14
—Por favor Emily, dime algo —me suplica, abrazándome fuerte.
Hundo la cara en su pecho para contener el llanto. Matt huele tan bien y su voz es tan suave y su cuerpo tan cálido que me quedaría entre sus brazos para siempre. No puedo soltarlo, no quiero que me deje nunca.
Me estrecha cariñosamente y me da un besito en la cabeza.
—Tengo un poco de frío —dice, respirando profundamente contra mi cabello—. ¿Podemos seguir abrazándonos adentro?
—Tonto —me quejo con la voz rota, sin separar la cara de su camiseta.
Me toma por la mano y me lleva por un pasillo que conozco pero que se siente distinto, como cuando sigo hasta su casa a alguno de los hombres con los que normalmente me acuesto. Por supuesto, no será así con Matt. Primero, porque es Matt, y segundo, porque sus amigos están en el salón.
—¿Lo que se oía eran petardos? —pregunta uno.
Matt se me adelanta:
—Sí, algún fan de los Fury Bulls.
—Putos cornudos —gruñe el otro.
Por suerte solo han venido dos a ver el partido. Tanto ellos como Matt visten la camiseta roja de los Red Falcons. Hay palomitas sobre la mesa.
—¿Te sientas con nosotros? —me pregunta el primero.
Como el sofá es demasiado pequeño para todos, acabo sentándome en la rodilla de Matt porque me insiste en que lo haga. Después de lo que ha ocurrido, no soportaría quedarme sola en mi habitación, necesito tener la mente ocupada y para eso nada mejor que un partido tonto acompañada de forofos.
Matt se estira para alcanzar las palomitas, aprovechando el momento para abrazarme por el vientre. Cuando vuelve a su sitio, me tiene en su regazo con la cabeza contra su clavícula y mi culo directamente sobre su bulto.
—Me tienes aquí para lo que quieras —me dice Matt muy bajito al oído, y por como me tiene sujeta sé que no se refiere solo a lo sexual.
Presiono su mano bajo la mía. Me encanta tenerlo tan cerca, la forma en que mis dedos encajan con los suyos y cómo su respiración acompasada me hace cosquillas en la pelusilla de la nuca. Matt es perfecto.
De pronto sus dos amigos se levantan gritando.
—¡CHUPAOS ESA, BULLS! —chillan, chocando barriga con barriga.
El jugador estrella de los Falcons acaba de hacer un home-run y Matt no solo no lo ha celebrado, sino que ni se había enterado.
—Matt, ¿en serio? ¡Es el partido más importante de la temporada!
—Perdón, perdón...
Matt me suelta la cintura rápidamente. Había metido una de sus manos un poco por debajo de la ropa y estaba cada vez más cerca de mi pecho. Nunca tuve nada personal en contra de sus amigos. Hasta ahora.
—Creía que estabas a muerte con los Falcons —le reprochan.
—Lo estoy... ¡ARRIBA FALCONS!
Después de dirigirle una severa mirada de advertencia, sus dos amigos agarran otra cerveza y se centran en el partido, todavía de pie.
Tomo la mano de Matt para dirigirla de nuevo a donde me gustaba. Como cabía esperar, no opone resistencia. En cuanto sus dedos entran en contacto con mi cintura, en seguida encuentran el camino bajo mi camiseta. Para cuando quiero darme cuenta, ya están en mi pecho endureciéndome el pezón.
Matt es más sádico de lo que creía, quiere hacerme gemir. Me lo retuerce con saña mientras su respiración pesada me eriza la piel del cuello. Me hace un poco de daño, y me gusta. En este punto, su erección es más que notable.
No puedo evitar mover las caderas, restregándome contra él.
Tenemos a sus amigos dándonos la espalda: vía libre para ir un paso más lejos. Matt baja la otra mano hasta mi pubis y ejerce la presión justa entre mis muslos, ofreciéndome una mano hábil en la que frotarme.
La próxima jugada es clave, sus amigos no nos prestan atención.
Matt desliza sus dedos adentro de mis pantalones, de mis bragas y de mi coño, todo de una, y sin ningún problema. OH, DIOS... La repentina intrusión me hace doblar las rodillas. Matt ha tapado mi boca justo antes de que gimiera.
No me da tiempo ni un segundo para procesar esta locura. Matt me folla con sus dedos a toda velocidad. Me tiene sujeta por el muslo, obligándome a mantener las piernas abiertas mientras me masturba frente a sus amigos.
Oh, dios. Joder, sí. Cómo me pone esto.
