Capítulo 25: 18 de abril de 2012

Las cosas son distintas cuando reconocemos ciertas verdades, pero lo son todavía más cuando nos damos cuenta de que el mundo está lleno de extrañas "coincidencias" que a veces no hallamos la forma de explicar.

Tómate un momento para meditar en el siguiente planteamiento:

•En el pasado, la persona A conoce a la persona B. El destino de A se entrelaza entonces con el de B, lo que hace que el sujeto C se vea impulsado a intervenir.
•Años más tarde, A vuelve a encontrarse con B.

¿Cuál es la probabilidad de que, de pronto y sin razón aparente, C vuelva a aparecer?

¿Cien de cien?

Siendo así, ¿existiría la posibilidad de que B estuviera vinculada, de algún modo u otro, con C? ¿O acaso era que A+B siempre sería igual a C?

«Estás complicándolo todo»

Para términos prácticos, reemplacemos las variables con los nombres correctos: considera que la persona A se trata de mí, y que la persona B se trata de Lukas. ¿Cuál sería, entonces, la verdadera identidad del sujeto C? Aun cuando quisiera responder a esa pregunta, lo cierto es que no tengo ni la menor idea de cómo empezar a hacerlo.

Esta mañana abandoné la oficina de Oskar con nada más y nada menos que un plan completamente estructurado en lo que respecta al problema financiero de la colonia. Estábamos por poner en marcha la nueva estrategia de recuperación económica; todo iba conforme al plan, y los otros dos consejeros estaban de acuerdo con ello.

Crucé la salida del despacho cargada de planos, carpetas y documentos oficiales, haciendo lo posible por cerrar la puerta al tiempo que me esforzaba en sostener con equilibrio el montón de papeles. No es difícil imaginar que, segundos después, la mitad de esos archivos terminaron tendidos sobre la alfombra, de allí que entre suspiros me resignara a pegar las rodillas al piso. Pensaba en cuál sería la mejor manera de reorganizar todo aquello cuando mis ojos se toparon con el par de botines negros de quien acababa de posarse a mi lado.

—Disculpa, ¿podrías alcanzarme ese papel? —solicité enseguida, alzando la cabeza para poder verlo a la cara—. Sería de mucha ayuda, Roland.

El chico me dirigió una sonrisa de tintes tristes, acuclillándose frente a mí con tal de darme una mano y empezar a reunir los documentos.

—Planeaba darles un acomodo en casa, pero no creo que pueda irme de este sitio sin antes haberme tomado la molestia —con eso conseguí que ampliara su sonrisa—. ¿Cómo has estado, eh? No te había visto desde hace días.

Se encogió de hombros.

—Eso es un... ¿más o menos? —traté de adivinar—. ¿O un regular tal vez?

«Mejor deja de insistir, Yvonne»

—Como sea, estoy segura de que eres lo suficientemente fuerte para manejarlo.

Lo escuché inhalar profundo, de modo que no pude evitar observarlo con cierta lástima.

—Oye, yo... —Negué con la cabeza y opté por reformular mi oración—. Créeme que no ha pasado un solo día sin que me pregunte cuál sería la mejor forma de arreglar lo sucedido o... por lo menos de retribuírtelo.

Me sujetó del brazo, indicándome con una seña que le haría bien tomar prestado alguna clase de lápiz.

—¿Quieres escribir algo? —Asintió en respuesta—. Claro, entonces... déjame darte una hoja.

Me di prisa en descolgarme la mochila para sacarte a ti del fondo, querido diario. Espero no te moleste saber que utilicé una de tus páginas para darle voz a quien, lamentablemente, acababa de perderla hace tan solo unos días.

—Usa esto, ¿de acuerdo? —Le ofrecí también mi lapicero—. No hace falta que arranques la hoja.

Se concedió un momento para pensar en las palabras correctas antes de plasmar su mensaje en la esquina de la página:

Me basta con que ofrezcas una verdadera ayuda a la colonia. Compénsame con eso.

«Daré lo mejor de mí, Roland. Lo prometo»

Le dirigí un asentimiento de cabeza.

—Trato hecho —accedí mientras él me regresaba la libreta con una mueca de picardía—. Trabajaré muy duro, ya lo verás.

