Capítulo 10 "Oportunidades perdidas"


Jo caminaba por el campus con una mezcla de determinación y nerviosismo. Esta vez, iba decidido a no dejar que la interacción con Marina se desvaneciera en un fracaso como las veces anteriores. Había pasado una semana desde el incidente en su apartamento, y aunque no lo admitiera en voz alta, no podía sacarse de la cabeza esa sensación de haber arruinado algo. Sabía que Marina solía estar sola la mayor parte del tiempo, así que la oportunidad perfecta tenía que llegar tarde o temprano.

Con un café en la mano, su "ofrenda de paz", la buscó por los lugares donde ella solía frecuentar, hasta que finalmente la vio en una zona apartada, cerca de la biblioteca. Sin embargo, lo que le llamó la atención no fue solo verla, sino que alguien más ya estaba con ella.

El chico que estaba a su lado lo hizo fruncir el ceño al instante. Lo reconoció de inmediato; era uno de sus compañeros de clase, un tipo delgado, con una cara algo bonita, pero que no emanaba ningún tipo de masculinidad. El chico la tomaba de la muñeca, y ambos parecían estar hablando en voz baja. Jo se acercó un poco más, sin querer interrumpir, pero lo suficientemente cerca como para observar la situación. El chico finalmente la soltó, su expresión claramente abatida, y se alejó cabizbajo, como si acabara de recibir una mala noticia.

Fue en ese momento cuando Marina lo miró directamente, sus ojos fríos e imperturbables. Jo sabía que ella ya había notado su presencia mucho antes. Sin perder el tiempo, Marina se llevó una mano a la cara, visiblemente exasperada.

—¿Tú no tienes otra cosa que hacer que arruinarme la vida? —se quejó ella, con un tono tan seco que parecía casi humorístico—. ¿Tienes planeado arruinarme todo y luego no hacerte responsable, como la otra vez?

Jo sintió cómo el peso de su culpa volvía a caer sobre sus hombros. No había olvidado lo que pasó la última vez, y su voz sonó sincera cuando respondió:

—Lo siento, no buscaba interrumpir otra vez. Solo... te traje este café como disculpa.

Tal como había escuchado a Enice burlarse en alguna ocasión, Marina tenía un punto débil: si algo le salía gratis, probablemente lo aceptaría. Marina le arrebató el café de la mano y se dejó caer en una silla cercana. Con la pierna, le empujó otra silla a Jo, indicándole que se sentara.

—En realidad, no arruinaste nada —dijo Marina, con un tono cansado mientras tomaba un sorbo de café—. Simplemente nos besamos y él pensó en invitarme a salir. Le dije que no. Estaba algo decepcionado, la verdad. Ni siquiera me gustaba tanto, pero... —Hizo una pausa, clavando la mirada en Jo—. Por culpa de alguien, ya me arruinaste un chico perfectamente guapo... y luego te fuiste a comprar pizza —le reclamó, dejando clara la espina que aún tenía clavada por aquella noche.

Jo se dejó caer en la silla frente a ella, mirándola con una mezcla de confusión y sorpresa.

—Puedo compensarte por eso —se le insinuó, en un intento de recuperar algo de terreno perdido, poniendo su mano suavemente sobre la pierna de Marina.

Ella lo miró, con una expresión de asco, como si hubiera visto algo completamente fuera de lugar.

—Mataste el momento, Jo —se burló, apartando su mano sin esfuerzo—. Ahora eres como una piedra para mí. —Bebió otro sorbo de café, claramente disfrutando el sabor más que la conversación.

Jo no se rindió. Sabía que la conversación era surrealista, como lo era siempre con Marina, pero no veía otra opción.

—Déjame redimirme —rogó, en un tono que casi parecía desesperado.

—No —dijo Marina, poniéndose de pie con calma. Luego, con un gesto juguetón, le dio un golpecito con el dedo en la nariz—. Eso es por abandonarme en medio de la noche. Gracias por el café. Solo por eso me siento capaz de no odiarte.

Jo la miró, incrédulo pero también divertido. Sabía que con Marina las cosas nunca iban a ser sencillas, pero algo en su forma de rechazarlo lo hacía desear intentarlo más. Marina no era como las otras chicas con las que había estado; con ella, cada conversación, cada interacción, era un desafío.

Mientras Marina se alejaba, Jo se quedó sentado en la silla, observando cómo se alejaba. El aroma del café aún fresco llenaba el aire, pero la sensación de que estaba aún más lejos de acercarse a ella lo embargaba.

"Esto no ha terminado", pensó para sí mismo.

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