¿Puedo darte un consejo? No presentes un examen de carácter decisivo sin antes haber dormido bien durante la noche anterior. No se trata solo de los nervios o de la angustia, sino del desgaste holístico que, por desgracia, te impide percibir las cosas con la suficiente claridad como para actuar con raciocinio.
Sé que estoy cansada; haber pasado las horas girando entre las sábanas me tiene agotada y somnolienta. Conciliar el sueño no es tan sencillo cuando los recuerdos amenazan con tornarse en círculos viciosos: mi última discusión con Charlie, la forma impulsiva en que lo había tratado, el terrible remordimiento en mi cabeza y la manera tan injusta en que Annaliese resultaba lastimada tras cada uno de mis escándalos.
«No vale la pena perder tanto por meros caprichos»
Tenía cientos de motivos para dudar de mi sentido del juicio, de allí que tomara la decisión de simplemente dejar de pensar. Así como había hecho durante todos estos años, haría lo que estuviera a mi alcance para suprimir la razón e intentar adaptarme (en la medida de lo posible) a cada una de las extrañas demandas de Charles. No más peleas, gritos ni frustraciones. Tan solo había que actuar como él lo exigía y tomar por prohibido cualquier clase de "análisis mental" que me invitara a reflexionar las cosas. Comenzando, por supuesto, con presentar el examen práctico sin pensar demasiado en lo ya ocurrido. Me esforzaría, daría lo mejor de mí a sabiendas de que aún me restaba esta oportunidad para demostrarle a Charles el valor de mis propias capacidades.
Fue justo así como terminé tendida sobre un amplio sofá de tela, esperando con paciencia por el inicio de mi prueba práctica al interior de la Antecámara de Ensayos. Esta sección del Tribunal consiste en una sala dividida en cuatro diferentes cuartos: norte, sur, este y oeste. Cada cuarto es... ¡Bah! ¿A quién quiero engañar? No podría describírtelos ni aunque así lo quisiera, pues lo cierto es que nunca he entrado en ninguno de ellos.
Había otros tres estudiantes sobre los asientos contiguos: dos chicas rubias cuya conversación no había parado de centrarse en rumores del colegio, y un muchacho de aspecto desaliñado que no hacía más que mirar la pantalla de su teléfono celular. En otras palabras, el momento perfecto para sacarte a ti de la mochila y comenzar a llenar tus páginas con dilemas personales y divagaciones.
Alto.
Olvida todo lo que acabas de leer.
El porqué no es tan sencillo como lo parece, aunque haré el mejor de mis esfuerzos por tratar de explicártelo: la Yvonne que escribe este nuevo párrafo no es la misma que escribió todos los anteriores. Es probable que esto no haga más que confundirte, pero... me da la impresión de que sería imprudente seguir contando la historia sin antes haberte aclarado un cuarteto de importantes puntos:
1. Han pasado semanas desde mi última anotación, y con eso me refiero a que el 24 de febrero de 2013 ha quedado bastante lejos de ser mi presente. Entonces, ¿por qué no separar este nuevo apartado bajo su fecha correspondiente? Porque tengo la intención de continuar narrándote los hechos en orden cronológico. No quiero que te pierdas ni un solo detalle del montón de cosas que... La clave aquí es que pasé semanas enteras sin poder hacer uso de tus páginas, así que aprovecharé esta oportunidad para ponerte al corriente y seguir la historia exactamente donde la dejé.
2. Mi fecha actual se trata, en realidad, del 15 de marzo de 2013.
3. Cuando digo que soy diferente a la Yvonne que escribió el inicio de este capítulo es porque las circunstancias han dado un giro tan drástico que, ahora, estoy convencida de una irrefutable verdad: los caminos elegidos durante todos estos años han sido estúpidos, irracionales y poco congruentes con mi forma de percibir el mundo. No hay otro modo de explicarlo.
4. Ignoro por completo qué debo de hacer a continuación. Tengo tantas ideas en la cabeza y tantas ilusiones en el corazón que en verdad siento la necesidad de cambiar las cosas. Quisiera poder reunir el coraje suficiente y solo... ¡Agh! Cuando hayas terminado de leer mi versión de los hechos, ¿podrías ayudarme a tomar una decisión? Aparte de brindarte descripciones precisas, prometo darte a conocer todos los detalles que sean necesarios para que formules tus propias conclusiones.
