9

Camino con la espalda erguida y sacando pecho, pisando fuerte con mis tacones mientras mi cabello ondea siguiendo el contoneo de mis caderas. Voy de caza. En el centro, la ciudad nunca duerme. Los transeúntes se voltean a mi paso. Sus miradas confirman lo que ya sé: esta noche me veo espectacular. Con un chasquido de dedos podría conseguir a un hombre que termine lo que Wolf dejó a medias, y no hay nada más impulsivo que una súcubo despechada.

Cada tanto alguien me detiene con cualquier excusa, como para pedirme fuego o indicaciones, o directamente para preguntarme cuánto cobro.

Quien me pregunta tiene barba entrecana y los párpados caídos. Parece un poco cansado, un pobre diablo de los que llegan a casa tan de madrugada que su esposa nunca lo espera despierta. Huele a tabaco, y a que hace mucho que no tiene sexo satisfactorio. Puede que duerman en camas separadas.

Conmigo tendría la noche de sus sueños.

Pero aún no he decidido si él será el afortunado.

—Si fuera prostituta, no podrías permitirte mis servicios —le respondo, con una sonrisa tan coqueta que se queda prendido de ella—. Por suerte para ti no soy prostituta. Así que dime, ¿por qué debería acostarme contigo?

—Te haré lo que quieras —me promete con la respiración acelerada—, te comeré entera, te chuparé los pies... lo que tú quieras.

Habla con sus ojos clavados en mi escote, mirándomelo de un modo en que temo que me saque los pechos aquí mismo, en mitad de la calle, y debo admitir que la idea no solo no me disgusta, sino que me excita. Paseo un dedo por su cuello hasta su mentón a lo largo de su barba rasposa, y me acerco a su cara hasta que su aliento a cigarrillos baratos me inunda la boca.

—Te diría que sí —le ronroneo tan cerca que podría besarme a traición—, si no fuera porque no me atraen los hombres que se arrastran.

Abre los ojos de par en par, sorprendido, incapaz de reaccionar cuando me ve dar media vuelta. Poco después oigo cómo me grita a mis espaldas. Trata de llamar mi atención, me insulta, intenta por todos los medios hacerme quedar como una puta barata. Pero no me importa, al contrario, solo consigue que todo el mundo se fije en mí, lo que me beneficia: así tengo más donde elegir.

Unos segundos después, otro hombre me agarra por detrás sin ninguna delicadeza. Cuando me volteo para abofetearlo, tardo un instante procesar que quien me está sujetando es el perdedor al que le acabo de dar puerta.

Parece que se niega a aceptar un no por respuesta.

—Quítame tus sucias manos de encima —le advierto.

—No te atraen los hombres que se arrastran, ¿dices? —masculla, plegando el labio sobre unos dientes amarillos de tanto fumar—. Bien, entonces haré que te arrastres tú.

Sus dedos, que hasta ahora se clavaban en mi cintura, bajan hasta mi trasero y de un firme agarrón me pega contra su cuerpo. Presiona su entrepierna contra la mía, restregándose bajo los pliegues de mi vestido. Tiene más fuerza de la que esperaba. Mientras forcejeamos, noto el duro bulto de su pantalón en mi muslo. Respira en mi cuello, echándome su aliento húmedo.

—Tienes los pezones duros, pequeña puta —gruñe cerca de mi oído, tras dejar un rastro de pequeños besos que me nublan el juicio—. Te estás mojando, ¿verdad?

Odio admitir que sí estoy mojada, pero no gracias a él. Por mucho que me repugne, mi cuerpo reacciona al más mínimo estímulo, sobre todo en una noche como esta, después de que Wolf me dejara con ganas de más.

—Vamos, quiero oírtelo decir, di que te estás mojando —me pide, hurgando con su sucia mano bajo mi carísimo vestido.

Las piernas se me derriten y necesito hacer un esfuerzo sobrehumano para imponerme a la súcubo que llevo dentro. Para mi sorpresa, todavía soy capaz de agarrarlo de la muñeca para sacarlo de entre mis muslos.

Ahora mismo apenas soy dueña de mis acciones, solo puedo pensar en una cosa: sexo. Con quien sea, como sea, donde sea. Tengo los pezones tan sensibles, tan duros, que el simple roce con la tela basta para provocar mis suspiros, y si la tela logra eso, no puedo ni imaginar cómo será una boca.

