Capítulo 26: 26 de abril de 2012
Estoy enamorada de Lukas, ese ya es un hecho que no puedo negar. Lo que todavía me parece imposible de descifrar es si él siente, o no, lo mismo por mí. Es demasiado terco y obstinado, firme en sus decisiones e increíblemente difícil de persuadir. Ninguno de mis intentos parece tener la fuerza suficiente para hacer que se permita romper más reglas, y quizá esa es la particularidad que más me preocupa porque ¿qué pasaría si era el amor por otra persona lo que, en realidad, daba origen a sus insistentes evasivas?
«No asumas conclusiones por adelantado»
¡Agh! ¿Cómo no hacerlo? ¿Cómo no suponer que él simplemente se había olvidado de mí? Después de todo, ya hasta tengo la impresión de que sus bonitas palabras y la forma tan especial en que siempre me mira son, por desgracia, un producto de mi propia imaginación... Una cruel y autocomplaciente imaginación.
En cuanto al recuento que nos concierne, querido diario, jamás me atrevería a dar inicio a esta narración sin antes haberte aclarado un par de detalles:
1) Es importante especificar que Charles no se encuentra en casa. Salió ayer por la noche tras haber recibido un llamado de la UH, uno que, al parecer, estaba directamente relacionado con la estrategia que el General y yo habíamos acordado esa misma mañana.
2) Habíamos determinado que reanudar las clases en el Instituto Hyzcano sería la manera ideal de brindar estabilidad y hacerle notar a la colonia lo bien que las cosas ya empezaban a avanzar. De esta forma, tenía por seguro que Annaliese estaría fuera de casa, lo que me concedía la oportunidad perfecta de pasar horas enteras junto al chico de quien ya me encariñaba cada vez más.
Fue justo así como Lukas terminó sentado a la mesa de nuestro comedor, prestando toda su atención a esos fastidiosos diagramas ilustrados que tanto se empeñaba en estudiar. Para el punto del mediodía, yo ya estaba harta de observarlo clasificar documentos. Solo deseaba hablar con él, quería que me viera a mí en lugar de a ese montón de mapas y ansiaba que, siquiera una vez, se otorgara la libertad de pensar en cualquier otra cosa que no fuera en sus responsabilidades como líder de la comunidad mágica.
—Te ves agotado, ¿sabes? —Eso ni por asomo bastó para que se permitiera despegar la vista del papel—. Necesitas tomarte un momento para descansar.
—No tengo tiempo para descansos. —Con el lapicero, continuó trazando sobre el mapa la ruta que habríamos de recorrer al entrar en la reserva.
—Solo serían quince o veinte minutos...
—Es importante darle una secuencia a las fases del plan si en serio esperamos poder llevarlas a cabo —puntualizó.
—Oh, vamos —me quejé, hundiéndome en el asiento—. Son demasiadas estrategias para una sola mañana de jueves.
—Solo se gana con estrategias.
Puse los ojos en blanco. En verdad parecía que nada le haría cambiar de opinión, al menos no mientras estuviera tan enfrascado en priorizar los temas políticos.
«Aguarda... ¿Se gana con estrategias dijo?»
Me apresuré a recobrar la compostura.
«Por suerte, soy experta en la materia, ¿no?»
Mi sonrisa triunfal fue automática. Conocía bien a Lukas, tanto como para estar cien por cien segura del tipo de estrategias que tendrían en él alguna clase de efecto.
—De acuerdo, si no eres tú quien acepta tener ese descanso —me puse de pie con falsa indiferencia—, entonces seré solamente yo quien tenga el gusto de probar la nueva colección de paletas frutales.
Le di la espalda y llevé mis pasos en dirección a la cocina, haciendo lo posible por pretender que sus constantes negativas no me afectaban en absoluto.
—¿Paletas frutales? —lo escuché preguntar desde el fondo del comedor.
«Bingo»
—Así es, Lukas —sonreí—. Paletas frutales.
—¿Y qué son esas?
—Nada en especial además de dulces importados de diferentes sabores.
—¿Sabores como cuáles? —indagó a toda prisa.
—No lo sé, eran tantos que ni siquiera puedo recordarlos —dramaticé.
