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Gabriel y Matías entraron a la casa en silencio. Subieron las escaleras tomados de la mano intentando no hacer ruido. Gabriel no podía dejar de ver a Matías que caminaba frente a él y observaba también su mano cerrada sobre la suya. Estaban casi a oscuras, iluminados por el resplandor de las pequeñas lámparas solares que colgaban por la pared de la escalera.
Al fin llegaron a la habitación de Matías, quién abrió la puerta y lo dejó pasar. Una vez adentro se miraron fijamente a los ojos e intercambiaron una sonrisa de complicidad.
Entrelazaron los dedos de su mano y Matías se acercó nuevamente a Gabriel con intenciones de besarlo pero se detuvo a pocos milímetros de tocar sus labios.
— Tenemos que estar en silencio —susurró suavemente Matías y Gabriel percibió el calor de su aliento sobre sus labios—. Esta casa no es mía, es de Billy y yo no debería estar dejando entrar a hombres aquí.
Gabriel rodeó su cuello con los brazos y asintió sin apartar la vista de los labios de Matías, con absolutas ganas de devorarlos.
— Entiendo. Seré silencioso. Billy ni se enterará de que estoy aquí.
Estaba apunto de besarlo al fin cuando la puerta de la habitación fue golpeada. Los dos se apartaron inmediatamente y Gabriel retrocedió unos pasos.
— ¿Mati? —se escuchó la voz de Billizo del otro lado de la puerta—. Tengo hambre Voy a prepararme un sándwich ¿Quieres uno?
Matías le hizo a Gabriel una seña con el dedo para que guardara silencio. Gabriel se tapó la boca con ambas manos pero el brillo de sus ojos denotaba que estaba sonriendo.
— No, gracias, Billy. Ya cené y ahora voy a descansar. Pasa una linda noche.
Billizo del otro lado asintió y recargó la frente en la madera de la puerta. La banda que había pertenecido a su madre la usaba ahora él apartando su cabello.
— De acuerdo. Buenas noches, Mati —Billy esperó por un par de segundos antes de continuar—. ¿Tú quieres un sándwich, Gabriel?
Los dos adultos se miraron sorprendidos y tuvieron que contener las ganas de soltarse a reír. Gabriel trató de mantener la calma y respondió con una voz lo más natural posible.
— No, gracias Billy. Estoy bien.
— De acuerdo. No se duerman tarde.
Se despidió y segundos después se escucharon sus pasos alejándose del lugar. Ni Gabriel ni Matías pudieron contener las ganas de reír por lo bajo.
— Ok creo que no fui lo suficientemente silencioso —dijo Gabriel cuando estuvo seguro de que Billizo había vuelto a su habitación.
Matías negó con la cabeza mientras sonreía.
— Es un chico bastante listo. En realidad no creo que hubiéramos podido engañarlo —respondió Matías. Luego de eso tomó la mano de Gabriel y ambos caminaron hacia la cama. Se sentaron en ella, uno junto al otro sin dejar las sonrisas y sin parar de mirarse—. Y dime, Luna ¿Bebiste mucho?
Gabriel aún tenía la mano sujeta a la de él pero con una sonrisa traviesa.
— Ese era mi plan pero Claire, la nueva traumatóloga, se llevó la botella antes de que pudiera hacerlo. Así que no, estoy completamente consciente.
Matías se acercó más, deslizándose sobre la cama y puso una mano sobre la mejilla de Gabriel y le sonrió. Gabriel pudo ver el destello en sus ojos que sumado al toque de sus manos, aceleró su corazón de forma irrefrenable.
— ¿Entonces que estés aquí no es una consecuencia del alcohol?
Gabriel no podía romper el dulce y armonioso contacto visual que se había establecido entre ambos.
— No lo es.
Se acercó nuevamente, solo la mitad de la trayectoria hasta sus labios pues Matías hizo lo mismo para interceptarlo en un suave beso. Un beso que comenzó lento y cargado de emociones inexplicables poco a poco fue profundizando. Los brazos de Gabriel titubearon lentamente hasta llegar al cuello de Matías pero eso no lo puso tan nervioso como al percibir que él lo tomaba por la cintura y lo acercaba hasta él, tanto que su pecho se encontró con el calor del otro.
