Terremoto parte 2
Él subió al techo y con dificultad ayudó a Francisca que, ya había perdido toda fuerza de lucha, ya no había persona o alma dentro de ella, estaba resignada. Ya ambos en el techo, con las réplicas de una gran catástrofe bajo sus pies y una cascada de agua que bajaba a gran velocidad, él la tomó de los hombros y la zamarreó.
—Oye niña, ¿Qué te pasa?
—Vamos a morir ahogados… no hay salida.
—Siempre hay una salida, créeme, ¿Por qué crees que sigo libre?, porque siempre se cómo huir de los problemas, y este es uno. Lo haremos.
— ¡Es distinto!, no compares a tu vida delincuente con esto.
—Lo hago, porque así son las cosas. Bajemos—ella asintió y ambos entraron al tren. Sintieron un grito de dolor. Se apuraron en llegar al oscuro lugar— ¿Qué pasa? —preguntó Marcelo.
—Va a dar a luz—le respondió Ale—las contracciones les están dando cada dos minutos, ya viene… no sé qué hacer.
— ¡Sácalo, sácalo, por favor! —lloraba Catalina desesperada. Francisca sentía el aliento agitado de Andrea, y la tensión de Marcelo. Ella tenía que hacer algo, ya tenía experiencia. Algo que le sirviera todos los talleres a los cuales debió acompañar a su madre antes que naciera su hermano. A tientas buscó la ubicación de la mujer. Cuando la localizó se puso de rodillas. Con sus manos tocó la rodilla de Catalina y el hombro de Ale.
— ¿Me ayudas niño? —le pidió al muchacho.
—No sé qué hacer—le respondió.
—Lo sé, pero yo sí.
—Bien—espetó agitado. El corazón de Francisca latía con tanta rapidez que pensó que se le saldría del pecho. Los nervios eran muy grandes y los gritos de dolor de la mujer no ayudaban de mucho.
— ¿Quién tiene algo seco para envolver al bebé? —preguntó la muchacha.
—Yo me puedo sacar el chaleco—espetó Andrea que en un solo movimiento se lo sacó y se lo pasó.
—Bacán, ya… eh… Marcelo, trata de abrir esa puerta y dale el encendedor a Ale para que me alumbre, tenemos que salir de aquí como sea, antes que nos inundemos.
—Así se habla—sonrió y le entregó el encendedor al muchacho—Andrea me vas a tener que ayudar—la chica respondió afirmativamente y ambos se dirigieron a las únicas puertas que tenían una posibilidad de abrirse.
Catalina se quejaba y lloraba desesperada.
—Cata, cata, escúchame—le dijo Francisca—, si pudieras ponerte en cuclillas sería más fácil para ti. ¿Puedes hacer ese esfuerzo?
—S-s-si—susurró luego gritó al venir otra contracción.
—Ale—pidió al muchacho, este rápidamente la ayudo a poner de pie a la mujer. Ahora, ella de cuclillas y tratando de respirar comenzó a empujar con todas sus fuerzas—. Alumbra—el muchacho le hizo caso y encendió la luz. Allí vio a la mujer toda sudada y en cuclillas a punto de dar a luz y, el castaño, mojado cabello y el perfil de Francisca, se quedó en silencio—ahora… ¿Cómo era? —Tomó aire y lo votó—empuja, ¿sí?, ¿Lista para darlo todo?
— ¡Si, solo quiero que salga! —gritó poniéndola más nerviosa. Los tres comenzaron a contar hasta tres. La mujer se esforzó y Francisca vio una pequeña cabeza salir.
— ¡Allí está, empuja un poco más! —espetó emocionada. La mujer lo hizo y Francisca con cuidado tomo la cabeza esperando que todo el cuerpecito saliera, cuando eso pasó el bebé comenzó a llorar haciendo eco en todo el lugar, tanto así que, Andrea y Marcelo escucharon.
Francisca enrolló al bebé y no pudo evitar llorar, era la cosa más rara, linda, extrema y estremecedora que le había sucedido a sus cortos diecisiete años. Se la pasó a catalina y rio sollozando.
—Es niña, no niño—le informó emocionada. La mujer asintió y con ayuda de Ale se sentó y abrazó a su hija.
—Gracias—lloró Catalina al tener a su bebé entre sus brazos.
—H-hay que cortar el cordón… pero hay que esperar diez minutos. Ale ¿Tienes cordones?
—Sí, me lo quito—el chico se lo pasó a Francisca y esta o puso alrededor del cordón umbilical a esperar el momento indicado para cortarlo.
Sintieron un fuerte estruendo, y luego otro más de igual intensidad. Parecían impactos de balas. Francisca palideció, solo conocía a una persona con un arma, y ese era Marcelo, ¿Le habrá hecho algo a Andrea?, de solo pensarlo se aterró, ¿y si le hacía algo al bebé?, no podía. Se puso de pie temblando.
