17.1
Es más fácil menospreciar a Wolf cuando estás lejos de él. Cara a cara, en su despacho, la cosa es distinta. El señor Wolf siempre ha desprendido esa aura magnética que dificulta unir dos frases seguidas, así que no entiendo qué es lo que ha cambiado, por qué ahora me parece todavía más imponente.
Wolf me observa con la mirada sombría. Es grande, y muy alto, más de lo que recordaba, y más guapo, y también más elegante. Pero es una elegancia animal, salvaje. La chaqueta del traje se ajusta a sus hombros anchos a la perfección. Tiene una mano en el bolsillo, la del grueso reloj de muñeca. Con la otra mano se peina hacia atrás, aunque no consigue domar el mechón que le cae sobre la frente. En su cabello hay una nueva veta de canas plateadas.
Parece cansado. No, está hambriento. De mí.
Puede que sea una mala idea permanecer sentada en esta silla.
—Respóndame, señorita White. ¿Quiere trabajar conmigo?
Es la segunda vez que lo pregunta, no habrá una tercera.
—Quiero trabajar en mi proyecto —respondo, dubitativa.
—Viktor Ivanov podría financiarla.
Es una trampa, lo sé, pero me apetece morder el cebo.
—Podría, sí —admito, con los brazos cruzados frente a mi pecho—, y mentiría si le dijera que no he considerado esa opción. Lo único que me detiene es no saber si me permitirá desarrollar mi propia versión del inhibidor.
Wolf se ha girado hacia el enorme ventanal. Pero noto que está nervioso, que me mira a través del reflejo. Tiene miedo de perderme, o más bien de perder el dinero y el poder y su única oportunidad de limpiar su imagen.
—Usted, en cambio, se comprometió públicamente conmigo —añado.
Wolf se vuelve con una sonrisa mordaz en su rostro.
—¿Cómo dice? —pregunta, tan frío que resulta amenazador.
—Me presentó en la gala benéfica como la universitaria prometedora que acabará con el creciente índice de violaciones —le recuerdo—. Las redes sociales hablan de usted, señor Wolf. Está en el punto de mira de todo el mundo y no puede permitirse más mala prensa, la junta directiva acabaría con usted.
Percibo un cambio sutil en su sonrisa, ¿es orgullo?
—Cuando apareció por televisión hablando de los efectos secundarios del inhibidor me dio el poder para estipular mis condiciones —sentencio, aunque no parece afectarle en lo más mínimo—. Pero eso usted ya lo sabía...
Lo hizo a propósito, claro. Wolf, el hombre que lo controla todo, renunció a parte de su control sobre mí para asegurarse de que me quedaría con él.
—¿Qué condiciones son esas? —pregunta, muy seguro de sí mismo.
Hay muchas cosas que podría exigirle, puedo conseguir mucho más de él, seguro, solo que no sé qué es lo que realmente quiero cuando lo veo rodeando el enorme escritorio en mi dirección. Wolf contaba con esto, mantiene la mano izquierda en el bolsillo y esa maldita sonrisa engreída en el rostro.
—¿Es que no me porto bien con usted?
—N-no, lo que quiero decir... es que... —tartamudeo.
Noto la boca seca, las mejillas ardiendo y el corazón latiendo rápido. Me pone nerviosa que esté cada vez más cerca. Podría alejarme de él si mis piernas se dignaran a obedecerme. Las muy traidoras no solo no se mueven del sitio, sino que encima mis muslos se alían contra mí frotándose el uno con el otro, lo que no calma la creciente picazón, si acaso lo contrario.
Márchate, Emily, o esto acabará contigo a cuatro patas sobre la mesa.
—¿Es que no le he dado todo lo que me ha pedido? —pregunta.
Todo no. Hubo una cosa que no me dio.
—¿Hasta cuándo estará resentida porque no me la follé en la cocina del hotel? —pregunta, sentándose en el filo del escritorio frente a mí.
No me pasa por alto el bulto en la carísima tela de su pantalón y me muerdo el labio. El ambiente se siente pesado, denso. En el aire se huelen mis feromonas, o quizá son las suyas. Una gota de sudor se desliza por mi escote. Lo que moja mis bragas, en cambio, no es sudor. No, Emily. Wolf desaprovechó su oportunidad, que se fastidie. Matt se subió al tren que él perdió.
Matt. Piensa en Matt.
Una de las manos que reposa en mi regazo se une a la revolución y también se independiza de mi cerebro: se adentra en mis bragas por sí sola. El dedo entra, sale y vuelve a entrar en mí, me frota el clítoris, me lo pellizca. No soy nada disimulada, y no me importa. He separado los muslos en una posición que seguro resulta de lo más obscena mientras él me observa dándome placer.
Estoy en el despacho de Wolf tocándome como una puta en celo.
—¿Quiere que la ayude? —se ofrece tras verme por un largo minuto.
—Por favor. Por favor, señor Wolf, ayúdeme...
Entonces hace algo inesperado. La mano que todo este tiempo ha estado en su bolsillo extrae de su interior un pañuelo de tela y me lo acerca a la cara.
—Respire hondo —me ordena.