Me limité a sacar del almacén la famosa bolsa de "reservas azucaradas" que Annaliese tanto solía atesorar, asegurándome de hacer ruido para que la enorme cantidad de envolturas fuera más que evidente. No pasaron ni unos segundos antes de que pudiera distinguir a Lukas por el rabillo del ojo: cruzaba por el marco de la puerta, avanzando de poco en poco hacia mí con la intención de echarle un vistazo a aquellos empaques.
—Hay chocolates, caramelos, gomas de mascar y malvaviscos... —enlisté a propósito—. Vaya, creo que incluso podría escoger más de uno.
—¿Qué hay de las paletas frutales? —murmuró detrás de mí, todavía con aire de vergüenza a juzgar por su bajo tono de voz.
—Quedan unas cuantas de cada sabor: manzana, mora, fresa y plátano.
—Todas parecen buenas opciones.
—¿Quieres una o qué? —inquirí para persuadirlo.
—No, yo... —Hizo una pausa y luego reformuló su oración—: Bueno, puede que... tal vez sí.
Me obligué a contener la risa, en especial cuando avanzó hacia mí a zancadas con tal de arrimar el rostro a la bolsa.
—¿Cuál crees que sepa mejor? —Sabía que su atención estaba puesta en la múltiple variedad de golosinas y que, seguramente, ni siquiera se había percatado de lo cerca que acababa de posarse junto a mí—. La mora no me convence demasiado.
—Siempre te ha gustado la fresa —dije, un tanto cohibida.
—Sí, yo... estaba a punto de elegir esa.
—Tendrás que prometerme que tomarás un descanso si en serio esperas que te la obsequie —condicioné—. Mientras tanto, podríamos jugar alguna partida de cartas o algo parecido.
Al verlo asentir, me giré por completo hacia él y, con una sonrisa sincera, le entregué la paleta en las manos. Desde luego: mi corazón se volvió loco con la poca distancia que en ese momento nos separaba; por desgracia, fue Lukas quien no tardó ni un instante en tomar la decisión de retroceder.
—Gracias, es la primera vez que pruebo una de estas —añadió para restar importancia a mi acercamiento—. A pesar de que hay una dulcería en mi comunidad, no suelo visitarla muy seguido.
Solté una bocanada de aire.
Era ridículo pretender que podía permanecer a su lado sin que su compañía se tornara, día con día, en un verdadero motivo de caos interno. Dicho sea de paso, fue también la razón por la que ni siquiera pude pronunciar palabra mientras me limitaba a regresar aquella bolsa al interior del almacén.
—Entonces, ¿vas a querer que juguemos, Yvonne?
Parpadeé varias veces, perpleja.
—¿Cómo?
—Dijiste que podríamos iniciar alguna partida de cartas —me recordó.
«Por todos los cielos, ¡es obvio que se refiere a las cartas!»
—Es verdad, yo... —Cerré los ojos, solo durante unos segundos mientras me obligaba a mí misma a mantener mis pensamientos al margen—. ¡Sí, claro! —eso se me escapó con excesiva emoción—. Quiero decir, por supuesto que podemos jugar, si así lo quieres.
Me puse tan nerviosa que ni siquiera pude recordar hacia dónde debía ir, torpeza que también me llevó a confundir la salida de la cocina con la entrada al cuarto de lavado.
—No, no es por aquí —me reprendí, soltando una débil carcajada.
—¿Te enredas con los pasillos, incluso estando en tu propia casa? —preguntó él en tono de burla.
—A mucha gente le sucede lo mismo —me excusé.
—Ah, ¿sí?
«No. La verdad es que no lo creo»
—Tenemos una baraja en las repisas de por acá —respondí, haciendo lo posible por dejar el tema de lado al tiempo que lo guiaba de vuelta al comedor.
—¿Una baraja inglesa?
—Sí.
—Vale —se tomó un momento para abrir la envoltura plástica y echarse la paleta a la boca—, con eso bastará para armar una competencia interesante.
—¿Tienes algún juego en mente? —curioseé.
—Veintiuno, pero... —Negó con la cabeza—. No, mejor ese no.
—¿Por qué no?
