Terremoto parte 1
Francisca como todas las mañanas corrió al metro. La lluvia que había golpeado la ciudad de Santiago hace días, hacía que el desplazamiento fuera complicado. Calles inundadas eran el mayor problema para la chica de diecisiete años. Con agilidad, una que solo una chica que hace futbol por las tardes tiene, saltó cada posa, cada río —como le llamaba ella, para hacerlo más emocionante—, y cada cosa que le pudiera impedir la llegada a su destino.
De lejos, con algo de emoción, y corroborando la hora, vio la estación de metro, que le servía de transporte cada mañana de hace ya cuatro años. Desde hace dos, se había convertido en el lugar de encuentro con un chico.
No sabía cómo se llamaba, ni siquiera a que colegio asistía. Ni hablar de su edad, puede ser que fuera menor que ella, ya que Francisca cursaba su último año en el colegio. En todo ese tiempo, ella jamás se atrevió a acercársele, aunque las ganas no le faltaban, pero era demasiado tímida. ¿Cómo ibas a hablarle a un desconocido sin parecer una psicópata?, jamás lo haría, no le iba a decir: “Hola, soy Francisca y te observo hace dos años”, claro que no, prefería seguir siendo una chica más en las mañanas, por lo menos que él notara su presencia, ya que ambos siempre tomaban el mismo tren, a la misma hora.
La pequeña tregua que la lluvia había hecho desde la mañana había acabado. Las gotas se posaron encima de su cabeza y una manta de agua la sorprendió. Corrió más fuerte aun protegiendo su cabeza con su bufanda, ya que el gorro de lana que su madre le había tejido el invierno pasado, no ayudaba de mucho.
Cuando llegó a la estación, bajó con cuidado y pagó su pasaje con prisa. Con paso rápido llegó al andén para ver si estaba, pero para su sorpresa, él, no se hallaba donde siempre. Suspiró con algo de decepción, tal vez para él era más difícil llegar al metro. Caminó hasta el principio del andén, donde se aseguraba un buen espacio para ella, y donde no tendría que correr si resultaba el tren más corto. Allí se iba todos los días junto con él, o sea, en el mismo vagón, no juntos. Vio el tren aproximarse al andén. Era definitivo, él no estaría.
A esa hora de la mañana, hacia donde se dirigía, iba relativamente vacío el tren, pero si mirabas al frente, te darías cuenta que el lugar donde estaba el colegio de Francisca, era un punto privilegiado para ella. Si hubiera elegido uno, hacia la otra dirección, se le hubiera hecho imposible subirse a un metro cómodamente, ya que siempre iban repletos. Se sentía afortunada.
—Disculpa…—Francisca se volteó para ver a un hombre con capucha, empapado por el agua y parecía agitado. Se sacó la capucha para mostrar su barba de tres días y un cabello revuelto. No parecía más de veinticinco. La muchacha no sabía si le hablaba a ella o a la otra escolar que estaba a un metro de distancia. Él le sonrió a ella—, ¿Este va hacia Vicente Valdés? —le preguntó cortésmente. Ella asintió—. Gracias, estoy un poco perdido, de allí no sé qué hacer—dijo algo acomplejado. Francisca esbozó una sonrisa, era obvio que le estaba pidiendo ayuda desesperadamente.
— ¿Dónde vas? —se atrevió a preguntarle.
—A Macúl.
—Ah, pero es fácil, yo voy hacia la otra dirección, pero te pudo decir donde combinar—se ofreció. El chico sonrió.
— ¿En serio?, te pasarías para buena persona. Siempre me pierdo cuando llego a Santiago. No sabía que el metro se llenaba tanto o que todo se inundaba, tuve que venir aquí para darme cuenta que amo donde vivo—comenzó a hablar. Francisca lo encontró algo simpaticón y amable, era imposible ignorarlo.
— ¿De dónde eres? —continuó la conversación.
—Valdivia, ¿Has ido? —ella negó con la cabeza. El metro ya estaba deteniéndose donde ellos—. Deberías ir—ella sonrió. De pronto se percató de un chico al lado del tipo con quien había entablado una conversación. Era él.