Si no fuera porque el volumen del televisor esta altísimo, los dos oirían lo húmedo que suena mi coño cuando la mano de Matt impacta. ¡Henkins va a darlo todo, señala con su bate hacia las gradas! ¿Será este el golpe que dará la victoria a los Falcons? Clavo las uñas en el sofá y muerdo la mano con la que Matt me tapa la boca. ¡TREMENDO GOLPE! La bola vuela, y vuela, y vuela... Me corro, me corro... ¡HOME-RUN!, ¡HOME-RUN! ¡PARTIDO PARA LOS FALCONS!
—¡¡Sí!! —grito, liberándome de la maldita mano de Matt.
—¡¡TOOOMAAA!!
—¡JODEOS, BULLS!
Los dos amigos se funden en un enorme abrazo de oso, profiriendo gritos guerreros y dándose sonoras palmadas en la espalda. Lo celebran como si les hubiera tocado la lotería: saltan y desafinan el himno de su equipo, y de pronto se lanzan sobre Matt, convirtiéndome en el relleno de un sándwich humano.
Me aplastan y me pringan con sus cuerpos sudorosos, lo que significa...
Cuando llego al orgasmo es como soplar un diente de león. Mis feromonas vuelan libres en todas direcciones. Si de normal se sentirían atraídos por mí, en estas circunstancias es como abrir un bote de manteca de cacahuete frente al hocico de un perro. Tan solo puede ocurrir una cosa, y no es buena.
—¿Oléis eso? —pregunta el que está justo encima.
—Huele raro —confirma el otro.
—¿Podéis quitaros de encima? Estáis aplastando a Emily.
En cuanto lo hacen, no me pasa por alto que uno de ellos se recoloca el paquete notablemente hinchado. Matt me retiene en su regazo, posesivo.
—Perdona, Matt, es que...
—Queríamos celebrarlo —se disculpa también el otro.
—¿Podemos celebrarlo otro día, chicos? —les pide Matt, abrazándome fuerte, sin apartar su mano de la parte baja de su espalda.
Respira acompasadamente, no permitirá que sus amigos noten lo muy excitado que está. Quiere amasarme el culo, pero no lo hará hasta que ellos se marchen. Otro no hubiera podido contenerse, Matt me está protegiendo.
—Matt, acabamos de ganar el partido, ¿en serio...?
—Por favor, tenéis que iros —insiste.
Hago un gran esfuerzo para no frotarme contra su polla. La tiene todavía más dura que antes, y a mí no me basta con acabar una sola vez.
—¿Emily qué opina? ¿Quieres celebrarlo con nosotros? —me pregunta el que hace nada se estaba recolocando la polla en los calzoncillos.
Quiero que se marche cuanto antes para poder seguir con Matt. Bueno, eso es lo que opina mi cerebro. Puede que mi cuerpo opine distinto.
—Quiero celebrarlo a solas con Matt —me obligo a decir.
Tienen que irse antes de que la cosa llegue demasiado lejos. Cuanto antes se marchen, menos probabilidades habrá de que alguien pierda el control.
Si uno de ellos se bajara los pantalones...
Si alguien me acercara la polla a la boca...
No puedo hacerle eso a Matt. Quiero ser Emily, no un súcubo.
—Por favor... —les suplico.
—¡QUE OS MARCHÉIS! —les grita Matt.
Uno de sus amigos da un paso atrás levantando las manos. El otro, el que no para de toquetearse el paquete, da uno al frente. Ha olido la manteca y tiene hambre. Matt me aparta cuidadosamente dejándome en el sofá.
—Nunca te pido nada —le dice, encarándolo.
—¿Por qué empezar ahora?
—Tienes dos opciones, o te vas por tu propio pie o te saco a patadas de mi casa —le advierte, con los puños prietos a ambos lados de su cuerpo.
Reconozco la expresión desquiciada en la cara de su amigo. Si no detengo esto ahora mismo, puede acabar muy mal para todos.
—Lo siento muchísimo —intervengo, metiéndome entre ambos—, pero es tarde, hoy he trabajado más de doce horas y me gustaría descansar.
Mi mirada de cachorrito debe ablandarlo, porque después de asentir da media vuelta y se dirige hacia la salida, seguido de cerca por Matt.
—Perdón por ponerme así. Tú eres mi amiga, no tenía derecho a decidir por ti, pero la forma en que te miraba me hizo hervir la sangre —se explica, mientras vuelve al salón después de haber despedido a su amigo—. Quizá sea mejor que hoy descanses, mañana lo hablaremos con más tranquilidad y...
En cuanto me ve desnuda en el centro del salón, se traba.
—Matt, ven aquí.