—Debemos salir ahora, ¡Ya! —gritó de pronto Marcelo desde la oscuridad.
— ¿Eso fueron disparos? —preguntó Ale.
—Sí, tenía un arma… la usé para romper los vidrios de las puertas, el agua ya entró al pasillo, debemos salir antes que nos ahoguemos.
—Pero hay que esperar 10 minutos para corta el cordón—chilló Francisca.
—Da igual, córtalo y vámonos. Tendremos que ir a ese lugar con escaleras, allí había una especie de ducto de aire, ahí entramos todos, podemos protegernos si es que el agua sube más, cosa que creo que hará.
— ¿Estás seguro?
—Si—Francisca fue rápido con Catalina y apretando el cordón con todas sus fuerzas, cortó el cordón umbilical.
—Tendrás que dar tu último esfuerzo Cata, la placenta bajará sola.
—Sabes mucho—dijo mientras Ale la ayudaba a levantarse—. No hay palabras para decirte lo agradecida que estoy, de todos—Francisca esbozó una sonrisa.
—Saldremos de aquí… todos—dijo Francisca segura y sin poder creer sus propias palabras.
Marcelo ayudó a Catalina mientras que Andrea felizmente sostuvo al bebé.
Todos saltaron al agua, ahora no se podía caminar, sino, nadar. Así que como Andrea era una de las que sabía nadar, se llevó al bebé, mientras que Marcelo ayudaba a Catalina y Ale llevaba a Francisca quien, no sabía nadar.
El agua cada segundo subía más y más, demoraron unos minutos para llegar a su destino, que ya estaba cubierto por el agua. No se veía nada, pero Marcelo tenía el encendedor seco. Alumbró el lugar y suspiró.
—Cata, abajo hay un pequeño agujero, entra por ahí y sube las escaleras.
—Mi bebé—espetó la mujer preocupada de lo que le podría pasar a su bebé bajo el agua.
—Estará bien, nació aquí, ella es una luchadora—la consoló y la empujó a que pasara bajo el agua—Andrea, has lo mismo… trata de proteger la boca y la nariz de la niña.
—Bien—Andrea con una mano cubrió la boquita y nariz del bebé y la puso contra su pecho. Tomó aire y se hundió, pera que tres segundos después estuviera nuevamente respirando dentro del túnel con el bebé sano y salvo.
—Ahora nosotros—indicó el hombre con el agua hasta el cuello—Ale ayúdala ¿sí? —el muchacho asintió y Francisca con una mano sujetándose la nariz tomó aire, y con la ayuda de Ale se hundió en el agua.
Al igual que Andrea, ambos ya estaban respirando agitadamente en la oscuridad.
—Chicos suban—dijo Andrea—Cata abrió la puerta y ya está dentro, vamos apúrense.
—Ve primero—le indicó Francisca a Ale—esperaré que Marcelo esté aquí.
—Dale, pero apúrense.
—Si—el muchacho subió detrás de Andrea, mientras que Francisca subió unos peldaños para esperar a Marcelo, que asomaba su cabeza. Tomó aire y ese sonido le hizo saber a Francisca que él estaba allí. Suspiró—Vamos—espetó la chica.
—Claro, pero creo que mi encendedor perdió su luz.
—Da igual, vamos—Francisca subió y asomó la cabeza dentro del ducto, pero con mucha dificultad, porque apenas entraba. Se asustó, si ella no entraba, menos lo haría Marcelo, palideció. La cabeza del hombre se asomó.
— ¿Todos bien?, genial—suspiró aliviado.
—No, nada que bien, no hay más lugar, ¿Qué hacemos ahora? —preguntó Francisca desesperada.
—Está bien—interrumpió la histeria de la muchacha—Ya lo sabía.
— ¿Qué?
—Lo siento, pero era esto o todos moriríamos, no me quise arriesgar.
— ¿De qué hablas, imbécil?, ¡Vas a morir! —gritó la chica con lágrimas en los ojos. Todos se quedaron en silencio, solo se escuchaba el agua correr y querer subir donde ellos estaban.
—Pancha… después de todo, ¿Te preocupas por mí?, ¿En qué cabeza cabe eso? —sonrió el chico sabiendo que ella no lo vería.
—En la mía… no hagas esto—sollozó con el corazón adolorido—Porfa, no lo hagas—al hombre le salió una lagrima y esbozó una sonrisa.
—Gracias niña. Pero he hecho cosas muy malas en mi vida… y si esto recompensa un poco el alma de los que me llevé, bienvenido sea.
— ¿Cómo? —preguntó horrorizada y con la nariz mojada.