Una vez aclarado todo esto, proseguiré con la narración de manera clara y contundente, retomando el instante en que mi antigua yo fue llamada por los altavoces de la Antecámara de Ensayos y, por tanto, obligada a dejar la escritura de lado para centrar su atención en el fondo del pasillo oeste.
—¿Yvonne Fellner? —me cuestionó un hombre de uniforme militar en cuanto me vio caminar hacia él con pasos apresurados.
—Así es —le confirmé.
—Perfecto. —Realizó una anotación en las carpetas que llevaba entre manos—. Soy el coronel Oskar, seré el encargado de aplicarte la prueba práctica.
Asentí, limitándome a cruzar la puerta detrás de él.
Allí dentro las cosas eran más sofisticadas de lo que imaginaba. Se trataba de un despacho de aspecto moderno y simplista: un escritorio (repleto de papeles, bolígrafos y pequeños accesorios de oficina) decoraba la parte central de la habitación, las paredes estaban cubiertas por pantallas electrónicas y, en el fondo, una extensa puerta de cristal dejaba al descubierto la gran inmensidad del bosque del oeste.
—Tú y los otros tres compañeros que esperan afuera tuvieron la valiosa ventaja del horario matutino —comentó el coronel.
—¿Horario matutino?
—Tuvimos veinticuatro graduados este año. —Volvió a echarle un vistazo a mi expediente—. Realizaremos ocho pruebas diarias, cuatro en el turno matutino y cuatro en el vespertino. Debiste de haber obtenido muy buenas notas en clase para que el comité del Instituto decidiera colocarte en el primer horario.
Bajé la cabeza por vergüenza antes de balbucear:
—Sí, yo... supongo que sí.
—Entonces no tienes nada de qué preocuparte. —Se tomó un momento para dejarse caer sobre el asiento detrás del escritorio—. Aprobar las escalas suele ser sencillo para los alumnos de excelencia académica.
—¿Las escalas serán las mismas que en años anteriores? —me animé a preguntar.
—Calificaremos resistencia física, velocidad, percepción sensorial, aplicación teórica, estrategia cognitiva, resolución de conflictos, orientación visoespacial y apropiación de atributos hyzcanos.
«Cielos»
—Parecen algo... —tragué saliva de manera audible— complejas.
—Lo único que tienen de complejo es el nombre —trató de tranquilizarme.
—Realmente espero que así sea, coronel.
Me dedicó un asentimiento de cabeza antes de extender hacia mí una pequeña caja de cristal.
—Voy a regalarte una pista —sonrió, dando la impresión de que estaba entusiasmado—. Es la primera vez que me eligen para aplicar y diseñar una prueba práctica, así que me tomé la libertad de incluir acertijos como parte de la evaluación.
—¿Acertijos? —Era una palabra que, por sí misma, me evocaba una sensación de familiaridad.
—Toma uno y lo verás.
Posé la vista en el interior: cuatro pedazos de papel plegados por la mitad, cada uno de ellos marcado por un número a tinta impresa.
—Es la única ayuda que recibirás —insinuó a manera de sugerencia, como si en verdad se tratase de una muy valiosa oportunidad.
Ni siquiera lo pensé dos veces antes de tomar el primer papel que mis ojos atisbaron.
—La número tres —me anunció—. Eso es interesante.
—¿Hice una mala elección? —Mi preocupación fue inmediata.
—No si eres buena para resolver acertijos.
«¿Buena para resolver acertijos?»
—Tengo algo de experiencia con los juegos de palabras, pero... —Cerré los ojos, obligándome a no traer a la memoria aquellos recuerdos—. Quizás no sea suficiente.
—Suficiente, ¿para qué? —dudó él.
—Para alcanzar la meta final.
Mis ojos se encontraron con los suyos. El coronel Oskar era un hombre de semblante serio y facciones juveniles; la barba recortada lo hacía lucir como un soldado de aspecto profesional, aunque, a decir verdad, era la manera tan firme en que pronunciaba las palabras lo que le daba la impresión de dureza y autoridad. Me dedicó un ceño fruncido casi al instante, en especial porque mi rostro se suavizó demasiado cuando agregué esa última oración.
—¿Quién te dijo que la prueba dependía de una meta final? —me cuestionó enseguida.
—¿Cómo?
—Usualmente no divulgamos nada acerca del banderín.
«¿Banderín?»