A nuestro alrededor comienza a arremolinarse una multitud de mirones.

—Aquí no —le digo, apartándolo suavemente.

Por muy excitada que esté, aún guardo un mínimo de sentido común. Tras lo ocurrido en la fiesta, con todos los testigos que hubo del bofetón, es fácil que alguien acabe relacionándome con el atractivo y polémico millonario. Al fin y al cabo, mi elegante vestido grita a los cuatro vientos que lo conozco.

—Vamos a otro sitio, vamos a otro sitio, por favor... —le suplico.

Entrelazo mis dedos con los suyos como si fuéramos pareja.

—Te he dicho que aquí no —me impongo con una sonrisa de enamorada, clavándole las uñas en el dorso de la mano.

Tiro de él a través de la calle hasta que encontramos un lugar perfecto para seguir donde lo habíamos dejado. No es precisamente una suite real. Se trata de un sucio callejón oscuro, la parte de atrás de un bar de mala muerte.

—No le haces ascos a nada, ¿no? —se burla, tras dejarse arrastrar al fondo del callejón.

Bien podría decirlo por él. He tenido sexo con anterioridad en sitios más sórdidos, pero nunca con alguien por quien no me sintiera mínimamente atraída. Una parte de mí quiere rescatar lo poco que me queda de dignidad para dejarlo ahí tirado, no sin antes cruzarle la cara de un buen guantazo. Pero es una parte tan, tan débil que no tiene ninguna posibilidad contra el impulso irracional que se ha adueñado de mi cuerpo.

Wolf me ha convertido en esto.

Tendré uno de mis encuentros callejeros con un desconocido que hasta hace nada solo me provocaba rechazo, está decidido.

—Considérate afortunado —le respondo.

Trata de besarme. Lo detengo posando un dedo en sus labios.

—Tu boca solo podrá tocarme donde y cuando yo dé permiso.

Gruñe sin dejar de manosear desesperadamente mis pechos. Siento los pezones sensibles contra la tela del vestido. Hace rato que mis pechos quieren escapar de mi escote, así que los libero. Le muestro a este patético hombre lo que seguro son los pechos más bonitos que jamás haya visto.

Para él soy una diosa, su cara me lo confirma. Con una media sonrisa de pura vanidad, le ordeno que me demuestre su devoción.

—Cómeme —le digo al oído, usando el más sensual de mis registros.

Muevo a un lado las bragas para indicarle dónde quiero su boca.

—Solo te follaré como a una puta. —Su respuesta me pilla con la guardia baja, y lo que hace a continuación aún más.

Tomándome del trasero por sorpresa, me aúpa para dejarme caer sin el más mínimo cuidado sobre un pequeño contenedor de basura. La dura tapa me lastima la espalda, y antes de que pueda maldecirlo tengo la boca tapada por su mano áspera mientras intenta abrirme las piernas con su rodilla.

Grito, pero de mi boca no escapan más que quejidos ahogados.

Toda esta situación es tan extrema que el miedo me quita las ganas de tener sexo; de hecho, en ningún momento pretendí que las cosas acabaran de este modo. Sí, estaba excitada, y sí, necesitaba que me follaran, pero no iba a dejar que lo hiciera un don nadie, no quería llegar tan lejos. Mi intención era desahogarme usando a un hombre que me diera sexo oral, y ahora es él quien me va a usar a mí como si de una retorcida broma del karma se tratara.

Una potente luz ilumina todo el callejón, cegándome, exponiéndonos.

Con los ojos entrecerrados logro ver que la luz proviene del foco de una moto deportiva de gran cilindrada. Frente a ella se recorta con un halo místico la figura de un hombre alto y ancho de hombros a quien conozco.

Pese al casco, sé que es el señor Adrian Wolf. Solo a él le quedaría así de bien entallada esa cazadora de motorista.

—Apártate de ella —le advierte al hombre que me tiene agarrada.

Su voz se oye cavernosa por el casco.

Pero el hombre hace algo que nadie se espera. En vez de acatar la orden, como haría cualquiera con un mínimo sentido de la supervivencia, me mete dos dedos sin previo aviso, como si quisiera follarme sea cual sea el precio. Su ímpetu me toma desprevenida, arrancándome lo que probablemente son los gemidos más sucios que jamás hayan salido de mi boca.