Estaba jadeando y su cabello y chaqueta completamente empapados por el agua. Cruzaron miradas y Francisca la desvió rápidamente. Aunque no podía negar lo lindo que se veía. Las puertas del metro se abrieron y todos quienes estaban en el andén entraron, haciendo que se ocuparan todos los asientos disponibles, Francisca se quedó de pie. No le gustaba sentarse.
—Y... ¿Cómo es Valdivia? —preguntó mirando al chico que se quedó a su lado apoyado en la puerta que miraba hacia la línea del metro.
—No lo sé—Francisca frunció el ceño, ¿estaba bromeando?, el chico se acercó a su oído. Ella sintió algo que apretaba su costilla—. Si haces algún movimiento brusco, no solo tu morirás, sino, todos en el vagón, ¿Entendido? —le susurró. Francisca comenzó a temblar y asintió preocupada. ¿La estaba apuntando con un arma?, tragó saliva.
Miró de reojo a todas las personas. Una mujer embarazada, una pareja de ancianos, uno que otro escolar, mujeres y hombres, y él. Su mirada se detuvo en el chico que se estaba sacando la chaqueta para que la humedad no traspasara a su ropa seca. Él levantó la mirada y la cruzó con la de Francisca, que sin darse cuenta, con lo ojos de terror, le pedía ayuda.
El muchacho desvió la mirada hacia la ventana, al parecer no había captado que la muchacha estaba en pánico. El hombre se acercó más a ella poniendo el arma más fuerte sobre sus costillas. Francisca no sabía exactamente qué era lo que quería ese tipo, no traía dinero ni nada de valor.
Sintió como nuevamente el muchacho la miraba, ella ya estaba con los ojos cristalizados del susto. Eso lo alarmó. Observó disimuladamente al hombre para notar que algo malo sucedía entre los dos. Pasó su chaqueta por su ante brazo y se acercó lentamente a ellos sin ser notado.
El hombre levantó la mirada viendo sus intenciones, iba a sacar su arma y apuntarla contra él, pero de pronto un sonido retumbó por todo el vagón.
Todos se quedaron mirando al techo o a cualquier lugar que hacía parecer de dónde provenía el horroroso ruido. El tren seguía en movimiento y un segundo después éste se movió más de lo acostumbrado, mucho más. Las luces comenzaron a pestañear, y las personas que iban de pie caían al suelo de rodillas afirmándose con fuerza. Francisca se tomó del asiento para no perder el equilibrio. Su captor hizo lo mismo, al igual que el muchacho. El tren se movió de un lado para el otro saliendo de las vías y sacando chispas por los costado, el chillido de los fierros chocando entre sí rebotó por el lugar, sobre todo dentro del túnel.
El metro se detuvo de golpe haciendo que todos cayeran, incluso quienes iban sentados. Francisca perdió el equilibrio con el fuerte movimiento y ella, junto con el hombre se fueron en contra la pared, para luego ella como rebote, se arrastrara bajo los asientos, golpeándose la cabeza.
Todo se volvió oscuridad y calma, solo se sentían como unas pocas gotas de agua caían por los túneles.
***
Francisca abrió los ojos recordando todo lo ocurrido. El pánico la invadió y comenzó a gritar, ¿Qué era todo eso?, ¿Cómo había pasado eso? Su corazón se contrajo al no tener aire. Las lágrimas apeligraban en aparecer. No veía nada, todo estaba tan oscuro. Con dificultad se sentó en el suelo, quería levantarse pero unas manos la detuvieron.
—Oye, para…—susurró la dulce voz de una muchacha. Francisca miró a todas partes para sentir dónde provenía la voz—. Estas viva, ¡oigan está viva, no murió? —gritó con un hilo de voz, parecía emocionada hasta las lágrimas.
—Gracias al cielo, pensé que se había hecho daño—se sintió una voz más adulta y melodiosa de mujer—agh—se quejó. Sintió como la mano que la tocaba se iba, y un pequeño sonido de pies se alejaba.
