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Cuando el ataque comenzó Gabriel salió a toda prisa de su habitación. Se escuchaba al sur del pueblo y si se daba prisa podía llegar a la carpa sin problemas. Sabía que la carpa no sería atacada por una razón : le brindaban atención médica sin distinción, sin importar el bando. Más de una vez había salvado de una muerte casi segura a alguno de los traficantes.
Ya se había vestido por completo y estaba por salir cuando el Padre Bruno bajó por las escaleras, también vestido.
— Qué bueno que bajó, será mejor que venga al refugio conmigo. Estará más seguro ahí —dijo Gabriel pero Bruno no le respondió. Al acercarse, pudo ver su rostro.
Bruno no parecía asustado, tampoco preocupado. Su rostro reflejaba furia. El hombre tomó una maleta del perchero y abrió la puerta dejando pasar primero a Gabriel. Afuera podían verse los destellos de la detonaciones de las granadas y llegaba hasta ellos el sonido de explosiones y disparos.
Los ojos de Gabriel hicieron un recorrido rápido por el pueblo y con gran temor confirmó que la zona atacada era aquella en dónde se encontraba la casa de Billizo. Los dos hombres se fueron andando a toda prisa a la carpa. Ninguno de los dos habló, solamente se limitaron a avanzar tan rápido como sus piernas se lo permitían.
La carpa era un caos. Los enfermeros estaban en la entrada recibiendo a los heridos que llegaban desde todas las direcciones.
— Vaya al refugio, Padre. Estará más seguro ahí —dijo Gabriel, girándose para mirarlo.
Bruno negó con la cabeza.
— Será mejor si me dejas ayudar en algo. No estorbaré pero en serio necesito ayudar.
Gabriel suspiró lentamente. Entendía esa sensación, esa necesidad de ayudar. Le dio una palmadita en el hombro y le indicó que le siguiera. Mirabel estaba en la entrada, indicando a los heridos recién llegados a donde dirigirse. Gabriel y Bruno se acercaron a ella.
— Mirabel, él es el padre Bruno ¿Tienes algo para él? Necesita ser de utilidad en este momento —dijo Gabriel.
Mirabel miró al hombre y le sonrió. Le sonrió como si aquella presentación hubiese ocurrido en medio de una festividad con fuegos artificiales y no en un ataque. Ella mostraba exactamente la misma alegría y cordialidad que horas antes cuando atendió a Máni.
— Soy Mirabel, cirujana de trauma —se presentó y estrechó la mano del hombre—. Por supuesto, nos ayudaría mucho adentro con el material de primeros auxilios.
Mirabel llamó a una de las enfermeras y le indicó que guiara a Bruno a realizar las tareas indicadas. Ella debía seguir alerta para cualquier grave herida que llegara. Cuando Bruno se hubo marchado, Mirabel siguió con sus deberes sin prestar mayor atención a Gabriel y aunque éste se enfrascó en una tarea parecida que consistía en evaluar las heridas de los pacientes, su mente se hacía tantas veces la misma pregunta que terminó por formularla en voz alta.
— Mirabel ¿Has visto a mis amigos?
La pregunta era bastante abierta a la interpretación. Había preguntado si por alguna razón se encontraban ahí o si sabía dónde se encontraban, pero ambos sabían que lo que realmente quería preguntar es “¿Ha llegado alguno de mis amigos entre los heridos?”.
Mirabel sabía a qué se refería así que le sonrió para tranquilizarlo.
— Máni sigue adentro y Lunaria…
Lunaria iba saliendo en ese momento de la carpa acercándose justo hasta ellos.
— ¡Esos hijos de puta! —exclamó furiosa, atenta al sonido del enfrentamiento—. Por favor, vigilen a Máni, no lo dejen salir con esa mano herida.
Mirabel la miró alarmada, pero Lunaria ya había avanzado algunos pasos.
— ¿A dónde vas? ¡Es más seguro aquí! —gritó ella.
Lunaria se dio la media vuelta pero siguió caminando hacia atrás.
— ¡Estaré bien! Solo cuida de mi hermano —respondió Lunaria, para volver a centrar su atención en el camino.
Mirabel no era capaz de entender lo que pasaba. Sólo miró a Gabriel con intriga.
