5

Dos hombres uniformados me escoltan hasta la planta número noventa y nueve, la última del rascacielos, y nada más salir del espacioso ascensor me topo con un hall en el que todo cuanto veo me hace sentir más pequeña y sobre todo mucho más pobre: techos altísimos, acabados de marfil, paredes revestidas de madera oscura, retratos antiguos pintados al óleo, columnas de mármol...

—Hemos llegado —informa uno de los guardaespaldas por el pinganillo.

—Por aquí, señorita, el señor Wolf la espera —me dice el otro, impidiendo que me acerque a un jarrón con aspecto de ser más caro que mi apartamento.

Tras guiarme hasta la enorme puerta doble del despacho de Wolf, los escoltas se quedan fuera, flanqueando la entrada.

—¿No cree que su seguridad es...? —me quedo sin palabras.

Su despacho es tan rico como el resto del hall y la pared del fondo es toda de vidrio, ofreciendo las mejores vistas de la ciudad. Desde este piso 99, los demás edificios, incluso los más altos, parecen postrarse a los pies de Wolf.

Vaya, así que así se siente estar en la cima del mundo, digo muy bajito.

—¿Se le comió la lengua el gato? —se burla.

Wolf está en un sillón elegante, tras un escritorio tan grande que podría montar una orgía encima sin que se le desorganizaran los papeles.

—Su seguridad es excesiva —me repongo carraspeando.

—Solo protejo lo que es mío.

—¿Insinúa que soy suya?

—Usted no —sonríe como si le faltara un "todavía" ahí en medio—, pero su investigación sí.

Aprieto los puños a ambos lados y frunzo el ceño.

Wolf revisa su caro reloj de muñeca, ignorándome.

—Por cierto, ha llegado tarde —dice.

Lo compruebo sacando el móvil del bolso.

—Ha llegado tarde al coche —aclara antes de que pueda contradecirlo.

—¿Se lo ha dicho Alessandro?

En vez de responderme, me dedica una mirada enigmática.

—Además, ha llegado tarde sin motivo aparente —prosigue, analizando mi atuendo de pies a cabeza.

—Si tanto me ha investigado, debería saber que no soy de vestidos.

—No se preocupe, señorita White, le aseguro que la investigaré más... a fondo —me promete, con la barbilla apoyada sobre sus dedos entrelazados.

Cierro los ojos e inspiro, no quiero que note cuánto me altera.

—Podemos ir al grano, ¿señor Wolf?

—¿Tanta prisa tiene? —se burla, insinuante.

—¿Para qué me ha hecho venir? ¿Quiere que hablemos de la estupidez que prometió por televisión? —pregunto irónica con los brazos en jarras—. ¡Hasta que no los sepamos no puede hablar de los efectos secundarios!

—Pensé que se lo tomaría más positivamente.

—¿Por qué iba a tomármelo positivamente? ¿Porque aceptó mi propuesta para modificar el inhibidor y lo hará pasar como un efecto secundario?

Desafío a Wolf con la mirada.

—Estuve pensando en lo que dijo —me responde sin que mi mirada furiosa le afecte— y he llegado a la conclusión de que estaba en lo cierto.

—Wolf, no se equivoque, mi idea es trabajar en una nueva versión del inhibidor que bloquee nuestra libido, la de la gente que es como nosotros.

—Súcubos e íncubos —apunta.

Que insista en hacernos llamar así me saca una sonrisa burlona. Para alguien como yo, una investigadora que solo cree en la ciencia, es difícil admitir la posibilidad de que nuestra condición se deba a algo paranormal.

—No podemos extender ese efecto al resto de la población —respondo.

—Confíe en mí, tuve mis motivos para decir lo que dije.

—¿Qué motivos son esos, si se puede saber?

—Los sabrá a su debido tiempo —contesta, reclinándose en el sillón.

Con la lluvia corriendo por el cristal a sus espaldas parece todavía más poderoso. Wolf es el hombre que mueve los hilos en esta ciudad.

Para él no soy más que un peón en su tablero de ajedrez.

—¿Cómo quiere que confíe en usted, entonces? —lo enfrento.

