina arqueó una ceja, claramente sorprendida. Ella conocía a Felipe, uno de los mejores amigos de Enice, pero nunca lo había visto en la clase de eventos que ella solía frecuentar. A él le gustaban las cosas más tranquilas, los conciertos no eran precisamente su estilo.
—¡Sí! —exclamó Enice, riendo como si aquello fuera lo más natural del mundo—. Le dije que este concierto va a cambiar su vida. Y tú sabes cómo es, no puede decirme que no.
Marina asintió, sin dejar que el sarcasmo de sus pensamientos aflorara. Sabía que Enice tenía una forma única de persuadir a la gente para que hiciera lo que ella quería, y no pudo evitar sonreír levemente ante la idea de Felipe, un tipo tranquilo y reservado, en medio de un concierto multitudinario y ruidoso.
El caos en la habitación continuaba creciendo mientras las dos amigas, opuestas en casi todos los aspectos, intentaban coordinar los detalles de su aventura improvisada. Marina, con su porte sereno, hacía lo posible por mantener el control de la situación, mientras Enice, con su entusiasmo desbordante, ya estaba pensando en el concierto, en la música, en las luces, y en las emociones que todo aquello despertaría.
—No puedo creer que en menos de una hora hayas logrado organizar todo esto —murmuró Marina, más para sí misma que para Enice, mientras echaba un último vistazo a la habitación llena de colores y caos.
Enice, ajena a las preocupaciones de su amiga, seguía revoloteando por el apartamento, radiante, emocionada. Para ella, todo esto era una aventura más, un capítulo que comenzaba en un lienzo aún por pintar.
Marina, por su parte, no podía evitar sentirse resignada. Sabía que por mucho que tratara de controlar cada aspecto del viaje, Enice siempre encontraría una manera de sorprenderla, de llevarla más allá de su zona de confort. Y aunque nunca lo admitiría abiertamente, había algo en esa espontaneidad, en esa capacidad de vivir el momento, que le hacía bien. Tal vez, después de todo, este viaje de último minuto podría ser más interesante de lo que esperaba.
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