Adios Venezuela
Llevo varios minutos despierta, observando el blanco techo de mi habitación. Vuelvo a mirar la hora en mi teléfono: son las seis y media de la mañana. Ni siquiera esperé a que la alarma sonara.
Desde ese sueño que tuve en la madrugada, me desperté a las cuatro y no pude volver a quedarme dormida. No había experimentado este tipo de sueños desde los doce años, cuando pensaba que mi imaginación me jugaba una mala pasada por todos los libros de aventuras y romance que leía. Sin embargo, los sentimientos que me provocaban se intensifican.
Con algo de pereza matutina, decido levantarme para ir al baño. Por la ventana, ya se asoman los primeros rayos del sol, aunque tengo tiempo de sobra para arreglarme, ya que mi vuelo a Caracas sale a las nueve de la mañana.
Al salir del baño, me dispongo a vestirme con la ropa que dejé acomodada la noche anterior. Al terminar, me dirijo a la cocina y un aroma a café con leche me da la bienvenida, junto con mi abuela Aide, quien se encuentra rellenando unas arepas.
Mi abuela siempre ha sido una mujer madrugadora; está despierta antes de que salga el sol, así que ya es normal que ella me reciba en las mañanas con el desayuno listo.
—¡Buenos días!
—Pero miren quién madrugó hoy, mi hermosa "Morenita". No te dejó dormir la emoción.
"Mi morenita" y "mi morena" son los apodos que nos puso mi abuela a mi madre y a mí por nuestros característicos rasgos, como la piel trigueña y los ojos marrones.
—La verdad es que fue por un extraño sueño que tuve en la madrugada —comento mientras me acerco a la mesa que está en medio de la cocina para tomar asiento.
—Eso es un mal presentimiento; deberían posponer ese vuelo para otro día.
Sonrío al ver las excusas que saca mi abuela para que no me vaya a estudiar al otro lado del mundo.
—Al parecer, alguien está buscando excusas para que me quede —digo en tono burlón, pero mi abuela forma una sonrisa melancólica.
Una tristeza me invade al saber cuánto le afecta que me vaya a estudiar literatura en España por cuatro años. No es nada fácil tener que alejarme de la familia, pero siempre fue mi sueño. El mundo de la literatura es una pasión que llevo en el corazón desde niña, y poder estudiar esa carrera en un país con tanto campo en ese arte es un gran privilegio.
Pero eso no quiere decir que me alejaré de mi familia; pasaré todas mis vacaciones en Venezuela y me mantendré comunicada lo más seguido posible.
—¿Y papá y mamá?
—Isabel y Alberto aún no han salido de su habitación. Desayuna tranquila, mi morenita, que todavía es temprano.
Ella me pone un plato con dos arepas rellenas de mantequilla y queso, y un pocillo con café con leche. Una de las cosas que más extrañaré será la comida de mi abuela; ni siquiera mi madre cocina tan rico como ella.
Disfruto del desayuno junto a ella, y en unos minutos salen mis padres, ya arreglados y listos. Ellos se unen a la mesa, y cuando todos terminamos, llega la parte de las despedidas.
Mi abuela me abraza fuerte y me recuerda lo mucho que me quiere, que me cuide y que le envíe mensajes todos los días. Le prometo que así será. Luego voy por mis maletas y un pequeño bolso que preparé con cosas personales que me serán de ayuda en el avión.
Me dirijo hasta la entrada de la casa, donde en una pequeña mesa de vidrio se encuentra una foto de mi difunto abuelo Aurelio, el hombre que me inculcó el amor por la literatura. Él murió cuando yo apenas tenía siete años, y sé que estaría orgulloso de verme cumplir mis sueños.
—¿Lista, Monse? —me pregunta mamá—. Aún tenemos que pasar por Luisa.
Luisa es mi mejor amiga y decidió acompañarme en la aventura de estudiar en el extranjero. En su caso, se va por la carrera de comunicación social.
—¿Llevas el boleto de avión? —pregunta esta vez papá, que llega junto a nosotras.
—Todo está listo, papá.
– Perfecto, recuerda que en Caracas les darán sus boletos para España. Yo estaré en comunicación con tu tía Laura para asegurarme de que lleguen bien.
Cuando nos aseguramos de que todo esté perfectamente organizado, nos dirigimos al auto para emprender el viaje.
Mi tía Laura vive en España desde hace dos años; se fue en 2016, cuando la situación en el país se complicó y hubo una emigración masiva, ya que muchos venezolanos escogieron el país vecino, Colombia, como su refugio. En su caso, ella vivió unos meses en Colombia hasta que hizo los trámites para viajar a España.