Wolf inspira profundamente hinchando su pecho bajo la camisa.

—Tendrá que hacerlo —dice.

—Si quiere mi confianza ciega tendrá que darme algo a cambio.

—¿Qué tal que pueda seguir con su investigación?

—Wolf, no pienso responsabilizarme de sus errores.

El multimillonario toma aire y lo libera.

—Señorita White... —me advierte.

Wolf bufa con los ojos cerrados, a punto de explotar.

—Todo lo que prometió en televisión fue un error —insisto.

—Señorita White, le he dicho que confíe en mí.

—Gánese mi confianza.

—Basta —gruñe, dejando caer la cabeza hacia adelante.

—¿O qué? —le reto.

—¡Te he dicho que basta! —exclama, levantándose.

De un tirón, saca a Lin de debajo del escritorio y la tumba encima, subiéndole el vestido sin que ella se resista. Wolf tiene la bragueta abierta, quién sabe desde hace cuánto. Ato cabos, y no hace falta ser superdotada para entender que Lin se la ha estado chupando bajo la mesa desde el principio.

—¿Cuándo aprenderás a obedecer? —le pregunta Wolf fuera de sí.

Lin me mira con sus generosos pechos aplastados contra el escritorio. La mestiza está irreconocible. Tiene el maquillaje corrido y por una vez su mirada no es fría, más bien es la de un conejito paralizado en las fauces del lobo.

—Wolf, e-espere, ¿qué va a...? —tartamudeo.

—Voy a darle su merecido.

Doy un paso hacia él para detenerlo. Pero Lin me pide con un débil gesto que no lo haga, que no interfiera.

—Me lo he buscado —acepta excitada.

Con el corazón a mil, camino hacia atrás en busca de la puerta.

—¿Adónde se cree que va? —me detiene Wolf.

Abro y cierro la boca, sin encontrar las palabras. Wolf tiene esa mirada de lobo tan atractiva. Cuando me mira así, mi cuerpo me traiciona.

Otra vez me tiene paralizada.

—Siéntese —me ordena.

—Wolf —me rio nerviosa—, no creerá que voy a...

—Siéntese —repite más autoritario.

Poco a poco vuelvo junto a mi silla. Gracias a dios todavía guardo una pizca de orgullo, y no me siento.

—Observe atentamente, ahora será testigo de lo que se perdió esta mañana —me informa Wolf, corrigiendo la posición de Lin para penetrarla.

Con un experimentado movimiento de caderas, se introduce en ella. Lin jadea cerrando sus párpados rasgados, acostumbrándose a su tamaño. Pese a que se muerde el labio, no puede evitar gemir suavemente.

—Ah... mmmh...

A medida que Wolf aumenta el ritmo, también lo hace la respiración de su secretaria, que aprieta los puños arrugando papeles.

—Oh, joder, qué apretada estás, me encanta —gruñe Wolf.

Lin suspira de gusto, entrecierra las pestañas.

—Dile a la señorita White cuánto te encanta —la anima Wolf.

Sinceramente, no es necesario que me lo diga, se le nota.

—¿Ha ensayado un guion? —me burlo para relajarme.

Wolf retira un poco las caderas antes de embestir con fuerza, hasta el fondo, como un animal, moviendo el pesado escritorio de madera, provocando que a Lin se le escape un gemido mezcla de dolor y placer.

—¿A usted le parece que está fingiendo? —inquiere con la voz ronca.

Vuelve a embestirla mientras la agarra por el cabello con rabia, frustrado por tener que conformarse con ella cuando es obvio que me quiere a mí.

—¿Tiene el orgullo herido, señor Wolf? —respondo obligándome a sonreír.

Por mucho que me esfuerce en fingir que no me afecta, lo que ven mis ojos no deja a mi cuerpo de súcubo indiferente.

"Vamos Emily, esto no es lo que tú quieres, no seas estúpida" me miento en silencio cuando siento que mis bragas comienzan a humedecerse.

Pero es imposible no desear esto cuando parece que a Lin le están dando la mejor follada de su vida. Viéndola así, con la boquita entreabierta, tiene más aspecto de asiática que nunca, una japonesita que se estrena en el porno.