Fue en el instante en que resbalaste de mis manos por accidente que mi sonrisa se borró casi por inercia, pues aquello también bastó para que una inesperada tarjeta de cartulina cayera al piso. Roland se tomó la molestia de recogerla para mí, devolviendo lo que —seguramente supuso— se trataba de un manuscrito que yo misma había escondido entre las hojas de tu encuadernado.

—Gracias —respondí, aún estando consciente de que ese papel ni siquiera era mío.

Le dirigí una sonrisa fingida, una lo suficientemente convincente para que él se levantara del suelo y se dispusiera a retomar su caminata. Por mi parte, no pude más que sentirme espantada y aturdida, tal vez porque algo en mi interior conocía de antemano el verdadero significado de dicha nota.

«La historia se está repitiendo»

Con un nudo en el estómago y una terrible sensación de familiaridad, me armé de valor antes de desdoblar el cartoncillo y centrar la mirada en el mensaje escrito a caligrafía:

¿Me extrañaste?
-Anónimo

Tragué saliva de manera audible. Una cosa era indiscutiblemente clara: aún sin saber muy bien el porqué o el cómo, una vez más estaba atrapada en un juego de misterio que tenía por participantes a los mismos personajes.

* * * * * * *

¿Tiene un sencillo strudel de manzana el poder suficiente para alterar el estado de ánimo? Es un cuestionamiento interesante, con certeza no muy usual, pero muy acorde a lo que se esperaba para tratarse de alguien tan raro como él. Porque, por lo visto, la respuesta es un sí en lo que a Lukas concierne. A pesar de ser solo un trozo, daba la impresión de que aquel insignificante obsequio lo había transformado en la persona más feliz del planeta.

Con una rebanada de strudel del lado izquierdo y un vaso de café del lado derecho, permanecía sentado a la mesa con una sonrisa en el rostro. De vez en cuando intercalaba una cucharada del postre con un limitado sorbo de su bebida, siempre tomándose un momento para asegurar que ningún pedazo de manzana hubiese caído al plato por accidente: exactamente los mismos hábitos que solía tener por costumbre cuando era más chico.

«Todo en ti, compañero, me resulta familiar»

Querido diario: estar sentada frente a Lukas a la mitad de una solitaria cafetería (perteneciente a las localidades humanas de la frontera) me hacía sentir demasiado... ¿normal? Aquel escenario me transmitía la sensación de simpleza que durante años anhelé volver a experimentar. Cotidianidad, calma y placidez; era como obtener un agradable respiro en medio de tan escandalosa vida de responsabilidades.

—Entonces, ¿qué dices, Yvonne?

Tuve que parpadear varias veces para obligarme a prestar atención.

—¿Perdón?

—¿Qué dices? —insistió.

—¿Sobre qué?

Lo vi ladear la cabeza antes de que se limitara a fulminarme con la mirada.

—¿No prestaste atención a lo que acabo de decir? —se escuchó ofendido.

—No, yo... —"Estaba pensando en lo mucho que me gusta pasar el tiempo junto a ti" no parecía la respuesta más acertada—. Estaba pensando en que esta cafetería tendría más clientela si tan solo aceptaran bajar los precios del menú.

«¡Bah! Tonterías»

—Vale —balbuceó entre dientes, soltando un resoplido de incredulidad—. Así que, mientras yo me tomaba el tiempo de explicarte algunas políticas de condición trascendental, ¿tú te dedicaste a pensar en los cambios mercadológicos que le vendrían bien al establecimiento?

—Pues sí —improvisé.

—Vaya... —Me dirigió una sonrisa forzada—. Qué desgracia.

—Oye, que este sitio vaya a quebrar en poco tiempo es igual de importante que establecer las siguientes fases de nuestra alianza.

«Bueno, quizás no tanto»

—¿Igual de importante, Yvonne?

—Velar por los intereses de las pequeñas empresas también es esencial —dije para complementar mi coartada.

—¿Es un chiste, acaso? —se burló.

—¡Cielos! Mejor olvídalo. —Admito que solo me di por vencida porque en verdad ansiaba que dejara el tema de lado—. Regresemos a la conversación anterior si tanto te molesta reconocer el valor de la economía local.

—No es que me moleste, solo...

—Anda, estabas preguntándome mi opinión acerca de una estrategia de intervención política, ¿no es cierto?

