Capítulo 29: 30 de abril de 2012

Las circunstancias cambiaron en un período todavía más corto de lo anticipado. De pronto ya no tenía caso dejar que las cosas siguieran su curso; ya no era viable permanecer de brazos cruzados, mucho menos concederme el permiso de continuar confiando en quien durante años percibí como mi única fuente de apoyo.

Por la mañana, querido diario, todavía me sentía contenta y entusiasmada. A partir de hoy, las condiciones serían totalmente distintas, y eso me quedaba claro a juzgar por el montón de besos que Lukas se había empeñado en obsequiarme. ¿Tienes idea de lo feliz que aquello me hacía? Ya no precisaba de excusas tontas para esconder mi nerviosismo, ya no sería necesario inventar pretextos o simular coartadas porque, al final de todo, por primera vez me sentía en la grandiosa facultad de acercarme a él cuando y como fuera.

Pero la parte romántica del asunto es lo último en que debería centrarme ahora.

Segundos antes de que el día se tornara en una completa pesadilla, salí de mi recámara con la resignada intención de llamar a la puerta de la habitación de Annaliese. Quería dejarle en claro lo que Lukas significaba para mí, hacer que comprendiera que eso no le afectaba a ella en ninguna clase de sentido y pedirle de favor que, además, disculpara mi estúpido descuido por no ponerle el seguro a la puerta. No volverían a existir secretos entre nosotras, y esperaba que hacérselo saber al menos fuera suficiente para recuperar su confianza.

Así, estaba por aproximarme a su cuarto cuando unos sonidos repentinos provenientes de la primera planta me hicieron cambiar de parecer. Se trataban de pasos, pisadas extrañamente estruendosas que cruzaban sin sigilo por el umbral de la entrada.

—¿Hola? —Bajé por los peldaños de la escalera, asomando la cabeza con cautela hasta que fui capaz de distinguir la silueta de alguien—. ¿Quién está allí?

Al principio no respondió, aunque más tarde me di cuenta de que aquello se debía a que ni siquiera estaba en ánimos de ponerse a escuchar.

—¿Hola? —Tuve suficiente con avanzar hacia la sala para que la identidad del misterioso chico fuera revelada—. ¿Charles?

Se tomó un momento para dejar su equipaje sobre la alfombra antes de girar la cabeza hacia mí.

—Eres Yvonne, ¿no? —increpó—. Justo a quien quería ver.

Le dediqué un ceño fruncido.

—¿A qué te refieres?

—Todos en el escuadrón estaban burlándose de mí —comentó de forma atropellada—. Dicen que fui reemplazado todavía más rápido de lo que el antiguo General fue sustituido.

Acepté arrimarme unos pasos, mas el solo hecho de recortar la distancia bastó para que reparara de súbito en su fuerte aliento a alcohol.

«Tiene que ser una broma»

—Por todos los cielos, Charles —lo sermoneé con incredulidad—. ¿Estás ebrio?

—Solo un poco. —Tuvo que sujetarse de la esquina de un mueble para no perder el equilibrio—. Sí, un poco.

—¿Un poco? —Me eché a reír—. ¡Apenas y puedes caminar!

—¿Y cuál es el problema con eso?

—Tu hermana está allá arriba —le recordé a regañadientes.

—¿Y qué querías que hiciera yo, eh? —espetó con aire de ironía—. ¿Permitir que anduvieras por las calles sin descaro y con cualquiera?

—No entiendo ni un ápice de lo que dices.

—Ayer por la tarde recibí una llamada de supervisión porque, ¡oh, sorpresa! —Alzó las manos para exagerar su expresión—. Después de lo que pasó en la colonia, Oskar quiere que el escuadrón entero cargue con malditos teléfonos portátiles en...

—No pienso tomarme la molestia de escucharte divagar —lo interrumpí.