—No, yo... —Parpadeé varias veces, vacilante—. Estaba hablando de... otra cosa.
«Tal vez de cierta ocasión en que mis habilidades de estrategia no fueron suficientes para cumplir con el objetivo»
—Ni siquiera sabía que la prueba incluía otro tipo de evaluación, coronel.
—Claro. —Soltó un chasquido de lengua—. En ese caso, supongo que está de más intentar convencerte de que solo bromeaba con eso del banderín.
Por favor, resultaba obvio que se trataba de algo más que de una simple e insignificante improvisación.
—No mencionaré nada al respecto si eso lo tranquiliza —le di mi palabra.
Él asintió, lanzando un respiro al aire.
—De acuerdo. —Se puso de pie para sujetar de nuevo aquella carpeta de expedientes que había puesto sobre la mesa—. Pretendamos, entonces, que no acabo de sesgar el resto de tu prueba.
—Puede estar seguro de que daré mi mejor esfuerzo —prometí también.
—Voy a confiar en ti, Yvonne. —Me indicó con una mano que prestara atención a la pista—. Échale un vistazo, ¿sí?
Desdoblando aquel trozo de papel, posé la vista en el mensaje del centro:
Las bestias son innecesarias en la dirección incorrecta.
«¿Bestias innecesarias?»
—Tu escenario es el bosque del oeste —especificó de manera precipitada—. Si te desvías del camino, quizás interfieras con la prueba de alguno de tus otros compañeros.
—Entiendo.
—Te daremos un aproximado de tres horas en campo abierto. —Levantó un reloj de bolsillo de la superficie de su escritorio—. ¿Tienes manera de cronometrar tu tiempo?
—No.
Extendió aquel contador metálico hacia mí.
—Son las 9.00 a.m. —apuntó—. Deberías de estar de regreso en el vestíbulo principal del Tribunal para las 12.00 p.m.
—¿Por qué? —pregunté con nerviosismo—. ¿Hay un segundo filtro?
—Solo una entrevista de supervisión. —Restó importancia a su comentario encogiéndose de hombros.
—¿Y después?
—Con eso bastará.
Acercó a mis manos una canasta de mimbre tejido, guiándome con cierta rapidez hacia la puerta del fondo.
—Deja tus pertenencias aquí adentro —ordenó—. Accesorios, llaves, teléfonos y navajas; cualquier cosa que pudiera interferir con el desempeño de tu prueba.
Me resigné a descolgarme la mochila y vacié los bolsillos de mi chaqueta, colocando en la canasta tanto el llavero de casa como la cartera de velcro. Metí las pulseras de plata y el anillo de compromiso en el bolsillo externo de mi monedero, pero fue cuando me llevaba una mano a la parte superior de mi camiseta que, por un momento, no estuve muy segura de poder desprenderme de todo: el medallón que colgaba de mi cuello era demasiado valioso para ser confiscado por un miembro del ejército.
—Joyas también, Yvonne.
Alcé la vista hacia él.
—Sí —respondí—, lo sé.
Tomando una bocanada de aire, desabroché la cadena de la reliquia para depositarla en el fondo de la canasta.
—Guardará esas cosas en algún lugar seguro, ¿no? —insinué para confirmar.
—¿Una caja fuerte te parece bien?
Asentí con cierta vacilación, haciendo que él me dedicara una leve sonrisa.
—Dejaré todo bajo llave —garantizó—. ¿Estás lista, entonces?
«No lo creo»
—¿No hay más instrucciones? —murmuré, nerviosa.
—Te he dado las suficientes —ironizó, haciendo referencia a aquel banderín que se le había escapado mencionar.
—¿Está seguro?
—Todo saldrá bien, Yvonne. —Puso una mano sobre mi hombro—. Se trata de una prueba de campo, así que... Solo sé tú misma y pon en práctica todo lo que has aprendido.
«¿Ser yo misma?»
Tragué saliva de manera audible.
—Entiendo, yo... lo intentaré.
—Acabará más rápido de lo que crees —aseguró, tratando de aliviar mi angustia—. Tómalo como un examen más y ya está.
Después de eso, querido diario, no hubo marcha atrás. Quitó los cerrojos que impedían el paso hacia el acceso de cristal, abriendo la puerta para dejar al descubierto el aire fresco del bosque del oeste.
—No más de las 12.00 p.m. —me recordó.
