Capítulo 31: 2 de mayo de 2012
Parecía que había perdido la cabeza. Al menos era lo que el General y el resto de los auxiliares creían a juzgar por el modo tan incongruente en que respondí a sus entrevistas de rutina:
"—¿Por qué escribiste ese mensaje?"
La niña no debía estar a cargo de un adulto tan irresponsable. Punto.
"—¿Por qué huiste de casa?"
¡Por favor! No iba a quedarme para soportar las locuras de un hombre ebrio, ¿o sí?
"—Lucías asustada en los videos de seguridad."
Temía por la oscuridad del bosque. Eso es todo.
Los detalles en mi versión de la historia no tenían mucho sentido, pero eso solo se debió a la enorme cantidad de mentiras que tuve que obligarme a improvisar. Me conferí la libertad de hacerles creer que todo se encontraba en orden, que me había decidido a involucrarlos por simples motivos de racionalidad y que, después de horas de caminatas en círculos, me había inclinado por la firme elección de contraer matrimonio con el teniente.
Oskar estaba incrédulo. Continuamente se preguntaba cómo demonios era que me había dejado llevar por tal opción cuando, días atrás, había pasado nuestras reuniones quejándome del modo tan deliberado en que Charles solía reaccionar. Mi astucia como consejera no coincidía con la estupidez de mi lógica social, y ese fue un cuestionamiento al que tuve que dar solución con la vieja excusa que todo el mundo acostumbra usar: "el teniente me ha prometido que va a cambiar".
«Ridículo, pero funcional»
Después de eso me ofrecieron la posibilidad de pasar la noche en el Tribunal. Las salas de espera no son los asientos más cómodos del segundo piso, aunque no voy a protestar diciendo que no pude conciliar el sueño a sabiendas de que —aceptémoslo— tener un techo donde dormir era lo único que necesitaba.
—¿Cómo esperas que calcule el corte correcto si sigues bajando los brazos, cariño?
Su reclamación resultó lo suficientemente espontánea para hacerme perder el anterior hilo de pensamientos.
—Oh, claro. —Me apresuré en retomar la posición que aquella anciana exigía—. Lo siento.
—Más te vale prestar atención a las instrucciones si en serio esperas que termine con esto a tiempo —increpó, negando varias veces con la cabeza.
Tuve que obligarme a mí misma a cerrar los ojos con tal de mantenerme centrada en sus demandas. ¿Por qué tanto alboroto por un simple armado de telas? No hacen falta muchas explicaciones además de mencionar que era la extravagante modista de la colonia con quien en ese momento me encontraba.
—Te ves algo dispersa, cariño —me reprendió con una mueca de disgusto—. Apuesto a que has estado yendo y viniendo entre imaginaciones tuyas desde hace ya varios minutos.
—Yo no las llamaría imaginaciones mías —refuté al instante.
—¿Recuerdos entonces?
—Más bien posibilidades —pues mi mente estaba estancada en el "qué sucederá ahora" y en el "cómo haré para lidiar con ello"—, ya sabe, escenarios que podrían ocurrir en el futuro.
—En ese caso, querida, siguen tratándose de simples imaginaciones.
Alcé la vista hacia ella, justo a tiempo para verla dirigirme una rápida sonrisa.
—¿Te has mirado la cara? —continuó diciendo—. ¡El tamaño de tus ojeras es impresionante!
—No he dormido muy bien —expliqué.
—Se nota.
—Tengo pendientes por atender —me permití justificar—. Siempre que se resuelve un problema, curiosamente, aparece otro para reemplazarlo.
—Te sigue persiguiendo el mismo dilema de antes, ¿no es cierto? —trató de adivinar.
—¿Qué dilema?
—Tu situación amorosa —aclaró—. Estás enamorada de otro chico y todavía no estás segura de que sea algo que debas priorizar.
La carcajada que se escapó de mi boca fue más un reflejo de incredulidad que alguna clase de reacción por molestia.
—¿Seguirá insistiendo con eso? —resoplé.
—Es obvio, cariño.
—Tengo muy clara mi "situación amorosa". —Incliné la cabeza un poco para hacerle saber que me conformaría con adoptar tal etiqueta—. Lo que me tiene así de preocupada es, en realidad, un tema completamente distinto.
—A mí no me parece que lo sea.
—Ah, ¿no?
—Estás confundiendo categorías —expresó con lentitud, como si estuviera hablándole a una niña pequeña—. No mezcles el romance con el drama judicial.
«¡Sorpresa! Resulta que la anciana también está enterada de todo»
—¿Quién se lo dijo? —la interrogué de inmediato.