Wolf, no satisfecho con los gemidos contenidos de su secretaria, detiene el enérgico vaivén de caderas para propinarle un sonoro azote en el culo. Después otro más. Al segundo azote lo siguen un tercero y un cuarto, hasta que el pálido culo de ella se vuelve rojo incandescente. Lin, tan excitada como adolorida, se revuelve suplicando que no la azote más. Pero su forma de pedirlo, como a punto de alcanzar el orgasmo, solo invita seguir dándole.

Lin reacciona a los siguientes azotes con un gimoteo que despierta mis instintos más bajos. Tengo ganas de tocarme viendo cómo es castigada.

Aprieto los puños para mantener las manos bajo control y me siento frente al escritorio, muy cerca del espectáculo. Tengo la sudorosa cara de Lin solo a unos centímetros. Podría tocarla, meterle los dedos en la boca, agarrarla del cabello o darle una bofetada. Wolf la ha sometido de tal forma que siento que puedo hacerle lo que quiera y ella lo recibiría de buen gusto.

Sonrío, complacida de ver a alguien tan altiva como Lin, que me rechazó la mano cuando la conocí, rogándome con la mirada.

Pero más que ayudarla quiero intercambiarme por ella.

—Dele más duro, señor Wolf —le pido.

—Pídalo bien.

Tragándome el orgullo, me corrijo:

—Por favor, dele más duro.

Wolf me mira con esos ojos de lobo hambriento. Cae un relámpago que acentúa las sombras del despacho. Aún llueve a mares. Si de normal impresiona ver a un hombre tan corpulento como Wolf en su faceta más dominante, es aún peor cuando lo hace con una tormenta azotando los rascacielos tras él.

—Ahora sea sincera, ¿se arrepiente de haberme rechazado esta mañana?

—No —miento.

Presiono fuerte los muslos para acallar lo que me nace entre ellos, unas ganas irrefrenables de subirme a la mesa para darnos un festín juntos.

Wolf, más concentrado en mí que en la preciosa chica que tiene delante, amasa el maltratado culo de Lin, diminuto en las enormes manos de él.

—¿Qué quiere que le haga? —me pregunta desafiándome.

Está jugando conmigo, cualquier cosa que le pida será porque me excita; indirectamente le estaré confesando qué es lo que querría que me hiciera a mí, pero no me importa. Ahora mismo solo quiero que siga, probar sus límites.

Respiro profundamente, intoxicándome de libido animal.

—Sujétela por el cabello y enséñele quién manda —le ordeno.

Wolf tiene la mirada ensombrecida, espera que termine la frase.

—Por favor —añado a regañadientes.

Con la mejilla aplastada contra el escritorio y el cabello hecho un desastre en el puño de su jefe, Lin no se parece en nada a la chica que conocí afuera del laboratorio. La mestiza tiene los labios hinchados, las mejillas encendidas y las pupilas dilatadas de puro placer. Le encanta lo que le estamos haciendo.

—Dele duro —repito impaciente.

—¿O qué?

—O no trabajaré en su proyecto —digo sin pensarlo.

Wolf deja de amasar el trasero de Lin, tiene una mirada que asusta.

—¿Me está retando? —su voz, de por sí grave, es aún más varonil.

—Usted ha empezado este juego —logro decir hundida en la silla.

Apenas me reconozco, no sé si quien habla soy yo o mi súcubo.

—Señorita White, yo no recibo órdenes —se impone.

Tras decir esto, se aparta de Lin y del escritorio subiéndose la bragueta, y me parece captar por una centésima de segundo el monstruoso tamaño de su pene. Un "por favor" se me atraganta en la boca, es tarde para intentarlo.

—Si alguien tiene que recibir mis castigos, esa es usted —me informa.

Pongo ambas manos sobre la mesa para evitar las ganas de tocarme.

—¿Qué pretende con todo esto? —pregunto haciéndome la indignada.

Pero Wolf ni recibe órdenes ni da explicaciones.

—Lin, déjanos a solas —es todo lo que dice.

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