En cierto momento terminaron el beso pero no pudieron separarse, solamente se quedaron con el rostro tan cerca uno del otro que podían sentir la respiración del contrario. Matías lo miró a los ojos. Había cierto rubor esparcido en el rostro del castaño y una sonrisa en sus labios. De pronto Gabriel sintió como Matías acariciaba su mejilla sutilmente con apenas el fino roce de sus dedos.
— ¿Te quedarás conmigo hoy? —preguntó Matias.
Gabriel, por toda respuesta, asintió incontables veces mientras el rubor se apoderaba de su rostro. Claramente lo que estaba sucediendo en ese momento se escapaba de sus capacidades, estaba experimentado una emoción que hasta entonces era desconocido para él.
— Sí, me quedo contigo —respondió en un susurro, luego se inclinó para abrazar a Matías escondiendo su rostro en el pecho.
Podía percibir el aroma de Matías, el calor de su piel y la firmeza de su cuerpo. Estaba nervioso, verdaderamente nervioso y su corazón amenazaba con salir saltando por su boca. No pasaron más de unos cuantos segundos cuando los brazos de Matías rodearon su espalda y se quedaron así por algunos instantes, simplemente abrazados. Sentirlo a él lograba calmar el torbellino emocional que nublaba sus pensamientos.
— Hey, está bien —murmuró Matías—, solo tratemos de descansar ¿De acuerdo?
Gabriel se separó de él mientras asentía. Se acomodó en el borde de la cama y comenzó a retirarse los zapatos y la chaqueta de mezclilla que tenía puesta ese día para quedar con una ligera camiseta deportiva de manga corta. Matías también se descalzó, se puso de pie y retiró las sábanas para dejarles paso bajo ellas. Él también se quitó el suéter y al hacerlo levantó los brazos para pasar la prenda por su cabeza.
Al hacer ese movimiento, la parte inferior de la camiseta que tenía debajo se levantó dejando expuesto su vientre perfecto y una parte de su espalda donde Gabriel pudo alcanzar a notar una cicatriz. Se quedó como idiota viendo aquella imagen mientras Mati, totalmente ajeno a la vista que prácticamente estaba desudandolo, dobló cuidadosamente el suéter y lo dejó sobre una silla al costado de la cama.
Los dos se metieron en la cama, uno junto al otro. Mantenían las vistas hacia el frente, recostados sobre la pila de almohadas que estaba detrás de ellos. Había una televisión al frente pero como no había electricidad, estaba apagada y aún así ambos la veían como si fuera a encender de pronto. La tensión entre ambos crecía con cada segundo que pasaban en silencio.
— Soy una piedra cuando duermo —dijo Gabriel de pronto. Ni siquiera tenía sentido hablar de eso, solamente lo dijo porque tenía la necesidad de decir algo que terminara con el silencio—. Me quedo dormido y no sé nada hasta el amanecer así que…
Matías rió, se rotó para quedar sobre su costado y miró de frente a Gabriel.
— Esa es una confesión interesante y tan tan profunda que de verdad me llegó al alma —respondió Matías en un tono burlón.
Gabriel se soltó a reír, de igual manera se recostó de lado para ver a Matías. Sus ojos se encontraron nuevamente y una sonrisa apareció.
— No es la primera vez que dormimos en la misma cama —dijo Gabriel, tranquilamente.
— Pero es la primera vez que las circunstancias nos permiten disfrutarlo —respondió Mati. Tocó el antebrazo de Gabriel y recorrió con los dedos el camino hasta su hombro. Luego se acercó más y más a Gabriel hasta que sus cuerpos lograron tocarse. Gabriel lo abrazó por la cintura.
— En eso tienes razón. Realmente lo estoy disfrutando.
Fue todo lo que dijo antes de volver a besar a Matías. Lo besó despacio, apenas jugueteando con los húmedos labios de Mati pero poco a poco las pequeñas chispas se volvieron llamas y la lengua de uno entraba para acariciar la del otro con tanta pasión que el corazón de Gabriel ya no palpitaba sino que se había convertido en un zumbido por lo rápido de que iba.