— ¿Y eso qué ha sido? ¿Por qué se va y tú no le dices nada? —dijo extendiendo la mano en dirección a Lunaria—. ¡Va en dirección al área bajo ataque!
Claro que aquello también alteraba un poco a Gabriel pero se limitó a asentir lentamente.
— Ella irá a contraatacar. Pertenece a la resistencia y Máni también. Quizá la única razón por la que él no va ahora mismo es porque no puede hacer mucho con esa ferúla en la mano.
Después de que Mirabel soltara un par de maldiciones, ambos volvieron a sus tareas. Gabriel tomó un botiquín y las tarjetas para comenzar a repartirlas entre los pacientes. Se desempeñaba adecuadamente, era capaz de hablar y concentrarse en lo que estaba haciendo pero una y otra vez la inquietud por saber en dónde y cómo estaba Matías volvía a su mente. Ni siquiera estaba seguro de si quería verlo llegar o no. Lógicamente no quería que estuviera lastimado pero sentía la necesidad de confirmar que estuviera bien. Era algo terrible estar sumido en la incertidumbre.
El ataque cesó al cabo de media hora. No duró demasiado, pero después de aquello, las personas heridas que se habían ocultado comenzaron a llegar a la carpa. Era un macabro desfile de niños llorando, ancianos esforzándose por caminar y personas ensangrentadas. Algunos incluso eran llevados en brazos. Mirabel entró con un hombre que tenía una herida de bala en el pecho y la pierna derecha. Gabriel se ocupó en ayudar a una mujer mayor con una quemadura en el brazo. Estaba hablando con ella, haciéndole algunas preguntas de rutina cuando escuchó claramente la voz de Matías pidiendo ayuda.
Gabriel sintió que su corazón iba a detenerse en ese momento. En una milésima de segundo, ya se había imaginado docenas de situaciones terribles que se calmaron relativamente al llevar sus ojos hasta él y ver que Matías estaba ileso, pero llevaba a Billizo en brazos quien lloraba desconsoladamente sujetando con fuerza las ropas de Matías y tenía el rostro escondido en el pecho de éste.
Gabriel terminó con la persona a la que evaluaba y se dirigió a toda prisa a ellos. Ya había algunos voluntarios atendiendolos pero de igual forma se abrió paso hasta llegar a él.
— ¿Estás bien? —le preguntó a Matías a penas al llegar a él, luego observó a Billizo que sollozaba y humedecía con sus lágrimas la camisa de Matías—. ¿Está bien Billizo?
Matías lo miró afligido y negó en silencio. Él ya le había explicado a los voluntarios lo que había sucedido y ahora se organizaban para ir a brindar ayuda.
— Nosotros estamos bien, pero atacaron la casa de Billy. Sus padres… —Intentó evitar hablar de algo de lo que no estaba seguro, aunque era lo más lógico que ambos hubieran muerto inmediatamente después de la explosión—. No pudimos traerlos.
Gabriel comprendió lo que decía. Ver a Billizo en ese estado de shock le provocó un hueco en el estómago. Colocó la mano en la espalda de Matías y lo incitó a caminar. Pensaba llevarlo a la carpa pero había demasiado ruido y caos ahí, por lo que condujo a ambos al interior de la clínica, hasta la pequeña oficina que le habían prestado para hacer sus labores administrativas. No era un lugar cerrado, pero al menos había un poco más de quietud que en el exterior. Por supuesto, aquella noche no había electricidad,
— Pueden sentarse en el sillón —les indicó Gabriel, arrastrando una silla para colocarla frente a ellos.
Matías iba a dejar a Billizo en el sillón pero en cuanto el menor sintió el movimiento, se aferró con más fuerza a él, negándose a separarse.
— Está bien, tranquilo. Me quedaré contigo si quieres —susurró Matías, amablemente y se sentó en el sillón, acomodando al chico de manera en que su cabeza se recostara sobre su regazo.
Gabriel tomó asiento en la silla y se inclinó un poco a ellos.
— ¿Tú estas bien, Billizo? ¿Te duele algo? —preguntó Gabriel, tratando de suavizar su voz.
Él a duras penas lo miró y volvió a refugiarse en las piernas de Matías. Los dos mayores intercambiaron una mirada afligida.