—¿Tienes idea de qué cuernos me dijeron en esa llamada? —Amplió su explicación en cuanto me vio negar con la cabeza—: La chica de recepción estaba segura de que la nueva consejera había pasado horas enteras a puerta cerrada con el General, haciendo quién sabe qué cosas mientras su presunto novio y mi hermana hacían entrevistas a ancianos en las salas de la antecámara.

Parpadeé varias veces, más desconcertada por que aquello hubiese llegado a sus oídos que por el simple hecho de que estuviera echándomelo en cara.

—¿Qué ocurre, Yvonne? —Soltó una carcajada—. ¿Acabo de arruinar tu intención de mantenerlo en secreto o qué?

—No, más bien...

—¡No puedes poner excusas porque sabes perfectamente que todo es verdad!

—... la información está un tanto distorsionada.

Je m'en fous —farfulló con molestia.

—Que no pueda hablar francés no significa que no entienda algunas palabras —añadí en voz baja.

—Evítate los malditos rodeos, ¿quieres? —Su mandíbula se puso tensa—. Hay algo entre tú y Oskar, ¿no es cierto?

—Claro —le dirigí una sonrisa forzada—, y se llama trabajo.

—¡Pasas horas encerrada en su oficina!

—Soy su consejera —repuse.

—¿Consejera de qué, precisamente? —insinuó con atrevimiento—. ¿Le aconsejas cómo ligarse a una chica o algo parecido?

Lo miré con el gesto serio.

—Estás pasándote de listo, Charles.

—¿Yo? —preguntó entre risas—. ¡Eres tú quien parece estar saliendo con tres de nosotros al mismo tiempo!

—¿Disculpa?

—Estás en una relación conmigo mientras te ves a escondidas con el General. Y como aún te parece poco, ¡te diviertes engañando a un pobre muchacho que tiene la pinta de recién graduado!

«¿Acaso dijo en una relación conmigo?»

Tuve que ponerle un alto en aquel mismo instante:

—Lo nuestro terminó hacía semanas, ¿recuerdas? Fui muy clara al respecto.

—Ni en un millón de años aceptaría que algo como eso ocurriera, Yvonne. —Lanzó un resoplido al aire y se cruzó de brazos—. Ambos lo sabemos bastante bien, ¿no es verdad?

Permanecí en silencio, observándolo de pies a cabeza como quien apenas puede tragarse una barbarie tan irreal como ridícula. Desde luego, porque con un carácter como el suyo, ¿cómo rayos fui a creer que iba a tomarse alguna de mis explicaciones realmente en serio?

—Eres mi prometida y de nadie más —puntualizó.

—Por todos los cielos... —Volví a reír, mirándolo de arriba abajo—. ¿Sabes qué? Mejor hablemos mañana, cuando el efecto del alcohol no sea tan nefasto como lo está siendo ahora.

—¿Te vale un comino estar engañándome con otra persona?

—Sería imposible engañarte porque ni siquiera estamos en una relación —argumenté entre quejidos.

—¡Y eso es culpa tuya! —me gritó—. Desde el principio y aún mientras usabas esa sortija, ¡no hubo ni una sola vez en que quisieras pasar una noche conmigo!

«Oh, ¡por favor!»

—¿Cómo rayos iba a hacerlo si no estaba enamorada de ti? —me mofé, molesta.

—¿Y qué hay con eso? —Se encogió de hombros—. No necesitabas estar enamorada para cumplir con tus obligaciones.

—¿Mis obligaciones? —repetí con la boca abierta.

—Eras mi novia, ¿no? ¡Era obvio que, en algún punto, tendrías que haberte acostado conmigo!

—Ni de chiste. —Negué con la cabeza, asegurándome de encaminar mis pasos hacia la escalera—. Son dos cosas muy distintas, Charles.

—¡Complacerme es lo que te tocaba hacer!

—¡Eso no sería cierto ni aunque te trataras de Lukas!

De acuerdo, pausa.

Es evidente que el diálogo anterior se trató, en realidad, del momento exacto en que cometí una equivocación. Metí la pata, lo sé. En primera, porque jamás hubiera esperado tener el valor de gritar a viva voz algo como eso; en segunda, porque haberme delatado a mí misma (y a mi compañero por añadidura) era lo último que me hubiese creído capaz de hacer.