Luego empezaron las caricias sobre la espalda y el costado. Matías subió una de sus piernas a las caderas de Gabriel y la cercanía le permitió a este último sentir el bulto enfurecido en la entrepierna de Mati.
Aquello lo vivió tan loco que le costó respirar. Sus manos apretaron la tela de la camisa de Matías, y lentamente comenzó a levantarla mientras el beso desenfrenado continuaba. Se separó un momento para hincarse sobre el colchón y terminar de quitar la prenda. Mati se sentó y de igual forma despojó a Gabriel de la camisa. Hasta ese momento todo era un recorrido furioso y excitante de las manos de uno recorriendo el cuerpo del otro mientras una guerra de besos apasionados se libraba entre sus labios.
Pero cuando ambos se quedaron con el torso desnudo frente al otro, pararon en seco y se miraron a los ojos. Sus mejillas estaban sonrojadas, los labios entreabiertos y lo más increíble era la conexión tan intensa de sus ojos. Era esa sensación de adrenalina al saber que estaban a punto de cruzar la línea.
Gabriel observó una de las cicatrices en el hombro de Matías.
— ¿Es una herida de bala? —preguntó llevando sus dedos ahí para acariciarla.
Mati llevó su mirada al punto señalado y asintió mientras sonreía.
— Te dije que aquella no era la primera que recibía. Ni siquiera la segunda. Las tengo por todo el cuerpo.
Los ojos de Gabriel estaban fijos en aquella parte de la piel que era ligeramente más clara que el resto. Siguió avanzando por el músculo, rozando con las yemas, hasta dar con otra cicatriz sobre el brazo. De igual manera se dio el tiempo de sentirla entrecerrando los ojos para apreciar la forma de estrella que tenía dicha cicatriz.
Matías por su parte, observaba el rostro atento y las hermosas facciones de Gabriel, las pestañas cerrándose una y otra vez mientras la estudiaba.
— Esa la recibí hace unos años en Sri Lanka —explicó Matías.
Gabriel subió la mirada para verlo.
— Debió ser doloroso. Jamás he recibido una y espero no hacerlo —murmuró mientras se inclinaba más al mismo tiempo que Matías iba recostándose para dejar a Gabriel inspeccionar su cuerpo. Pasó por otras tres cicatrices similares en el abdomen,al parecer recuerdos de su paso por Irak. Encontró otra cicatriz en un costado de la cintura que viajaba hasta la espalda. Es la que había visto momentos antes cuando Mati se desvestía.
— Esa de ahí me la hizo un niño de once años con un cuchillo. Hay lugares que reclutan por la fuerza a chicos que ni siquiera entienden lo que sucede.
— Ya está sucediendo aquí. Lo he visto.
El rostro de Gabriel estaba a pocos centímetros del vientre de Matías y el resto de su cuerpo tumbado sobre la cama. Observó la cicatriz de al menos diez centímetros de longitud. Le dio un escalofrío pensar que la había provocado un niño.
— Sí que te han herido —dijo Gabriel con voz serena apreciando cierta belleza en aquellas marcas que contrastaban con lo tersa de aquella perfecta piel.
— Todavía tengo más —dijo Matías y sus ojos claramente apuntaron a la parte inferior de su cuerpo.
Gabriel soltó un suspiro, el calor de su rostro permanecía en todo momento, negándose a desaparecer e incluso se incrementó cuando sus manos llegaron al botón del pantalón y lo desabrochó haciendo lo mismo con la cremallera. Matías levantó la cadera y Gabriel deslizó la prenda lentamente mientras su perezoso corazón daba saltos. Dejó al descubierto los boxer, las fuertes y bronceadas piernas marcadas y no se detuvo hasta deshacerse por completo del pantalón.
Sus ojos intentaban centrarse en la cicatriz que ya conocía, la que tenía en una de sus piernas gracias al disparo que recibió cuando lo conoció, pero la verdad es que el bulto que se divisaba por la tela de los ajustados boxer, sobresalía llevándose su atención.
— Está ya la había visto —dijo Gabriel, refiriéndose a la herida.
Matías asintió y acarició el cabello de Gabriel pasando también por su mejilla.
— Está debajo de la ropa.
