Capitulo 17: "Castillos de arena"
La brisa nocturna soplaba suavemente sobre la playa, llevándose consigo el eco lejano del mar y el murmullo de las olas. Jo y Marina estaban sentados en la arena, rodeados por la quietud de la madrugada, un contraste absoluto con el caos que había sido la noche anterior. Marina, con las manos enterradas en la arena, estaba completamente concentrada en la construcción de su castillo, mientras las estrellas parpadeaban sobre ellos como si quisieran unirse a su obra.
Jo, por su parte, no podía apartar la vista de ella. Había algo hipnótico en la forma despreocupada en la que Marina se movía, en su risa suelta y libre, en el modo en que sus dedos pasaban por la arena con la misma facilidad con la que abordaba todo en la vida. Parecía tan ajena a cualquier preocupación o responsabilidad, tan metida en su propio mundo, que Jo se sentía un simple espectador de su magia.
—No puedo creer que estemos aquí a esta hora... —murmuró Jo, casi como un pensamiento en voz alta. Aún no entendía cómo habían terminado en esa playa desierta, tan lejos del caos del hotel.
Marina no dejó de reír, su mirada fija en el castillo que comenzaba a formarse ante ella.
—¡Es la mejor hora para la playa! —respondió con una alegría infantil, sin un rastro de cansancio en su voz. Sus ojos brillaban a la luz de la luna, reflejando un entusiasmo que a Jo le resultaba desconcertante. Era como si, en ese momento, nada más existiera en el mundo excepto el castillo que estaba construyendo con sus propias manos.
Jo sonrió levemente, casi sin darse cuenta. ¿Cómo podía estar tan tranquila, tan feliz, después de una noche como esa? Mientras él sentía que el peso de todo lo que había pasado entre ellos seguía confundiéndolo, Marina simplemente seguía adelante, como si cada momento de su vida fuera algo pasajero y sin mayor relevancia. Había algo en ella que lo descolocaba por completo.
—¿Por qué siempre terminas así? —preguntó de repente, rompiendo el silencio mientras la observaba jugar con la arena, su tono casi fascinado.
—¿Así cómo? —respondió Marina, sin apartar la vista de su castillo, como si la pregunta no tuviera ninguna importancia.
Jo la miró fijamente, intentando descifrarla.
—Como si nada te importara. Como si todo lo que pasa a tu alrededor te diera igual —dijo, con una mezcla de frustración y curiosidad.
Marina soltó una pequeña risa, una de esas que parecían burlarse de la seriedad con la que Jo abordaba la vida.
—No es que no me importe... —respondió ella—. Es que no me tomo las cosas tan en serio como tú. Si algo sale mal, ya veremos cómo se arregla, ¿no? —Lo dijo como si fuera la cosa más obvia del mundo, con una filosofía tan simple que a Jo le resultaba inalcanzable.
¿Cómo podía ser tan libre, tan desapegada de todo?"pensó Jo, incapaz de entender cómo Marina parecía deslizarse por la vida sin ataduras.
El viento sopló suavemente, levantando pequeños granos de arena que revolotearon a su alrededor, pero Marina ni se inmutó. Sus dedos seguían moviéndose con delicadeza sobre el castillo, dándole forma, creando pequeñas torres y murallas como si eso fuera lo único que importara en el mundo en ese instante.
Jo, en cambio, no podía dejar de sentir una necesidad de respuestas. Ella era un enigma para él.
—¿Entonces por qué nunca me buscas? —preguntó de repente, con un tono más sincero de lo que había planeado. Era una pregunta que lo había estado molestando desde aquella noche que pasaron juntos, un interrogante que no había podido quitarse de la cabeza.
Marina levantó la mirada por un instante, lo miró y luego volvió a concentrarse en su castillo, como si la pregunta no hubiera sido más que una pequeña distracción.
—No veo por qué tendría que buscarte. Si quieres algo, siempre puedes venir tú —dijo sin más, con una despreocupación que, en cualquier otra persona, le habría parecido cruel, pero en ella sonaba simplemente como una verdad inevitable.
Jo la observó en silencio, sintiendo una mezcla de ofensa y fascinación. ¿Por qué es así?",pensó, rendido ante la confusión que Marina siempre parecía generar en él. Había algo tan desconcertante en su manera de ver la vida, algo que lo hacía querer acercarse más y, al mismo tiempo, alejarse para protegerse.
Pero, mientras la observaba seguir trabajando en su castillo de arena, algo comenzó a cambiar en él. Marina, cubierta de arena, con su cabello despeinado por el viento y una sonrisa tranquila en los labios, parecía ajena a la gravedad del mundo, y de alguna manera, esa imagen se grabó profundamente en la mente de Jo. Había algo en esa simplicidad, en esa forma de existir en el momento, que lo desarmaba.
—No puedo creer que te dé igual todo esto —dijo, pero esta vez no con frustración, sino con algo más suave, más íntimo. ¿Cómo puedes ser tan libre?"
Marina lo miró de reojo, sin dejar de sonreír.
—Es que no me da igual, Jo. Solo... veo las cosas de otra manera. —Volvió su atención al castillo, sin más explicaciones.
Jo se sentía extraño, como en una bruma, un sueño , por alguna razón, algo dentro de él le decía que esa visión de Marina llena de arena, jugando en la oscuridad de la noche, se convertiría en uno de los recuerdos más importantes que tendría de ella. Había algo en esa imagen que le hablaba de una belleza que él no había entendido hasta ese momento, una forma de ser que no estaba en su control ni en su capacidad de cambiar.
él no podía evitar ver a Marina como un tonto, con las estrellas brillando sobre ella, mientras hacía castillos de arena bajo la luz de la luna. Ella, tan despreocupada, tan al margen de todo lo que lo complicaba a él, como si en ese castillo que construía con sus manos estuviera toda la belleza que el mundo necesitaba.
La noche continuó con el sonido del mar y el viento acompañando sus palabras. Jo no podía saberlo aún, pero esa noche, sin darse cuenta, algo había cambiado. Y aunque no lo admitiría ni siquiera para sí mismo, aquel castillo de arena, perdido en la inmensidad de la playa, marcaría el comienzo de algo que nunca había previsto.
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