—Te iba a matar por plata—ella calló por completo, ¿ese era su objetivo? —, ¿Ves que no vale llorar por un imbécil como yo? —el agua le estaba llegando a los tobillos. La puerta solo se podía cerrar por fuera, así que no tenía mucho tiempo—. Bien, fue un gusto, felicidades mamá, chao.
— ¡Espera! —lo detuvo Francisca, estaba temblando y aun con un agujero en su corazón que no podía cerrar ni con todas esas lagrimas que caían por su cara. A pesar de lo que había dicho, no podía ocultar el hecho de que él había cumplido con su promesa. No lo conoció lo suficientemente bien, pero sabía que en una situación así las personas se mostraban como eran realmente, y él fue muy amable y considerado con todos, con ella. Lo abrazó agarrándolo por sorpresa y llorando como nunca lo había hecho. Marcelo tomó aire para no quebrarse allí mismo.
Nunca en su vida había sentido unas ganas tan grandes como esas de llorar. ¿Cómo en tan poco tiempo la chica se había vuelto tan considerada con un pobre diablo como él?, no lo sabía, pero agradecía poder vivir para ver un milagro caer sobre él, esa chica definitivamente era su sueño, su esperanza de que si podía ser mejor persona si lo intentaba, lástima que lo descubrió un poco tarde.
—Cuídate—le susurró a la muchacha y se zafó de su agarre. Bajó unos escalones y cerró la puerta rápidamente con el pestillo. Francisca comenzó a gritar más fuerte aun traspasándoles toda esa tristeza a los demás, que también comenzaron a llorar.
Él se había ido, él no volvería, él se había sacrificado…
***
Los minutos se hicieron eternos. El bebé se alimentaba del pecho de su madre y los demás tragaban saliva para no desvanecerse de la sed. Francisca aún seguía apretujada al lado de Ale que estaba en silencio dentro de sus pensamientos.
De pronto algo mojado sintieron bajo sus pies y se dieron cuenta que el agua iba entrando.
—Dios, no. ¡Dios, no! —gritó Andrea. No se podían mover para poder escapar, solo se quedaron allí mojándose.
Ninguno de ellos dijo algo después de ese grito que dio Andrea. Solo se escuchaban los sollozos de la misma chica y el llanto del bebé. ¿Ese era el fin?, ¿en serio el sacrificio de Marcelo no había valido nada?, ¿Qué tan cruel podría llegar a ser la vida?
Francisca sollozó solo de rabia e impotencia, iba a morir, luchó para sobrevivir y eso no era lo que le molestaba, sino, Marcelo, solo él.
El ducto comenzó a moverse despacio y luego agarró un ritmo fuerte y constante. Todos comenzaron a gritar. Andrea abrazó a Catalina y Ale a Francisca, mientras que la tierra rugía nuevamente en busca de los últimos pilares en pie. El movimiento fue largo y ruidoso, al igual de movido. Medio minuto después la puerta del ducto se abrió bruscamente y el agua se sintió irse rápidamente de allí. Todos quedaron agitados al ver la sorpresa. El agua se había ido. Ale asomó la cabeza y sacó una mano para cerciorarse de eso.
—No hay agua, se fue el agua—se hizo pasó entre Andrea y Francisca y comenzó a bajar.
— ¿Qu-qué haces? —le preguntó temerosa Francisca y asustada.
—Ver si el agua se fue completamente o solo un poco, esperen—antes que ella se opusiera, el chico bajó ágilmente por las escaleras y pisó el cemento sólido. Suspiró. No sintió ningún otro ruido, inclusive, se atrevería a decir, que veía una luz al final del túnel. Subió nuevamente esperanzado y sacando las últimas fuerzas que le quedaban— ¡No hay agua! —Informó—, podemos bajar y salir de aquí, apúrense, creo que hay luz.
— ¡¿En serio?! —preguntó Francisca.
—Si—ella suspiró.
—Vamos, con cuidado, ¿sí?
—Bien—respondieron al unísono Catalina y Andrea.
Ahora los cuatro, mejor dicho cinco, bajaron hasta sentir el piso firme bajo sus pies, y como a Ale había dicho, se veía luz. La alegría de tal vez salir vivos de allí no la podían ocultar. Con cuidado de no pisar escombros y otras cosas biológicas que ninguno quiso ni imaginarse que eran, emprendieron camino a la luz. Instintivamente se tomaron de las manos.
Sus corazones estaban extrañamente sincronizados, la emoción de poder salir, de tener otra segunda oportunidad, de ser supervivientes de una catástrofe que ellos no esperaban, pero que era un secreto a voces de hace años, los golpeó como una cachetada en la mejilla.
Cada paso que daban, cada suspiro, cada respiración y sonrisa furtiva que salía por sus labios, era una esperanza, una que en el transcurso de las horas habían perdido, pero que, a pesar de eso, volvía con más fuerza y determinación.