La piel de Gabriel se erizó por completo al escuchar eso. Estaba claro que no se iba a quedar con las ganas de conocer cada una de las huellas del tiempo en él.
Sujetó el elástico de los boxer y comenzó a bajarlos dejando aparecer un pequeño surco de vello y la glande quedó atrapada entre la tela pero Gabriel la liberó fácilmente haciendo que la erección de Matías oscilara lentamente sobre su vientre.
Gabriel suspiró al verla. Estaba dura, impaciente y diminutas burbujas formadas con el presemen que seguía secretando y goteando por la punta.
Se quedó observandolo, con los labios entreabiertos, el carmín adornando la mayoría de su rostro, mirando aquella parte a pocos centímetros de su cara. Estaba tan cerca que su respiración la golpeaba causándole a Matías un estremecimiento al sentirla.
— ¿Cuál es la cicatriz que querías mostrarme? —preguntó Gabriel alzando la mirada.
Matías apuntó con el dedo a un pequeño punto en la unión entre la ingle y la pierna. Era de casi un centímetro, redonda y se veía que había estado ahí desde hace mucho tiempo.
— ¿Qué te pasó ahí? —preguntó Gabriel.
— Varicela. La tengo desde que era niño —respondió y una risa pícara salió de sus labios.
Gabriel le dio un pequeño golpecito con el puño en el hombro.
— Hablamos de heridas de guerra.
— Lo siento —se disculpó Matías —pero la verdad es que te ves muy bien ahí.
Gabriel rió y negó lentamente con la cabeza. Seguía en aquel lugar, en la misma posición sin intenciones de apartarse de ahí a pesar de lo rojo que estaba.
— Yo me veo bien siempre. Sobretodo cuando hago esto.
Colocó la lengua en los testículos y lenta pero firmemente fue subiendo por la base y la longitud del pene hasta llegar a la punta, todo ello sin dejar de ver firmemente a los ojos de Matías.
Mati se removió, retorciéndose sobre el colchón ante el inesperado movimiento de Gabriel. Acarició su cabello y mientras Gabriel jugueteaba con la lengua sobre la punta y finalmente la metió por completo dentro de su boca, colocando la lengua contra el sexo de Mati para presionarlo mientras entraba.
Matías apretó las sábanas entre sus manos, echó la cabeza hacia atrás y movió la cadera hacia adelante empujandose contra la garganta de Gabriel. De sus labios escaparon gemidos que fueron estímulos auditivos para Gabriel. Estímulos que le decían que estaba haciéndolo correctamente y que podía seguir. Con sus manos acarició los testículos notando cómo estos se contraían al toque.
Durante algunos minutos siguió metiendo y sacando el sexo de su boca, haciendo pequeños sonidos. Su propio miembro había crecido bajo sus ropas y movía la cadera con suave ritmo, frotándose contra el colchón mientras sus labios hacían su trabajo. La clara luz azul de la luna entraba por la ventana contrastando con los tonos cálidos que emitían las lámparas de gas que se encontraban en la habitación, iluminando los cuerpos de ambos en una mezcla interesante de luces y sombras.
Matías sujetó la cabeza de Gabriel y guió el ritmo de sus movimientos acelerandolo mientras se acercaba cada vez más al orgasmo. Sus caderas también se movían follando la boca de Gabriel desesperadamente.
— Gabu… —dijo en un susurro, que bien hubiera podido ser un grito si no fuera porque estaba obligado a guardar silencio. En el momento en que se corrió en su boca, sujetó firmemente su cabeza impidiendo que se separara hasta que Gabriel tragara el semen. Claro que Gabriel no puso objeción alguna pues bebió el dulce y espeso líquido con gusto. Cuando se separó, se encargó de lamer hasta la última gota.
Se miraron a los ojos con sonrisas borrachas y satisfechas.
— Sabes bastante bien —murmuró Gabriel, volviendo a recostarse junto a él.
Matías se giró sobre Gabriel, mientras le sonreía y esparcía besos por su rostro, causándole al moreno cosquillas por dónde sus labios pasaban.
— Eres asombroso —dijo Mati, pasando los besos a su cuello y entonces estos cambiaron. Dejaron de ser cortos para quedarse ahí besando apasionadamente la piel sin dejar pasar la oportunidad de dejar algunas marcas en ella.
