Capítulo 4


—¿Eh? Es usted... —dijo Sofía, con nervios. 


—No son necesarias las formalidades conmigo, preciosa. —Rostislav,  se paró al lado de ella y ambos comenzaron a caminar a la par, en dirección a aquella mansión. 


—¿Hacías algo aquí afuera? —consultó la chica intentado no parecer tan alterada.


—Si, salgo para hacer las compras —Él le mostró la bolsa del supermercado—, ya que mi mayordomo no puede hacerlo, y no tengo a otras personas que trabajen para mí en mi vivienda. 


—¿Por algún motivo en particular? 


—Sería muy tedioso explicarlo. Dejémoslo para otra ocasión. 


Sofía asintió con la cabeza. 


Llegaron a la mansión, una vez más. La chica se dejó sorprender por la imponencia de esa arquitectura, pero algo le llamó todavía más, la atención. Una de las gárgolas que adornaban el exterior de la casa empezó a moverse. 


Extendió sus alas, tomó vuelo y se acercó hasta Rostislav, posándose sobre uno de sus hombros. 


—Por la cara que pones, diría que nunca te presenté a mis mascotas. —El hombre soltó una risa.


«Qué va, ¿tan difícil era conseguirse una mascota un poco más normal?» —pensó Sofía. 


El aspecto de estas criaturas, era el de un águila, pero parecían totalmente una escultura de piedra, más allá de que estaban moviéndose como si se tratara de un ave normal. El movimiento de sus ojos era muy naturas, hacía sentir su mirada. 


—Ve, descansa. Después te atiendo. —dijo Rostislav, y enseguida esa gárgola emprendió vuelo y volvió a posarse en su ubicación. 


Ambos ingresaron en la casa, aunque esta vez el mayordomo no salió a recibirlos y darles la bienvenida, al menos a Sofía.


Ella tomó asiento en la misma sala donde estuvo el día anterior. El hombre tomó una silla algo alejada para acomodarse justo frente a ella. La observaba de forma imparable, recorriendo su mirada desde los pies de la chica hasta sus ojos. 


La chica le devolvía cada una de las miradas. Él estaba callado, ella no pronunciaba una sola palabra por los nervios, pero logró juntar el valor de soltar algo para matar el silencio incómodo.  


—Que linda casa, por dentro, ¿crees que podrías enseñármela mejor? —Sofía lanzó su mirada hacia todo su alrededor, prestando especial atención a una sala lejana que desprendía un brillo dorado. 


—Ja, por la posición de tus ojos, diría que te llamó la atención mi habitación dorada. Si quieres, vamos y te la muestro. —Rostislav guiñó su ojo derecho, y soltó una pequeña risita antes de ponerse de pie para guiar a su invitada hasta ese lugar. 


Ambos comenzaron la corta caminata hasta esa habitación, tomados del brazo, y sin parar de mirarse mutuamente ni por un momento. 


—¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? —soltó ella.  


—Llevo, unos...¿treinta años? —Rostislav se quedó pensativo unos breves momentos—...no recuerdo bien la fecha exacta en que vine a vivir aquí. Pero puedo asegurar que rondará ese número mi tiempo en esta ciudad. 


—¿Y esta casa la construiste tú? —preguntó la chica. 


—¿Eh? No. Fue parte de un trueque. Un anciano quería mudarse a Europa, asi que me ofreció esta mansión, a cambio de mi casa en mi ciudad natal. —dijo el hombre ligeramente decaído.


—¿De dónde eres?


—Soy de una ciudad llamada Jmelnitsky, en Ucrania —Rostislav lanzó un suspiro—. Sinceramente, muchas veces extraño mi hogar allá. Conocía a toda la gente, tenía mi trabajo...mis amistades...


—¿Aún le cuesta la vida aquí? 


—Si. Desde que llegué aquí, mi vida al principio era bastante solitaria. Una casa tan grande, para un solo hombre. Al principio fue increíble, quería mis momentos a solas, sin nadie a mi alrededor, pero después empecé a sentir la falta de gente a mi alrededor. Lo mucho que me hacía falta compartir una buena charla con alguien y no me daba cuenta. 


—Bueno, ahora mismo estás compartiendo una charla conmigo. —Sofía esbozó una sonrisa. 