—Soy algo perspicaz —me dedicó una sonrisa irónica antes de señalarse a sí misma con cierta gracia—, cortesía del don personal de la clarividencia.
—Oh... —Me limité a apartar la mirada—. Ya veo.
Aquello tenía demasiado sentido, ¿no es así? Tanto que, inclusive, me costaba creer que no lo hubiese deducido con anticipación.
—Las cosas que te preocupan están conectadas con tu situación amorosa —reiteró—. Hablo en serio cuando digo que puedo notarlo.
—De acuerdo, sí me gusta alguien más —me resigné a confesar mientras la observaba centrar su atención en la cinta métrica—, incluso ya desde hace tiempo.
«Desde hace mucho tiempo»
—¿Y qué piensa este chico?
—También está enamorado de mí, pero... —suspiré—. Hasta hace poco todavía creía que eso sería suficiente para poder estar juntos.
—¿Y no lo fue?
—No. —Tomé una bocanada de aire—. Siempre hay obstáculos, cada vez más cosas que... Cielos, ¡es que ni siquiera lo entiendo! —me quejé—. Sin importar lo que haga, parece que el destino simplemente no me quiere cerca de él.
—¿El destino? —cuestionó en tono de recelo—. Creí que se trataba de una mera conceptualización teórica.
—Lo es.
—En ese caso, cariño, no entiendo ni una miserable palabra de lo que estás diciendo. —Aquella ofensa me resultó tan inesperada que, así sin más, lo único que pude hacer fue mirarla con el ceño fruncido—. ¿Estás diciendo que un vil concepto teórico está convirtiéndose en tu obstáculo principal?
—No me refiero a eso, yo...
—¿Un concepto imaginario y socialmente construido está haciéndose cargo de las riendas de tu vida? —se burló—. ¿Hasta qué punto seguirás utilizando algo tan superficial como el "destino" para excusar las decisiones que tú estás tomando?
—No estoy de humor para juegos —respondí con el gesto serio.
—No estoy jugando.
—Las decisiones las tomo con base en las circunstancias.
—Claro —me dedicó una sonrisa forzada—, entonces debo asumir que el chico con quien vas a casarte es aquel de quien estás enamorada, ¿no es así?
Aparté la vista.
—Porque si llegara a ser el caso contrario —advirtió—, lo único que me queda por decirte es que estás haciendo la elección equivocada.
«Por un demonio, ¿usted también?»
—No necesito más sermones —sentencié a regañadientes.
—Tómalo como un consejo —me corrigió enseguida, concediéndose un momento para sostener la tela de mi cintura con un par de alfileres—, aun cuando no acostumbre dar muchos de ellos.
—Decir que he cometido un error no es un consejo.
—Tienes razón. —Hizo una pausa—. Más bien es un consumado e indiscutible hecho.
—¿Disculpe? —la confronté, indignada.
—¡Tan solo mírate, querida! —Me sujetó por los hombros para girarme en dirección al espejo—. Pareces más una muerta en vida que una novia a punto de contraer matrimonio.
«Vaya, qué amable»
—No he dormido bien —musité—, ya se lo había dicho.
—No, cariño, me refiero más a tu estado de ánimo que a tu aspecto físico.
—¿Qué tiene de malo mi estado de ánimo?
—¡Hace que te veas terrible!
—¿Y qué hay con eso, eh? —Admito que farfullé aquello con desgana solo porque ya estaba harta de sus comentarios inoportunos—. Las cosas se arreglan con un bonito vestido y un buen maquillaje.
—¿Crees que puedo hacer milagros? —ironizó—. Soy una modista, querida, no tu hada madrina.
«Ya basta»
Me esforcé por contener el aliento mientras, molesta, me tomaba la libertad de bajar de la plataforma en donde aquella mujer me había obligado a permanecer quieta desde hacía ya treinta o más minutos.
—¿Le digo una cosa? —La miré a los ojos—. Ya estoy cansada de que pretenda saber lo que es mejor para mí.
—Da igual si te mueves, cariño. —Se encogió de hombros para fingir indiferencia—. Si bien ya terminé con el vestido, eso no significa que debas usarlo.
—Estoy hablando en serio. —Más en serio que nunca porque, aunque me costara trabajo aceptarlo, traer la imagen de Lukas a mi mente estaba lastimándome en más formas de las que creía posibles—. No siga, por favor.
—¿Te das cuenta de lo que sucede contigo?
—Está haciéndome enfadar.
—Estás enfadándote porque, en el fondo, estás plenamente consciente de que esto no es lo quieres.
—"Querer" es diferente a "deber" —le recordé, asegurándome de sacarme el velo de la cabeza—. A veces hay sueños a los que hay que renunciar por el bien de todos los demás.