Gabriel suspiró, cerró los ojos y dejó su cuello expuesto disfrutando grandiosamente de aquella sensación que lo prendía y le provocaba escalofríos en toda la piel. Matías subió sobre él, hincándose sobre sus caderas. Sus manos inquietas pasearon por el pecho firme de Gabriel hasta llegar a los pezones al tiempo que besaba su clavícula.
Gabriel soltó un pequeño gemido al sentir los dedos de Mati jugueteando con el sensible pezón. Entonces el recorrido de los besos viajó hasta allí y a su vez las manos bajaron más y más hasta el pantalón de Gabriel. Para entonces ambos estaban ya desesperados. En un solo movimiento, Matías despojó a Gabriel del pantalón y la ropa interior, dejándolo completamente desnudo debajo de él.
Los ojos de Matías se fijaron en la erección de Gabu, que estaba impaciente y palpitante.
— ¿Un piercing? ¿En serio? —dijo Matías con una sonrisa al ver el pequeño barrote plateado que atravesaba el frenillo de Gabriel.
Gabriel estaba tendido ante él, con ambas piernas debajo de Matías. Todo su cuerpo emitía un calor insoportable disfrutando verdaderamente de ser observado por Matías con esa lujuria que emanaba de sus ojos.
— También tengo algunas sorpresas —respondió Gabriel.
Liberó las piernas de debajo del cuerpo de Mati para colocar cada una a un costado de las caderas de éste. De esa forma, Matías pudo observar con mayor facilidad el cuerpo de Gabriel. Ya no solamente se detuvo en contemplar el pene erecto, sino también la forma en que los testículos descansaban en la entrepierna y al ver un poco más abajo pudo notar la entrada pequeña y rosada.
Matías suspiro y mordió su labio al verla. la erección regresó al instante. Cuando entendió que ya había sido completamente hechizado por Gabriel y que no quería pasar un segundo más sin hacerlo suyo a ese chico frente a él, se abalanzó para besarlo.
Aquel beso no tenía nada de sutil, era más bien furioso, desesperado y caliente. Están devorandose los labios y sus lenguas chocaban entre sí. La cercanía hizo que los miembros de ambos se juntaran y frotaran con total libertad, sin ropas que estorbaran.
Gabriel estaba tan caliente que ya ni siquiera podía pensar, todo lo que sentía era el cuerpo de Mati moviéndose sobre él y sus cálidos besos que funcionaban como pólvora avivando más y más la llama que crecía en él.
Nada podía ser mejor. Estaba por fin con Matías, con ese hombre tan dulce e inteligente en el que no era capaz de dejar de pensar. Su pecho sentía un calor indescriptible, no solamente por lo excitante del momento sino porque era él, era Matías quien lo besaba. Tantas noches se había encontrado deseando sentir por lo menos un beso suyo y es que tenía que reconocerlo. A pesar del poco tiempo que llevaban de conocerse, todo a su lado era perfecto, era intenso y adictivo. Pensar en él hacía que algo se desatara en su interior y eso solo significaba una cosa para Gabriel: estaba terriblemente enamorado de Matías.
Y pudo haber seguido navegando por sus pensamientos de no ser porque los dedos de Matías comenzaron a tocar suavemente su entrada. Gabriel dio un pequeño salto al sentirlo y gimió sobre los labios de Mati pero no dejó de besarlo en ningún momento. Su respuesta fue sencillamente abrir más sus piernas mientras la mano de él separaba sus muslos y las caricias se volvieron más y más certeras.
De pronto Matías interrumpió el beso y las caricias, separándose de Gabriel y moviéndose sobre la cama. Gabriel sintió aquella pausa como un verdadero abandono y estaba apunto de quejarse para gritarle que no lo dejara y exigirle que regresara a lo que hacía, cuando vio que Matías abría el cajón de la mesita de noche y sacaba de ahí un pequeño tubo.
— ¿Traes lubricante a la guerra? —preguntó Gabriel con una sonrisa.
— Yo siempre estoy en la guerra, no veo porque no lo tendría conmigo —respondió de manera natural, volviendo a posicionarse entre las piernas de Gabriel.
