Su Última Huida
Ciudad de Nueva York, 1934
Erik se preparaba para dejar entrar a su próximo paciente cuando Carl, su mano derecha, irrumpió en la oficina de su clínica con una expresión desesperada en su severo rostro. El temor se apoderó de él al ver a su amigo en semejante estado.
Carl no era un hombre joven, con poco más de cincuenta años, tenía un rostro endurecido por las malas experiencias pasadas y ojos oscuros, casi asesinos. Su expresión estoica y seria era un rasgo permanente en él, pero en ese momento sus ojos parecían salvajes y temerosos... Algo nada característico de su persona.
―¿Qué pasó? ―Sus ojos verdes miraron, por unos cortos segundos, la foto de su esposa sobre su escritorio. Ella le sonreía de manera tranquilizadora en la imagen en blanco y negro.
―Smith nos traicionó. La sanguijuela envió a los coppers detrás de nosotros y llegaron al almacén tiroteando a todo al que veían. La mayoría de los muchachos están muertos, pero unos pocos sobrevivieron y los envié a esconderse ―susurró Carl, tratando de recuperar el aliento mientras apretaba su agarre sobre el Tommy Gun bajo su gabardina―. Algunos coppers me están siguiendo, así que tenemos que desaparecer rápidamente.
―Leah debe ser escoltada fuera de la ciudad ―dijo el doctor, quitándose su bata blanca y poniéndose la chaqueta gris de su traje. Fue hacia la puerta y llamó a su secretaria.
―No se preocupes, jefe. Mickey se está ocupando de la señora Caster.
Un suave golpe sonó en la puerta antes de que una pequeña rubia de unos veinte años entrara tímidamente en la habitación.
Su jefe le ordenó cancelar las citas restantes y cerrar la clínica una vez que despachara a los pacientes. Ella casi le preguntó por el motivo, pero una mirada a su rostro sombrío y la expresión seria de su compañero le dijeron que mantuviera la boca cerrada, fuera de los negocios de hombres.
Después de que la joven fuera conducida fuera de la oficina, el Doctor sacó la pistola Colt de 1911 que guardaba en un compartimiento oculto de su escritorio y la escondió dentro de su chaqueta, agarró su bolso, se puso el sombrero y se apresuró fuera de la oficina seguido de cerca por Carl.
Sentía como si fuera ayer cuando tomó el manto de su padre y abrió su consultorio médico para encubrir sus negocios. ¡Diez años! Diez años de palizas, asesinatos, chantajes, contrabando de alcohol y armas, y mucho más para mantener el imperio de su padre. No... ¡SU jodido imperio sólo para ser apuñalado en la espalda por uno de sus hombres más confiables! Un hombre que había llorado a su lado y ayudado a vengar la muerte de su padre. El enorme sentimiento de traición hervía la sangre bajo su piel.
Juró matar al bastardo, lentamente y sin piedad. Nadie se metía con Erik Caster, "El Doctor", y vivía para contarlo.
Una vez que dieron un paso sobre la concurrida calle principal, los oficiales de policía llegaron corriendo desde el lado izquierdo con sus armas listas.
―Ha sido un placer, Erik. Cuídate ―susurró Carl antes de empujarlo hacia la multitud que huía y descubrir su Thompson debajo de su abrigo para disparar a los coppers.
El Doctor corrió, mezclándose con la multitud, escuchando cómo mataban a tiros a su último amigo como si fuera un animal en la calle. Sólo cuando se encontró a una distancia segura disminuyó la velocidad hasta caminar y se atrevió a mirar hacia atrás. La multitud que ya se estaba congregando hizo imposible ver a su compañero, pero aun así su mandíbula y sus puños se apretaron mientras su vista se empañaba.
―Gracias, viejo amigo. Encontrémonos en el infierno ―Santificándose, ofreció una pequeña oración para que Carl encontrara una muerte rápida a la vez que doblaba una esquina y continuaba por la acera a un ritmo constante.
El sol había comenzado a descender cuando pasó junto a las oficinas de empleo. La fila de personas que esperaban seguía siendo enorme, incluso con la inminente llegada de la noche.