— Ha sido muy difícil para él —dijo Matías, acariciando el cabello del chico—. No pudimos acercarnos a ayudarlos por el bombardeo. No fue hasta que los soldados llegaron que pudimos salir del bosque dónde nos escondiamos.
— Debió ser horrible.
Los dos se quedaron prácticamente en silencio acompañando al chico que no era capaz de dejar de llorar, a veces en incontenibles sollozos, otras veces eran murmullos apagados. Al cabo de un tiempo, por fin entraron las dos personas a darles información sobre lo que habían encontrado. Para ninguno, ni siquiera para Billizo, fue una sorpresa el enterarse que no los habían encontrado con vida. Él, no se inmutó, no se alteró y no hizo comentario alguno. Había aceptado aquella verdad desde el momento en que vió como el estallido de la granada los había impulsado seguidos por una estela de sangre.
Una de las voluntarias, sacó de su bolsillo la banda para el cabello que Serena llevaba esa tarde. Estaba ligeramente quemada en las puntas y teñida de sangre. La extendió al frente para dársela a Billizo y aunque el chico no reaccionó al momento, al cabo de unos segundos sujetó la banda para abrazarla contra su pecho. Olía a quemado y sangre pero en el fondo todavía distinguía el olor del acondicionador de lavanda de su madre.
La chica se fue y ambos hombres se quedaron con el joven, en un ambiente todavía más pesado que tan solo unos segundos atrás.
— Lo siento mucho, Billy… —le susurró Matías mientras sus manos recorrían lentamente su espalda. El muchacho con los ojos hinchados y el rostro húmedo por las lágrimas, apretó más la banda a su cuerpo.
— Será mejor que lo lleves a descansar. Dame un momento y hablaré con el Padre para que les permita quedarse con él. No me gustaría que después de esta noche tengan que dormir en un catre del refugio —dijo Gabriel, levantándose del lugar.
Él le dedicó una cansada sonrisa a Matías y salió de la habitación sintiéndose verdaderamente pesado. No tardó en encontrar a Bruno que ahora estaba armando kits de suturas en el almacén de insumos, dónde Mirabel lo había asignado. Gabriel fue directo. Bruno conocía a Serena y Arturo tan bien como a ninguna otra pareja de ese pueblo. La noticia le pesó demasiado. Supo que lo mínimo que podía hacer era darle un espacio cómodo al hijo de sus más ejemplares feligreses.
— Ni siquiera me esperen. Yo estaré tratando de ayudar un momento más —dijo Bruno, llevando la mano a su bolsillo para sacar el manojo de llaves—. Vayan ahora mismo. Le daré mis condolencias a Billizo mañana. Solo cuiden de él.
Gabriel tomó las llaves y después de agradecer debidamente al Padre, volvió con Matias y Billizo para llevarlos con él.
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Gabriel abrió la puerta de la casa de Bruno y se hizo a un lado para dejarlos pasar. Matías aun cargaba a Billizo aunque para este punto el joven había llorado tanto que se había quedado dormido en alguna parte del camino. Subieron las escaleras en dirección al cuarto de huéspedes que es dónde dormía Gabriel. La camisa que había usado esa tarde seguía descuidadamente abandonada en el respaldo de una silla.
— Usen esta habitación. Yo dormiré en el sofá de la sala —dijo haciendo a un lado las sábanas que él había dejado desordenadas al salir a toda prisa por el bombardeo.
Matías recostó a Billizo en un extremo de la cama. El muchacho seguía aferrado a la banda de su madre. Matás tuvo ganas de quitársela de las manos al menos para lavarla antes de devolvérsela, pero decidió que sería mejor dejarlo pasar esa noche sintiéndose tan seguro como pudiera.
— Me quedaré aquí con él —dijo Matías, dejándose caer en el lado vacío del colchón. Estaba demasiado cansado para quitarse los zapatos. Sólo resopló y permaneció mirando al techo.
Gabriel estaba por marcharse para dejarlos descansar, pero el destello desolado que emanaba de los ojos de su amigo, le impidieron siquiera dar un paso en dirección a la puerta. Titubeó pero al final se sentó en la orilla de la cama junto a él.
— ¿Qué es lo que pasa ahora por tu mente? —preguntó Gabriel, mirándolo un poco sobre su hombro.
Matías no despegó la mirada del techo.
