19
—¿Qué le contaste a la señorita White? —exijo saber.
Es la décima vez que se lo pregunto. Lin niega haberle dicho nada, es dura de pelar. No esperaba menos de ella. Repito la pregunta y la azoto de nuevo con la pala. Lin chilla, se retuerce haciendo chirriar las poleas.
—Esto terminará cuando tú quieras —le digo, sacudiendo las cuerdas que mantienen a Lin colgada del techo. Está inmovilizada, completamente indefensa por una sofisticada elección de nudos Shibari. Los codos contra la espalda, los antebrazos unidos y las piernas dobladas hacia atrás. En esta posición, destacan sus grandes pechos desnudos—. No me hagas preguntártelo de nuevo, Lin. ¿Qué le dijiste?
—Nada, lo juro. Por favor, señor Wolf...
Interrumpo su mentira con otro golpe de pala. Es una herramienta perfecta para azotar. Rígida, de cuero duro. Pica como el demonio y no deja marcas siempre y cuando me contenga, pero estoy empezando a impacientarme, así que no descarto hacerle un moratón o dos si no habla pronto.
—Lin, no lo niegues.
Empujo su cuerpo, haciéndolo rotar a merced de las poleas. Quiero que sea consciente de lo estúpido que es que me mienta. Estamos en la sala de vigilancia y he configurado los terminales para que en todas las pantallas se muestre lo mismo: Lin susurrando un secreto al oído de Emily.
—Wolf, le prometo que no le dije nada —insiste, a pesar de todo.
Estoy hartándome de sus mentiras. Le doy con la pala en el arco del vientre, muy cerca del pubis. Puede que así recuerde que estoy siendo benévolo con ella. No me costaría nada azotar directamente su entrepierna.
—Lin, ¿por qué no lo admites? —le digo, tan comprensivo como puedo.
—¡Porque no le dije nada!
Esta vez le doy en los pechos. No una, sino tres veces. Lo bastante fuerte como para que se queden totalmente rojos. Lin chilla, se agita mientras la azoto de nuevo en el bajo vientre, todavía más cerca de su pubis rasurado. Es un golpe de advertencia, tan solo pretendo asustarla. Pero no solo no lo consigo, sino que además gime. Normalmente no tiene tanta tolerancia al dolor. Esto es resultado de las feromonas, del tiempo que hace que la mantengo sin sexo.
—Por favor, fólleme... —me suplica.
Golpeo con la pala directamente en su entrepierna, a lo que Lin abre la boca como si su cerebro fuera incapaz de procesar la información que recibe. No me cabe duda de que le ha gustado, su pelvis se sacude con un orgasmo.
Después su barbilla cae contra su pecho, medio inconsciente.
—¿Entiendes por qué te ordené que la vigilaras? —La agarro por el cabello obligándola a levantar la cabeza. Lin me mira con una sonrisa ida y las pupilas dilatadas—. Necesito saber que puedo confiar en ti, Lin.
—Señor Wolf...
—¿Me estás escuchando? —insisto, sacudiéndola un poco.
—Necesito que me dé su polla...
—¿Qué le dijiste a Emily?
Pellizco su pezón, tiro de él con fuerza. Lin gime, se sacude. Las poleas chirrían y tengo que agarrar una cuerda para mantenerla de cara a mí. Repito la pregunta sin dejar de castigarle el pecho. Puedo hacerle más daño, y me aseguro de que ella lo sepa. Puedo colgar pesas de sus pezones. Puedo poner velas debajo. Puedo usar pinzas eléctricas. Puedo hacer muchas cosas, le digo.
Necesito saber hasta qué punto es capaz de soportar la tortura.
—Hágalo —me reta, o me suplica—. No le dije nada...
—Confiesa. En cuanto me digas la verdad te daré lo que quieres.
La agarro de la barbilla masajeando su labio inferior con mi pulgar.
—¿Quieres que te folle?
Lin me mira con esperanza pese a que en el fondo sabe que no lo haré. No puedo, todavía no. Estoy guardándome para Emily.