Una tenue luz se asomó a ellos y sin darse cuenta ya están en el andén. Sonrieron al ver que estaba despejado. Tomaron la escalera de servicio para subir al andén y con cuidado se dirigieron a la salida. Francisca iba de las primeras, seguida de Ale. Atrás con más calma iban Andrea, Catalina y su bebé.
Subieron la escalera, pasaron por las pequeñas puertas de salida y nuevamente se dirigieron a la escalera, pero esta vez con cuidado, ya que la luz que emitía desde el exterior era demasiado fuerte para sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad. Francisca se sostuvo del barandal y subió con los ojos cerrados, no quería esperar para tomar el aire, para correr donde su familia y llorar, llorar y llorar. Cuando al fin sintió que no había más peldaños, ella, dio un pequeño paso hacia delante y de a poco trató de abrir los ojos, pero le era difícil.
Esperó un minuto y luego nuevamente intentó hacerlo, pero esta vez con resultados más positivos. Los abrió de a poco y pestañeando varias veces para que sus ojos se acostumbraran nuevamente a la luz, cuando al fin pudo hacerlo se congeló. La ciudad parecía salir del peor libro de guerra que alguna vez pudo leer.
Los edificios estaban destruidos, algunos caídos, otros les faltaba una parte importante de su fachada. Muchas personas corriendo de un lado a otro, ambulancias, patrullas de carabineros, bomberos y militares en la ayuda de civiles afectados. Miró al cielo para ver lo despejado que estaba, la lluvia no se vería por mucho tiempo.
—Esto… es increíble—dijo Ale.
—Lo sé, y lo más increíble que lo hizo la madre naturaleza—respondió Francisca.
—Eso es más tétrico aún.
—Pero estamos vivos—dijo Andrea detrás de ellos. Ambos asintieron sin despegar la mirada del desastre. Ahora se venía lo difícil, volver con sus familias y esperar que estuviesen bien.
—Creo que debemos llevar a Cata a un hospital…—alcanzó a decir Francisca antes de mirar a sus nuevos amigos, pero en especial a Ale. Abrió los ojos como platos al darse cuenta de quién era. Pelo castaño muy mal cuidado por lo sucedido, ojeras, sangre en la ropa, y los inconfundibles ojos color avellana que le gustó la primera vez que lo vio. Era él, sin duda alguna. Las lágrimas escaparon por si sola y un pequeño alivio en su alma se asomó por sorpresa. Ella se había resignado de haberlo perdido, pero no, allí estaba él, todo ese tiempo él había estado con ella, sin darse cuenta.
—Francisca te encuentras bien—ella asintió ante la pregunta del muchacho. Él la abrazó sorprendiéndola aún más.
—Mucho gusto, me llamo Alejandro, y pensé que te habías muerto—ella sonrió aun con las lágrimas aflorando.
—Yo también pensé que habías muerto—susurró. Él la abrazó más fuerte aún. Esto era extraño para ella, que él reaccionara de esa manera ante su presencia, será que ella, ¿Nunca fue invisible para él?, si era así, se sintió estúpida por nunca haberle hablado.
—Chicos—los interrumpió Andrea. Ambos la miraron y Francisca se percató que a ella también la conocía. Era la chica que a veces veía al otro extremo del andén, su cabellera rubia y lindo uniforme de escuela privada era imposible no admirar. Los abrazó a ambos y sonrió—. Llevemos a Cata al hospital—ellos asintieron y se acercaron a la mujer que cargaba a la pequeña criatura. Todos se asomaron a ver a la pequeña he hinchada bebé que abrió con dificultad uno de sus ojos. Todos rieron.
— ¿Cómo le pondrás Cata? —preguntó Ale.
—Ustedes pónganle un nombre—los chicos se miraron entre ellos, hasta que la vista se clavó en Francisca. Ella esbozó una sonrisa triste.
—Marcela—a Catalina se le cristalizaron los ojos.
—No sé qué habrá hecho ese hombre, pero nos salvó y es lo mínimo que podría hacer por él, gracias Pancha—Francisca asintió ante esas palabras y entre los tres la ayudaron a ponerse de pie y llevarla al hospital.
Francisca vio por última vez la entrada principal. Allí se hallaba el peor día de su vida, tomaría mucho tiempo para poder subirse a un tren nuevamente. Cuando ese día llegara, definitivamente, todo para ella habría cambiado, al igual como cambió su vida en una abrir y cerrar de ojos.
Aprendió una lección muy significativa, la vida te puede dar sorpresas muy grandes y que es tan corta que no te das cuenta que pasa hasta que la pones en riesgo, y de allí el arrepentimiento será tu mejor amigo, ya que él será el único que te acompañará recalcándote lo que no hiciste, pero que quisiste hacer, y que debiste hacer. Hoy fue la tierra su amiga fiel. Mañana, nadie lo sabe.
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