— Es una mierda. ¿Sabes? A veces este trabajo es demasiado. A veces llegas a despreciar el concepto del ser humano —murmuró Matías.
Gabriel sabía perfectamente de lo que hablaba. Todavía seguía teniendo esa sensación de aborrecer a la humanidad cada vez que veía niños a punto de morir por desnutrición o por heridas de armas de fuego.
— Entiendo a qué te refieres —convino Gabriel, encorvandose un poco para apoyar sus codos en las rodillas.
— En toda mi vida —continuó hablando Matías como si las palabras buscaran un canal de escape—, no había visto a dos personas tan buenas como lo eran ellos. Me alojaron sin pedir nada a cambio y fueron tan jodidamente amables. ¡Dios! Eran el tipo de padres que no puedes creer que existan ¿Y qué? —exclamó de pronto con las voz entrecortada por la ira— ¿Mueren al cruzar el jardín de su casa? ¿Dejando huérfano al niño más maravilloso que he conocido en mi vida?
Gabriel seguía mirándolo y entonces Matías hizo contacto visual con él.
— No es justo. Nada de lo que pasa aquí es justo.
Gabriel no tuvo palabras. Nada de lo que dijera podría erradicar la amargura que estaba sintiendo Matías en ese momento. Hubiera dado cualquier cosa por tener el poder de borrarla, pero lo único que pudo hacer fue extender lentamente su mano hasta alcanzar la de él.
Fue un ligero toque al principio, Matías lo correspondió con un suave movimiento de sus dedos y la respuesta inmediata de Gabriel fue entrelazarlos con los suyos. No dijeron nada, pero a los pocos segundos Gabriel percibió la ligera presión que ejercía Matías atrayéndolo hacía él de manera casi imperceptible pero fue lo suficiente para que Gabriel decidiera recostarse en la cama junto a él. Sintió el calor proviniente de la piel de Matías y poco a poco fue avanzando hasta que su rostro quedó recargado en el hombro de él y lo envolvió tímidamente en un abrazo.
— Nada es justo —dijo Gabriel y las ondas sonoras de su voz chocaron con la piel del cuello de Matías
A su lado, Billizo estaba dormido tan intranquilamente que sus suspiros seguían asaltando su sueño y sus manos se removían al rededor del trozo de tela que había pertenecido a su madre. Incluso en sus sueños seguía sufriendo.
Matías rodeó la espalda de Gabriel con su brazo y comenzó a frotarla delicadamente mientras su otra mano seguía entrelazada a la de él. La piel de Gabriel se erizó por completo al sentir los dedos del otro recorriendo el surco de su espina dorsal.
— No quiero estar solo —murmuró Matías.
— No lo estarás —aseguró Gabriel, hundiéndose un poco más en el hueco de su cuello—. Me quedaré contigo.
Matías esbozó una pequeña sonrisa y Gabriel depositó un suave y ligero beso en su cuello, sus labios vibraron al sentir su calor. Matías solo se removió un poco y Gabriel se acurrucó en él. Fue el fin de la conversación pero quedaron despiertos algunos minutos más en aquella posición hasta que finalmente el sueño los venció.
Cuando Gabriel abrió los ojos a la mañana siguiente, lo primero que vió fue a Billizo sentado en la cama, con las piernas cruzadas sobre el colchón y la banda de tela enredada en las manos. El chico los observaba atentamente como si lo único que esperaba es que los mayores se despertaran. Sus ojos seguían hinchados pero no estaba llorando más.
— Billy… yo… Buenos días —dijo Gabriel levantando su rostro un poco del pecho de Matías—. ¿Pudiste descansar?
Billizo seguía mirándolo atentamente pero en estricto silencio. Gabriel se percató de que no lo había escuchado pronunciar una sola palabra desde que llegó a la carpa la noche anterior. Fue en ese momento que Matías comenzó a removerse, al principio solo apretó los ojos y entre sueños se aferró más a la espalda de Gabriel, pero como si de pronto fuesen liberados los recuerdos de la noche anterior en su cerebro, abrió los ojos abruptamente en busca de Billizo.
— ¡Billy! Ah, diablos, lo siento. Me quedé dormido —los dos se separaron lentamente y se quedaron sentados en la cama. Matías frotó sus ojos con una mano y le sonrió a Billizo que seguía observandolo inexpresivamente. Cuando Matías le extendió la mano a Billizo, este la tomó de inmediato y se acercó un poco más a él.