— ¿Está bien? —preguntó la muchacha.
—Sí, solo está pateando—le respondió la mujer. Francisca frunció el ceño.
— ¿Qué pasó?
—Un atentado—respondió la muchacha un tanto alarmada. Francisca sintió nauseas.
—No, Andrea, no fue un atentado…—tomó aire la mujer y luego lo votó—, fue un terremoto—la corrigió.
— ¿Te-terremoto? —preguntó Francisca un poco descolocada. Nunca se imaginó eso. Sintió una puntada en la cabeza, el dolor del golpe era fuerte, pero por suerte ya no sangraba.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó de pronto la chica.
—Francisca…—respondió abrazando sus rodillas. Se preguntaba que era de su mamá, su papá, su pequeño hermano. ¿Sabrán de ella y en la situación que estaba?, ¿Cuánto tiempo había pasado?, no lo sabía, parecía todo tan rápido.
—Yo soy Andrea, y ella es Catalina, su bebé se llama Joaquín—se presentó. Francisca alzó la vista hacia la voz. ¿Bebé?
—Eres la mujer embarazada—espetó horrorizada—. Dios, ¿estás bien?, el techo se cayó encima de todos… ¿Cómo están vivas? —preguntó preocupada. Andrea suspiró sonoramente y Francisca sintió como la chica se sentaba a su lado.
—Bueno, ambas quedamos entre medio de los asientos. Cayó el techo, pero el trozó fue tan grande que quedó atascado entre ambos asientos—respondió calmadamente, al parecer se sentía feliz de estar viva— ¿y tú?
—Me quedé debajo de los asientos.
—Los milagros existen hasta en las situaciones más difíciles—acotó Catalina, la mujer embarazada. Francisca la había visto de reojo, pero se notaba que ya estaba en sus últimas semanas, así estaba su mamá cuando estaba esperando a su hermanito. Las palabras de la mujer la dejaron muda, ¿Milagro?, estaban encerradas. Comenzó a observar el lugar, que con la densa oscuridad no podía ni ver sus manos, ni aunque las pusiera frente a su cara. De lejos divisó el gran agujero en el techo, era más claro que todo el lugar, un gris opaco, pero que si no estabas atento no podrías distinguir del resto del lugar.
— ¿Y los otros pasajeros? —se le ocurrió decir Francisca. Las chicas se quedaron en silencio. Francisca abrazó más fuerte aun sus rodillas y algunas lágrimas se les escaparon.
—Bueno…—interrumpió Andrea—los de los otros vagones no tengo idea, pero los de aquí… no responden… solo tú lo hiciste—respondió con un tono de tristeza. ¿Estaban muertos?, Francisca se tapó la boca con ambas manos, no podía ser cierto, si era así… él… el chico por el cual iba temprano a clases… también lo estaba. Comenzó a sollozar. Andrea no esperó mucho para pasar su brazo por encima de los hombros de Francisca en forma de darle consuelo con un abrazo. Aunque, ella no lo tendría, menos en una situación así—. Está bien, no te preocupes, saldremos de aquí sanas y salvas.
— ¿Te lo crees? —Respondió Francisca secamente— ¿Te crees esa mentira?, si fue un terremoto no somos las únicas que estamos en problemas, nunca supe que uno fuera tan grande como para descarrilar un tren completo—se secó la cara, y sorbió su nariz.
—Si no pensamos así, es mejor que nos rindamos y ya, ¿No es más fácil?, ¿crees que no tengo ganas de salir corriendo y llorar?, tengo familia también, y al igual que tú, no sé cómo están. Solo tengo la esperanza que los volveré a ver con bien… por lo menos que con ellos estén bien me conformo—espetó en un regaño muy poco disimulado. Francisca se quedó en silencio, la chica era de armas tomar.
—Lo siento—dijo rápidamente, sabía que había cometido un error.
—Está bien, no te preocupes, ahora esperemos a que ellos lleguen y nos digan que tal.
