4. La bruja del mar

Sakura al ver que estaba inconsciente el de cabellos rojos sonrió para sus adentros al comprobar que su habilidad no perdía efectividad, por lo contrario estaba mejorando en su control.

—Sasuke, ya puedes cargarlo —lo llamó la sirena aún teniendo abrazado al príncipe.

—Recúerdame por qué hago esto —salió algo cansado el Uchiha desde detrás unas piedras.

—Porque aceptaste hacerlo —le respondió ella—; cuando regresemos con los demás puedes irte a dormir, creo que siquiera con esa pulsera lograste soportar los efectos de mi canto.

—Se supone que la perla negra suele servir para contrarrestar los efectos del canto de una sirena normal, pero ustedes las arrulladoras tienen un canto especial —dijo Sasuke acercándose para tomar al dormido sireno.

—Trátalo con cuidado —agregó Sakura para comenzar a nadar hacia donde estaba su hogar.

Durante el trayecto la joven sirena estuvo llevándose la mano al cuello, incluso su pareja notó esto y demostró cierta preocupación.

—No debiste usar tu canto, yo pude ir a traerlo —Sasuke empezó a nadar más depacio para no dejarla atrás.

—Todos son útiles, menos yo... Solo por una vez quería ayudar —respondió la de ojos jade descendiendo su mano hacia la marca que representaba su delito.

—Sujétate de mi cuello —ofreció el de ojos ónix con su característico tono frío.

—Pero... —iba a rechazar la oferta ella cuando fue interrumpida.

—No debes ocultar que te sientes mal porque no tienes nada que demostrar a los demás —directas fueron las palabras del azabache y la sirena se permitió aceptar esa ayuda.

Si algo mantenía una constante preocupación en Sasuke era escucharla quejarse de dolor; lo peor es que a su vez debía cargar a ese joven. No podía demorarse en llegar, así que como le fue posible agitó con más fuerza su aleta azul añil. Debían regresar lo más pronto posible.

Gaara despertó en una cama de esponja que obviamente no era la suya, cuando volteó la vista a un lado ahí estaba la sirena de cabellos rosados reposando en otra cama; lucía mal, al menos eso daba a entender con su expresión. Ella tenía los ojos cerrados junto a una mueca en sus labios al mismo tiempo que tenía ambas manos sobre su cuello ejerciendo presión a este.

—Debo terminar rápido —oyó decir a una voz femenina.

Gaara se sentó y apreció a una sirena de espaldas, ella tenía un cabello rubio que llegaba por encima de su cintura y la veía moverse vertiendo líquidos en un caldero de piedra. Cuando ella volteó siquiera le prestó atención y se acercó a la que estaba sufriendo; no sentía que fuera el momento idóneo para hacer preguntas, así que solo observó como la de cabellos rubios cargó a la sirena en agonía para llevarla hacia un hueco por encima de sus cabezas donde desaparecieron por unos momentos. Al rato la de cola rosada retornó ignorándolo, simplemente fue a su cama ya más tranquila y quedó profundamente dormida; ahí recién el pelirrojo notó que la marca en medio de la clavícula de ella volvía a oscurecerse perdiendo su tono rojo hasta quedar de color negro.

—Ahora que ya está mejor puedo hablar contigo —la sirena de ojos castaños por fin retornó de arriba dirigiendo la vista al joven príncipe.

—¿Eres la bruja del mar? —interrogó el sireno.

—Depende de quién pregunta —contestó ella nadando hacia el príncipe— porque para personas como tú soy una bruja, en cambio para Sakura soy lo más cercano a una madre.

Por un momento el de ojos turquesa no supo qué decir; nunca se le dieron bien las conversaciones, y el solo hecho de tener a una sirena adulta frente a él lo ponía nervioso. Siempre su padre lo maltrataba y esto le generó un complejo de sumisión ante personas mayores.

Tsunade odiaba que nunca saliera a la luz la verdadera razón de su expulsión del reino; aunque fuera una bruja su poder conocía límites, los cuales una vez le pidieron que traspase. Esa persona no entendía que ella era incapaz de hacerlo, y al no aceptar una negativa por respuesta la difamó; además reveló un secreto suyo que fue su sentencia para quedar vetada de Mareli.