Gabriel se pasó ambas manos por el pelo y los miró a los dos.
— Yo iré a tomar una ducha. Bajen en unos momentos. Yo prepararé algo para desayunar.
Se levantó de la cama y salió de la habitación para dirigirse al baño. Esperaba que Billizo no se hubiera sentido incómodo al despertar y verlos ahí durmiendo abrazados. Una vez que estuvo dentro de la ducha y el agua caliente golpeaba su cuero cabelludo y su espalda, cerró los ojos y se permitió pensar que esa había sido la primera noche durmiendo al lado de Matías. No eran las circunstancias que hubiera elegido y aunque el ambiente tampoco se parecía ni un poco a lo que él deseaba, no podía negar que seguía sintiendo su piel temblar como si aún pudiera sentir el tacto de la de Matías.
Cuando terminó y estuvo completamente vestido, bajó a la cocina dispuesto a hacer el desayuno pero se llevó una gran sorpresa al encontrar a Bruno enfrascado en la tarea, preparando huevos en una sartén y la cafetera encendida. Al parecer aquella mañana tenían la fortuna de contar con luz eléctrica: un premio de consolación por parte del gobierno para disculparse por las molestias del bombardeo de la noche anterior. Pero la mayor de las sorpresas fue encontrar a Mirabel, Lunaria y Máni reunidos en la mesa de la cocina.
— Hola –lo saludó Lunaria, enderezando su espalda para verlo—. Cuando volví a ver a Máni el Padre Bruno nos habló de lo que había sucedido. Quisimos venir para ver como estaban Mati y Billizo.
Mirabel asintió. Ella estaba sentada justo a un lado de Lunaria.
— Sé que no los conozco a ellos pero te conozco a ti y recuerdo lo preocupado que estabas por tus amigos así que… —bajó la mirada y se encogió de hombros—. Aquí me tienes.
Gabriel le sonrió y asintió ligeramente. Estaba por decir algo cuando Matías y Billizo entraron al comedor.
Lunaria se levantó de su silla de inmediato, pero permaneció prudentemente quieta en su lugar, solamente apoyando sus manos sobre la superficie de la mesa. Ella miró a Billizo. Tenía todas la intenciones de ser empática y expresarle algunas palabras de consuelo, sin embargo, los ojos de Billizo captaron sus intenciones de acercarse a él y la ansiedad se apoderó de él.
Apreciaba el gesto, pero el duelo inmediato de un adolescente es difícil de comprender y lo único que Billizo pudo percibir fue la abrumadora sensación de que en cuanto alguien más hablara de su pérdida, ésta sería real. No era lo mismo escuchar a Matías decir "Lo siento" porque él había presenciado todo, de igual manera Gabriel estaba ahí cuando los rescatistas le confirmaron que sus padres habían muerto.
Ahora, en cuanto las palabras salieran de los labios de alguno de los presentes, sería el inicio de una vida en la que el mundo comenzaba a funcionar sin sus padres. No estaba listo para eso.
Billizo dio un paso atrás. Lunaria lo percibió y evitó seguir avanzando pero aún así, el menor se dio la media vuelta para salir de la casa, directamente a la banca de madera que se encontraba en el patio trasero.
— Será mejor que le den un momento —dijo Bruno en cuanto lo vio salir. Suspiró y su mirada volvió al sartén sobre la estufa—. Está guerra esta quebrando demasiadas mentes inocentes.
Gabriel y Matías intercambiaron una mirada. Decidieron darle un poco de espacio y ambos se sentaron a la mesa.
— ¿Cómo sigue tu mano, Máni? —preguntó Matías.
Máni, que se había mantenido en silencio asintió y alzó la mano.
— Excelente ¿ves? —exclamó dándole a la férula una palmada con la otra mano, algo que debía ser muy doloroso pero a él pareció no importarle.
— ¿Y cómo te fue a ti anoche? —preguntó Gabriel a Lunaria.
Ella lo miró seriamente y bebió un poco de la taza de café que Bruno les había ofrecido.
— Fue difícil. Me cargué a unos cuántos. Siendo sincera, espero que hayan sido los que atacaron la casa de Billizo — dijo con cierto resentimiento en su voz.
