Capítulo 5: Febrero de 2013

Cuando uno reflexiona en la simple tarea de parpadear parece algo sencillo. Solo hay que separar los párpados y ya está, ¿no? Es un movimiento intuitivo, casi inconsciente. Damos por hecho que no es necesario hacer más que tener la voluntad de abrir los ojos; pero en ningún momento nos detenemos a pensar en qué pasaría si, de un día para otro, simplemente olvidásemos cómo hacer para despertar.

«No..., no puedo ver nada»

Me senté en el suelo con cierto cuidado antes de llevarme por inercia los dedos al rostro.

—¡Auch! —respingué de dolor, forzándome a apartar la mano enseguida.

«¿Qué está sucediéndome?»

Me armé de valor una vez más, solo porque estaba segura de que necesitaba tocarme la cara para poder comprender lo que ocurría. De modo que, con una extraña sensación de impotencia, me obligué a contener el aliento al tiempo que volvía a acercar mis dedos de poco en poco.

«Por todos los cielos»

Era una pasta de llagas y ampollas lo que tenía en el rostro; podía sentir la blandura de los bordes, la piel plegada por las orillas y la textura carnosa que me cubría por entero tanto la mejilla izquierda como la parte superior de la cara.

—¿Cómo fue que...? —Mis latidos acelerados desembocaron en una respiración agitada, en especial cuando un horripilante olor a quemado me inundó la nariz.

Intentar abrir los ojos fue una pésima idea, pues el dolor se extendió por mis párpados hasta hacer que cayera en cuenta de una verdad indiscutible: aparte de estar herida, era un hecho que acababa de perder la vista. La mitad de mi rostro estaba destrozado y, para colmo, no tenía ni la menor idea de qué rayos había pasado conmigo.

—¿Hola? —mi voz se escapó en un débil y tembloroso susurro—. ¿Esto es parte de la prueba, coronel?

Nadie contestó.

Me puse de pie y, avanzando cautelosamente con los brazos erguidos, me convencí de reprimir el llanto mientras trataba de hacer lo posible por registrar el sitio. Rocas, estaba rodeada de paredes de roca. A juzgar por los barrotes que con el tacto fui capaz de distinguir, era evidente que me hallaba en alguna especie de celda subterránea.

—¿Alguien puede escucharme? —Tampoco obtuve respuesta—. ¡Auxilio! —empecé a gritar—. ¡Por favor, estoy aquí abajo!

—Será mejor que guardes silencio si en verdad esperas no llamar la atención —dijo alguien de repente, causando que me sobresaltara del susto—. No tengas miedo, niña, no voy a hacerte daño.

—¿Quién eres? —me di prisa en preguntar.

—Mi nombre es Philip —contestó.

—¿También estás encerrado?

Soltó una risita débil.

—Quizás debería de estarlo, sí. —Con base en su timbre de voz, estaba segura de que se trataba de un hombre anciano—. Pero no soy un prisionero, niña, por el momento soy solo un cuidador.

—Un cuidador, ¿de qué? —dudé.

—De ti.

«¿Cómo dijo?»

—¿Disculpe?

—Mi trabajo es asegurar que estarás a salvo —reiteró—. Mantenerte con vida es parte de mis nuevas prioridades, Yvonne.

Aquello lo pronunció de una manera tan natural, y al mismo tiempo tan desconcertante, que no pude evitar preguntarme cómo era que aquel anciano siquiera me conocía.

—¿Despertar encerrada en una celda es sinónimo de estar a salvo? —lo cuestioné con ironía—. Para empezar, ¿quién rayos le dijo cómo me llamo?

—Tienes cara de llevar el nombre de Yvonne.

Incrédula, me acerqué a los barrotes con algo más que simple enfado.

—No estoy de humor para juegos —le espeté entre dientes, luchando por contener el llanto—. ¿Puede verme las heridas, acaso?

—Las veo bien, niña.

—Entonces, ¿por qué rayos dice que está cuidándome?

—Apenas me enteré de tu captura, decidí venir hasta aquí. —Hizo una pausa—. Ten la seguridad de que persuadiré lo que haga falta para evitar que otros magos cometan el error de sobrepasarse contigo. No soy muy influyente entre los miembros del ejército, pero al menos puedo garantizar que soy lo suficientemente terco para ejercer presión sobre otro tipo de jerarquías.

—Claro —resoplé, soltando una carcajada—, ¿en verdad espera engañarme con una historia como esa?

—¿Engañarte?

—¿Usted es parte del examen? —traté de adivinar, pues deseaba con desespero que todo aquello consistiera en no más que en alguna clase de prueba final—. Porque, créame, esta vez sí que ha superado por completo los límites de una evaluación académica.

—No tengo idea de qué estás hablando —rogaba porque aquello no fuera más que pura ignorancia fingida—, pero será mejor que confíes en mí si todavía guardas la ilusión de volver a casa.

—Me refiero al examen práctico —especifiqué.

