18
—Matt, tengo una buena noticia y una mala —empiezo diciendo.
—¿Estás bien? —pregunta, al oírme rara.
Mi excitación ha de ser demasiado evidente, sobre todo para él, que me conoce mejor que nadie. Después de tres años como compañero de piso y siete días como compañero sexual, Matt puede saber lo que ocurre en mi cuerpo y lo que pasa por mi cabeza con solo escuchar la cadencia de mi voz.
—La mala es que me debo quedar a vivir por un tiempo en la torre Wolf —le digo, tratando de no sonar demasiado entusiasmada.
—¿Cómo? —exclama.
—La buena —prosigo, sin dejarle hablar— es que se ha ofrecido a pagar el alquiler de nuestro apartamento hasta que termine la investigación.
Evalúo la reacción de Wolf. Parece conforme.
—¿Por qué te tienes que quedar ahí? —se queja Matt.
—Es por mi seguridad.
—¿Es que te sientes segura cerca de él?
Wolf no me quita ojo desde la mesa con las manos en los bolsillos, las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y una sonrisa tan amplia que es como si supiera no solo lo que me está diciendo Matt, sino también lo que le que responderé y lo que me contestará él después, así como el devenir de toda la maldita conversación. Es imposible que alguien se sienta a salvo cerca de él, y yo, después de saber que se muere por follarme, menos que nadie.
—Quieres quedarte ahí, ¿no? —adivina Matt.
—No, es que...
Me enrosco un mechón de cabello en el dedo con nerviosismo.
—Es lo mejor —le digo, con una risita estúpida.
—Por lo menos sé sincera.
Matt parece haberse dado por vencido al otro lado de la línea mientras que Wolf está aquí, sonriéndome como si supiera que me tiene en la palma de la mano. Trato de controlar la respiración, de que Matt no me note excitada, que no se piense que lo he llamado para ponerlo celoso ni nada así.
—No me gusta que te quedes a solas con ese controlador —se sincera.
—No, lo sé, pero...
—¿Pero? —me interrumpe.
—Estaremos en pisos separados —trato de negociar.
—¿Estáis en pisos separados ahora?
El silencio que me embarga es de lo más revelador.
—¿Estás con él? —exige saber.
—Bueno, estoy en su despacho, si es a lo que te refieres...
—¿Qué estáis haciendo?
—Nada —le espeto, a la defensiva—. ¿Qué te piensas?
Otra risita nerviosa. La respiración agitada. La cara ardiendo.
—No suenas como si no estuvieras haciendo nada —me acusa Matt.
—Eres idiota —le suelto antes de colgar.
Wolf me está observando con la clase de sonrisa burlona que precede a un comentario ocurrente de muy mal gusto, así que a la vergüenza por esta discusión con Matt hay que añadirle la de haber tenido por testigo a nada más ni nada menos que al capullo multimillonario que la motivó. Si mi cara ardía hace unos momentos, ahora directamente es magna volcánico.
—¿Tiene algo que decir? —salto.
—Deberíais aclarar los términos de vuestra relación —comenta, porque es obvio que tiene algo que decir—. Él sabía a lo que se atenía al meterse con una súcubo. No puede esperar una relación estable y monógama.
El teléfono suena en mi mano. Es Matt, por supuesto.
¿No va a responder? —se burla Wolf, leyéndome las intenciones.
Estoy a punto de hacerlo solo porque es lo que no se espera. Pero no me apetece seguir discutiendo enfrente de él. Presiono el botón rojo de colgar.
—Es una lástima que la acuse de ese modo con lo mucho que usted se está esforzando por no caer en mis manos —me dice, agarrando el respaldo del sillón como si fuera los hombros de una chica—. Si se iba a poner celoso de todas formas, por lo menos que fuera después de haberla hecho mía.
—Pero eso no va a ocurrir —musito.
Wolf saborea mi indecisión como si hubiera conquistado unos metros más en el territorio hostil que interpongo entre él y mi vagina.
—Entonces puede irse de mi despacho cuando quiera.
*
Las oficinas reconvertidas en apartamento estaban en el piso noventa y siete, y digo estaban porque ya no están.