Lo vi en sus ojos, querido diario: la sorpresa combinada con aterradores destellos de furia.

—¿Qué? —me cuestionó enseguida, llevando sus pisadas encolerizadas en mi dirección—. ¿Qué cuernos fue lo que dijiste?

—Nada. —Mantuve la boca cerrada.

—¿Estás burlándote de mí, Yvonne? —Tragó saliva de manera audible—. ¿Piensas que me vale un bledo que simplemente empieces a repetir ese nombre otra vez?

Mi vista se desvió hacia el reloj de pared: las 6.13 p.m. Unos cuantos minutos más y salir de casa consistiría en mi única alternativa cuando de poder ver a Lukas se trataba.

—Voy a irme a dormir —sentencié, comenzando a subir por los peldaños—. Y en un estado como el tuyo, quizás sería prudente que te limitaras a hacer lo mismo.

—No respondiste mi pregunta —refunfuñó, casi escupiendo las palabras.

—No quiero hablar contigo.

—Ah, ¿no?

—Buenas noches, Charles.

No me di cuenta de lo molesta que ya se escuchaba su voz, y ese fue un error. Pensé que ya nada en él tendría la capacidad de sorprenderme, y esa también se trató de una equivocación. Jamás hubiese creído que darle la espalda se tornaría en el más insensato de mis descuidos; pero, bajo el efecto del alcohol, era evidente que no se trataba del mismo chico de antes. Y eso lo tuve muy claro en cuanto se concedió la libertad de tocarme aún sin mi permiso.

—No, Yvonne —lo sentí sujetarme con cierta rudeza del brazo derecho—, no vas a ir a ningún lado porque... ya estoy harto, ¿entiendes? —gruñó—. ¡Tremendamente harto!

—Mejor suéltame. —Me agarró también del otro brazo—. ¿Qué estás haciendo?

—Anda, ven conmigo.

—Vas a hacer que tropiece —le advertí.

—¿También vas a exagerar con la altura de las gradas?

Por el modo en que me jaló sin cuidado, resbalé con el último de los peldaños hasta casi caer de rodillas contra la superficie del piso.

—Por todos los cielos, Charles, ¿qué rayos te sucede? —Lo miré con miedo, pues desde una posición tan baja como esa, no quedan muchas opciones además de sentirse increíblemente indefensa.

—Tienes un par de cuentas pendientes, querida.

Traté de recobrarme lo más rápido que pude, en especial cuando caí en cuenta de que sus intenciones estaban puestas en arrastrarme por el suelo en dirección a su recámara.

—Suéltame ya, ¿oíste? —insistí con voz temblorosa—. ¡Estoy hablando en serio!

—Y yo no estoy escuchando nada de nada —simuló ignorancia, dando la impresión de que se estaba divirtiendo.

—¡Charles!

Yo me empujaba lejos, querido diario, pero él tiraba cada vez más fuerte.

El terror no es una sensación que pueda olvidarse tan fácilmente: esa misma impotencia la había vivido ya, años atrás, mientras un desconocido me aprisionaba por la espalda frente a un grupo de pandilleros ebrios. Tenía presentes sus rostros sonrientes, la forma en que se burlaban de mí; también recordaba la presión sobre mis muñecas y el modo tan espantoso en que sus manos se ceñían alrededor de mi cintura. Ahora me faltaba el aliento..., exactamente igual que como había ocurrido aquella noche en la que tomé por supuesto que el medallón estaba decidido a deshacerse de mí.

—¡Ya basta! —comencé a gritarle con desesperación mientras trataba de aferrarme a las orillas de un mueble—. ¡Maldita sea, Charles, suéltame ya!

—Deja de lloriquear, ¿quieres? —dijo en tono de amenaza—. Tampoco es como que quisiera lastimarte o algo parecido.

—¡Es justo lo que estás haciendo!