—Ah, ¿sí? —Enarcó una ceja—. ¿Y qué esperas lograr con eso?
—Cumplir con las promesas que hice.
—¿A costa de qué?
—Cualquier cosa —espeté.
—¿Estás segura de eso?
«No»
—Sí —tal vez titubeé un poco.
Me miró con los ojos entrecerrados, especialmente cuando empecé a despojarme también de los zapatos de tacón. Su intromisión no era fácil de ignorar, pero al menos estaba convencida de que ninguna de sus reprimendas bastaría para hacerme cambiar de opinión: Annaliese necesitaba de mí, y ese era un peso que muy difícilmente hallaría la manera de quitarme de encima.
—El don de clarividencia no le otorga el derecho a meterse en la vida de los demás —añadí, no con firmeza pero sí con frustración—. Las decisiones las tomo yo.
—¿Crees que estoy diciéndote todo esto solo porque quiero obligarte a tomar una decisión?
—Eso es lo que parece.
—Escucha, querida, tener el don no significa siempre tener la razón. —Me dedicó una sonrisa extraña, como si realmente estuviera sintiendo alguna clase de lástima por mí—. Puedo equivocarme, pero hay ocasiones en que, en definitiva, puede que perciba las cosas de una forma mucho más clara de la que otros suelen hacerlo.
—Pues esta no es una de esas ocasiones.
Ni siquiera vacilé antes de dirigir mi marcha hacia el cuarto de vestir y limitarme a cerrar la cortina de golpe. Derramé un par de lágrimas en cuanto estuve allí dentro... Quizás me crucé de brazos con el único fin de sentir que era alguien más quien me abrazaba —tal vez un chico de carácter dulce y de bonitos ojos verdes—, o quizás simplemente me resigné a quitarme aquel vestido porque ya estaba harta de tener que mirarme a mí misma con ese disfraz puesto.
«Las novias no lloran»
No parecía que aquello fuese un enunciado verdaderamente cierto, aunque no por eso me concedí el permiso de descartarlo. Me di prisa en ponerme mis prendas de vuelta, asegurándome de limpiarme los ojos hasta esconder las lágrimas que para ese entonces me delataban.
«Hazle creer que todo está en orden»
Aparentando un ánimo imperturbable, no me tomó mucho tiempo salir de aquel sitio y correr la cortina de regreso.
—Voy a irme ahora. —Tuve que acercarme unos pasos para entregar el vestido en sus manos—. Le agradezco que haya aceptado recibirme sin cita previa.
—Es un placer, querida.
—Lo necesitaré listo para dentro de unos días.
—Es poco lo que hace falta —me informó con un tono de voz plano y formal—. Te lo haré llegar en cuanto haya terminado con las costuras.
Asentí.
—¿Puedo ayudarte con alguna otra cosa? —preguntó.
—El maquillaje —y era evidente que tendría que usarlo en buenas cantidades—, aún necesito un maquillista.
—De acuerdo.
—Alguien que sepa hacer magia con cosméticos.
—¿Magia?
«Mala elección de palabras»
—Magia o no magia, solo... —Lancé un suspiro al aire—. Da igual, ¿sabe? —Fingí que aquello no significaba nada para mí antes de apresurarme en retroceder unos pasos—. Cualquier producto de tocador servirá.
—Entiendo —accedió—. Llevaré el maletín completo.
—Se lo agradezco.
—Aunque, si realmente esperas que me humille a mí misma trabajando como maquillista privada, solo voy a hacerlo con una condición. —La sentí sujetarme del brazo en cuanto me dispuse a mirar hacia la puerta—. Voy a tragarme el orgullo solo si tú prometes, a cambio, prestar a tus emociones un poco más de cuidado.
«Claro, ¡lo que faltaba!»
—¿Cree que hago todo esto porque me siento frustrada o algo parecido? —inquirí.
—No, más bien creo que estás haciéndolo porque estás obligándote a no sentir.
Quizás, y solamente quizás, ella se encontraba en lo cierto. No por eso me concedí el permiso de zafarme de su agarre y pretender que no tenía ni la menor idea de lo que trataba de darme a entender.
—Lo único que puedo prometerle es que haré las cosas tal y como mejor me lo parezca.
Una vez pronunciado eso, me di prisa en darle la espalda para abrirme paso hacia el pasillo de salida. Avanzando a través del estudio, mis ojos se cruzaron con el montón de espejos en las paredes: sí que había algo de razón en cada uno de sus comentarios, pues mi cara parecía más un reflejo demacrado que el verdadero aspecto de quien está seguro de lo que hace.
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