—Porque, si mal no recuerdo, nunca ganaste ni una sola de esas partidas.
Solté un bramido de incredulidad.
—¿Disculpa?
—Vas a perder si nos decidimos por un juego tan aleatorio como ese —sentenció, no solo con seguridad, sino también con picardía—. No te va muy bien en los juegos de azar.
«Eso tuvo aire de reto»
—¿Quieres apostar? —lo desafié sin pensar.
Me dirigió una leve sonrisa, aunque, en efecto, hizo un esfuerzo por evitar encontrarse con mis ojos.
—Se escucha atractivo —contestó.
—De acuerdo. —Solo pude regresarle una mirada divertida a la par que me acercaba al librero en busca de la ya mencionada baraja—. Apostemos, entonces. El ganador se lleva un favor como premio.
—¿Un favor?
—Si yo pierdo, te deberé el favor que tú me pidas cuando y donde sea —estipulé a modo de reglamento—. Pero si yo gano, serás tú quien me lo deba sin importar cualquiera que sea.
Asintió casi enseguida.
—Dije cualquiera que sea —enfaticé, solo porque deseaba que aquello le quedara bien claro.
—Trato hecho —accedió.
Me dejé caer sobre una de las sillas al mismo tiempo que una ventisca de aire frío se colaba por la ventana. Bajar el vidrio fue la primera opción que vino a mi mente, pero ver que Lukas acababa de sentarse enfrente de mí me pareció lo suficientemente emocionante para no querer levantarme de aquel sitio. ¡Qué más daba! De igual forma, el viento sería de gran ayuda para lidiar con los constantes sofocos que implicaba estar cerca de él, ¿no lo crees?
—En esta ocasión, te dejaré repartir primero —anunció con una sonrisa, como si estuviera concediéndome la mayor de las ventajas.
Apartó de la mesa un grupo de papeles y documentos, disponiéndose a liberar algo de espacio antes de volver a centrar su atención en la envoltura de la paleta. Que luciera tan feliz con esa simple golosina me llevó a pensar en todas aquellas veces que obsequiarle un dulce se convirtió en mi única alternativa de escape... Quizás porque no deseaba admitir que era su magia lo que hacía que sus doce versiones fueran tan complejas.
«No has cambiado nada, compañero»
—¿Te digo una cosa, Lukas? —Junté todas las cartas para asegurar que estuvieran bien mezcladas—. Siempre supe que eras diferente porque... La palabra "normal" nunca ha encajado contigo.
—¿De qué hablas?
—Ser capaz de cambiar el color de las cosas no es una cualidad tan humana que digamos —ironicé.
—¿Te refieres a lo que ocurrió con la rosa el día que estuvimos en la estación de Heidelberg?
Lo miré a la cara. Por alguna razón, me sorprendió que hubiese mencionado tal tema así, como si tratara de cualquier otra cosa.
—Sí, en realidad... —Tomé una bocanada de aire—. Tu naturaleza mágica resultaba bastante obvia.
No estaba pensando con claridad cuando coloqué las cuatro cartas de inicio sobre la mesa, girando dos de ellas para que quedasen al descubierto. Él le echó un vistazo a su naipe invertido antes de volver a ponerlo boca abajo.
—No para mí —replicó enseguida—. Si la magia siempre estuvo allí, lo cierto es que yo nunca la noté.
—Ah, ¿no?
—Cuando algo extraño sucedía conmigo, simplemente me repetía que era mi propia imaginación la que superaba sus límites.
«¿Imaginación?»
Creo que, por un tiempo, yo también conseguí convencerme de lo mismo.
—Entiendo —pronuncié entre pequeños asentimientos de cabeza—. El mundo real te obliga a creer que la magia no existe, pero... también lo hacen las promesas rotas, Lukas. —Aquella frase lo tomó desprevenido, lo supe por la forma en que desvió la mirada hacia el piso—. Tal vez porque hacen que te ilusiones con cosas que, parece ser, jamás van a volver a ocurrir...
—Dame otra carta, Yvonne —interrumpió de súbito.
—¿Qué?
—Dame otra carta —insistió.
—¿De qué hablas? Estaba por explicarte lo que...