Gabriel lo vio abrir el tubo, colocarlos sobre su entrada y vaciar una pequeña cantidad de gel. Se estremeció al sentir la textura fría sobre su piel y luego los dedos de Matías volvieron a acariciarlo haciendo pequeños círculos en un delicado masaje. Entonces introdujo la punta del dedo medio y Gabriel casi se sintió derretir en ese instante.
Los suspiros que emitía se hacían cada vez más frecuentes y poco a poco se volvían gemidos mientras sentía el dedo de Matías entrar en él. Sujetaba con fuerza las sábanas debajo de él y su propio pene palpitaba y goteaba mientras el vulnerable rostro de Gabriel observaba con deseo a Matías.
— Está bien… puedes meter otro —dijo Gabriel cuando supo que necesitaba más.
Matías sonrió, bajó para darle un beso en los labios mientras obedecía e introducía no uno sino dos dedos de golpe lo que hizo que Gabriel se estremeciera y lo abrazara, arañando ligeramente su piel.
Se separó del húmedo beso, mientras un pequeño hilo de saliva continuaba formando un pequeño puente entre ambos.
— ¿Puedo seguir? —preguntó Matías mirando los ojos entrecerrados de Gabriel quién gimoteaba locamente mientras luchaba con el calor que invadía las mejillas y la parte superior de sus orejas.
— Sigue.
Matías curvó los dedos en su interior tocando cada rincón de él, explorandolo con paciencia mientras Gabriel se removía abriendo las piernas tanto como le era posible. Mordía sus labios intentando mantenerse en silencio pero cuando los dedos tocaron su próstata, soltó un grito que no le fue posible disimular. Matías lo observó enrojecido, sin poder creer lo dulce de su voz al gritar de esa manera.
— Lo siento es que… se siente bien ahí —se disculpó Gabriel, sumamente avergonzado por ese pequeño arrebato. Matías solo le dio un beso en la frente como respuesta.
Los dedos salieron lentamente. Ya estaba completamente listo para él.
Mati colocó la punta en la entrada de Gabriel. El contacto visual entre ambos era algo irrompible en ese momento, las nerviosas sonrisas le daban un toque mucho más simbólico al momento. Los cuerpos unidos y las manos entrelazadas y el pulso de ambos casi sincronizado. Estaban tan impacientes y deseosos uno del otro que cada detalle era absolutamente perfecto, el tiempo, el lugar, el ambiente. No importaba que fuera una guerra, era perfecto si estaban juntos.
Gabriel se levantó un poco para besar los labios de Matías y lentamente fue volviendo a recostarse mientras Mati se inclinaba para seguirlo y de la misma forma fue dejando caer su cuerpo para comenzar a entrar en él.
Era muy diferente a sentir los dedos, no se comparaba el largo, el tamaño ni la sensación. Ardió lo suficiente para provocar que Gabriel mordiera los labios de Matías. Aún así colocó las manos en los muslos de Matías y lo empujó con fuerza haciendo que llegara hasta el fondo de una.
— ¡Ah! ¡Mierda! —gritó Gabriel al sentir el pene deslizarse por completo en su interior.
Matías cerró los ojos al sentir el calor que lo rodeaba. Apretaba los dientes con tanta fuerza mientras intentaba procesar el nivel de placer que estaba sintiendo. Se quedaron abrazados durante unos segundos hasta que él comenzó a moverse sobre Gabriel. Y no fue algo lento por el contrario, comenzó con un vaivén enloquecido decidido a disfrutar las ganas que tenían uno del otro.
Gabriel soltaba gemidos excitados, se retorcía sobre la cama y movía las caderas al mismo ritmo desenfrenado. Mati pasó los brazos bajo los muslos de Gabriel para levantar su cadera y penetrarlo con furia. La cama se movía locamente y comprendieron que su intención de ser silencioso sería mucho más complicado de lo que esperaban.
— ¿Qué acaso intentas partirme? —dijo Gabriel con una risita. No estaba para nada molesto, por supuesto.
Mati rió y respondió de inmediato.
— Sí, eso es exactamente lo que quiero.
— Pues hazlo, por favor, no te detengas —rogó Gabriel.