—Oh, ¡vamos! —se rio, jalándome también de una pierna—. ¿Ahora vas a decirme que tienes miedo?

«Horror más que simple miedo»

—¡Por favor! Solo... —Con la respiración agitada, lo empujé del pecho con tal de hacer que entrara en razón—. Espera a mañana y lo hablaremos con calma, ¿sí?

—¿Quieres que espere todavía más? —bufó.

—¡Es que este no eres tú! —le supliqué, sin poder evitar que las lágrimas se escaparan de mis ojos.

—¡Claro que soy yo!

—El Charles que sí conozco solía ser mi mejor amigo, ¿recuerdas?

Con eso conseguí que me soltara, solo durante algunos segundos antes de que volviera a hacer un intento por sujetarme de ambos antebrazos. Cabe aclarar que yo anticipé sus movimientos con mayor rapidez: no tardé demasiado en levantarme de un salto, avanzando entre tropiezos hacia la salida tras haber reparado en la puerta entreabierta que, por suerte, él se había olvidado de asegurar.

Con el elemento sorpresa a mi favor, encontré la manera de desorientarlo un poco mientras me daba prisa en atravesar hacia el otro lado de la calle.

—¡Maldición, Yvonne! —lo escuché bramar detrás de mí—. ¡Deja ya de correr!

Ni de chiste hubiese considerado la estúpida opción de parar. Continué huyendo hacia las orillas de la colonia, no solo consciente de que él haría lo posible por seguirme el paso, sino también convencida de que darme alcance no le tomaría ni más de un par de minutos.

«No te detengas»

Le exigí a mi cuerpo avanzar todavía más rápido, adentrándome en el bosque con la esperanza de que el laberinto de árboles resultara lo suficientemente confuso para perderlo de vista.

—¡No me gustan los juegos, Yvonne!

Pegué la espalda contra el tronco de un pino.

—Sabes que voy a encontrarte, ¿no es cierto? —advirtió.

No tienes idea de lo acelerada que estaba mi respiración. Apenas podía mantenerme en pie; no lograba hilar una cadena de pensamientos con coherencia, me temblaban las piernas y centrar mi atención en algún plan de emergencia parecía ya una tarea imposible de concretar. No obstante, fue cuando había optado por permanecer estúpidamente inmóvil que un brillo rojizo me obligó a bajar la mirada hacia el medallón. A diferencia de mí, la reliquia todavía estaba en ánimos de no darse por vencida:

"Charles caminaba a zancadas, fijando la vista en el suelo mientras avanzaba de poco en poco por el sendero que, apenas hacía un minuto, yo acababa de recorrer.

—La tierra está mojada y algunas huellas son visibles —murmuró entre débiles balbuceos, no sin que una sonrisa triunfal se le hubiese dibujado en la cara—. Te crees más astuta que yo, pero tampoco me tomará mucho tiempo hacer que cambies de opinión."

En cuanto recuperé la vista, también recobré la lucidez: mi destino estaría sellado si no me movía de allí, y lo cierto era que rendirme a tal posibilidad tampoco resultaba una alternativa muy confortante después de todo.

Avancé con cautela, metro a metro escabulléndome entre los pinos mientras me aseguraba de pisar en aquellos sitios donde la tierra no dejaría rastros de mi más reciente cambio de curso. Huir de la colonia tenía pinta de ser indispensable; sin embargo, ello también implicaba dejar atrás todo lo que durante años había aprendido a valorar, ¿no?

Me detuve de golpe casi al instante.

«Annaliese»

—Por todos los cielos —me reprendí entre susurros antes de atreverme a echar un vistazo hacia atrás—, ella aún sigue allí.

¿Y qué era lo que alguien como yo podía hacer ahora? Regresar a la cabaña no era una opción, pero tampoco lo era dejar a la niña a merced de las ocurrencias de un hombre ebrio y enfurecido.

«Vamos, ¡piensa!»

Giré la cabeza en todas direcciones.

«Alto... ¿No es esa una cámara de vigilancia?»