Mi vista se desvió hacia el extenso laberinto de árboles.
«Con todo, todavía me queda una ventaja: el bosque sigue siendo mi tercer hogar»
* * * * * * *
¿Alguna vez has sentido que la soledad, acompañada de circunstancias caóticas, termina adquiriendo tintes de ansiedad? Es fácil perderse en los recuerdos cuando se dispone del tiempo suficiente para pensar, eso lo sé por experiencia; sin embargo, lo que en esos momentos más me preocupaba era la temible posibilidad de fracasar en la prueba y acabar decepcionado a quien más me importaba impresionar.
—Tienes que creer en mí, Charlie, no es tan difícil como lo parece.
Anhelaba poder demostrarle que no necesitaba de sobornos o arreglos para obtener un puesto en la UH. Me bastaba con hacerle notar que había cometido una equivocación, ¿comprendes? Solamente con eso me conformaba a sabiendas de que, al terminar la prueba, regresaría a ser esa chica sumisa e indecisa que haría lo que fuera con tal de no volver a molestarlo.
—¡Nunca debí de haber abierto la boca! —me quejé con frustración al mismo tiempo que cambiaba la dirección de mis pasos—. Y tampoco debí gritarle por algo tan absurdo, yo... —me rodeé el pecho con ambos brazos— creo que todo empeoró por culpa mía.
«Soy una novia desastrosa»
—Pero, esta vez, trataré de no pensar. Le hablaré con más suavidad, dejaré pasar sus insolencias y adelantaré la fecha de la ceremonia de bodas. —Asentí para mí misma—. Sí, tiene que ser obvio lo mucho que me importa. Le diré que lo necesito, que no volveré a importunarlo y...
Distinguir una serie de huecos sobre la tierra mojada me hizo frenar de golpe. Parecían... rastros de las huellas de algún animal.
«¿Lobos, acaso?»
Pegué las rodillas al suelo y centré mi atención en las marcas.
—Sí, en definitiva son huellas de animal.
Tal vez de un animal un poco más grande que un lobo.
«¿De una bestia, quizás?»
Miré alrededor del bosque. Los árboles estaban en calma, los rayos del sol eran casi imperceptibles y, a excepción del suave sonido del viento, todo estaba en completo silencio. Tenía la certeza de que el animal en cuestión formaba parte de la prueba, así que tampoco me permití reflexionarlo antes de disponerme a seguir sus huellas.
Nota: caminar durante algunos metros fue suficiente para que las pisadas empezaran a borrarse, aunque no para hacerme perder el rastro. Dicho sea de paso, un animal tan grande como ese jamás pasaría inadvertido entre tanta cantidad de césped magullado.
Me tomó alrededor de diez minutos toparme con las orillas de un pequeño monte, y con él, la figura de un imponente oso pardo descansando sobre una llanura de roca.
«De acuerdo... Y ahora, ¿qué?»
La pista era compleja. "Las bestias son innecesarias" era (suponía yo) una clara referencia al modo en que tendría que hacer lo posible por mantener mi distancia, pero ¿"dirección incorrecta"? Quiero decir, ¿cuál de todas se trataba, entonces, de la correcta?
«La respuesta tiene que estar oculta en algún sitio»
Un momento... ¿No había dicho el coronel que mi escenario era el bosque del oeste? Si continuaba cambiando de rumbo, no tardaría en toparme con alguno de los otros estudiantes, de allí que el oeste tuviera la pinta de ser la alternativa más sensata. Sin embargo, tomar por verdadera aquella interpretación dejaba al descubierto un nuevo y complicado dilema: ¿el objetivo principal de la prueba sería llevar al oso hacia las sendas del oeste, o simplemente utilizarlo como un punto de referencia y limitarme a avanzar en dicha dirección?
«Piensa, Yvonne, piensa»
Era un hecho que el oso debía tratarse de una pieza clave para dar con el misterioso banderín que, por fortuna, a Oskar se le había escapado mencionar. "Las bestias son innecesarias en la dirección incorrecta...", ¿no significaba eso, por consiguiente, que el oso se volvería necesario yendo en la dirección correcta?
«¿Hacer que me siga hacia el oeste?»
Era una opción arriesgada, en especial tomando en cuenta que, en caso de estar equivocada, lo único que conseguiría sería convertirme en su más apetecible fuente de alimento.