— ¿Ellos?, ¿Quiénes? —de pronto sintió unos golpes y pasos venir a ellas. Alguien estaba moviendo los escombros para abrirse paso. Un pequeño improperio la hizo reaccionar. Era un hombre, no cabía duda, por todos sus quejidos.
—Tenemos un problema señoritas… ¿aún están ahí?, mierda no veo nada—dijo de pronto una voz masculina y profunda.
—Sí, sí, aún estamos, ¿Qué pasó? —chilló Andrea emocionada.
—No es por alarmar, pero es imposible abrir las puertas… estamos encerrados—Francisca frunció el ceño, esa voz la conocía, ¿Dónde la había escuchado?, trató de hacer memoria.
—No, ¿ahora qué haremos?, ¿Dónde está el Ale? —continuó Andrea.
—Aquí—respondió otra voz, igual de profunda y masculina, pero más joven—. Tenemos que romper los vidrios. Podríamos salir por las ventanas, pero están trancadas, además la Cata no podría salir… la cosa es que vayamos todos—dijo el muchacho.
—Sí, pero no hay nada que podamos usar, traté de golpearla, pero nada—espetó el otro hombre. Francisca aun creía saber que conocía esa voz. Cerró los ojos y comenzó a recordar, luego de unos segundos lo pudo ver todo claramente dentro de su cabeza, era él.
—Tu…—susurró—, el que viene de Valdivia—se puso de pie dificultosamente. La oscuridad la estaba desesperando—. Me dijiste que venías de Valdivia, ¿No es así? —sabía que era un maldito delincuente. Iba a gritarlo, pero recordó que llevaba un arma, así que decidió no decir nada que alarmara a los demás.
—Oh, eres tu… si, si, así que estás viva, que bueno—ella gruñó por dentro. Quería verle la cara y quería ver que tan demacrado estaba y golpearlo. Se tocó los bolsillos para buscar su celular, pero no lo traía con ella, lo había dejado dentro de la mochila.
— ¿Alguien tiene un celular?, la oscuridad me incomoda—preguntó sorprendiéndolos a todos.
—Francisca… si tuviéramos celulares no estaríamos a oscuras—dijo Andrea obviando la situación. Eso era cierto—. El mío se quedó sin batería, el de Ale se quedó en su casa, el de la Cata lo dejó en su bolso, y el de Marcelo se rompió.
—Exacto, con el golpe se me rompió—respondió Marcelo. El delincuente tenía nombre, y algo le hacía pensar a Francisca que mentía. Se mordió el labio, eso no le gustaba—. Pero como dije, no se puede salir… a menos que—se quedó en silencio.
— ¿Qué?, ¡habla hombre! —le gritó Andrea.
—Salgamos por el techo… había pensado en ir a buscar ayuda.
—Yo voy contigo—interrumpió el otro chico.
—No Ale, debes quedarte con las mujeres, iré solo—el muchacho se quedó en silencio, al igual que las otras dos mujeres. Francisca tenía un mal presentimiento, que fuera solo era peligroso, ¿Y si escapaba sin ayudar a nadie?, él fue capaz de apuntarla con un arma y amenazarla con dañar a los demás.
Meditó la situación por un momento. Lo que Andrea le había dicho, que solo se conformaba con saber que su familia estaba bien, le llegó profundo. Sabía que sus papás estarían bien, y su hermano mejor cuidado no podía estar. Tomó aire, nunca en su vida se consideró valiente, no se arriesgaba mucho, pero desde hace dos años había cambiado un poco. Por el chico que se fue, por la mujer y ese bebé, por la chica y el otro chico, se cercioraría que ese hombre cumpliera con lo que estaba prometiendo.
—Yo iré contigo—interrumpió el silencio. El hombre no respondió. A ella le hacía falta la luz para ver su cara, no sabía si reía o estaba enojado.
—Es mejor que vaya solo, una chica debería…
—Yo iré—insistió—. Puedo ser de gran ayuda, ya que conozco el camino, y dudo que tu lo sepas, ya que vienes de Valdivia.
—Bien, vamos—ella asintió. Luego se dio cuenta que no se podían ver—. Vamos y volvemos, quédense aquí, Ale cuídalas… yo iré con…
—Francisca.