Fijé la vista entre las ramas de los árboles.

«Lo es»

Tomé una bocanada de aire, quizás porque de pronto me dio la impresión de que no todo estaba perdido todavía. Al menos no mientras el General aún estuviera de mi lado.

Ni siquiera lo pensé dos veces antes de dirigir mis pasos en dicha dirección, haciendo un esfuerzo por calcular el espacio que sería visible a través del lente al mismo tiempo que miraba con fijeza a la cámara. Necesitaba hacerle llegar a Oskar tal mensaje, comunicarle que la chiquilla estaba en peligro y que la urgencia del caso requería del apoyo de alguien tan influyente como él.

Así que, poniéndome en cuclillas, aproveché la humedad de la tierra para escribir sobre la superficie mojada:

S.O.S. Annaliese

—Siempre revisa las cámaras —me repetí a mí misma a modo de consuelo—. No va a dejarlo pasar.

Estaba en plena consciencia de lo que delatar a Charles significaría: los auxiliares del servicio social no tardarían en llevarse a la niña; pese a ello, dejar que la UH se entrometiera en el asunto me parecía una mejor alternativa que abandonarla en casa junto a su hermano.

«Es lo correcto, Yvonne»

Solo había que confiar en que Lukas tuviera razón: Annaliese era lo suficientemente fuerte para manejar lo impredecible, y lo suficientemente inteligente para aprender a improvisar.

* * * * * * *

Tener tantas ideas en la cabeza estaba haciendo que perdiera los estribos. Pensaba en todo y en nada a la vez, como si a la larga mi mente consistiera en un alboroto sin coherencia que quizá se debía al modo tan extraño en que todavía me temblaban las manos. El recuerdo de haber sido arrastrada por el piso estaba acabando conmigo en más de un sentido... Trataba de percibirme como una chica valiente e impasible, pero lo único que se me venía a la mente cuando pensaba en mí misma era la palabra "humillación".

«Vergonzosamente humillada»

Ni siquiera tenía el ánimo de mirar a Lukas a la cara, mucho menos de revelarle el verdadero motivo por el que llegué muerta de miedo a nuestra ya programada reunión. Recuerdo haberle dicho que me sacara de allí, que me ocultara en cualquier sitio con tal de no verme obligada a volver a casa. Mi compañero estaba tan desconcertado que apenas pudo entender qué rayos hacía yo pidiéndole que me dejara entrar en su comunidad, aunque no por eso se permitió poner en duda alguna de mis poco descriptivas explicaciones.

¿Era peligroso estar escondida en la habitación de un mago cuyo cargo contempla el más alto nivel jerárquico? Desde luego, aunque naturalmente me parecía cientos de veces mejor que estar encerrada en la misma recámara con alguien como Charles.

—Entonces, ¿no vas a contarme qué te pasa? —Lukas tomó asiento junto a mí, haciendo a un lado los almohadones del sofá para poder observarme de frente—. Te ves muy rara, Yvonne.

—Estoy bien —mentí.

—No seré muy bueno para identificar emociones, pero creo conocerte lo suficiente para intuir que algo malo te sucede.

Me permití alzar la vista hacia él.

—Estás sacando conclusiones muy apresuradas —contesté, buscando aligerar sus sospechas.

—Yo no lo creo así —sentenció con el rostro serio.

—¿Qué te hace estar tan seguro?

—Lectura del lenguaje no verbal.

Tuve que dedicarle un ceño fruncido en cuanto pronunció aquello en tono de justificación.

—Mi mamá me enseñó a interpretar los movimientos del cuerpo, por eso de que alguien como yo no... —Apartó la mirada—. Lo que trato de decir es que tú eres una de las personas más expresivas que conozco —explicó—, y eso me basta para saber que estás preocupada.

—No lo estoy.

—Ah, ¿no? —Enarcó una ceja, mirándome de arriba abajo—. ¿Y qué hay de los indicios como brazos cruzados, respiración acelerada, manos apretadas y cabeza gacha?

—A veces esa es mi normalidad —me excusé.