Desde que la depresión comenzó en 1929, las personas de todas las razas y estratos sociales habían perdido más que sólo sus trabajos. La pobreza y el hambre corrían rampantes en la Gran Manzana por lo que las enormes líneas de espera eran algo común. La gente hacía cualquier cosa por la pequeña posibilidad de encontrar un trabajo que les permitiera poner pan sobre la mesa; algunos incluso dormían en la acera, protegiendo su lugar en la línea y esperando robar el lugar de los que se fueron a casa.
La mayoría de los últimos muchachos que había reclutado provenían de esas líneas interminables donde la desesperación crecía y la esperanza disminuía con cada día que pasaba. Muchachos que probablemente estaban todos muertos gracias a Smith.
―Disculpe, señor ―Un tipo lo llamó desde adelante―. ¿Tiene algunas monedas de sobra para comprar pan? Mi esposa está encinta y yo... Le prometí algo de comer cuando regresara a casa ―suplicó el hombre negro, extendiendo la mano hacia él.
Erik se detuvo y golpeó la mano del hombre antes de que éste pudiera tocarlo.
―No te atrevas a poner un dedo sobre mí ―Su voz denotaba odio e ira, lo que hizo que las demás personas en la fila se alejaran del afroamericano―. Aquí tienes. Para tu lastimosa mujer ―Le arrojó un par de monedas al hombre y rápidamente se marchó. Sería imprudente causar más conmoción ya que el gobierno utilizaba agentes de policía para patrullar las líneas.
Maldito tonto, tratando de tocarme. ¡Él y toda su gente deberían ser expulsados de nuestro país!
Apretó los dientes al recordar los gritos de su madre cuando un negro había intentado violarla durante una fría noche de invierno. Por fortuna, él estaba a su lado para detener el acto atroz. Esa noche, las manos de un niño de doce años se tiñeron de rojo con la sangre de su primera víctima. Esa noche, las palabras racistas de su padre, como su madre solía llamarlas, habían demostrado ser correctas. Los negros se convirtieron en matones y violadores en sus ojos.
****
El tiempo transcurrió mientras caminaba por la ciudad de Nueva York evadiendo las calles principales y tomando callejones oscuros como atajos.
Ya había llegado el anochecer cuando un destello blanco llamó su atención. Echó un vistazo alrededor, pero sólo encontró la oscuridad y el hedor a basura podrida sobre el suelo del callejón.
―Erik.
Una voz femenina lo llamó, haciéndolo voltear a el camino a sus espaldas.
No había nada más que una vieja tubería que goteaba sobre la escalera de emergencia del edificio. Cada ruidosa gota de agua que caía parecía coincidir con los latidos de su corazón.
El tiempo se ralentizó mientras esperaba a que la voz volviera a hablar, pero recibió algo diferente como recompensa. Mientras esperaba con su cuerpo tenso, las manos picándole por sostener su Colt, alguien respiró contra la parte posterior de su cuello y le tiró el sombrero al suelo. Su mano tembló asustada mientras sacaba su arma del bolsillo interior de su chaqueta. Pensamientos incoherentes pasaron por su mente pero una cosa quedó atrapada dentro de su cabeza: aliento frío.
Aliento helado.
¿Cómo podía alguien enfriarse tanto durante una noche cálida de pleno verano? Podía sentir el calor que subía del suelo después de un día soleado y sin nubes, así que no era lógico...
―¡Erik!
Esa vez, cuando la voz lo llamó, se giró y disparó la pistola Colt de 1911. Tres balas golpearon la piel pálida de una hermosa mujer de largos cabellos blancos e intensos, casi brillantes, ojos dorados. Ella tocó su pecho, los dedos cubriéndose con rapidez de rojo, y le sonrió burlonamente antes de que su voz sonara dentro de su cabeza.
Fallaste, cariño.
Su imagen se desdibujó y desapareció, como algo salido de un sueño, dejando un policía sangrando en su lugar. El tipo abrió los ojos y trató de alcanzar su arma, pero ya era demasiado tarde. Se desplomó en el suelo justo cuando una mujer del otro lado de la calle comenzó a gritar, pidiendo ayuda.
Erik se quedó allí parado, su mente tratando de comprender lo que acababa de suceder. Si él le disparó a una mujer entonces ¿por qué un copper fue quien murió por heridas de bala? ¡No tenía ningún sentido!