Gemir así a manos de otro hombre frente al señor Wolf es como firmar mi sentencia de muerte, y pese a todo no puedo evitar hacerlo.

Bueno, para qué engañarnos: ni puedo, ni quiero contenerme.

Wolf me quiso castigar follándose a Lin frente a mis narices, así que se merece probar un poco de su propia medicina.

—Dame más duro —le pido al degenerado que está sobre mí.

Wolf se acerca como un rayo, es tan rápido que apenas me da tiempo a procesar lo que ha ocurrido. De pronto me siento ridícula así, de piernas abiertas sobre el contenedor, pues el hombre que estaba entre ellas ahora está en el suelo, tumbado de un puñetazo sobre una montaña de bolsas de basura.

Wolf se quita el casco y por el brillo endemoniado de sus ojos sé que va a usarlo como arma para rematar al tipo ahí mismo, entre toda la porquería.

—¡Déjalo! —le grito, interponiéndome—. ¡Wolf, déjalo! ¡¿Estás loco?!

Wolf da un paso atrás, procesando lo que iba a hacer. Se pasa una mano enguantada por la cabeza y me mira como si se sintiera traicionado. Después se queda observando un buen rato al hombre al que ha estado a punto de matar.

—¿Por qué lo proteges? Te estaba violando —me dice.

Sus fieros ojos dorados están entelados por un velo asesino.

—Le pedí que terminara lo que usted dejó a medias —respondo.

Wolf frunce el ceño. Su mirada es la de un lobo.

—No intente engañarme —gruñe—, y no se engañe a sí misma.

Resoplo, no quiero discutir. Paso por su lado y su fuerte mano se dispara como un resorte hacia mi brazo, agarrándome cerca de la axila. La textura rugosa de su guante en mi piel me hace más consciente de mi propio cuerpo.

—¿A qué juega, señorita White? —gruñe sin poder contener la rabia y los celos que lo consumen—. Dígame qué pretende con todo esto. ¿No bastaba con humillarme en la fiesta? ¿Tenía que hacerlo también en la calle?

—¿Ahora se arrepiente, señor Wolf? —le digo con mi rostro pegado al suyo—. ¿Se arrepiente de no haberme follado cuando pudo?

Su boca está tan cerca de la mía que bebo de su aliento.

—¿O es que es tan ridículamente optimista que cree que aún está a tiempo? —termino, con una sonrisa victoriosa.

Wolf me mira los labios con expresión sombría, a un paso de perder el control. No es él, sino el íncubo, quien quiere besarme. Por cómo se le enciende la mirada, estoy cien por cien segura de que caerá en la tentación.

—Señorita White... —dice, armándose de paciencia, algo que creía imposible en él, sobre todo en una situación como esta—, con su estúpida actitud no solo pone en riesgo el proyecto, sino su propia vida.

Dice estas palabras con mis labios casi juntándose con los suyos.

—¿Qué es lo que oigo? ¿Preocupación? —me jacto con una risita.

—Señorita White, no juegue conmigo.

—¿O qué? —le acerco deliberadamente mis labios, tentándolo.

Wolf aprieta sus dedos alrededor de mi brazo.

Duele, pero no logra amedrentarme.

—¿Va a hacerme daño, señor Wolf? —le pregunto con un jadeo.

—Créame, señorita White, usted no quiere que le haga daño —me advierte con la voz grave teñida de oscuras intenciones.

Habla con su boca pegada a la mía, no se separa ni un centímetro, está tan cerca que noto su abultada entrepierna contra mi pubis lampiño.

—¿Por qué? ¿Cree que no seré capaz de aguantarlo? —le pregunto juguetona—. ¿O es que teme no estar a la altura de mis expectativas?

—Señorita White, siga buscándome y me encontrará —me advierte.

—¿Qué es lo que encontraré? —ronroneo.

Presiono su labio inferior con el mío, abriéndole lentamente la boca mientras introduzco la punta de mi lengua en ella. Wolf arruga el ceño clavándome una profunda mirada animal, de esas que derriten. Pero no se aparta, en su lugar, me dobla el cuello con un repentino tirón de mi cabello.

Jadeo por la sorpresa, con el corazón desbocado.

—¿Qué encontraré, señor Wolf? —repito, con la cabeza hacia atrás.

Un poco más, solo un poco más, y perderá el poco autocontrol que le queda, me digo, disfrutando de la violenta pasión que transpira.

—¿Quiere saberlo?

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