—Claro, Francisca. Toma mi mano, y no te pierdas—ella dudó un momento, pero le hizo caso.
Todos se despidieron de ellos y ambos abrieron paso al gran agujero que había en el techo. Ahora tenían que ver la forma de subir.
—Mira, subo primero y luego te ayudo, ¿Te parece? —le preguntó Marcelo, Francisca frunció el ceño.
—Mejor apoyémonos en los asientos y subimos por separado. No confío en ti.
—Si no confiabas en mí, porque me acompañas, ¿Eso es lógico en tu cabeza? —Francisca se tensó, claro que no lo era.
—Porque ellos al parecer si confían en ti, ¿Podemos concentrarnos en lo que es importante?, salir de aquí—con cuidado se subió a un asiento y se apoyó en la cabecera de éste, se afirmó en el pasamanos y se puso derecha. Tocó el borde del techo, y con todas sus fuerzas y de un solo salto, se subió. Se sentó en el sucio techo y miró a su alrededor. Solo había oscuridad.
— ¿Ya subiste? —preguntó el hombre abajo.
—Sí, apúrate—le respondió arrastrándose de rodillas por el amplio lugar. El hombre no demoró mucho ir junto a ella, silbó.
—Sí que no se ve nada, deberíamos tener alguna linterna o celular.
—Lo más probable es que tú tengas uno.
—Si tuviera uno ya lo usaría para llamar a carabineros o a alguien que nos ayudara—Francisca se quedó en silencio. A él no le importó. De a poco se acercó al borde y el espacio que quedaba en la puerta. Bajó allí, se apoyó y de un salto bajó al suelo, más bien a una posa de agua—. Mierda, esto está mojado—espetó Marcelo. Francisca le siguió el paso, pero cuando ya estaba apoyada en el pequeño espacio, no sabía cómo seguir bajando.
— ¿Me puedes ayudar a bajar? —pidió algo irritada.
—Ah, sí, espera… ¿Dónde estás?
—Aquí, donde bajaste, no aguanto—Francisca sintió como el hombre la tomaba, pero no antes de tocarla, ella solo se dijo a si misma que lo hacía porque no había luz, no porque fuera un maldito aprovechado—Ese es mi culo, imbécil—le reclamó cuando el hombre le rozó el trasero.
—Lo siento—la tomó de la cintura y la bajó con cuidado. Francisca se dio cuenta que si había mucha agua, le llegaba hasta los tobillos. Unas goteras se oían alrededor —. Caminemos hasta la estación, ¿te parece?
—Mmmm—respondió. El hombre suspiró.
Ambos comenzaron el camino de retorno a esa estación en donde se conocieron. Ella solo quería ir a ver si podía salir, si era así, su casa quedaba cerca, quería ver si todos estaban bien. De pronto un fuerte remezón los hizo caer al agua. Un gran ruido los asustó y el movimiento cedió. Francisca quedó con toda su delantera mojada.
—Malditas replicas, espero que no se produzca otro terremoto—dijo Marcelo poniéndose de pie, Francisca también lo hizo. Su respiración se agitaba, le faltaba el aire—. El aire no circula bien… algo anda mal, vamos rápido.
Le ordenó el hombre. Ambos comenzaron a andar con un paso más acelerado empapándose más de lo que estaban. Siguieron así por cinco minutos, y con un poco de preocupación, se dieron cuenta que la cantidad de agua subía, antes estaban en sus tobillos, ahora en las pantorrillas. En el camino no dijeron nada, la falta de oxígeno dentro del túnel los estaba afectando, así que prefirieron no emitir palabra para guardar ese preciado tesoro que los ayudaba a permanecer vivos.
En un momento Francisca sintió que él no seguía caminando, ella también se detuvo.
— ¡Mierda! —gritó fuertemente. Tocó su bolsillo y de este sacó un encendedor. Con él iluminó un poco y Francisca se sorprendió, después de un buen rato al fin veía algo de luz, una tenue, pero luz al fin y al cabo.