—Quizá deberías empezar a preocuparte por el motivo que te trajo hasta aquí en lugar de perder el tiempo fingiendo que nada de esto es real. —Lo escuché avanzar unos pasos en dirección a mi celda—. Estoy seguro de que, en realidad, sabes muy bien que una prueba académica hyzcana jamás involucraría magos de por medio.

—Es una prueba nueva —asentí para mí misma—, es la primera vez que el coronel está a cargo de implementarla. Por eso sé que usted es solamente un actor y... también creo que está midiendo mis capacidades para responder a un ataque enemigo.

—¿Por qué parece que tratas de convencerte de que miento?

—Porque, de lo contrario —mi voz se escapó temblorosa—, significaría que tendría que hacer mucho más que rendirme para salir de aquí con vida.

Soltando un suspiro, me resigné a pegar la frente contra los barrotes. Por más que me empeñara en negarlo, resultaba un hecho que nada de aquello podría ser producto de una insignificante evaluación de campo. Lo sabía. En el fondo, lo sabía.

—Nuestro ejército se ha tomado muy en serio el encargo de dar con otras fuentes de oro —añadió el anciano ante mi silencio—. La comunidad ha agotado por completo sus recursos y lo único que queda a nuestro alcance es utilizar métodos alternativos con tal de cubrir los gastos.

Lo referente al oro quizá no fue lo que más me provocó ese extraño estremecimiento en la piel, sino el hecho de que hubiese incluido la palabra "comunidad" como parte de su explicación.

—¿Cómo dijo?

—Los soldados que te trajeron hasta aquí tienen la intención de probar su suerte contigo —pronunció en tono de advertencia—. La comunidad mágica está en búsqueda de hyzcanos con la capacidad de fabricar oro.

—¿Comunidad? —pregunté con nerviosismo—. No es la misma que... está llena de magos, ¿o sí?

—¿Comunidad mágica no te da una pista?

Me llevé ambas manos detrás de la cabeza.

—Por todos los cielos, ¡estaba cien por cien decidida a no romper más reglas! —me quejé, no sin que mi montón de lloriqueos delataran mi angustia—. ¡Y lo peor de todo es que sigo haciéndolo, incluso aunque no lo quiera!

—No pienso que haya sido culpa tuya —trató de tranquilizarme el anciano.

—No, Philip, me refiero a que alguien como yo no debería de estar aquí.

—Eso hasta yo puedo intuirlo.

—Más bien hablo de... —Tomé una bocanada de aire—. Los contactos con magos están prohibidos en mi colonia —le aclaré con desesperación.

Él se echó a reír.

—Entonces ya estás más que condenada, niña.

—No estoy jugando —expresé con seriedad.

—Y estarás todavía más condenada si...

—¿No me escuchó, acaso?

—... no te tomas la molestia de fingir que puedes confiar en mí.

«¿Confiar en él?»

Su extraña inclinación a ser amable conmigo no solo me parecía desconcertante, sino también sospechosa. ¿Con qué propósito se empeñaba en hacerme creer que estaba de mi lado? Aparte de carente de sentido, tenía la convicción de que no a cualquiera se le promete "seguridad y protección" sin esperar nada a cambio.

—Usted. —Alcé la vista hacia donde creía que se encontraba su rostro—. Usted es uno de ellos, ¿cierto?

—No estaría aquí si fuese lo contrario.

«Debí suponerlo desde un principio»

—Por todos los cielos —tragué saliva de manera audible—, ¡van a matarme si se enteran de que estuve aquí!

—¿Quiénes? —quiso saber.

—Los miembros del Tribunal de mi colonia.

—¡Bah! —bufó—. Eso solamente si no te matan aquí primero.

—No lo ha entendido todavía, ¿verdad? —insistí con frustración.

—Entender, ¿qué?

—Soy la persona menos indicada para estar en este sitio —me limité a enfatizar sin dar mayores explicaciones.

—Y eso, ¿por qué?

—Tiene que decirles que me liberen. Le juro que haré lo que sea si...

—¿Philip? —La voz de un hombre interrumpió lo que estaba por decir. Se trataba de alguien joven, casi podía apostarlo; un muchacho cuyas rápidas pisadas no tardaron en llevarlo hasta el frente de mi celda—. ¿Qué diantres está haciendo usted aquí?

—¿Yo? —preguntó el anciano con aire de picardía.

—¿Hay alguien más aquí que se llame Philip? —ironizó el chico enseguida—. Tan solo responda, ¿quiere?

—¡Qué va! Es obvio que me encanta entablar conversaciones con los prisioneros.

Pude escuchar a aquel viejo mago apartarse de los barrotes, como si estuviese tratando de excusar su presencia con una simple retirada. Por mi parte, sencillamente preferí escuchar y mantenerme en silencio.

—Tendré que delatarlo si vuelvo a encontrarlo aquí abajo —advirtió el muchacho.