Normalmente, no es fácil conseguir un vuelo directo a España; hay que hacer muchas escalas en diferentes países para llegar a ese destino. Sin embargo, mi padre es dueño de una empresa de turismo, a la cual está asociado el padre de Luisa. Gracias a la amistad de ellos, ambas nos conocimos.
La empresa de papá está asociada a varias agencias de viajes, que se encargan de que los extranjeros tengan una buena estadía en el país. Varias de esas agencias ofrecen promociones de vuelos directos sin necesidad de hacer escala. Fue así como nos enteramos de que algunas en Caracas ofrecían una promoción de vuelos a España.
🔹🔹🔹
Vamos pasando por la Vereda del Lago; el edificio donde se encuentra el apartamento de Luisa está ubicado cerca de aquí. No puedo evitar mirar el lago y pensar en lo mucho que voy a extrañar pasar los fines de semana aquí junto a mi familia. Veo el colorido letrero que dice "Maracaibo", ubicado justo en la orilla del lago, donde las personas se toman varias fotos.
A pesar de ser temprano, muchas personas se encuentran en el lugar haciendo ejercicio o paseando a sus mascotas. También hay algunas parejas de estudiantes que escaparon de clases para tener una cita romántica.
Cómo extrañaré mi país. Un venezolano puede mudarse al lugar más lejano del mundo, pero siempre lleva a Venezuela en el corazón. Y cómo no amar este país si sus habitantes son las personas más alegres que conocerás, sin importar la difícil situación que estén atravesando.
Cuando llegamos frente al edificio, encontramos a la familia de Luisa junto a ella y unas maletas. Mi amiga está un poco desaliñada, y no es normal verla así; su cabello corto está recogido en un moño desordenado, lleva puesta una blusa ancha y unos tenis gastados.
Cuando mi padre estaciona el auto, nos bajamos a saludar a la familia de Luisa y a ayudarla con sus maletas. Y de nuevo nos toca otra despedida; ellos son como mi segundo hogar. Los conozco desde niña y siempre me acogieron como parte de su familia. Después de unos abrazos y lágrimas por parte de los señores Martín, volvemos a nuestro viaje.
– ¿Y ese estilo? – le pregunto a Luisa cuando entramos al auto.
– Sabes que odio madrugar.
Ella saca de su bolso una almohada de viaje y la acomoda alrededor de su cuello con desgano.
– Dormiré lo que resta del viaje.
Mis padres y yo no podemos evitar reír ante su mal humor; definitivamente, madrugar no es lo suyo.
🔹🔹🔹
Mientras estamos en el aeropuerto esperando que salga nuestro avión, papá se encarga de repetirnos una y otra vez las instrucciones a seguir y de asegurarse de que tengamos todo preparado.
– Papá, te prometo que todo está bien – digo, interrumpiendo para que se calme.
– Bueno, creo que solo falta un abrazo para despedirte de tu viejo.
Él me extiende los brazos y ambos nos unimos en un cálido abrazo. Pasamos mucho tiempo así y empiezo a sentir cómo el abrazo se hace más fuerte por parte de él.
– ¡Listo, cariño! Toma las maletas de las chicas y espérame en el carro; yo las llevaré a la fuerza.
Mamá y Luisa comienzan a reírse por las ocurrencias de papá y yo me les uno. Aunque sé que si mamá le sigue el juego, capaz y lo hace.
– Alberto, ya deja tranquila a la niña; ahora me toca a mí el abrazo.
Él me suelta para ir a abrazar a Luisa, y yo me abrazo con mi madre. Cuando nos separamos, noto sus ojos llorosos.
– Cuídate, mi niña, y cualquier cosa que pase, no dudes en comunicarnos. Tu padre y yo tomaremos un vuelo directo a España.
– Ya verás que todo saldrá bien, mami.
Mis ojos también se llenan de lágrimas, y ella vuelve a envolverme en sus brazos. En ese momento, se escucha una voz por el altavoz informando que en diez minutos saldrá el vuelo a Caracas.
Mamá se separa y me da un beso en la frente como despedida. Camino hasta donde está mi amiga esperándome y tomo mi bolso para ir hacia la puerta de abordaje, no sin antes darle una última mirada a mis padres y regalarles una sonrisa. Luisa y yo vamos caminando, y cuando estamos cerca de la puerta de entrada, toma mi mano y voltea a mirarme.
– ¿Lista para la aventura?
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Nota: los eventos de esta historia están ambientados en el año 2018.
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