Recargó la cabeza sobre una mano antes de resignarse a la idea de volver a empezar su discurso:

—El punto clave es que tanto tu colonia como mi comunidad se encuentran faltas de recursos. La siguiente fase del plan debe consistir en una estrategia de persuasión para ambas partes; en otras palabras, un motivo lo suficientemente poderoso para que aceptar una alianza se vuelva su única opción... Necesitamos encontrar una fuente externa de ingresos que podamos compartir—sentenció a manera de resumen.

—¿Te refieres a unirnos en alguna clase de búsqueda de recursos?

Asintió.

—Hay una reserva privada al noroeste de Bélgica, a unos cuantos kilómetros de Deinze —amplió su explicación, indicando que prestara atención al mapa que reposaba sobre la mesa—. Es una zona de bosque a cargo de uno de los principales asentamientos del clan de las hadas.

«¿Clan de las hadas?»

—Tienen relaciones muy estrechas con elementos de la naturaleza, Yvonne, pero también poseen un exacerbado fanatismo por el oro. Casi igual de delirante que el que solía caracterizar a los duendes.

—¿Y qué hay con eso? —pregunté, confundida.

—Sus condiciones espirituales les permiten utilizar la magia negra para crear conjuros —respondió—, y hay uno en particular que mi comunidad ha investigado durante años: la capacidad de producir núcleos de oro infinitos.

—Cielos, ¿eso realmente existe?

La autenticidad de mi asombro lo llevó a soltar una leve carcajada.

—Si tu ejército y el mío trabajan juntos para dar con la ubicación de tal núcleo, pues... —Interrumpió su oración y se encogió de hombros—. Creo que el problema estaría resuelto, ¿no?

«Más bien, todo lo contrario»

—Hay un detalle que te estás olvidando de tomar en cuenta —me di prisa en añadir.

—¿Qué detalle?

—Si hay algo que sé por experiencia, es que las hadas son cautelosas, determinadas y orgullosas. —Lo tenía muy claro a juzgar por el nivel de convicción que los soldados de las SS parecían poseer—. Sería cuestión de suerte que consiguiéramos entrar en su territorio, más aún que nos topáramos con el núcleo que tanto dices que adoran.

—Ese es justamente el tema, Yvonne.

—¿Lo difícil que sería entrar en su territorio? —ironicé.

—No, hablo del núcleo —corrigió—. Es cierto que es su mayor fuente de adoración, pero también es verdad que se trata tan solo de un conjuro que sin dificultades podrían volver a crear. —Aceptó verme a la cara con tal de dedicarme una sonrisa—. Si fuéramos lo suficientemente persuasivos como cierta persona que ahora estoy mirando, quizá no tendrían ningún inconveniente para hacernos el obsequio.

«¿Persuasiva yo? ¡Persuasivo él!»

Lucía demasiado tierno para tratarse de un mago, eso me resultaba más que un hecho, pero nunca imaginé que aquello bastaría para que la cosa volviera a repetirse. Y con "la cosa" me refiero, en realidad, a esa sensación cálida que se apoderaba de mí cada vez que sus bonitos ojos se cruzaban con los míos. El rubor en mis mejillas y el mismo nerviosismo que desde hacía años no sentía... Al menos no hasta que apareció Horst.

—Dos son más fuertes que uno —enfatizó él para darme a entender la conveniencia de su propuesta—. Y si ambos ejércitos fuéramos en busca del núcleo, entonces las circunstancias no tendrían por qué llegar a complicarse.

—Lo sé —me tomó un par de segundos darme cuenta de que necesitaba dejar de mirarlo para concentrarme en mis respuestas—, pero también creo que es un plan que requiere de muchos ajustes.

—Es obvio.

—Tal vez debamos conversarlo en otra ocasión.

Me levanté de la mesa con cierta premura, aunque solo porque estar cerca de él ya amenazaba con revolverme la cabeza.

—¿En otra ocasión? —dudó.

—Sí, yo... —respiré hondo— creo que prefiero salir de aquí.

Se puso de pie para seguirme el paso, no sin antes haber llevado consigo los documentos y haberse echado a la boca el último bocado del postre.

—¿Por qué tan rápido?

—Me estoy sofocando con la falta de aire —mentí, aunque con eso solo conseguí que Lukas desviara la vista hacia el montón de ventanas abiertas que decoraban el sitio.

Independientemente de la estupidez de mi excusa, no me concedí la oportunidad de vacilar y me limité a continuar mi marcha hasta alcanzar salida. Crucé por la puerta con angustia, asegurándome de avanzar por la banqueta mientras trataba de convencerme de que nada de aquella desesperación estaba vinculada a quien iba caminando detrás de mí.