Por surrealista que suene, Wolf chasquea los dedos y puf, donde había archivadores, despachos, cubículos y sillas ergonómicas, hay camas de dos por dos, sofás gigantes, roperos grandes como habitaciones, duchas de hidromasaje y televisores de plasma como pantallas de cine, así de fácil.
Miro a mi alrededor y siento que me sobra espacio por todos lados. Por dios, si hasta hace nada compartía un apartamento diminuto con Matt y todavía nos quedaban sitios en los que no lo habíamos hecho.
—Esto es excesivo hasta para Wolf —me quejo.
No me esperaba que sería capaz de hacer desaparecer sus oficinas de un plumazo, y mucho menos me imaginé lo que implicaría su decisión: todo el personal que trabajaba aquí, la mayoría con cargos directivos, tuvo que ser trasladado a los pisos inferiores, me informa Lin, quien me hace una visita guiada; es decir, muchos metros desaprovechados y mucha gente enfadada.
Puesto que el apartamento está en la noventa y siete, que el laboratorio está en la noventa y ocho y que la altura de las instalaciones son un símbolo de estatus —han de serlo, pues su despacho está en la noventa y nueve—, a lo de haber movilizado a todo el mundo hay que sumarle las envidias.
Wolf les está diciendo a todos sus subordinados, desde al subdirector hasta al conserje, que, después de él, soy lo más importante de la empresa.
—Por si no tenía suficientes enemigos afuera —mascullo, asomada a los ventanales, que me brindan unas perfectas vistas de la ciudad postrándose a mis pies—. No entiendo por qué tuvo que darme tanta notoriedad.
—Para tenerla cerca de él —responde ella con hastío a mis espaldas.
Me estoy cansando de que me hable como si fuera el nuevo juguete de su jefe: desde que nos hemos encontrado no ha hecho otra cosa que insinuar que si me da tantas preferencias es para lograr meterse en mis bragas.
Wolf podría haberlo hecho más de una vez si es lo que realmente quería, así que por fuerza tiene que valorarme por algo más que eso.
—¿Cuál es tu problema? —la enfrento.
Lin solo me observa con frío desdén. En sus duros ojos rasgados, sus pupilas son como profundos e insondables pozos de brea.
—¿Qué pasa? —insisto, cada vez de peor humor.
—¿Por qué no se acuesta de una vez con el señor Wolf?
Frunzo el ceño y doy un paso hacia ella. Lin no reacciona, mantiene esa cara impasible que es como la máscara de un maniquí perfecto. La forma en la que viste, siempre tan impecable con su blusa, su falda de tubo y sus zapatos de tacón, refuerza ese efecto de que es un producto de escaparate.
—Es evidente que usted quiere —continua.
—No me acostaré con él.
—Por orgullo. Está luchando contra su propio instinto.
—No, lucho contra unos impulsos que no son míos —la corrijo.
—¿Es que cree que deja de ser usted misma cuando se deja llevar por las feromonas? —pregunta retóricamente—. ¿Entonces el resto de mujeres del mundo son personas distintas según su ciclo menstrual?
Niego con la cabeza. No es comparable.
—¿Es que ahora no está enfadada? ¿Es que a veces no siente miedo, o tristeza, o felicidad? —prosigue, y es la primera vez que siento que habla desde el corazón, que hay algo dentro de esa cáscara aparentemente vacía—. ¿No se da cuenta de que usted cambia según lo que sienta en cada momento?
—Claro, porque es lo mismo —digo, sarcástica.
—Es parecido, aunque a distinta escala. Las personas normales a veces también hacen cosas de las que después se arrepienten.
—Lin, me masturbé abierta de piernas enfrente de él —la interrumpo.
—¿Por qué no llegó hasta el final, entonces?
Buena pregunta. Wolf solo se quedó observando cómo me tocaba.
—Era un momento tan bueno como cualquier otro —me dice Lin.
—Él no quiso —resumo.
Mi revelación es tan inesperada que incluso el rostro imperturbable de Lin se muestra sorprendido.
—¿Qué ocurrió? —me pregunta con una sonrisa vacilante.
—Le supliqué que me ayudara a correrme y no quiso.
—¿Le suplicaste? —repite con torpeza.
