Diez
Estos últimos días mamá me ha estado llamando. Me dice que puedo empezar a trabajar cuando quiera. Al principio pensé que me quería quitar la libertad, pero nunca la he tenido y al parecer nunca la tendré.
Decidí que ya era hora de empezar a trabajar para lo que me educaron. Empezaré mañana mismo.
Elijo desde ahora la ropa que usaré mañana. Es una compañía prestigiosa por lo cual debería vestir elegante. Tomo unos pantalones de vestir negro con un saco a juego y una camisa de color rosa palido. Para completar elijo unos zapatos de tacón negros.
Mis padres cuando eran jóvenes emprendieron creando una bebida. Es una soda que ha superado las que han habido desde décadas atrás. Los Thompson no se conformaron con eso sino que decidieron volverse multimillonarios trabajando como inversionistas.
Ellos pueden hacer dinero mientras duermen, pero aún así necesitan estar muy presentes en su negocio por lo cual yo también.
Luego de planear el día de mañana tomo una ducha y me pongo cómoda. Me recuesto en mi cama y apago las luces. Me aborda un mal presentimiento, no sé que puede salir mal pero debería estar alerta. El sueño me invade a la hora de siempre y ese pensamiento de mal augurio se queda en un rincón de mi cabeza.
Temprano en la mañana salgo a correr como siempre. Cualquier persona que vea puede ser un agente en cubierto. ¿Qué pensarán? ¿Qué investigan?
Regreso a casa una hora después. Me preparo y estoy lista para el trabajo mucho antes de lo esperado. Observo el patio frontal de la casa a través de la ventana.
Mamá dice que debería contratar a un jardinero que me ayude a mantener las flores y las plantas. Sin embargo sembrar plantas y regarlas se ha vuelto un nuevo pasatiempo para mí.
Diviso el auto mucho antes de que esté junto a mi entrada. Mamá pidió un transporte para mí y yo acepté solo porque no se la dirección de mi nuevo trabajo.
Cierro bien la casa y camino hacia donde está el auto antes de que el chófer se baje de este. El mismo nota que me acerco y sale para abrirme la puerta trasera con un «buenos días» al cual yo respondo con una sonrisa amable.
En el transcurso del camino le escribo a Luke diciendo lo emocionada que estoy. Él por ahora está haciendo planes para crear su propia editorial. Me alegro por él ya que si tiene el beneficio de elegir su futuro según sus gustos.
El vehículo se detiene junto a un rascacielos. El chófer me abre la puerta y me desea un buen día. Yo solo alzo la cabeza para maravillarme con la arquitectura.
Recibo un mensaje de mi madre:
«El conductor me dijo que acabas de llegar. Te espero en el piso cincuenta.»
Me siento tan pequeña cuando entro al edificio. El techo es alto y hay una fuente en el interior. Hay muchas personas vestidas en trajes y cargando portafolios y carpetas.
Camino buscando las escaleras. Al no encontrarlas me acerco a la recepcionista.
—Disculpe. ¿Me podría decir donde están las escaleras?
Ella me escrutina con la mirada como si fuera una novata o algo así. Y eso es lo que soy.
—Ya nadie usa las escaleras. Supongo que buscas los ascensores.
—¿Dónde están, entonces?
Ella los señala con su bolígrafo. Le agradezco y camino hacia ellos. Nunca antes había subido a un elevador.
Espero a que uno se abra para poder entrar, pero no pasa. Tres personas se paran a mi alrededor esperando lo mismo. Veo que uno de ellos presiona un botón con una flecha apuntando hacia abajo. Me sonrojo al pensar que soy una ignorante. No es mi culpa —me excuso mentalmente— nunca antes había visto uno.
Cuando las puertas se abren espero a que en todos y luego entro yo. Pego un respingo cuando todo se sacude y el piso se siente liviano. El hombre que se encontraba a mi lado se ríe en burla.
Todos salen en sus respectivos pisos dejándome sola. Uso la lógica y presiono el botón cincuenta. Las puertas se abren y salgo a un pasillo. Camino leyendo los títulos en las puertas hasta encontrar mi apellido.
La puerta es de cristal por lo cual veo a mi madre sentada en su escritorio, le hago señas y me invita a entrar.
—Bienvenida, hija —saluda poniéndose de pie —¿Cómo te sientes al saber que es tu primer día de trabajo?
—Un poco nerviosa.
—¿Qué te parece si empezamos de una vez? Te estaba esperando con todo preparado.
A eso me refiero con que para ellos soy solo alguien que pueden usar. Ella me pide que tome asiento en un escritorio a la izquierda de la oficina.