No, no dejaré que me duerma con cloroformo. Tratándose de Wolf, puede que despertara amarrada en un instrumento de tortura sexual.
—Estese quieta —gruñe ante mis pataleos— y respire de una vez.
Tras unos segundos más forcejeando, me vence esa estúpida necesidad vital de renovar el oxígeno en la sangre, así que no me queda otra que dar una bocanada contra el pañuelo que Wolf sostiene pegado a mi boca. Lo que entra en mis pulmones no es cloroformo, sino otra cosa, una especie de droga que me calma, que me transmite paz y me quita de un plumazo la calentura.
Wolf se retira en cuanto dejo de patalear.
—¿Mejor? —pregunta, llevándose el trapo a la nariz.
Ahora que mi cerebro ha retomado el control sobre mi cuerpo, me siento increíblemente patética. Me estiro el vestido y me peino lo mejor que puedo con las manos. Dios, no puedo creer que hace apenas unos minutos le suplicara al hombre que más detesto en el mundo que me ayudara a correrme.
—¿Qué es eso? —inquiero, señalando con la barbilla su pañuelo.
—¿No le suena?
Me lo tiende, y tras inspeccionarlo un poco, tras olerlo de nuevo, por fin recuerdo dónde lo he visto, de qué reconozco este perfume.
Es un inhibidor.
En el exquisito pañuelo de seda importada que Viktor olía constantemente cuando me subí a su limusina.
—Exacto —confirma Wolf, como si me leyera los pensamientos.
—No es posible —mascullo.
—Viktor Ivanov ha desarrollado su propio inhibidor.
—¿Por qué querría contratarme, entonces?
—Porque esto —dice, alzando el puño del pañuelo— es una mierda.
—Está en fase experimental —lo defiendo, pues es mejor que lo nuestro, que por el momento es nada.
—No puede sacar esto al mercado. Hemos estado haciendo pruebas con su producto, no es viable. El efecto tarda en aparecer después de la aplicación y no dura mucho —explica medio pensativo, con la vista puesta en el pañuelo—. Es imposible que lo venda como la solución a las agresiones.
Le echo una mirada interrogativa al señor Wolf. El equipo de Ivanov no solo ha creado el inhibidor, sino que además lo ha hecho con el añadido de bloquear la libido de quien lo usa, exactamente como deseaba hacer yo.
—Piénselo de esta forma —empieza, pasándome el pañuelo sin que mis manos torpes logren atraparlo en el aire—, si alguien quisiera usar ese inhibidor tendría que aplicarse el perfume en casa una o dos horas antes de salir, y solo funcionaría durante veinte o treinta minutos mientras está fuera. Es decir, que solo sería de utilidad si pretendiera dar un paseo rápido o tomar un taxi.
—O una limusina —observo, suspicaz.
—Exacto —me felicita, con una sonrisa afilada—. Para una chica que sale de fiesta, en cambio, el inhibidor no sirve, así que...
Wolf me hace un gesto animándome a terminar la frase.
—¿Por qué crearía un inhibidor que no sirve? —pruebo.
—¿Por qué crearía un inhibidor que parece específicamente pensado para usted y contra usted? —me corrige, separándose del escritorio.
Está de pie frente a mí, lo que acentúa su ya de por sí gran altura. Wolf tapa el sol a sus espaldas como un gigante. No sé qué me pone más nerviosa, si tenerlo tan cerca o que su bulto quede a la altura de mi cara. Bueno, quizá sí lo sepa. Muerdo mi labio inferior y levanto la barbilla para mirarlo a los ojos.
—¿Cómo pudo saber Viktor que usted es una súcubo? —me interroga, posando sus fuertes manos en mis reposabrazos, atrapándome.
Noto cómo me hundo en la silla. Miro hacia arriba sin saber qué decir, abriendo y cerrando la boca. Trago saliva negando con la cabeza.
—Usted no se lo dijo, ¿verdad? —insiste.
Niego de nuevo. Me falta la voz. Estoy húmeda.
Los ojos dorados de Wolf me escanean.
—Usted nunca me mentiría —dice.
Claro que le mentiría. Lo he hecho. Mentí en muchas cosas, como cuando le dije por teléfono que no estaba haciendo nada o cuando le aseguré que nunca más tendría la oportunidad de follarme. Eso era una gran mentira.
¡Hola! Espero que os gustara este capítulo.
Quería aprovechar este espacio para comentaros (supongo que la mayoría lo sabéis, pero habrá quien no) que Wattpad no paga a los autores fuera del programa, es decir, que no gano dinero con esta historia. Puesto que los votos y los comentarios es el único pago que recibo por mi tiempo y dedicación, quisiera pediros que por favor me apoyéis de esa forma. No importa si leeis sin conexión, podéis votar y comentar de todas formas, Wattpad lo envía en cuanto volvéis a tener conexión, aunque sea en una red Wifi gratuita horas más tarde.
Por último, os agradecería un montón si pudierais recomendar la historia a vuestros conocidos o por las redes sociales, todo lo que hagáis, sea pequeño o grande, será bienvenido.
¡Gracias!
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