A ella no le costó notar esa inseguridad en los ojos turquesa quienes trataban de mantenerse mirándola con fijeza. Pensándolo bien con la poca información que poseía respecto al rey de las sirenas, este tenía tres hijos, de los cuales oyó hablar bien de los dos primeros; pero del tercero tenía entendido que casi nunca era visto porque permanecía encerrado. Además se decía que en su interior fue sellado uno de los nueve espíritus del caos.

—¿Por qué has venido? —inquirió la de ojos castaños sentándose a un lado del pelirrojo.

—Quiero saber si hay una manera de dejar de tener dos aletas como los humanos —habló el de ojeras alrededor de sus ojos un poco inseguro.

—Depende si deseas que la tranformación sea permanente o solo por unas horas —explicó ella con un tono de voz suave pretendiendo que el sireno se relajara.

El de cola amaranto dudó, era cierto que deseaba experimentar esa libertad; pero no se sentía listo para dejar a sus hermanos por siempre. Aunque deseara borrar esos sentimientos hacia Temari y Kankuro, esto le era imposible porque le costaba imaginarse estando sin ellos. Irse de manera permanente conllevaba a dejarlos, y esa era una decisión que debía analizar más.

—Solo por unas horas —el del tatuaje en la frente soltó esto con más seguridad.

—Está bien, dame un momento —pidió ella alejándose un poco hasta llegar a una puerta, la cual abrió y antes de salir se detuvo—. Por cierto, soy Tsunade.

—Yo soy Sabaku no Gaara —se presentó él con timidez.

Luego de unos pocos minutos la sirena con el rombo en la frente regresó trayendo en sus manos un par de frascos con sustancias que él no conocía. Luego ella con un gesto le señaló hacia arriba y él vacilando la siguió.

Al subir sacó su cabeza del agua, aquel sitio aparentaba ser una cueva  donde el agua no llegaba; así que se sentó en el borde de la piedra para mantener su cola en el agua. La mujer en frente de él hizo lo mismo; con el caldero de piedra, que reposaba en la rocosa superficie, preparó una mezcla vaciando el contenido de los frascos. Él se mantuvo callado sin preguntar para qué servían todas esas cosas.

—Esta alga es la que permite que la poción funcione —le mostró ella su mano izquierda, en la cual sostenía un alga verde que a simple vista parecía nada especial—; por cierto, ¿Por qué quieres ser humano?

El sireno pensó por un momento su respuesta y luego de suspirar decidió revelarle su motivo.

—Quiero ir al único lugar donde puedo escapar de mi padre y ser libre, aunque sea por unas horas —confesó el de cabellos rojos bajando un poco la mirada. Su padre no lo quería y eso lo tenía más que claro en su mente.

Tsunade no evitó experimentar compasión por el joven que solo deseaba felicidad; incluso esto le hizo pasar una idea por su mente.

—Gaara, si gustas puedes quedarte aquí, todos fuimos marginados por el reino de las sirenas y en este sitio habitamos tranquilamente —ofreció la de cabellos rubios justo cuando culminó la poción.

—No quisiera hacer eso. Mi padre en algún punto me encontraría y ustedes se verían afectados por mi culpa —el príncipe volteó y vio a varias sirenas nadando afuera. No deseaba arruinar la paz que hallaron.

—Está bien. Comprendo tu decisión; pero a veces deberías pensar un poco más en ti mismo, creéme que eso no está mal —se acercó ella con el frasco en manos y lo entregó al sireno.

—¿No debo darle nada a cambio? —preguntó él esperando escuchar el costo de tal favor.

—Con una perla de tu aleta basta —Tsunade recibió del joven tan valioso objeto perfectamente redondo—. Casi lo olvido, debo darte unas instrucciones.

Para el atardecer el hijo menor de Rasa se encontraba en la orilla de la playa, la misma en la que abandonó al humano rubio. Con el frasco en mano se deshizo del corcho de este y lo bebió tal como se le indicó, tenía que ser de una sola bebida o no funcionaría.

"Recuerda joven sireno, esto que harás no es ningún juego. Ve a la orilla de una playa y mantén tu aleta en el agua. La poción has de tomar de una sola bebida o el efecto se esfumará. Cual daga oxidada sentirás partir tu aleta a la mitad, la agonía será de unos minutos y luego se irá. Cada paso al andar dolor causará y solo hallarás tu forma real en el mar" esas fueron las indicaciones y advertencias de Tsunade. Apenas la tomó no sintió nada.