—Ese es tu nuevo escritorio por ahora. Cuando veamos tu desempeño puedes tener una oficina como esta para ti sola —informa. Mentalmente bufo pensando: Como si quisiera uno.
Me siento en la silla giratoria. Mi madre camina frente a mi nuevo escritorio y me observa orgullosa.
—Ahí está lo primero que debes hacer —señala la carpeta enorme que está frente a mí—. Si tienes dudas me dices —dice antes de regresar a su lugar.
Abro la carpeta y leo cada palabra de la primera página. No puedo evitar querer leer las cientos de páginas que hay frente a mí.
Una vez empecé a no había vuelta atrás. Leí todo. Las primeras páginas hablaban de los pasos que la empresa va a seguir durante el resto del año. Leo el proceso de como se creará el producto y los ingredientes.
Mi expresión de sorpresa no parece ser notada por mi madre ya que ella sigue concentrada en la pantalla de su ordenador.
En primer lugar el producto, o sea la soda, tiene ingredientes que en lugar de ayudar a las personas son perjudiciales.
En segundo lugar los ingredientes provienen de un tipo de árbol que está en peligro de extinción.
Y por último el mes que viene cambiarán los envases de vidrio por envases de plástico.
Este producto es de los más vendidos a nivel mundial. Su nivel de consumo en muy alto y eso no es para nada bueno. Beneficia nuestro bolsillo y destruye todo a su paso.
Si la cantidad de consumidores aumenta dentro de tres años, el nivel de contaminación incrementaría el triple de rápido que hace un año. Muchas personas morirán y yo seré parte de eso.
¿Debería trabajar por algo que no quiero?
¿Tengo el derecho a negarme?
Me sorprende lo rápido que la palabra de dos letras sale de mi boca.
—No —. Me pregunto si lo imaginé o en serio lo dije.
—¿Algún problema? —inquiere mamá pensando que es otra cosa.
Puedo decir que no pasa nada y seguir, seguir con el trabajo para el que me educaron toda la vida. Puedo rendirme contra mis principios. ¿Qué será más importante? ¿Mi libertad y el bien de todos o el deseo y la ambición de mis padres?
—No —repito.
—¿No qué, querida?
Tengo la oportunidad de retractarme pero mi odio hacia mis padres y lo que me hicieron es más fuerte.
—No puedo y no quiero —decreto, mi voz está tomando fuerza. Me pongo de pie al instante que lo digo.
Puedo ver en sus ojos la confusión que luego cambia por asombro. Se pone de pie y apoya sus manos sobre su escritorio.
—¿No quieres qué?
—No quiero trabajar para ustedes. No quiero que elijan por mí, no quiero ser su herramienta —. Esto es tan irreal, parece un sueño en el que por fin me niego ante ellos. Si esto es un sueño entonces es muy bueno porque siento que libero el coraje que he acumulado toda mi vida—. No quiero, no quiero. ¡No quiero!
Ella se queda pasmada como si no creyera lo que está escuchando. Yo tampoco lo creo.
Suelto una carcajada y me cubro la boca con la mano sorprendida de mí misma. Lo hice. No puedo creerlo, lo hice. Me río ante la situación y empiezo a carcajearme como una demente que pertenece a un psiquiátrico.
Me siento tan bien como si me liberara de un nudo. Me siento libre y me siento loca. Si ser loca es el resultado del la libertad no me importa.
Levanto la pesada carpeta y la lanzo contra un tarro decorativo provocando que este se rompa.
—No puedes hacer esto. Firmaste un contrato.
—¡No me importa el contrato!
—Querida —habla en un tono suave—, hablemos esto con calma. Hablemos de madre e hija ¿Sí?
—¿Madre e hija? —recalco asintiendo con lágrimas queriendo escapar de mis ojos— ¿Dónde estaba la madre cuando más la necesité? ¿Dónde?
—Solo quería lo mejor para ti.
—¿Abandonándome?
Puedo ver como su expresión cambia a una más humana, una más maternal y compasiva cuando sus ojos se cristalizan. Pero no me importa.
Espero su respuesta, pasan varios segundos y no la recibo. Giro sobre mis talones y camino en dirección a la puerta. Cuando ya estoy fuera escucho que murmura mi nombre.
No volteo para verla a los ojos. Voy hasta el ascensor y presiono el botón. Cuando este se abre entro. No hay nadie más, lo cual agradezco.
Cuando se cierran las puertas pienso en todo lo que dije.
¿Qué demonios he hecho?
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