—Será mejor que empecemos el juego si realmente esperamos poder terminarlo.
No dije nada.
Dejé pasar algunos instantes de silencio, entrecerrando los ojos con fastidio antes de limitarme a cumplir con su petición. La nueva carta que abrí para él resultó ser un cuatro de diamantes; luego me dispuse a escoger otro naipe para mí, dejando al descubierto un seis de corazones. Que hiciera esos movimientos con tanta rapidez no solo llevó a Lukas a enarcar una ceja, sino que también lo persuadió de volver a abrir la boca:
—Oye, Yvonne...
—¿Sí? —contesté, molesta.
—¿Estás enojada conmigo?
—¿Tú qué crees? —Me reí.
—Pareces estarlo —musitó con el gesto serio.
—Tengo un par de razones que, considero, son más que justificables para decir que sí lo estoy.
Soltó un suspiro al aire.
—No quería... —vaciló—. No era mi intención, Yvonne.
—Claro, siempre es lo mismo cuando se trata de ti —refunfuñé.
—Voy a cambiar de discurso, entonces: los últimos días esperé junto a la puerta de mi casa durante casi media hora antes de que tú llegaras.
Alcé la vista hacia él.
—Perder siquiera un minuto me parecía una idea insoportable —añadió entre murmullos—, por eso supuse que aguardar a un lado de la entrada sería la opción más inteligente.
Parpadeé varias veces, no muy segura de haberlo escuchado correctamente porque, vamos, ¿cómo podía ser posible? Que se hubiera decidido a confesar aquello frente a mí... Vaya, es que ni siquiera tenía sentido.
Incapaz de apartar la mirada de él, permanecí unos segundos en completo silencio antes de que mi boca tuviera la "asombrosa" idea de soltar lo primero que vino a mi mente:
—Mis agujetas nunca estuvieron desgastadas.
Lukas lució todavía más confundido que yo.
—¿Qué?
—Mis a-agujetas... —titubeé, no muy segura de que fuera sensato comentárselo—. Ya sabes, todas esas ocasiones en que fingí atar mis zapatos.
—¿Qué tienen que ver tus zapatos con lo que acabo de decir?
—Me refiero a que solía utilizarlos como excusa —aclaré para él—. Me ataba los cordones cientos de veces diciendo que estaban viejos y desgastados, pero la verdad es que solo estaba tratando de concederme un momento para respirar.
Casi se ahoga con la paleta por haber intentado reprimir una carcajada.
—¡Oye! —lo reprendí. Mitad divertida, mitad indignada—. No te burles de mí, yo... ¡Agh! Había veces en que necesitaba un poco de aire, ¿de acuerdo?
—¿Aire?
—Estás haciendo que me arrepienta por haber sido honesta contigo. —Me crucé de brazos.
—Lo lamento. —Era difícil creer que hablaba en serio: la sonrisa lo delataba.
—Tendrás que compensarme por eso...
—Mentí cuando te expliqué lo que ocurrió en el tren mientras dormías —agregó de repente, escogiendo una nueva carta para acomodarla junto a las demás: un muy afortunado tres de picas—. En ningún momento intenté regresarte a tu lado del compartimento, más bien fui yo quien aceptó tu abrazo en cuanto te vi estirar los brazos hacia mí.
—Aguarda, ¿qué? —protesté con incredulidad—. Dijiste que habías tratado de empujarme.
—Pues no estaba diciendo la verdad. —Se encogió de hombros.
—¿Me engañaste? —Pretender que estaba molesta por ello fue imposible: de forma humillante, la frase salió de mis labios acompañada por una mueca de entusiasmo.
—Digamos que preferí omitir un par de detalles.
—¡Eso es lo mismo que engañar!
—Tengo una definición un tanto distinta, Yvonne.
Se burló en voz baja, una "fechoría" tan adorable que tampoco pude evitar inclinarme un poco más hacia él.
—¿Me dijiste mentiras en algunas otras ocasiones? —me ocupé de interrogar.
—Sí —admitió sin pena.
—¿Qué tipo de mentiras?
—Un mago nunca revela sus secretos —expresó con un toque de dramatismo.
«Oh, ¡por favor!»