—Y te agradezco por eso. Cuando empecé a sentirme solo, contraté un mayordomo para que me hiciera compañía, aunque en realidad, me estaba engañando a mí mismo. Más que nada porque el mayordomo es... —Rostislav se interrumpió a sí mismo y levantó la mirada---...mira, ya hemos  llegado. 


Ante ambos se alzaba una imponente sala con paredes, suelo y techo dorado. Los muebles, super elegantes, compartían el mismo color, que también estaba presente en marcos de cuadros, cortinas y hasta jarrones. 


—Eso se ve increíble —Sofía, anonadada, no podía dejar de observar todo su alrededor boquiabierta—. ¿También te vino así con la casa? 


—Ja, para nada. Esto antes era un baño clausurado y en muy mal estado. Como no necesito, ni daré uso a quince baños, decidí sacrificarlo para convertirlo en esto. 


—Se ve todo muy bonito, pero no me imagino lo costoso que debió ser armar todo esto. —comentó la chica manteniendo su asombro.


—Realmente no tanto. No hay nada de oro real aquí, todo lo que ves, es pintura dorada metalizada y recubrimientos de ese mismo color. Pero me agrada que hayas creído que realmente estaba todo hecho de oro, logré mi objetivo con esta sala: engañar personas. 


—¿Y con qué fin querrías engañar personas?


—Simple, siempre estuve informado de que Latinoamérica es territorio de mucha inseguridad. Armé esa sala también, para que, si alguna vez ingresara algún ladrón, pusiera sus ojos en esto, creyendo que sería oro de verdad, para que no se lleve las cosas que son realmente importantes y valiosas para mí. 


—Oh, en eso tienes bastante razón. Si es así, está muy bien. 


—Bueno, viendo que te gustó mucho esta habitación, a pesar de haberte decepcionado, ¿te gustaría que nos sentemos aquí a tomar un café? —Rostislav sonrió.


—Me encantaría. ¿Puedo tomar asiento? 


—No deberías preguntar eso. Es obvio que sí, ¿por qué no te dejaría sentarte? 


—Oh, disculpe. —Sofía fijó un sofá completamente dorado, con almohadones del mismo tono. 


El hombre llegó a la cocina. Allí se encontraba su mayordomo leyendo el periódico de ese día. Se encontraba con una expresión indiferente, como si poco le importara todo lo que sucedía a su alrededor. 


—Dalibor, ¿puede preparar dos cafés? Uno para mí, y otro para la chica. 


—Mi señor, tu siempre de galán. A ver cuándo te dedicas más a conseguir un trabajo que el dinero comienza a faltar en este hogar. El mantenimiento de esta mansión es bastante costoso, y la alimentación de las gárgolas, ni hablar. —El mayordomo cerró el periódico y lo dejó sobre una pequeña mesa en un rincón de esa cocina. 


—Eso lo sé, ¿pero quién querría tener a alguien como yo trabajando para él? 


—"Alguien como yo", ¿en qué sentido? —preguntó Dalibor acercándose a su amo. 


—Alguien que no es humano.


—Bueno, yo también creía lo mismo, pero algo que sucedió en mi vida me hizo pensar muy diferente. 


—¿Y qué cosa te cambió la mentalidad?


—Bueno, yo soy un fantasma, después de todo. Y aquí estoy, trabajando para usted. 


—Ahí tienes razón. Tal vez tenga alguna probabilidad. Bien lo haré. Ahora que conocí a Sofía e iniciamos con muy buen pie, quiero darle lo mejor que pueda para enamorarla. 


—Excelente, mi señor. Por cierto, no queda café, pero les prepararé un té lo antes posible, si desea. 


—No te preocupes. De todas formas me sirve como excusa para estar con ella charlando un poco. 


Mientras tanto, en la habitación dorada, Sofía no paraba de contemplar la decoración del lugar. Pero algo repentino, la alarmó y la desvió de esa admiración. Estaba sonando su teléfono celular, era una llamada de su amiga Maribel. 


—Amiga, según una notificación que recibí en mi celular, estás a pocos metros de mí. Pero en donde me encuentro, no hay nada de tiendas ni lugares donde hacer trámites. ¿Qué andas haciendo? —dijo Maribel al iniciarse la llamada. 

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