Dieciséis

Barriga llena, corazón contento. Me termino la comida y limpio mi boca con una servilleta. Falta mucho para que sea de noche, entonces debo aprovechar estas horas antes de ir a mi casa.

Regreso al parque y preparo mi voz para cantar ópera. Empiezo y me acostumbro a ser el centro de atención nuevamente.

No calculo cuantos minutos o cuantas horas llevo cantando. Solo veo personas ir y venir depositando dinero en el plato. 

Unos cuantos me graban y pienso que sería peligroso si suben los videos a internet y mis padres localicen donde estoy.

Termino con los últimos tonos de la octava canción y agradezco al público que queda. Todos me aplauden pero una mujer se acerca a mí. Es de mediana edad, tiene el cabello blanco y usa unos anteojos. Cuando está cerca noto que soy más alta que ella.

—¡Bravo! ¡Excelente! —aplaude.

—Gracias —. Me inclino como he visto a los cantantes de ópera hacer después de sus obras.

—Eres muy talentosa, jamás había escuchado a alguien llegar a esos tonos. ¿Dónde aprendiste a cantar así?

—Practico desde los cinco años.

—Y por lo que veo no solo cantas ópera —dice mientras saca su teléfono—. Un amigo mío pasó por aquí y te grabó bailando ballet —me muestra el video.

—Sí. Necesitaba dinero para comer y se me ocurrió bailar en medio del parque.

—¿Quisieras estudiar en mi Academia de Baile? —interpela al momento que me entrega un folleto.— Creo que ya lo sabes todo, pero te puedo hacer famosa. Es un milagro haberte encontrado.

—Se lo agradezco. Lo voy a considerar y la llamo cuando pueda —me excuso y me despido. Reconozco que no puedo confiar en cualquier trabajo que me ofrezcan. Primero prefiero investigar y luego tomaré una decisión. Ya tengo mala experiencia por confiar a ciegas en el negocio de mis padres.

No cuento el dinero en público porque es peligroso. Guardo lo que puedo en los bolsillos y el resto en los zapatos.

Supongo que el dinero es suficiente para comprar algo ropa y una mochila pequeña para guardar el dinero restante y la muda de ropa. 

Camino por la ciudad hasta encontrarme con una tienda. Busco una ropa que me pueda resultar cómoda y una mochila pequeña. Entro al vestidor y me la pruebo. Aprovecho que estoy sola para contar el dinero.

No creí que ganaría semejante cantidad por unas cuantas horas bailando y otras cantando ópera. Si hago lo mismo todos los días puedo ganar lo suficiente para vivir bien.

Una hora después estoy vestida con unos pantalones negros y cómodos y una camiseta gris oscuro camino a los suburbios donde resido.

Tengo que tomar tres viajes en bus para poder llegar. No puedo creer que hubiera estado tan lejos de casa. Para cuando bajo en la estación de mi ciudad el reloj marca las cinco de la tarde.

Camino hasta la playa de al lado y me siento en un lugar poco concurrido a esperar a que anochezca. Las personas se van a sus casas ya que es una playa pública. Me escondo en un baño portátil para que no me echen de allí.

Cuando el cielo ya está oscuro y no hay nadie salgo de mi escondite. Camino hasta la costa y la escalo. Desde la cima puedo ver mi casa. Las luces están apagadas y no se ve ni un alma.

Me muevo hasta donde puedo ver la entrada y hay un auto estacionado. Parece que mi padre envió a unos hombres para que vigilaran por si yo regresaba.

Desciendo las rocas con el mayor sigilo posible. Si tengo suerte puedo entrar, buscar mis cosas y salir sin que me noten. Bajo hasta mi playa y paso entre los pocos árboles que hay para ocultarme.

Me acerco por el patio trasero y me agacho detrás de los arbustos. Alcanzo a pararme por una de las ventanas para ver si hay alguien adentro.

Voy a la puerta y confirmo si está abierta. No tiene seguro, así que entro. Las luces están apagadas y no se siente la presencia de nadie. 

Subo las escaleras hasta mi recámara. Suspiro nostálgica, en estas pocas semanas le he tomado cariño a esta casa. Me dirijo hasta el armario y saco la maleta. 