—Te estás pasando con la teatralidad, Lukas.
—¿Solamente yo? —insinuó.
Yo sonreí en respuesta.
—Para tu información, dispongo de otros datos que podrían dejarte en la completa humillación —le espeté con descaro mientras tomaba otro naipe, un dos de corazones que acababa de mejorar mi jugada—. ¿Sabías que solo pude reírme de ti cuando supe de tu fobia a la sangre?
Una mirada traviesa cruzó por su rostro, y de pronto las declaraciones se volvieron más que simples formas de evasión: inesperadamente adquirieron tintes de competencia.
—La primera vez que te vi te creí una chica caprichosa y superficial —soltó, retándome a superar aquella confesión—. De hecho, ni siquiera tenía intenciones de hablar contigo, no hasta que demostraste ser más astuta que yo.
—¿Caprichosa y superficial? —resoplé, ofendida.
—Lo que oíste.
—Cielos —una carcajada se me escapó de la boca—, con eso sí te pasaste.
—Fuiste tú quien quiso jugar primero, ¿no? —Colocó una carta más sobre su lado de la mesa: un amenazante As de tréboles—. No puedes culparme por tratar de empatar tu osadía.
—¿Ahora resulta que soy la única que está jugando con fuego?
—¿Se puede jugar con fuego? —dudó.
—Es solo una expresión, Lukas. —Extraje un nuevo naipe de la baraja, uno que, por alguna razón, preferí no mirar de inmediato—. Eres demasiado sensible para ser un chico.
—Guau. —Soltó un chasquido de lengua—. Ese fue un golpe muy duro.... No literalmente, claro.
—Uno que no vas a poder igualar —me mofé.
—¿Estás segura? —Amplió su sonrisa—. Porque podría decir que tú eres demasiado permisiva con magos para ser una hyzcana.
—¿Permisiva?
—Mira con quién estás ahora. —Se señaló a sí mismo con cierta gracia.
—No me pareces alguien peligroso —justifiqué.
—Aun así, ellos te pagan por hacerles creer que estás en contra nuestra.
Lo fulminé con la mirada.
—Esa acusación no saldrá exenta de consecuencias —le advertí, fingiendo un tono serio—. Estás orillándome a decir algo que no quería decir, ¿comprendes?
—Algo, ¿como qué?
—Regalé a alguien la primera rosa que me diste —mantuve la vista fija en él cuando pronuncié aquello, quizás porque deseaba detectar en su rostro cualquier indicio de molestia—, y nunca traté de pedirla devuelta porque el hermano de dicha persona se convirtió en un chico muy especial para mí.
Nada. Sin cambios de expresión ni alteraciones musculares; permaneció inmóvil, indiferente, tan fríamente desinteresado como desde un principio asumí que lo estaría.
«Por supuesto»
Con decepción, posé la mirada sobre el naipe que aún sostenía entre manos. ¿Y qué si el número final no era lo que esperaba? En cualquier caso, una ridícula partida de Veintiuno no era lo que más temía perder.
—Rayos —maldije en voz baja mientras le echaba un vistazo a la última de mis cartas—. Es una diez de picas... Tenías razón.
—¿En qué?
—Soy pésima para los juegos de azar.
Me resigné a pegar la frente contra la superficie de la mesa.
—No he ganado todavía —me recordó.
—Sí, pero yo ya perdí —balbuceé entre dientes, rindiéndome a la idea de que las cosas jamás volverían a ser como antes.
—Es solo un juego, Yvonne.
—No es del juego de lo que estoy hablando —refunfuñé.
—Entonces, ¿de qué?
—Ni siquiera creo que quieras saber la respuesta. —Y de poder olvidarla, incluso yo me habría forzado a hacerlo desde hacía tiempo.
Contuve las lágrimas. No quería mirar a Lukas a la cara, aunque también estaba segura de que no deseaba desaprovechar la oportunidad de pasar junto a él los pocos minutos que aún me restaban.
—¿Te gustaría al menos darme un premio de consolación? —le pregunté segundos más tarde, armándome de valor antes de volver a alzar la cabeza—. Elígelo por mí, créeme que aceptaré lo que sea.