Mirabel le sonrió y posó su mano en el hombro de ella haciendo que se girara un poco para verla.
— Creo que es increíble lo que haces. Arriesgar tu vida por defender a los demás —Mirabel tenía una mirada dulce al decir aquellas palabras.
Lunaria esbozó una pequeña sonrisa para ofrecerla a Mirabel.
— Yo también creo que lo que haces es increíble.
Al decir eso el rostro de Lunaria se iluminó. El verde de sus ojos destelló un poco más y sus labios sonrosados dejaron mostrar un poco de su brillo natural. Se miraron por algunos segundos, pero pronto volvieron su atención a los demás cuando Bruno comenzó a servir los platos en la mesa, sacándolas de ese pequeño momento.
Por suerte ese intercambio de miradas no fue el único durante ese día ni los siguientes.
Mientras ellos comenzaban el desayuno en el interior de la casa y Billizo seguía ordenando sus pensamientos en el patio trasero, iban llegando nuevas personas a la casa de Bruno. Camilo, con dos de los chicos del orfanato, avanzaban por el jardín del frente.
— Será mejor que me esperen aquí —indicó Camilo, deteniéndose a mitad del camino para girarse a ver a Tomás y Aylin, quienes habían insistido hasta el cansancio para acompañarlo. No es que adoraran a su maestro a sobremanera, pero cualquier oportunidad de salir del orfanato era sumamente agradecida. Camilo los miró a uno y otro, antes de agregar—. Será mejor que no hagan nada raro. Los llevaría conmigo pero su poca seriedad me hace desconfiar.
Aylin y Tomás se miraron conteniendo una sonrisa.
— Nos quedaremos aquí y nos portaremos perfectamente bien —dijo Aylin con una dulce sonrisa— ¿Cierto, Tomás?
Tomás a su lado, soltó un suspiro resignado y miró a la chica.
— Cómo si hubiera algo interesante que hacer aquí —dijo metiendo las manos en el bolsillo de su pantalón.
Camilo dudó un poco pero al final de cuentas se vió obligado a confiar en ellos. Les hizo una seña con los dedos llevándolos a sus ojos y apuntando después a los chicos.
— ¡Los vigilo! —dijo con una sonrisa traviesa, después se dió la media vuelta para tocar la puerta de la casa.
Fue Bruno quien abrió la puerta. Observó a Camilo durante unos instantes, al principio no entendía lo que estaba haciendo él ahí, pero al cabo de unos segundos los engranes de su cerebro comenzaron a funcionar haciéndolo caer en cuenta.
— Buenos días, Padre —saludó Camilo, cordialmente—. Estoy aquí para hablar con Matías.
Bruno asintió pesadamente y lo dejó pasar.
Cuando Camilo entró a la cocina en donde todos se encontraban reunidos, fue recibido con algo de asombro por parte de los demás. Justo al entrar, las miradas de Camilo y Lunaria se encontraron y la tensión fue tal que incluso Mirabel, que no tenía absolutamente nada de contexto, supo que algo sucedía.
— Tenías que ser tú —dijo Lunaria, ácidamente mientras desviaba la mirada.
— Ni siquiera sabía que estabas aquí —murmuró Camilo—. De todas formas es a Matías a quien vengo a ver.
Matías le lanzó una hostil mirada. No es que Camilo le desagradara pero intuía la razón por la que estaba ahí. Entendía perfectamente sus razones y comprendía que sus intenciones eran sinceramente las mejores pero ¿Tan pronto? Billizo no llevaba ni veinticuatro horas siendo huérfano.
Camilo lo sabía. No era la primera vez que tenía que presentarse sostener aquella charla y estaba seguro de que no sería la última. Se dirigió con cordialidad y el mayor respeto posible a él y los demás.
— Antes que nada les expreso mis condolencias por la pérdida. Y bien, estoy aquí ahora para hablar sobre Billizo.
Bruno lo invitó a tomar asiento, Camilo agradeció con una sonrisa y se sentó frente a Matías.
— Sé que Billizo está sufriendo. Sé que ustedes también sufren por eso. Y quisiera decirles que el orfanato es el más agradable lugar para él, pero eso sería una terrible mentira. Sin embargo, estará seguro. Tendrá educación, alimentos y un techo. Saben que la directora Julieta es una persona increíble, además de que tendrá la compañía de otros niños.