—No seas tonta, solo dime la verdad —le pido, adoptando un papel más conciliador—. Mira las pantallas que nos rodean, no tiene sentido que insistas en seguir mintiendo. Es tan fácil como repetir lo que le dijiste a ella. En cuanto lo hagas te daré la vuelta y te follaré hasta romper las poleas.
—Usted caerá antes que Emily —replica.
No me gusta su tono, así que la hago callar metiéndole el dedo en la boca. Lin en vez de enfadarse me lo chupa con ansias. Está excitada. Es dura, pero no es de piedra. Emily tampoco lo es. Ninguna súcubo puede soportar mucho tiempo sin sexo, y si voy a trabajar con ellas necesito asegurarme de que puedo mantenerlas bajo control. No permitiré que caigan en manos de Viktor. Eso pondría en peligro no solo la investigación, sino la humanidad.
—Lin, tienes que entender por qué esto es tan importante.
—Wolf, usted solo quiere controlar a Emily —escupe en cuanto saco el pulgar de su boca—, y hará lo que sea para conseguirlo. Está evitando follarme a mí para así acumular feromonas. Cree que puede doblegarla, y es ahí donde se equivoca. No tiene forma de prever quién caerá ante quién, señor Wolf.
—No, Lin, al contrario —le digo, acariciando sus bamboleantes pechos—. Lo que en realidad quiero es que no caiga. Necesito saber que es lo bastante fuerte como para no traicionarme a la primera de cambio. —Mi mano deja atrás su pecho para explorar más abajo—. Ese es, además, el motivo por el que te dejo sin sexo. Pareces desesperada, y no puedo fiarme de una persona desesperada —le digo, sin detener mi mano, que se encuentra entre sus muslos explorando su humedad—. ¿Quieres que te haga correrte?
Lin no tiene ni idea de cuál es la respuesta correcta.
—Confiesa lo que le dijiste a Emily —insisto, mientras muevo un dedo adentro y afuera de ella con estudiada lentitud, haciéndola jadear.
Lin se muerde el labio en cuanto un segundo dedo se une al primero. No me pasa desapercibida la presión que ejerce con sus caderas hacia abajo.
—¿Es que no me debes lealtad? —le recuerdo, proporcionándole una mano en la que frotarse—. Confiesa y dejaré que te corras. Calla y seguiré azotándote.
Retiro la mano antes de que logre terminar. Lin se sacude en las cuerdas, y me encanta cómo se agitan sus pechos aprisionados por nudos. Es la primera vez que la pongo a prueba con tanta exigencia, normalmente le doy lo que necesita mucho antes. Es cierto que ahora tengo un motivo de peso para hacerla pasar por esto, pero no puedo negar que me gusta verla así. Lin está especialmente guapa cuando ponen a prueba sus límites.
Mientras la atormento tocándole el clítoris con sumo cuidado decido que la cara de placer frustrado de ella es suficiente excusa para repetir en un futuro.
—No le dije nada —insiste, para mi sorpresa.
—Bien. Está claro que no sacaré nada de ti —me rindo, sacando la mano de entre sus muslos para a continuación limpiarme los dedos en su cara—. Eres una sumisa con mucho aguante. ¿Puedes soltarte?
Lin me mira confundida. Me alejo un paso de ella y asiento.
—Demuéstrame que no has perdido facultades —la animo.
Entonces se dobla hacia atrás como una contorsionista. Parece una artista del circo del sol adoptando posturas imposibles. Con los dedos de los pies alcanza la aguja con la que se hace el moño. Más que una aguja es un arma, he visto a Lin matar a un grupo de hombres con ella. Es increíblemente hábil, como demuestra al pasársela de los pies a las manos, donde usa la punta para aflojar la cuerda en sus muñecas, y en un instante las ha soltado lo suficiente como para poder aferrarse a la cuerda que la mantiene sujeta al techo. Sin soltarla vuelve a pasarse la aguja a los pies y con un giro inesperado me encuentro la afilada punta a escasos centímetros de mi cuello, más exactamente en la aorta. Podría haberme matado si hubiera querido.
—Te pedí que te soltaras —le recuerdo.
—Es más fácil si está muerto —gruñe por el esfuerzo de la posición.
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