—Creo que no funcionó —justo cuando él terminó de decir eso sintió un intenso dolor.

El joven pelirrojo no pudo evitar abrir la boca deseando dejar salir un grito, el cual tuvo que retener para evitar llamar la atención de alguna persona que pudiera estar cerca. Apretó la arena con sus manos, a su vez trataba de no caer en la desesperación que le generaba sentir tanto dolor; ¿Cuándo cesaría esa tortura?

Era tal y como la bruja del mar se lo aclaró, parecía como si alguien invisible le hubiera clavado una daga oxidada en medio de su aleta. Era terrible la sensación que le producía, era un dolor tan lento que partía desde su vientre e iba descendiendo muy lentamente  a lo largo de su cola. Sabía que no podía arrepentirse a esas alturas y transmitirle a sus hermanos su dolor; si lo hacía todo su esfuerzo sería en vano.

—Tan solo serán unos minutos más —se consoló mentalmente porque la daga invisible aún permanecía descendiendo.

Cada segundo que se extendía su martirio pensaba que estaba por morirse, probablemente ya no aguantaría mucho y acabaría falleciendo ahí. Llegó un punto en el que se sentía a punto de perder la consciencia o morir, no estaba seguro de cuál de los dos se trataba. Intentaba no mirar hacia su aleta por miedo a ver un charco de sangre o algo similar.

De repente una última punzada más fuerte que las anteriores se hizo presente y por fin pudo tomar aire. Débil se dispuso a ver donde debía estar su cola, esta había cambiado totalmente; ahí notó que a un lado de sus piernas se mantenían las conchas que representaban su estatus y las tomó en sus manos para no perderlas.

Ahora solo tocaba caminar como los humanos, quiso apoyarse en sus pies para hacerlo; mas por el dolor cayó la primera, segunda y tercera vez. No fue hasta el octavo intento que consiguió tolerar la sensación de caminar sobre dagas y se mantuvo en pie con las piernas temblándole un poco. Por primera vez al estar fuera del agua por tanto tiempo sintió un frío que lo hizo temblar.

—Los humanos siempre suelen traer una extraña ropa —susurró el de cabellos rojos tratando de comprender de dónde la obtenían.

Con las conchas en sus manos caminó hacia la derecha de la playa encontrando una parte del barco; por alguna razón esa cosa blanca se parecía de cierto modo a lo que solían usar los humanos. Así que tomando pedazos de esa cosa la enrolló en su cintura y en otro trozo más pequeño guardó todas las conchas.

No podía irse muy lejos del mar ni retornar a este porque inmediatamente volvería a su forma de sirena, supuestamente podía estar como máximo doce horas en ese estado. Pero ahora encontrándose perdido sin saber qué hacer decidió llamar al humano al que rescató.

Uzumaki Naruto estaba sentado en su cuarto leyendo sobre las sirenas cuando de repente sintió como si lo llamaran; una parte de su mente le gritaba que no fuera, pero era como si alguien le dijera un "ven a mí", al cual no podía resistirse. El heredero al trono de Konoha salió de su cuarto abstraído recorriendo pasillos del palacio sin pensar en algo que no fuera esa voz; sin embargo, nadie tomó importancia a esto porque desde la muerte de sus padres había ocasiones en que andaba muy pensativo.

Excepto Shikamaru, quien aguardaba algún indicio de si su mejor amigo estaba bajo el hechizo de una sirena. Llevaba esperando desde que se acabó su conversación en el jardín real; él no creía en cosas ilógicas, pero realmente no había otro modo de que su amigo se hubiera salvado en aquella tormenta. Más allá de su responsabilidad para con él por ser el futuro monarca; honestamente quería a Naruto porque lo conocía mejor que nadie y sabía que ese rubio merecía ser feliz.

—Él es ese sol que hay que proteger —murmuró el Nara recordando a su amigo.

Continuará...

¿Qué tal les pareció el capítulo?

Voten y comenten porque así me animan a seguir con el fanfic.

Posdata: Si encuentran un error ortográfico pueden avisarme en los comentarios para corregirlo.

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