—¿Qué tipo de premio?
—El que te venga a la mente —me encogí de hombros—, incluso lo primero que se te ocurra.
Apretando los labios, se tomó un momento para pensarlo antes de contestar:
—¿Estarías conforme con una respuesta pasiva?
—¿Respuesta pasiva? —repetí, dudosa.
—Me refiero a la posibilidad de obtener una respuesta que no involucre... —Aparentemente, detuvo aquella explicación tras haber reparado en los temblores que la corriente de aire estaba provocándome—. ¿Tienes frío?
—Un poco, pero te aseguro que ese es el menor de mis problemas...
—Dame tu mano —dijo sin vacilar.
—¿Cómo?
—Tu mano —insistió, extendiendo el brazo sobre la superficie de la mesa—. Confía en mí.
Pausa.
Tú también lo notaste, ¿no es cierto?
Minutos atrás, había hecho lo posible por evitar mi cercanía, pero ¿ahora no tenía ningún inconveniente con tomarme de la mano? Créeme que estoy haciendo lo posible por descifrar la lógica detrás de sus constantes contradicciones; sin embargo, no parece que algo de esto tenga un verdadero sentido si no es atribuyendo sus negativas a dos posibles motivos: A) no está enamorado de mí o, B) trata de convencerse de que no está enamorado de mí.
¿Alguna apuesta, querido diario?
—Está bien. —Tengo la impresión de que me vi un tanto emocionada en cuanto acepté colocar mi mano sobre la suya—. Sí confío en ti, Lukas.
—Es algo nuevo que he estado practicando —señaló, sujetándome con mayor firmeza—. Espero sea igual de sencillo que en los entrenamientos.
Tal vez consistió en un ensayo para él, pero aquella extraña y repentina propuesta fue, para mí, mucho más que una simple prueba. Pude sentir los latidos de mi corazón acelerarse, en especial cuando una ráfaga de calor empezó a inundar parte de mis dedos, escalando de poco en poco por mi muñeca hasta propagarse hacia el resto de mi brazo.
—¿Qué estás haciendo? —lo cuestioné al instante.
—Manipulando tu sensación térmica. —Fingí no haberme percatado de que aquella paleta le había teñido los labios de rojo—. Es una de mis habilidades de tercer rango además del control de la tierra.
—Vaya, e-eso es... —tartamudeé, nerviosa—. Es algo que ni siquiera sabía que podías hacer.
—¿Funciona?
—Sí. —Aunque hubiese sido lo contrario, el solo hecho de tomarme de la mano habría sido más que suficiente.
—Perfecto.
Por fin se concedió la oportunidad de verme a los ojos. Había algo especial en la manera en que me miraba... Y fuera lo que fuese, hacía que mi corazón latiera cada vez más deprisa.
—Entonces, ¿te parece bien una respuesta pasiva como premio de consolación?
Tuve que parpadear varias veces para despejar mis pensamientos y responder:
—Sigo sin entender a qué te refieres.
—Vale, es... Ganarías el derecho a hacerme una pregunta que yo tendría la obligación de contestar —explicó, asombrosamente manteniendo la vista fija en mí—. La única condición es que la respuesta no debe implicar nada que sea de verdadera importancia.
—O sea que debe tratar sobre un tema neutral —asumí.
—Exacto.
—Me conformaré con eso. —Y con la grandiosa fortuna de poder sujetarlo de la mano.
—Piénsalo bien antes de elegir tu pregunta —advirtió.
—Tengo algunas cosas en mente, pero... —Una idea se destacaba de entre todas las demás—. En realidad, hay una respuesta en particular que desde hacía años me hubiese gustado pedirte... ¿Recuerdas el día en que tu prima Ana visitó la mansión? Ella y yo nos encontramos cerca de la puerta.
Lukas ladeó la cabeza con desconcierto.
—¿Y qué hay con eso?
—Siempre he querido saber qué fue lo que ella te dijo al oído cuando cruzó la salida —admití.
—Vaya, Yvonne... —Hizo un muy evidente intento por contener la risa—. Esa es una pregunta tan rara como tú.
—¡Oye! —protesté enseguida—. Es una pregunta simple y ya está.