Tan solo después de decir eso, movió las piernas para colocarlas en los hombros de Matías y éste no esperó un segundo para continuar con sus movimientos. Gabriel hundió su cabeza en la almohada sintiéndose en el mismo cielo al tener ese enorme pene golpeando su interior una y otra vez.
Por más que quería estar callado, los gemidos eran imposibles de contener. Sentía que podía derretirse ahí mismo.
— ¡Más, por favor! ¡Más no pares! —gritaba Gabriel mientras arqueaba la espalda, retorciéndose de placer. Sujetaba las sábanas con tanta fuerza que estás comenzaban a desacomodarse por completo.
Entonces el mismo Gabriel mantuvo la cadera arriba haciendo que Matías saliera por completo de su interior. Se dio la media vuelta, sentándose sobre la cama y sujetando el cuello de Matías para recostarlo sobre el colchón. El castaño lo miró sorprendido pero claro que se dejó hacer, sobre todo cuando Gabriel se colocó sobre él y comenzó a besar su pecho y los pezones con desesperación, mientras movía las caderas dejando el miembro de Mati en el surco entre sus muslos. Al sentir que ya no daba más de sí, Gabriel sujetó el pene de su amante firmemente y se dejó caer sobre él, enterrandolo hasta el fondo.
Matías sujetó las caderas de Gabu, hundiendo los dedos en la piel, empujandolas hacia abajo para llegar tan adentro como podía. Gabriel comenzó a soltar una sarta de maldiciones, hablando bajó y con voz extasiada y candente mientras saltaba una y otra vez.
Veía a Matías sonriendo recostado bajo él, con el cabello rizado esparcido sobre la almohada. Lo miraba con una adoración tan latente que Gabriel se desvivía por él, por su belleza y por su ser. Sentía la necesidad de moverse con mayor velocidad, de ser uno con él. Estaba enloqueciendo cómo un animal en celo, moviéndose con ímpetu sobre él.
— Estás, muy profundo… estás muy adentro ¡Voy a….!
Antes de que Gabriel terminara de decir esa frase, Matías apoyó las piernas en la cama y lo embistió salvajemente, deteniendo las caderas de Gabriel para guiar el ritmo. Gabriel pudo percibir cómo golpeaba su punto más sensible con tanta furia que lo hizo cerrar los ojos y morder su labio mientras. Casi inmediatamente pudo sentir cómo se corría y la deslumbrante liberación de placer. Un potente chorro de semen salía disparado hasta el pecho y el vientre de Matías.
El cálido líquido de Gabriel cayendo sobre su piel y las contracciones de éste apretando una y otra vez su miembro, fue todo lo que Matías necesitó para abandonarse al orgasmo y derramar todo en el interior de Gabriel.
Gabriel se dejó caer nuevamente junto a Matías. El corazón palpitaba agitado, su respiración era irregular y forzada. Estaba empapado en sudor y sintió como el semen comenzaba a salir de su interior resbalando lentamente por sus muslos. Comenzó a reír porque era su respuesta natural después de un increíble orgasmo como el que había tenido esa noche.
Nada caracterizaba a Gabriel tanto como lo estúpido y ridículamente cursi que era. Antes de recobrar el control de su cuerpo abrazó a Matías entrelazando las manos con las suyas para cubrir de besos sus mejillas.
— Eres increíble, Mati. Me fascinas. Me encantas de verdad —dijo entre pequeños besitos mientras lo abrazaba como si su vida dependiera de ello.
Mati tomó su mentón entre risas y plantó un beso en sus labios.
— Y yo no quiero alejarme ni un segundo de ti.
Gabriel sentía su corazón rebozando al tener a ese chico tan hermoso y perfecto acariciando suavemente su mejilla. Seguramente había hecho algo muy bien para tener la oportunidad de estar con él y ser correspondido. Una cosa era bastante segura. Estaba cayendo locamente en él y no quería detenerse, quería darle todo lo que pudiera de él, sin miedos, sin frenos y por tanto tiempo como Matías lo quisiera.
Cómo era de esperarse, esa no fue la única vez que hicieron el amor esa noche. Aprovecharon cada momento juntos para ser lo que querían ser.