Podía ver la cara ensangrentada del hombre, su ropa y cabello completamente empapados, ¿ella estaría igual de demacrada?
— ¿Tenías un encendedor todo este tiempo? —lo reprendió él se acercó a ella y la obligó a mirar al frente. Ella palideció cuando vio como un montón de escombros de hormigón tapaban lo que era una estación de metro—Mi-mierda—susurró.
—Esta, está cerrada, tendremos que ir a la otra—dijo jadeante por el cansancio. Ella estaba igual, si caminaba más de lo debido ya no podría seguir—. No podremos, no hay aire… nos estamos sofocando aquí. Pateó el agua—debe haber una salida de emergencia, algo…—espetó un poco cabreado. Francisca suspiró, ¿así que así eran las cosas?
—Es mejor que volvamos… algo está mal con tanta agua—la chica parecía preocupada, ahora el líquido le llegaba a las rodillas. Marcelo levantó un pie y supo de inmediato que eso no estaba bien. Otro movimiento brusco los hizo alejarse de los escombros. Las réplicas cada vez eran más frecuentes y fuertes.
—En el camino busquemos una salida de emergencia… por si acaso, no perdemos nada—propuso Marcelo.
—Sí, mejor…
Ambos, con encendedor en mano, con fatiga, el agua hasta las rodillas, sin aire y cansados, emprendieron camino de vuelta al tren, pero atentos a su alrededor. Con algo de desánimo se dieron cuenta que no había por donde huir o salir, estaban atrapados.
La muchacha entró en desesperación, y en mitad del trayecto se puso a llorar. No era tan fuerte y esto la estaba superando, no volvería a ver nunca más a su familia, ni a sus amigos, jamás sabría si estaban bien, ella moriría encerrada por la falta de oxígeno y el agua que los estaba inundando de a poco. Marcelo se acercó un poco a ella, no tan cerca, pero lo suficiente como para consolarla. Ella se sentía rara, ahora era tranquilizada por la persona que la había amenazado de muerte. Irónico.
El agua subía tranquila por sus piernas, hasta que sintieron un pequeño sonido a lo lejos.
— ¿Qué es eso? —preguntó Francisca más tranquila.
—Agua—respondió el hombre. Le hizo un gesto para que lo siguiera y vieron cómo se acumulaba agua en un hueco. Él apagó el encendedor y se puso de cuclillas para entrar a un túnel angosto, pero lo suficientemente grande para que el entrara sin problemas. Éste se extendía verticalmente, y contaba con una escalera, ¿podría ser una salida? —. Hay escaleras—dijo emocionado—. Espérame aquí, veré qué onda—ella asintió preocupada, ¿y si se iba?, no quería quedarse sola. Ahora no quería. Él lo notó—. Oye, no me voy a ir, ya me volví bueno—le informó y sin mirarla subió.
No le importó el cansancio, él apuró el paso y llegó hasta el final. Allí había una especie de puerta cerrada, no traía candado, así que le fue fácil abrirla. Cuando lo hizo asomó su cabeza dentro para ver un pequeño espacio, donde no entrarían más de cuatro personas. No era una especie de escape, era un ducto de aire sin salida. Maldijo por su mala suerte. Bajó lentamente y cuando llegó al suelo el agua ya le llegaba a los muslos, se tensó, ¿Cómo había pasado tan rápido?
— ¿Francisca? —la llamó.
—A-aquí—tartamudeó la chica, estaba entumida— ¿Y?
Él encendió el encendedor y negó con la cabeza. La chica asintió derrotada, y ambos siguieron el camino.
Cuando ya llegaron al tren y estaban pensando como entrar nuevamente, sintieron una explosión. Ambos saltaron en su lugar. De pronto el agua comenzó a correr como un río, y en un segundo a otro empezó a subir más rápido que antes. Marcelo contra la corriente estiró su mano con el encendedor, entre cerró los ojos, y bajo la tenue luz vio como el agua caía del cielo de hormigón. Miró a Francisca, que se tapaba la boca con horror. El lugar se estaba inundando, con ellos adentro.
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