—Delatarme, ¿con quién, Norman? —lo desafió el anciano mientras soltaba una carcajada—. Sabes que él me permite hacer lo que sea que a mí me apetezca.

—Pues el Concejo tendría una opinión muy distinta a la suya.

No estaba preparada para lo que vino a continuación. De manera inocente, me había planteado la posibilidad de que quizás no todos los magos serían tan malvados como la colonia hyzcana me había hecho creer que lo eran. Hasta el momento Philip había sido respetuoso y cortés, ¿no? ¿Por qué no asumir que los otros también lo serían?

—Presta atención, maldita híbrida artificial. —Aquel joven jaló de mis muñecas con fuerza, haciendo que mi cuerpo se estrellara de súbito contra los barrotes—. Los altos rangos del ejército vendrán mañana a interrogarte y necesito que respondas sus preguntas con total sinceridad.

—Altos rangos, ¿de qué? —cuestioné entre balbuceos, presa del miedo.

—¿Te haces la tonta o es que realmente no entiendes lo que digo? —inquirió.

—Perdona, pero tampoco tienes razones para hablarme de ese modo —me atreví a añadir, pues, aún con todo, dejarlo insultarme no estaba dentro de mis planes.

Soltó un bramido de incredulidad.

—¿Quieres que agregue un por favor a la oración, linda?

—¿Sería mucho pedir?

Me sujetó de las muñecas con un poco más de firmeza.

—Cállate y escúchame —condicionó, enfurecido—. Fue idea mía seguir la nota y traerte hasta aquí, ¿comprendes? Así que más te vale ser dócil con los soldados si no quieres meterte en demasiados problemas.

—Y ¿por qué rayos crees que estaré dispuesta a hacer algo como eso? —me defendí.

—Porque estoy seguro de que no quieres terminar como un cadáver en el fondo de esta celda.

Me liberó de su agarre al mismo tiempo que me apartaba de un empujón, haciendo que mi espalda chocara de golpe contra la superficie del muro.

—¡Oye! —protesté, ofendida—. Eso me dolió.

Eso me dolió —imitó mi voz con aire de burla—. Una estúpida chica es mejor que nada —se recordó a sí mismo, alejándose de la celda con pasos estrepitosos.

—Nos vemos luego, Norman —intervino el anciano con un timbre de falsa cortesía.

—No juegue conmigo, Philip —advirtió el muchacho en respuesta.

Fui capaz de escucharlo subir por las escaleras, probablemente aquellas que lo guiarían de vuelta a la salida del subterráneo.

—Tranquila, niña —murmuró el anciano para mí—. Ya se ha marchado.

—Tiene que ayudarme, Philip, ¡se lo ruego! —No tardé ni un par de segundos en volver a pegarme a los barrotes—. Ni siquiera puedo imaginar qué ocurrirá conmigo mañana si no soy capaz de darles lo que buscan.

—Trata de conservar la cordura, ¿vale?

—¿Conservar la cordura? —me reí—. ¡Ellos van a matarme!

—No —se dio prisa en contradecirme, acercándose unos pasos—, porque yo voy a asegurarme de que eso no suceda.

—¿Cómo rayos va a hacerlo si, por lo visto, ni siquiera tiene permitido estar aquí abajo? —le reproché.

—Tengo influencias —susurró en voz baja, como si se tratara de un tema prohibido—, ¿no te lo había dicho ya?

—¿Qué clase de influencias?

—Influencias con quien verdaderamente podría hacer algo por ti.

Ni siquiera supe cómo contestar a eso. Estaba molesta, cansada y aterrada. Muchos de sus balbuceos carecían de sentido para mí y tampoco tenía muy claro quién era él; aun así, era consciente de que se trataba (al menos por el momento) de la única persona que quizá conocería la mejor forma de salir de allí.

—Por favor, solo... —una vez más, traté de reprimir el llanto— dígales que no ganarán nada con lastimarme.

—Haré lo que esté en mis manos, niña. Pero tú tendrás que garantizarme que, pase lo que pase, lucharás por mantenerte fuerte.

«Parece imposible conservar la fortaleza en medio de tan oscuro panorama»

—Buscaré ayuda —aseguró—, solo si prometes que no te darás por vencida con facilidad.

Tomé una bocanada de aire.

«Piensa que todo estará bien, incluso cuando sepas que no lo estará»

Asentí para hacerle saber que estaba de acuerdo. Si bien podía sentir los latidos del corazón desbocarse de mi pecho, haría lo que fuera con tal de resistir a sus amenazas y enfocar mi mente en sobrevivir.

—Tenemos un trato, entonces. —Me sujetó de una mano—. No te preocupes, niña, estoy seguro de que encontraremos la manera de sacarte de aquí.

Por segunda vez en mi vida (y por más estúpido que pudiera parecer), confiar parcialmente en un desconocido volvía a ser la única estrategia a mi alcance cuando de regresar a casa se trataba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top