Tienes que moverte, Erik. El dick que viene no se fallará como lo hiciste conmigo.
La voz de la mujer rubia canturreó dentro de su cabeza. Trató de seguir su consejo pero sus pies estaban enraizados en su lugar, negándole su escape.
―No me puedo mover ―gruñó en respuesta a su petición mental.
Su risa resonó dentro de él un momento antes de que unas manos delicadas, pero fuertes lo empujaran hacia adelante. Eso era todo lo que él necesitaba. Un momento estaba congelado por la conmoción y al otro se estaba moviendo, saltando sobre el policía muerto y escapándo de aquel callejón.
El fuerte estruendo de disparos alcanzó sus oídos y balas rozaron en su mejilla izquierda, calidez descendiendo por su piel en segundos. Erik rápidamente lanzó su brazo derecho hacia atrás y disparó a ciegas tratando de encontrar un buen lugar para cubrirse.
Una segunda lluvia de balas cayó sobre él y gimió cuando una le perforó un riñón. El dolor atravesó su sistema nervioso mientras el fuego parecía quemarle las venas, haciéndolo tropezar, pero logró rodar y se escondió detrás de las escaleras de piedra de una casa elegante. La sangre ya había empapado el lado izquierdo de su cintura.
Gruñendo por otra oleada de dolor, el Doctor miró cuidadosamente alrededor de la pared de piedra. Un detective y un oficial de policía se acercaban corriendo mientras recargaban sus armas, las cuales, gracias al Dios Todopoderoso, no eran semiautomáticas.
Aprovechando la oportunidad, Erik apuntó al policía corriendo y disparó su Colt hasta que el arma estuvo vacía. Los disparos le fueron devueltos de inmediato, pero su estrategia fue exitosa. Mientras el señor dick se quedaba atrás tratando de salvar a su compañero de cuatro agujeros en su pecho, dejó la seguridad de las escaleras para alejarse cojeando, internándose en la oscuridad de otro callejón.
El tiempo pasó. Los minutos se convirtieron en horas y éstas en días dentro de su mente febril. Sintió que había estado caminando por siempre, pero incluso jugando con la inconsciencia, su mente sabía que se trataba sólo una manzana.
Si tan solo pudiera llegar al Bronx... si solo pudiera ver a su Leah una última vez. ¿Pero a quién engañaba? Él estaba desangrándose. Cada paso que daba era más pesado y difícil de hacer que el anterior. Su cuerpo ya quería descansar, pero él continuaba presionándose, tratando en vano de alcanzar a la esposa que nunca volvería a ver.
Las rodillas de Erik cedieron, haciéndolo caer al húmedo suelo. La debilidad y sangre perdida le habían robando su habilidad para sostenerse en pie.
Levantó, con dificultad, la cabeza hacia la luna que brillaba orgullosamente sobre su cabeza, dejando que una lágrima solitaria rodara por su mejilla herida.
―Lo lamento tanto, Leah ―le susurró a su testigo plateado mientras el frío se apoderaba de su cuerpo.
De repente, el sonido de pies arrastrándose sobre la tierra resonó a su alrededor. Un hombre negro tropezó con su pierna... espera, no... el mismo cabrón que le pidió una moneda ahora se estaba riendo de su estado e insultándolo, obviamente borracho.
―¿Quién es el lastimoso ahora? ― farfulló el hombre, pateándolo en su lado herido y sacando una navaja del bolsillo de sus pantalones―. Tal vez d-deb-berrrría terminar con sshu mis-sseria.
El Doctor sonrió débilmente, probocando al afroamericano para que acabar con él. Su agresor lo maldijo y levantó el puñal.
De repente, unas manos pálidas agarraron los hombros del bastardo y le abrieron la yugular; la sangre brotó a borbotones de inmediato.
Los ojos de Erik se dirigieron a su salvador y hubiera reído si le quedaran fuerzas en el cuerpo. La mujer de ojos dorados estaba frente a él. Sus hermosos rasgos estaban manchados por sangre fresca que cubría sus labios y los largos colmillos por los que estaba pasaba una lengua.
Ella habló algo en un idioma exótico y un niño, con sus mismos ojos dorados y cabello blanco, apareció a su lado. El jovencito sonrió, mostrándole las puntas de pequeños colmillos puntiagudos, antes de saltar sobre la garganta del hombre; los sorbidos le decían que la sangre estaba siendo bebida.