—Estás temblando, Yvonne.

«Tengo miedo, Lukas»

—Solo es... frío —me resigné a inventar, encogiéndome de hombros—. Está helando aquí adentro.

—¿Tiene un mejor pretexto que ese? —resopló—. Al menos uno que también aclare cómo te lastimaste la pierna.

Ante una acusación tan certera, no pude más que mirarme el muslo: Charles me había jalado de tal forma que incluso había dejado un par de evidentes rasguños sobre todo el frente de mi pierna. Por supuesto que aquella explicación no pensaba dársela a Lukas ni un millón de años.

—Me caí —improvisé.

—¿En dónde? —indagó al momento.

—En un arbusto repleto de espinas. —Traté de fingir indiferencia.

—No coincide mucho con la profundidad de las marcas...

—No las veas —lo tomé del mentón para obligarlo a alzar la vista—, mejor no las veas.

—¿Por qué no?

—Porque algunas tienen sangre, y no quiero que te marees por culpa mía.

Negó con la cabeza, apresurándose a apartar mi mano.

—Ya no me pasa eso —dijo en voz baja.

—Ah, ¿no?

—No desde que empecé con los entrenamientos —apuntó, permitiéndose centrar su atención en mis heridas—. Voy a traer algo para limpiarte y... también usaré un anestésico. —Hizo una pausa, quizá porque cierto recuerdo le vino a la mente—. La última vez funcionó bastante bien, ¿verdad?

Tuve que sujetarlo del brazo en cuanto intuí su disposición a levantarse del sitio.

—No, espera —le supliqué—. Por favor no te vayas.

—Solo iré a buscar el medicamento —especificó para tranquilizarme.

—Unos simples arañazos no necesitan medicamento.

Aquello bastó para que volviera al asiento entre movimientos vacilantes.

—Vale... —murmuró—. Puedo ponerte la pomada más adelante, si así lo prefieres.

—Mucho más adelante —tomé una bocanada de aire—, hasta llegar a nunca.

—¿Estás tratando de ser irónica o algo parecido? —preguntó, confundido.

—No quiero que me dejes sola —me limité a confesar, cruzándome de brazos para abrazarme a mí misma—, no hoy.

—¿Y aún diciéndome eso insistes en que no estás preocupada?

Posó la vista en mis rodillas, aún temblorosas y traicioneras, como si estuviesen tratando de delatar gran parte de mi angustia. Era obvio que algo andaba mal conmigo, y quizás fue también el motivo por el que no lo pensó dos veces antes de sujetarme de ambas manos.

—¿Por qué no me dices la verdad, Yvonne?

«No quiero hacerlo»

—Prometo que haré un esfuerzo por entender —se dio prisa en añadir—. Sé que, en ocasiones, puede ser difícil explicarme las cosas, pero si usas definiciones concretas...

—No tiene nada que ver con eso, Lukas, más bien prefiero que no lo sepas. —Aparte de vergüenza, pensar en decírselo me generaba una sensación de sofoco—. Es un asunto sin importancia.

«Qué gran mentira»

—¿Un asunto sin importancia te tiene así de asustada? —inquirió.

—Sí —contesté.

«Al menos es lo que trato de fingir»

—Vale. —Me partió el alma el solo hecho de verlo bajar la cabeza con aire de decepción—. No voy a obligarte a contármelo si tú no quieres hacerlo.

—Lo lamento.

—Está bien. —Me dirigió una sonrisa que también lo llevó a encogerse de hombros—. Todo el mundo tiene secretos, ¿no?

—Eso supongo —balbuceé.

—Algunos mejor escondidos que otros...

—Por ahora, prefiero guardarme las explicaciones —dije para dejar en claro—. Y no es porque esté tratando de excluirte del tema, solo...

—No creo que sea malo guardarse algunas cosas —interrumpió, acariciándome las palmas de las manos en cuanto mis escalofríos volvieron a resultarle perceptibles—. Aunque, si vas a tomar una decisión como esa, al menos déjame tratar de mitigar el resto de las implicaciones.