Camilo hablaba de forma racional y aun así notaba cierta resistencia en las expresiones de Matía, por lo que tuvo que ser lo más claro posible.
— Billizo ha quedado sin un tutor legal, por lo que pasa estar bajo la protección del gobierno —trató de ser suave pero Matías se irguió sobre su asiento, en una actitud amenazante. Aun así, Camilo continuó hablando—. Su condición es permanente hasta la mayoría de edad. Faltan casi cuatro años para eso. Tu tiempo aquí terminará y te irás, pero Billizo seguirá necesitando protección. Lo ideal sería que lo tuviera desde ahora.
Aquello hizo que Matías bajara la guardía. Era verdad. Aunque no le gustara la idea sabía que Billizo necesitaba una estabilidad que Matías no podía brindarle. No podía jugar con el destino de un niño como él. Asi que asintió resignado y se recargó en el respaldo de la silla.
— Te escucho.
Afuera Aylin y Tomás comenzaban a aburrirse luego de apenas dos minutos sin supervisión. Aylin se levantaba de puntillas para tratar de ver lo que había en el interior de la casa.
— ¿Y si vamos a explorar un poco? —preguntó ella, alzando el rostro intentando identificar algo que la atrajera.
Tomás la miró como si su amiga estuviera loca.
— Es la casa del Padre de la iglesia. El anciano ese ¿Qué esperas encontrar?
Aylin comenzó a avanzar un par de pasitos y Tomás fue detrás ella.
— No sé, nunca he estado en la casa de un padre ¿Y si tiene cuerpos amontonados en el sótano? —respondió ella.
Estaban comenzado a adentrarse en el pasillo que llevaba al patio trasero.
— Aylin, estamos en guerra. Hay cuerpos por todas partes —dijo alzando una rama para dejar pasar a su amiga, aunque ella era tan bajita que no era necesario, pero Tomás lo hizo de todos modos—. Sí vas a escapar al menos que sea para ir a un lugar interesante y no esto.
Pero los dos se quedaron congelados al llegar al patio trasero y encontrar a Billizo, sentado en la banca de madera a la sombra de un gran abeto, abrazando sus piernas y con el rostro humedecido por las lágrimas.
— Es un niño… —susurró Aylin y comenzó a avanzar en dirección a él.
— Aylin, dale espacio por favor —dijo Tomás con voz áspera, quedándose en su lugar. Arrugó ligeramente su nariz, se quitó la gorra para acomodar el cabello y volvió a ponerla correctamente.
Ni Tomás ni Aylin habían hablado jamás con Billizo. Aun en ese pueblo conflictivo, estaban marcadas las clases sociales. Los niños del orfanato no solían relacionarse con las familias acomodadas del pueblo.
Cuando Aylin llegó hasta él se sentó a su lado. Ella era una chica alegre, energética pero con un sentido de prudencia demasiado escaso. Hacía cualquier pregunta que le viniera a la mente y esta no fue la excepción.
— ¿Perdiste a tus papás? —preguntó Aylin, tratando de hacerle un poco de compañía—. El maestro nos ha dicho que venía a ver a un chico en esa situación.
Billizo no se sorprendió por su llegada pero tampoco habló. Se quedó mirándola como si intentara descifrar sus intenciones.
Tomás la escuchó desde su lugar y rotó los ojos. Le parecía increíble la poca sensibilidad de su amiga al ser tan directa ante algo que era obvio. Caminó hasta llegar hasta ellos y se quedó de pie frente a Billizo.
— Lo siento, perdona a mi amiga. No tienes que responderle —dijo Tomás, mirándolo con una expresión seria.
Billizó dirigió su mirada hacía él. Sus ojos resplandecían todavía por la capa acuosa de las lágrimas. Sus párpados, mejillas y nariz estaban coloreadas por un rosado intenso y sus labios temblaban ligeramente. Se veía frágil y mucho más joven de lo que era. No respondió, pero la forma con la que miraba a Tomás era mucho más penetrante, como si quisiera leer algo en el rostro del joven.
Tomás sonrió, una sonrisa que derrumbó algunos fragmentos que Billizo había construido entre él y el mundo exterior aquella noche.