✨ ✨ ✨
Lunaria tocó la puerta de la casa de Billizo exactamente a las ocho de la mañana. Estaba alterada y confundida. Fue el mismo Billy quien le abrió y la saludó con una dulce sonrisa.
— Hola, Billy ¿Está Matías en casa?
Billizo asintió lentamente.
— Sí, está arriba pero está con…
— Sí, sí. Lo imagino —ella entró de todas formas—. Toma, cariño, te traje pan recién hecho.
Se lo entregó y sin esperar más entró a la casa subiendo por las escaleras. Billizo se quedó en la puerta con el panecito en la mano, viéndola subir las escaleras y simplemente le dio una mordida.
— Los adultos son raros —musitó para sí mismo antes de cerrar la puerta y volver feliz y tranquilo a sus asuntos.
En la habitación, Gabu descansaba sobre el pecho de Matías y este lo abrazaba por los hombros. Lunaria abrió la puerta de golpe. El sonido despertó a Matias y Gabriel que seguían abrazados bajo las mantas. Aquello no detuvo a Lunaria quién simplemente avanzó por la habitación.
— ¡Matías, arriba! ¡Es una emergencia! Una verdadera emergencia.
Los dos hombre se sentaron rápidamente en la cama, alarmados por el llamado de emergencia. Y es que viniendo de Lunaria seguramente se trataba de una alerta o incluso un tiroteo.
— ¿Qué pasa? —preguntó Matías, cubierto con la sábana pero bajando los pies de la cama, tratando de ubicar su ropa en el suelo.
— ¡Me besó! ¡Esa chica me besó! —dijo ella casi histérica—. La chica de Gabriel.
— ¿La chica de Gabriel? —repitió Matías.
Mati se volvió lentamente a él. Gabriel sobre la cama palideció y se apresuró a negar con ambas manos.
— No se trata de eso —se defendió Gabriel, de inmediato, pero vaya que sentía verdadero miedo.
Lunaria rotó los ojos y le dio un zape a Matías.
— No, no es su chica. La nueva doctora que trabaja para él ¡Concéntrate! Sígueme, no te pierdas —dijo Lunaria tronando los dedos frente a él, para que pusiera atención a su discurso—. Esa chica rara de pelo rosa salió de entre las sombras y me besó. Así que levántate, tengo que hablar contigo.
Sujetó la mano de Matías y lo hizo levantarse de la cama, a pesar de que Matías no tenía nada de ropa puesta. Su rostro enrojeció al verse expuesto y trató de cubrirse cómo pudo.
— ¡Lunaria! ¿No ves que estoy algo ocupado aquí?
Lunaria lo miró con impaciencia.
— ¡Sí! Estás desnudo, no es gran cosa —luego ella miró directamente la entrepierna de Matías y alzó una ceja— ¡De acuerdo! Sí es gran cosa ¡Gabriel, eres afortunado!
Gabriel solo se rió y alzó el rostro orgulloso. Estaba sentado en la cama y él sí que estaba correctamente cubierto por la manta debajo de la cintura. Aunque claro, su cabello azabache estaba despeinado de verdad.
— Lo soy ¿Verdad?
Matías casi fulmina a los dos con la mirada. Seguía con un carmín predominando sobre su cara.
— Los voy a matar —dijo completamente avergonzado.
Lunaria tomó los pantalones del suelo y se los entregó a Matías.
— ¿Quieres por favor vestirte para que hablemos de algo que realmente importa? —dijo tranquilamente, con la mano extendida hacia él. Matías tomó la prenda y le dedicó una mirada entre fastidiada y divertida—. Te espero abajo.
Lunaria salió justo después de decir eso.
Matías y Gabriel se miraron y comenzaron a reír después de lo que había sucedido. Él se vistió, subió a la cama y fue a gatas hasta Gabriel para besarlo. Le dedicó una dulce sonrisa mientras sujetaba cariñosamente su rostro.
— Vuelvo en unos minutos y tú, por favor, no te atrevas a vestirte.
— No lo haré —respondió Gabriel y le dio otro beso antes de dejarlo partir.
Había sido una noche perfecta.
Lástima que lo perfecto dura poco.
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