—Es una pregunta extraña.
—Tan solo quiero saber lo que tu prima pensaba de mí —me defendí—, y tú dijiste que solo valían temas neutrales.
—¿Y?
—¿Sobre qué otras cosas podría indagar si no me dejas preguntarte nada de verdadera importancia?
—Tenías cientos de opciones, Yvonne.
«Oh, ¡por favor!»
—¿Cientos?
—Sin exagerar... —se burló—. Tal vez miles.
Por alguna razón, verlo sonreír me parecía incluso más satisfactorio que conocer aquella respuesta.
—¡Agh! Está bien —me rendí—. Admito que fue una pregunta bastante tonta.
—Ana sabía que estabas observando desde las escaleras, por eso me pidió que regresara a buscarte —contestó de repente, aun cuando hubiese dado la impresión de que no iba a hacerlo—. Insistió en que debía aclarar las cosas contigo porque, según ella, no era buena idea dejarte marchar con tal nivel de furia.
—¿Ella creyó que estaba furiosa?
—Estabas furiosa —constató.
«Sí, bueno..., tal vez era verdad»
—Tus comentarios lo provocaron —me apresuré a justificar—. Fue culpa tuya.
—Muy graciosa. —Me dirigió una sonrisa fingida.
—Lo digo a manera de juego —especifiqué para que no lo tomara con literalidad—. Es obvio que fue culpa mía.
—¿Significa que quedaste satisfecha con mi respuesta?
Asentí, aunque, por el modo en que me quedé prendida de su mirada, no estuve segura de haber comprendido del todo su pregunta. Dijo algo más, quizá otro par de oraciones que, curiosamente, tampoco puedo recordar.
—¿Yvonne?
No sabía cómo continuar una conversación que ni siquiera había tratado de escuchar, así que sencillamente le dediqué una sonrisa. En eso, me pareció ver una coloración peculiar en sus ojos, un destello azul que se esfumó en cuanto volví a enfocar la vista en el distintivo verde que tanto me encantaba.
«Creo que un simple enamorada ya se queda muy corto»
Algo debió indicarle lo que pasaba por mi cabeza, tal vez mi silencio o quizás la forma en que lo miraba, pero lo cierto fue que no tardó ni unos segundos en retroceder al mismo tiempo que apartaba su mano de la mía.
—¿Qué estás haciendo? —musitó al momento, desconcertado por la forma en que tu querida narradora ya había empezado a inclinarse hacia él—. Soy un mago, Yvonne.
Fingí ser consciente de aquello. Y también pretendí que no me lastimaba en absoluto:
—Sí, eso lo sé.
—¿Entonces?
—Solo estaba tratando de mirar tu carta invertida —improvisé.
—Oh.
Claro, porque la última alternativa a mi alcance fue mentir y hacer pasar mi penoso acercamiento por una "obvia" intención de revelar el resultado del juego.
«Trágame, tierra»
Con un espantoso hueco de desesperanza en el pecho, me dispuse a girar el único de sus naipes que aún continuaba oculto a la vista. Para colmo, ver la imagen central de aquella carta fue similar a haber sido atropellada por una ola de incredulidad.
—¿Un joker? —inquirí sin más remedio.
—Nunca sacaste los comodines de la baraja —apuntó.
—Cielos —me llevé una mano a la frente—, ¡lo olvidé por completo!
—¿Preferirías que anuláramos la partida?
—No. —Evitando mirarlo a la cara, me resigné a volver al respaldo de mi asiento—. Fue un error mío, así que... no voy a considerarlo trampa.
—¿Estás segura?
Asentí.
—Entonces, ¿puedo utilizar el joker para llegar a veintiuno? —me cuestionó con cierto matiz de entusiasmo.
—Claro. —La sonrisa falsa que me obligué a dirigirle me hizo sentir todavía más humillada que antes—. Ganaste el juego, Lukas.
Dime una cosa, querido diario, ¿alguna vez te has enamorado de alguien de quien no deberías? Aprovecharé este párrafo para hacerte una breve recomendación: asegúrate de que sea lo último que hagas, en especial si lo que realmente deseas es mantener tus ilusiones intactas.
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