— Me llamó Tomás —se presentó. Permaneció sin sacar las manos de su bolsillo, no era un chico muy formal, pero la energía que desprendía le decía a Billizo que podía confiar en él.
— Soy Billizo —habló, por primera vez desde que la granada estalló.
Aylin a su lado, sonrió y habló para disculparse.
— No quise ser grosera —dijo ella—. Es solo que me pareció que estabas demasiado solo. Y yo sé muy bien lo que se siente estar solo cuando pierdes a tu familia. Soy Aylin, por cierto.
Billizo se irguió un poco. No bajó sus piernas de la banca pero al menos desapareció esa actitud indefensa.
— ¿También los perdiste? ¿Por la guerra? —preguntó Billizó a la chica rubia que asintió sonriendo pacificamente.
— Hace casi un año. Los acribillaron cuando entraron a mi casa —respondió ella.
Tomás bajó la mirada y dio pequeños puntapiés a una piedra que descansaba en el césped.
— Intentaron reclutar a mi padre por la fuerza pero cuando él se negó, le dispararon frente a nosotros —aclaró su garganta para continuar hablando. Todavía era difícil contar esa historia — Yo tenía una hermana menor, pero ella se fue hace un par de meses: una bala perdida en un tiroteo. Siento lo de tus padres.
Billizo se perdió mirando un punto en la nada. No era el único que había pasado por eso. Eso no lo reconfortaba pero al menos le daba la esperanza de que en algún momento sería capaz de continuar adelante.
Luego algo hizo click en su interior. No era coincidencia que dos niños huérfanos aparecieran en esa casa justo el primer día en que él mismo se había convertido en huérfano. Se levantó de un saltó de la banca y se dirigió al interior de la casa sin dar más explicaciones. Aylin y Tomás se miraron entre sí, lo siguieron extrañados.
Billizo irrumpió en la cocina haciendo que todos los adultos se girarán de inmediato para verlo. Sus manos estaban convertida en puños, apretaba los dientes con tanta fuerza que la mandíbula temblaba y los ojos enrojecidos fueron a parar directamente a los de Matías.
— ¡No quiero! —gritó decididamente—. No lo hagas, Mati. No dejes que me lleven. Quiero quedarme contigo.
Matías sintió un golpe en su corazón al ver al pequeño suplicando de esa manera.
— Por favor, te lo suplico. No quiero ir al orfanato —Billizo avanzó y las lágrimas comenzaron a resbalar gruesas por su rostro. Llegó hasta Matías que estaba sentado junto a Gabriel, y sujetó la manga de la camisa del castaño—. Déjame quedarme contigo.
Matías cerró los ojos e instintivamente rodeó a Billizo con sus brazos. A la mierda lo racional. Haría lo que él necesitara, por el tiempo que se requiriera.
Abrió los ojos y miró directamente a los de Camilo.
— Lo escuchaste —dijo firmemente —. Billizo se queda conmigo.
Camilo le dirigió una mirada fugaz a Aylin y Tomás que estaban de pie en el umbral de la puerta y ambos se encogieron de hombros, desviando sus miradas en un claro gesto de culpabilidad. Después regresó su atención a Matías.
— Legalmente, su custodia pertenece al estado —dijo Camilo suavemente. Tampoco es que tuviera demasiadas ganas de pelear con él.
Matías le respondió, todavía aferrándose al joven.
— Quiero ver que intenten llevarselo —gruñó ferozmente, luego se relajó un poco más —. Esto no es personal. No estoy en tu contra, pero no lo voy a abandonar.
Camilo le sonrió y se levantó, acomodando la silla en su lugar.
— Ojalá hubiera más personas dispuestas a hacer lo que tú —miró a Billizo—. Si necesitas algo, puedes buscarnos en cualquier momento aunque estoy seguro de que no será el caso.
Camilo le hizo una seña a sus alumnos para que lo siguieran. Aylin se despidió de Billizo con la mano y fue corriendo detrás de Camilo. Tomás le dedicó una última sonrisa y después de algunos instantes se marchó.
Gabriel sabía que no era el momento para dejar salir esa sonrisa boba que amenazaba con escaparse al ser testigo de la acción de Matías. No tenía dudas de que era el hombre perfecto.
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