—Creía que tú y yo nunca...
—Por favor, cállate y acércate.
Meto mis manos por debajo de su ropa como él hizo antes conmigo. A diferencia de otros hombres, la transpiración de Matt huele bien. No necesita perfume, me vuelve loca ese olor varonil que recuerda a madera. Beso su cuello, sus hombros y sus clavículas mientras toco su torso definido.
Matt no tiene los músculos de Wolf, él es atlético pero delgado, fibroso, con las venas muy marcadas en los brazos y en el cuello.
—¿Tienes las venas igual de marcadas aquí abajo? —pregunto juguetona, mientras me agacho lentamente hasta ponerme de rodillas.
—Quiero pedirte algo antes.
Matt es irresistible, y más cuando te mira desde arriba. Jamás pensé que me excitaría tantísimo estar en el suelo frente a un hombre.
—No tuve suficiente con tocarte, quiero más —me dice, poniéndome en pie para acto seguido meter su mano entre sus muslos.
—¿Qué más quieres? —jadeo, abriendo bien las piernas.
—De rodillas. En el sofá. Ahora.
Obedezco, sumisa. Matt se sitúa a mi espalda como si fuera a darme un correctivo. Eso es lo que más deseo, unos buenos azotes. Me merezco un castigo por haber fantaseado con chuparles la polla a sus amigos.
—Emily, saca bien el culo.
Lo hago sin pensarlo dos veces.
—Recibirás diez azotes. Tendrás que contarlos en voz alta.
—¿Qué pasa si no los cuento?
—Comenzaremos de nuevo —me informa.
—Está bien...
Joder, el corazón me late como un loco. Mi coño está encharcado. Quiero que comience cuanto antes, y que me pegue como más fuerte, mejor.
—Diez azotes. ¿Queda claro?
—Sí...
—Podrás detenerlo cuando quieras, solo dilo.
Asiento con el culo en alto. Matt me tiene impaciente.
—Necesitas una palabra de seguridad —me dice.
—Por favor, Matt, déjate de tonterías y azótame de una vez.
—Tu palabra de seguridad será "amarillo".
—Que empieces de una vez —le ordeno.
—¿Ha quedado claro? —insiste.
—Que sí, amarillo.
—¿Me estás pidiendo que pare? —se burla, con la mano alzada.
—¡Matt!
PLAS. El primer azote me pilla por sorpresa, es un latigazo de escozor que me recorre la espina desde la nalga derecha hasta la nuca.
—¡¡Joder!! ¡Pero avísame antes! —me quejo, riéndome excitada.
—¿Quieres que empiece de nuevo?
—¡Uno! —lo cuento.
—Bien, aprendes rápido.
Cierro los párpados y me agarro al respaldo del sofá. El segundo azote hace que me retuerza tanto de placer como de dolor. Jamás pensé que esto me gustaría tanto. Quiero masturbarme, o mejor aún, que lo haga Matt.
—¡Dos! —chillo, sin poder contener una risita de adrenalina.
Después del tercer azote ya siento que me arde el culo. La piel me late, me hormiguea. Probablemente lo tengo de color rojo intenso.
—¿Puedes pegarme un poco más flojo? —mascullo.
—¿Quieres que pare? Di la palabra.
—Quiero que me pegues con más cuidado.
—¿Qué quiere tu coño? —se burla, recogiendo mis jugos con un dedo.
Muerdo mi labio viviendo esa pequeña caricia más intensamente de lo que esperaba. Para ser una súcubo que ha estado con cientos de hombres, mi cuerpo reacciona como si fuera la vez que uno lo toca.
—Está bien, acaba de una vez —le pido, moviendo el culo frente a su mano.
El cuarto y el quinto son un poco más suaves. Matt alterna los azotes con tímidos tocamientos, lo que me pone más caliente.
—¡Seis! —gimo, hundiendo la cara en el respaldo—. ¡Siete!
Matt pasa sus dedos entre mis nalgas y por mis labios. Cada vez que empujo las caderas tratando de frotarme contra su mano, él la retira
—¿Cuánto me harás sufrir?
El azote número ocho me pilla desprevenida. Un grito ahogado se queda atrapado en mi garganta. Toso sin aire. Matt me toma del cabello con una mano mientras acaricia mi sensible culo maltratado con la otra, provocándome.
—¿Quieres que empecemos de nuevo, Emily?
—¡Ocho, joder!
—Quedan dos, ¿puedes aguantarlos o quieres...?
Después de ocho dolorosos azotes no solo me late el culo. Nunca he estado tan excitada, mi coño húmedo palpita como si tuviera vida propia.
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