No me detuve a encender la luz. Estoy tanteando entre mis cosas para llenar la maleta. Siempre guardo todo en el mismo lugar.

Palpo mi tocador en busca de mis papeles importantes. Hecho lo que creo es mi pasaporte en la mochila que compré en la tarde.

Cierro la maleta ya llena y arrimo la mochila al hombro. Salgo de mi cuarto levantando la maleta para no hacer ruido pero unos brazos fuertes me rodean desde la espalda tomándome por sorpresa.

Me sacudo pero resulta imposible zafarme. El hombre que me sostiene es tan alto que mis pies se despegan del piso cuando me levanta.

—Ten cuidado —advierte una voz. La luz de la sala se enciende. Diviso a el hombre que intentó atraparme ayer—. Ella es difícil de atrapar y es muy habil para fugarse.

—Tranquilo. Mira, ella es más ligera que una pluma. Dudo que logre librarse de mí —destaca el gigante que me sostiene.

Muevo los pies pateando en todas direcciones. Mis pies están sobre el aire y aunque logren golpear al hombre no le hacen nada.

Él empieza a caminar y muevo la cabeza para ver si puedo asertar un golpe en su nariz. Nada, parece que no podré librarme de esta. No me rindo y hago todo lo posible. 

—¡Suéltame! —grito. Quisiera gritarle un insulto, sin embargo mi vocabulario no es muy vasto en ese área.

Cuando estamos en el primer piso bajo la cabeza y logro encajar mis dientes en su muñeca. Es asqueroso, sabe a sudor salado. Pero aprieto más mi mandíbula para infringirle mucho dolor.

El hombre suelta una maldición y me deja caer. Caigo contra el suelo y me preparo para correr, mas él me agarra por el brazo y me lanza con fuerza hacia la pared.

La acción causa que me golpeé fuerte en la cabeza y termine mareada. Me incorporo con dificultad y siento una gota caliente recorrer desde mi sien hasta mi mejilla.

—¡Idiota! Recuerda que el jefe pidió que no le hiciéramos daño —exclama el hombre de ayer.

El mismo se acerca y me toma del brazo. Me hala hacia arriba para arrastrarme con él. Reacciono y paso en el espacio debajo de su agarre. Eso provoca que suelte mi brazo y con ese mismo sostengo el suyo.

Paso mi pie entre sus piernas y lo muevo con impulso hacia la izquierda. Él pierde el equilibrio y cuando está debajo de mi altura golpeo su mejilla y su nariz con el puño cerrado.

Iba a continuar con los golpes pero el hombre de gran altura me toma por el cabello llevándome hacia atrás. Me duele mucho la cabeza y el cuero cabelludo.

Llevo mis manos detrás de mi cabeza, donde él tiene su mano, y sostengo su muñeca. Giro sobre mi eje y luego paso detrás de su espalda sin soltar su muñeca.

Pateo sus corvas y él cae de rodillas. Con el dorso de mi mano golpeo su cuello en el punto que me enseñaron y él cae inconsciente.

No termino de pararme cuando el que golpeé en la nariz se abalanza sobre mí. Lanza un puñetazo a mi estómago y siento que mis pulmones se vacían de aire.

Mientras sotengo mi estómago él saca su pistola eléctrica. Logro sostener la parte de abajo de su mano y la empujo hacia el techo. Después empujo su mano repetivamente contra la pared hasta que suelta el arma.

Agarro su nuca y bajo su cabeza con fuerza para golpearla con mi rodilla. Lo suelto y lo dejo retorciéndose de dolor en el piso. Corro hacia la salida y veo que no hay nadie en el auto.

Abro la puerta y reviso que la llave esté puesta. Entro con prisa. Solo sé en teoría como se conduce un auto, nunca antes había conducido uno. 

Lo enciendo y hago lo que recuerdo. Luego lo guió fuera de mi entrada. Conducir no es tan difícil como lo imaginé. Sin embargo mis movimientos son torpes.

Tomo un respiro profundo y acelero. Recuerdo todo lo que pasó. Tanteo mi espalda y me tranquilizo cuando siento que aún tengo la mochila puesta.

París, allá vamos.

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