Los ojos del doctor se agrandaron e intentó santiguarse, pero su cuerpo ya no lo obedecía.
―¿Q-qué quieres, demonio? ―Él le preguntó en un suave susurro.
Los ojos de la diabla brillaron con intensidad y en una fracción de segundo estaba a pocas pulgadas de su rostro.
―Oh, pero yo no soy ningún demonio regular, los tuyos me llamarían un vampiro. Un ser que puede darte una segunda oportunidad de ver a tu esposa, vengar tu muerte y escapar de las torturas del infierno para siempre; todo a cambio de proteger a mi hijo y vigilar que no se meta en demasiados problemas ―susurró, quitándole algunos flecos marrones de la cara y mirando directo a sus ojos verdes―. Es un buen trato, ¿no crees, Erik? Sólo tienes que decir que sí... pero decide rápido pues no puedo convertir a los muertos.
Él sostuvo su mirada. El oro en ellos parecía ser líquido, más sobrenatural que humano.
Humano.
Hace mucho tiempo que Erik había dejado de llamarse a sí mismo un ser humano, prefiriendo monstruo en su lugar. Entonces, ¿qué tenía que perder? Su alma estaba perdida de todos modos... Y la oferta de esa mujer sonaba tan atractiva. Podría hacer que Smith pague por su traición, divertirme torturándolo hasta que pida misericordia... ¿Mi alma a cambio de venganza y una segunda oportunidad en la vida? Tómela, dama.
―Sí.
La vampira sonrió, le mordió la muñeca y se la ofreció.
―Bebe. No necesito drenarte porque ya has perdido mucha sangre ―instó, empujando su brazo ensangrentado contra los labios del doctor.
Sus últimas palabras resonaron dentro de su cabeza cuando puso sus labios sobre la suave piel fría y bebió su sangre. Luchando contra la repentina necesidad de vomitar, se las arregló para tragar suficiente del líquido negro antes que ella se alejara de él.
―Duerme, Erik, duerme.
Frunció el ceño ante la orden, pero el dolor sacudió su cuerpo, llevándose todos los pensamientos consigo. El fuego se extendió rápidamente dentro de él, quemando todo a su paso y haciendo que su visión se llenara de puntos negros. Trató de respirar, pedir la ayuda del vampiro, pero no pudo, todos sus órganos se paralizaban. Él estaba muriendo. Cuando su visión se ennegreció y su corazón dio sus últimos latidos, Erik gritó de dolor antes de callarse; la luz escapando de sus ojos.
Luzbel pernanecía sentada con su hijo en su falda, esperando a que Erik se despertara. Lucian estaba fascinado con todo el proceso ya que nunca había visto la transformación de un neófito.
Abrazó a su pequeño niño mientras éste le hacía una pregunta tras otra sin apartar los ojos de su nuevo guardián. Justo cuando Lucian señalaba que la nueva adición a la familia ya se parecía un demonio, Erik abrió sus claros ojos verdes.
―¡Feliz cumpleaños, Erik Caster! ―exclamó Lucian antes de que ella pudiera detenerlo. El pequeño saltó sobre la cama, abrazó al neófito y luego se dirigió hacia la puerta, saltando con entusiasmo.
Luzbel le dijo a su hijo que esperara y sonrió cálidamente al hombre en la cama.
―Debes tener sed. Ven, te enseñaré a cazar y guiaré a través de todos los cambios ―dijo, extendiendo su mano hacia él mientras esbozaba otra sonrisa.
―Mi piel es gris y tengo garras negras ―murmuró él, confundido.
―Podrás tomar una apariencia humana con la práctica ―Sintiendo su lucha interna, ella se acercó y le acarició la cara―. Eres mi primer neófito así que te cuidaré bien. Bienvenido a los muertos vivientes, Erik ―Esta vez su sonrisa vino desde el fondo de su corazón ya muerto.
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N/A: A continuación les dejo algunas palabras típicas del Nueva York de los años '30; las cuales fueron dejadas en inglés para no quitarle la escencia histórica al relato.
☆Coppers= policías
☆Dick= detectives
☆Tommy Gun o Thompson= Subfusil Thompson
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