—Bien —solté un suspiro de resignación, avanzando con lentitud hacia la base de aquella roca—, despertar al oso será.
Caminé unos pasos más, los suficientes para hacer que el animal alzara la cabeza hacia mí.
—¿Te gustaría venir conmigo, amigo oso? —le hablé en voz alta—. Es importante que te vuelvas necesario y me digas en dónde está ese banderín.
Sus ojos estaban fijos en mí, aunque tomarse la molestia de moverse parecía estar totalmente fuera de sus intenciones.
«Algo todavía más efectivo, Yvonne»
Me acuclillé un poco para levantar una rama del suelo.
«Cielos, sí que debo de estar demente»
—Vamos, amigo —me limité a acercar la punta hacia la parte más robusta de su lomo—, tienes que levantarte.
Era verdad lo que decían, querido diario: picar a un oso con una rama sí resulta suficiente para hacerlo enfadar.
—¿Eres de los que se molestan con facilidad, eh? —Me apresuré a retroceder unos pasos, sobre todo cuando lo vi bajar de un salto de aquella roca—. No quiero hacerte daño, tan solo necesito que me lleves hacia el banderín y... ¿Te parece bien si nos ahorramos la pesada parte en que vienes tras de mí?
El oso emprendió la marcha, esta vez yendo en mi dirección sin vacilaciones y con algo más que simple determinación.
—Esto está muy mal —dije para mí misma, girando sobre mis talones para comenzar a correr hacia el oeste—, ¡terriblemente mal!
Cualquiera hubiese dado todo a fin de evitar una persecución, es más, cualquiera en su sano juicio hubiera hecho lo posible con tal de no provocarla. Pero tu querida narradora (aún estancada en su racha de pésimas decisiones), no lo pensó demasiado antes de caer en cuenta del error que acababa de cometer: ser acechada por un oso no era la mejor manera de sobrevivir a una prueba de campo. Al menos era eso lo que creía.
—Por todos los cielos, coronel —me quejé—, ¿qué clase de maldita prueba es esta?
El animal me seguía con audacia, daba largos saltos y recortaba la distancia cada vez que podía. Por mi parte, yo estaba más asustada que nunca. Me reprendía constantemente por mi ausencia de sensatez, convencida de que era mi falta de cordura lo que hacía que todo siempre saliera mal para mí.
«Habría hecho la elección correcta si Charlie estuviera aquí»
"Si Charlie estuviera aquí". Como simple consejo de quien esto escribe, a partir de ahora te recomiendo prestar especial atención a esas cuatro palabras.
—Por favor, ¡ya basta! —exclamé en voz alta ante la insistencia del animal—. ¡Para ya, no soy una presa que deba comerse!
Realizar dicha petición no surtió mucho efecto, aunque haberme concedido un momento para mirar atrás sí que lo hizo: posar la vista en los pinos del fondo me dio la posibilidad de reparar en el montón de lentes que permanecían escondidos bajo las hojas de los árboles.
«¿Cámaras de video?»
Tienes noción de lo que eso sugería, ¿no es cierto?
«Voy por el camino correcto»
No era difícil intuirlo, sobre todo tomando en cuenta que los sitios con vigilancia son siempre los que más secretos ocultan.
Regresé la vista hacia el frente del sendero y me obligué a continuar corriendo en la misma dirección. Con el ánimo renovado y la esperanza de completar la prueba, no me concedí la oportunidad de vacilar mientras hacía lo posible por permanecer fuera del alcance de aquel oso. Tampoco pasó mucho tiempo antes de que mis ojos se toparan con los aparatos camuflados entre la maleza: medidores de velocidad incrustados sobre la superficie del suelo.
«Perfecto»
Sonreí para mí misma, tomándome la libertad de acelerar mis pisadas a la vez que observaba cambiar de dígitos a las casi imperceptibles pantallas. Y entonces, en el centro de un pequeño prado cuyos árboles parecían haber sido podados con toda intención, una columna metálica izaba con magnificencia la figura de un banderín de color anaranjado.
«¡Victoria!»
—Cielos, ¡vaya manera de hacerme correr, coronel!
Lo que vino a continuación fue mucho más sencillo de lo que imaginas, pues bastó con posarme a las orillas de aquella pastura para que los rayos del sol me cubrieran la piel por completo. Cosa que, aparte de todo, fue suficiente para que el oso se detuviera prácticamente enseguida.