—¿Cuáles implicaciones? —dudé.

—Todavía tienes miedo —repuso enseguida, haciendo un esfuerzo por sostenerme la mirada—, y me da la impresión de que yo puedo ayudarte con eso si... Solo si tú me lo permites, claro.

Tras haber dejado que el silencio se extendiera por algunos segundos, me convencí de asentir.

—Vale, entonces... —suspiró— voy a acercarme un poco más, ¿de acuerdo?

Se concedió la libertad de recortar la distancia hasta encontrar la manera de rodearme por la espalda con un abrazo, uno que me tomó por sorpresa aún pese a que me lo hubiera anunciado con cierta anticipación.

—El contacto físico, a veces, tiene la facultad de disminuir los niveles de ansiedad.

Escucharlo pronunciar aquello me pintó una sonrisa en la cara.

—Ah, ¿sí?

—Lo leí en algún sitio —explicó.

—¿Y es una estrategia realmente funcional?

—La probaremos ahora —sentenció con seguridad, haciéndome reprimir la risa una vez más—, incluso durante horas, si así lo necesitas.

«Mi más grande sueño hecho realidad»

—Cielos, Lukas —apoyé la frente contra su hombro—, ¿no se supone que tendrías que estar ahora mismo en una junta?

—Tú eres más importante que cualquier reunión con el Concejo.

Aquello lo dijo con tanto cariño que me resultó imposible permanecer indiferente. Estaba asustada, sí, pero después de eso también empecé a sentirme enternecida.

La luna apareció, las estrellas doradas brillan en el cielo claro y brillante —me susurró al oído, frases que al instante identifiqué como las letras de una famosa canción de cuna—. Los bosques están oscuros y en silencio, y de los prados se eleva una maravillosa y blanca niebla.

—¿Estás tratando de tranquilizarme con "La luna apareció"? —adiviné con cierta sorpresa.

—Sí... —vaciló—, eso creo.

—¿Y por qué elegiste esa canción? —quise saber.

—Mamá la cantaba para mí cuando era más chico.

—Vaya —reprimí una carcajada—, eso explica demasiado.

—¿De qué hablas?

«De algo que jamás entenderías»

—Olvídalo —negué con la cabeza para restarle importancia al asunto—, no tiene mucho caso.

—¿Quieres que siga, entonces?

—Sí.

Querido diario: ¿recuerdas la enorme cantidad de veces que, en el pasado, me vi en la necesidad de cantar para el pequeño Lukas con tal de parar con sus llantos? En aquel momento, era yo quien se aseguraba de abrazarlo durante horas hasta verlo recuperar la calma... Ahora era él quien parecía haber cambiado de sitio, envolviéndome entre brazos como si en serio estuviese tratando de brindarme protección en toda clase de sentido.

Cómo el mundo es tan tranquilo y, en la cubierta del atardecer, tan acogedor y encantador, como una recámara silenciosa donde dormirás y olvidarás las penas del día —en lugar del típico canto a balada, más bien estaba recitándolo como si se tratara de un poema.

Un muy apacible poema.

Me permití cerrar los ojos mientras él continuaba susurrándome palabras al oído, una y otra vez, murmurando rimas para mí al mismo tiempo que me acariciaba mechones del cabello. Terminada esa canción, se dispuso a proseguir con otras: cuatro o cinco melodías que no pude reconocer, pero que sin duda estaban teniendo el mismo efecto. Mis latidos de poco en poco regularizados, mi respiración empezando a apaciguarse y la ansiedad siendo reemplazada por el habitual "nerviosismo romántico" al que ya estaba tan acostumbrada.

Permanecí a su lado sin que ya nada pudiera inquietarme e, inclusive, recuerdo haberlo escuchado decir un par de últimas frases antes de que el sueño me venciera. ¿Todavía más detalles? De acuerdo: entre esos versos, un hermoso y casi imperceptible "en ti estarán mis ojos y mi corazón por el resto de los días".

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top