Capítulo 8 el final de la noche


Jo conducía su motocicleta bajo la luz tenue de las farolas, el motor vibraba suavemente mientras avanzaba por las calles vacías de la ciudad. Detrás de él, Marina se aferraba a su cintura con una sorprendente confianza, su agarre firme a pesar del evidente estado de embriaguez en el que se encontraba. Jo, acostumbrado a llevar gente en su moto, se sintió desconcertado por la manera en que ella se relajaba, como si no le preocupase nada en absoluto.

—Es por aquí —le indicó Marina, inclinándose ligeramente hacia su oído para hacerle saber la dirección. Su voz sonaba calmada, como si todo en la vida fuera parte de un plan que solo ella conocía. Jo asintió y siguió las indicaciones hasta llegar a un edificio discreto en una zona más tranquila de lo que había esperado.

Cuando se detuvieron frente al apartamento de Marina, ella se bajó con facilidad, sin tambalearse demasiado. Jo apagó el motor y se quitó el casco, observándola mientras ella se quitaba las botas con la misma naturalidad con la que había subido a la moto.

—¿Quieres pasar? —le ofreció, con su habitual tono despreocupado mientras se inclinaba para desabrocharse las botas.

Jo la miró, sorprendido por su invitación.

—Voy a buscar algo de cenar —dijo él, intentando mostrar algo de responsabilidad, aunque por dentro algo lo empujaba a quedarse.

Marina lo miró con irritación evidente, como si la idea de esperar le pareciera innecesaria.

—No tardes —respondió bruscamente y luego se dio la vuelta para entrar al edificio.

Jo arrancó la moto de nuevo y se fue en busca de algo de comer, con la sensación de que esa noche no estaba yendo como había esperado. Tardó alrededor de una hora en encontrar una pizzería abierta a esas horas y volver al apartamento de Marina. Cuando regresó, tocó la puerta con la caja de pizza en la mano, esperando que ella no se hubiera quedado dormida.

La puerta se abrió con un brusco tirón, y ahí estaba Marina, con los brazos cruzados y la expresión de alguien que ha esperado demasiado.

—Ya se me pasó el hambre, y ahora tengo sueño —dijo secamente, claramente molesta—. Te tardaste demasiado.

Jo suspiró, sintiendo cómo su oportunidad de conectar con ella se desvanecía rápidamente. Aún así, entró al apartamento tras ella y se sentaron en el suelo de la sala, ya que no había muebles a la vista, lo que hizo que el lugar se viera casi vacío.

—No tienes muchas cosas aquí, ¿eh? —comentó Jo, tratando de romper el hielo mientras dejaba la pizza en el suelo.

—No necesito muchas cosas —respondió Marina, mirando la caja de pizza sin mucho interés.

Jo trató de pensar en algo más que decir, pero se dio cuenta de que Marina comenzaba a cabecear, claramente agotada por el alcohol y la larga noche.

—No entiendo por qué mataste así el ambiente —murmuró Marina, con los ojos entrecerrados y la voz pesada por el sueño—, después de perseguirme... —Añadió con tono irritado.

Jo no tuvo tiempo de responder antes de que Marina se levantara de repente y, sin decir más, se encaminara hacia su habitación.

—Me voy a dormir —dijo, medio murmurando mientras se alejaba—. Cierra la puerta cuando salgas.

Jo se quedó sentado en el suelo, aún procesando lo rápido que todo había cambiado.

—¿Puedo quedarme? —preguntó con cierta esperanza, su voz más baja de lo que esperaba.

Marina se detuvo en el umbral de la puerta de su habitación y lo miró con sus ojos cansados, completamente impasible.

—Si eso quieres, está bien, pero de verdad voy a dormirme. No haré nada contigo. —Su tono no dejaba lugar a malentendidos. Era clara, como siempre.

Jo suspiró, resignado. Sabía que no tenía ninguna oportunidad esa noche, y en el fondo, entendía que era su culpa por haber matado el momento con su tardanza. Se levantó lentamente del suelo y, con la pizza aún caliente a su lado, decidió que lo mejor era marcharse.

—Nos vemos, entonces —dijo con un tono derrotado, recogiendo su chaqueta.

Marina ya no respondió. La puerta de su habitación se cerró suavemente, y Jo se quedó solo en la sala vacía.

Salió del apartamento, cerrando la puerta con suavidad tras de sí. Mientras bajaba las escaleras, no podía evitar pensar que había arruinado la noche de alguna manera. Pero esa era Marina. Impredecible, distante, y absolutamente imposible de leer.

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