Nota del narrador: admito que la invisibilidad hyzcana, a veces, tiene sus ventajas.
La caminata circular del animal y los débiles rugidos que la precedieron fue lo último que me permití saber de la ya mencionada "bestia". Para este punto de la historia, lo único en que podía concentrarme era en mis alternativas disponibles para bajar aquel banderín. Trepar la columna, alcanzar la tela a saltos o hacer caer el poste... Ninguna de esas opciones me daba la impresión de ser razonable, al menos no si lo que buscaba era llegar a tiempo a la entrevista, pues ¿qué mejor que entrar por el vestíbulo principal del Tribunal aún con minutos de sobra?
Desviando la mirada hacia el césped, me esforcé en localizar alguna especie de ramaje alto.
—Algo como...
«¿Una rama de pino?»
Alcé la vista hacia los árboles de las orillas.
—Sí, algo justo como eso.
No me tomó mucho tiempo escoger alguna de las ramas y trozarla por la raíz. Lo bastante larga para que pudiese igualar la altura del poste.
—No debe de ser tan difícil. —Me puse en puntillas con mi improvisado báculo en manos, dispuesta a estirar los brazos tanto como mi cuerpo me lo permitiera—. Vamos, ¡solo un poco más!
Banderín uno, Yvonne cero.
Tuve que probar con un segundo intento, aunque en esta ocasión, me aseguré de colocar una roca bajo mis pies antes de hacer mi mejor esfuerzo por alcanzar la base del banderín. Y, por primera vez desde hacía años, puedo decir que dar todo de mí resultó ser suficiente para que algo saliera como lo planeado.
—¡Eso! —Levanté con orgullo aquel banderín del suelo.
«No puedo creerlo, ¡en verdad lo logré!»
—Y ni siquiera me tomó dos horas del margen de tiempo. —Me permití respirar con tranquilidad—. Espero estés muy contento con mi desempeño, Charlie.
Me llevaba el banderín al bolsillo trasero del pantalón cuando un sonido repentino (parecido al pitido de un claxon) me hizo girar la cabeza hacia el extremo contrario del prado.
«¿Coches en una reserva forestal?»
Avancé con incertidumbre hacia el final de la arboleda, pasando entre el montón de pinos hasta de toparme con las orillas de una carretera automovilística. Contemplé aquel panorama con más curiosidad de la que un hyzcano debería, pues era un hecho que cualquiera de nosotros (a excepción del ejército) tenía prohibido andar más allá de los límites de la colonia.
Asomé la cabeza con cautela: un par de cabañas rústicas a los costados, camionetas estacionadas frente a pequeños comercios y un río de apariencia profunda al otro lado de la carretera.
—Es territorio humano —confirmé para mí misma—. Esta debe de ser la frontera.
Era un escenario tranquilo y reconfortante, tal vez demasiado para alguien con tanta sensibilidad al mundo humano como... Como yo. Regresé unos pasos para volver a ocultarme detrás de los árboles. Tentador..., el aire de aquel sitio me parecía tentador. ¿Alguna vez has sentido la necesidad de alejarte de algo solo porque eres consciente de que, de estar demasiado cerca, no tardarías en quebrantar tu propia resistencia?
«Solo olvídalo, Yvonne»
Retrocedí todavía más, convencida de que sería mejor mantener mi distancia.
Ya había girado sobre mis talones, querido diario; tenía toda la intención de regresar a aquel prado y estaba en mis planes entrar con orgullo por las puertas principales del Tribunal. Mas fue el repentino movimiento que mis ojos atisbaron entre los arbustos lo que, al final, hizo que volviera a girar la cabeza hacia un costado del ramaje.
—¿Hola?
Silencio.
—¿Hola? ¿Hay alguien allí? —volví a preguntar tras haber visto las hojas agitarse—. ¿Esto es parte de la prueba, coronel?
Me agaché un poco para arrimar el rostro hacia aquel arbusto. Tendrás que creerme cuando digo que esa insignificante acción se trató de la peor de mis equivocaciones... Bueno, tal vez no de la peor, aunque sí puedo afirmarte que nada (absolutamente nada) volvió a ser igual después de que me hubiese tomado la libertad de mirar entre las ranuras del ramaje. Resumiré las cosas para ti con un toque de dramatismo: percibir una resplandeciente luz blanca en el fondo es lo último que puedo recordar.
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