Una mano tímida viaja hasta su sien para colocarse un mechón oscuro detrás de la oreja, solo le falta sonrojarse para que me parezca humana.
—¿Entonces usted quería que se la follara y él se negó? —insiste.
—Esto te está poniendo cachonda, ¿no?
—Mucho. No me juzgue, son las feromonas.
Es cierto, se huele en el aire. El inhibidor que sale constantemente por los difusores del techo no es suficiente para mantener a raya mis instintos.
—Tú me ayudarías si te lo pidiera, ¿verdad? —le pregunto.
—Me gustaría —admite con la frente perlada de sudor.
—Eres muy guapa.
—Gracias. Usted también lo es.
No soy, ni por asomo, tan atractiva como ella. Lin es una belleza clásica aderezada con rasgos exóticos. Es tan perfecta que parece hecha con molde, y no hay nada más excitante que ver uno de esos rostros de catálogo ceder ante el fuego que los consume por dentro, con su expresión de sofoco y los labios un poco entreabiertos, como invitándome a introducir mi pulgar en ellos.
—Pero eres todavía más guapa cuando te excitas, me muero por saber qué expresiones faciales harás mientras me restriego en tu bonita cara.
Lin traga saliva como si la boca se le hiciera agua solo de imaginarlo.
—Me encanta que te ponga cuando pisoteo tu orgullo. Como aquella vez en el laboratorio, cuando estabas de rodillas disfrutando de mi castigo.
—Lo recuerdo —dice, mordiéndose el carnoso labio inferior.
—En el fondo somos iguales.
Lin asiente como bajo los efectos de un hechizo.
—Eres una súcubo, ¿verdad?
—Sí —admite, con las pupilas dilatadas.
—¿Desde cuándo?
Lin gira la cabeza hacia una esquina de la sala, donde intuyo que ha de haber una cámara escondida. La tomo por el mentón para que me mire.
—¿Desde cuándo eres una súcubo, Lin? —la interrogo.
Con un movimiento brusco se libera de mi mano. Lo primero que noto en sus ojos es la batalla que se libra en su interior. Una parte de ella quiere contármelo todo mientras que la otra se lo impide por lealtad a Wolf.
—Tiene que acostarse con él —es todo lo que dice.
—¿Por qué me arrastraría por él si puedo hacer que tú te arrastres por mí? —pregunto, pellizcándole un botón de la blusa mientras me acerco.
—Wolf no nos dejará.
—¿Pero tú quieres?
Por supuesto que quiere, lo corrobora al quedarse quietecita mientras le desabotono tranquilamente la parte delantera. Sus pechos suben y bajan con su respiración pesada, le excita tener mis dedos tan cerca de ellos. Cuando termino, un sostén sencillo de color negro asoma por la apertura de la blusa.
—¿Quieres o no? —insisto, tirando del sostén hacia abajo.
—No importa lo que queramos, el señor aumentará la potencia de los difusores de inhibidor en cuanto tratemos de llegar más lejos.
—¿Te está torturando al mantenerte sin sexo?
—Esto trata de ustedes dos nada más —suspira, para a continuación doblarse ante el contacto de mi uña en su sensible pezón rosado—. Wolf no se acostará conmigo... hasta... haberlo hecho con... usted —dice entre jadeos, mientras se lo acaricio más suavemente de lo que ella desearía.
—¿Qué pretende con eso? —pregunto.
Lin toma mi mano bajo la suya, apretándomela contra su pecho en lo que entiendo que es una petición por un trato más severo.
—¿Por qué no te folla? —exijo saber, pellizcándole el pezón.
No sé si lo que sale de su boca es un grito ahogado o un gemido, lo que sí sé es que el dolor le gusta, y mucho. Ella misma se araña el otro pecho marcándose líneas rojas en la piel blanca.
—No me toca, no me folla, no...
—¿No qué? —se lo retuerzo con saña, a lo que ella deja caer la cabeza contra mi hombro y se muerde el labio mientras respira con fuerza.
—Por favor...
Lin toma mi mano libre e intenta conducirla a su entrepierna, cosa que le impido. No puedo darle el orgasmo que necesita, aún no.
—Lin. Céntrate —gruño, tomándola del cabello para separar su cara de mí—. ¿Qué es lo que pretende Wolf?
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