—Antes de que te vayas, Yvonne —tuve suficiente con ese llamado para girarme hacia él—, déjame devolverte esto. —Se abrió el saco para destrabar su varita de la correa de su cinturón—. Necesitaba tenerla a la mano para la reunión del martes, pero ya no creo volver a utilizarla hasta dentro de un par de días.

—¿Devolvérmela? —inquirí.

—Es tu propiedad de embargo, ¿no?

«Lo era»

Tomando una bocanada de aire, me limité a puntualizar:

—No voy a aceptarla, Lukas.

—¿Por qué no?

—Ya no me hace falta —simplifiqué.

—Pero dijiste que necesitabas una manera de garantizar...

—Lo dije porque no confiaba en ti. —Y era un hecho que las circunstancias ya no resultaban las mismas de antes.

Continué andando hasta alcanzar el borde de la carretera, esta vez dirigiendo mis pisadas en dirección a las proximidades de las cabañas.

—¿Eso significa que ahora sí confías en mí? —intuyó segundos más tarde.

—No lo sé, compañero, ¿cuál es la probabilidad de tan insólito evento?

La risita que lo escuché soltar me hizo dibujar también una sonrisa.

—¿Noventa de cien? —trató de adivinar.

«Cien de cien»

Para cuando llegué a la zona de césped, todavía pensaba que estaría dispuesto a seguirme, aunque darme cuenta de que encaminaba sus pasos hacia el lado opuesto fue lo que me convenció de volver a alzar la voz:

—Aguarda, Lukas —tuve que alargar mis zancadas para alcanzar a sujetarlo del saco—, todavía no te vayas.

—Creí que habías dicho que nuestra siguiente charla sería en otra ocasión —murmuró.

—Sí, pero... lo decía con respecto al tema de la alianza.

—¿Quieres hablar sobre otro tema, entonces? —Le bastó con verme asentir para girarse por completo hacia mí—. ¿Sobre qué?

—Sobre un tema... importante —vacilé.

—¿Cuál tema?

—De un tema que..., bueno, es una cosa que... —Estaba nerviosa, por supuesto—. Quería preguntarte algo acerca de lo que ocurrió hacía unas semanas.

—¿Hacía unas semanas?

—Me refiero a los días que estuve encerrada en la prisión de la comunidad mágica.

Sucedió lo que más temía que pasara: clavó la vista en el césped, girando la cabeza hacia otro sitio para evitar encontrarse con mis ojos.

—¿Lukas? —No contestó—. ¿Por qué huyes de mi pregunta? —me empeñé en cuestionar.

—¿Quién dijo que estaba huyendo? —desmintió sin mucho éxito.

Lo fulminé con la mirada y, con el gesto serio, respondí:

—Vamos, es más que obvio.

—Ah, ¿sí?

—Te conozco mucho mejor de lo que crees. —Incluso más de lo que siquiera imaginaba—. Estás evadiendo el tema.

—O tal vez simplemente no quiero hablar —se excusó.

—¿Por qué no? De todas formas, ya sé que eras tú quien estuvo bajando a mi celda todas las noches.

Me sostuvo la mirada, mas no se atrevió a abrir la boca. Para colmo, no tardó demasiado en reír por lo bajo y comenzar a llevar sus pisadas en dirección a las orillas del bosque.

—¿No vas a decir nada? —me quejé, limitándome a seguirle el paso.

—¿Cuál sería el caso? —Su indiferencia pareció falsa.

—Ofrecerme, por lo menos, alguna clase de explicación.

—No la necesitas.

—¿Disculpa? —resoplé con incredulidad.

—Ya quedó en el pasado, no hay ningún sentido en tratar de explicártelo.

«Tiene que ser un chiste»

—¿Ningún sentido, Lukas? —Me crucé de brazos, molesta—. ¿Acaso fingiste una identidad distinta solo por diversión?

—Me gusta cambiar de nombre de vez en cuando.

—Es un tema serio —le advertí—. Deja ya de jugar, ¿quieres?

Lanzó un suspiro al aire, uno cargado de frustración antes de dejar caer los documentos sobre un espacio de césped y resignarse a tomar asiento ahí mismo.

—No estoy jugando —expresó entre dientes, débiles balbuceos que, al cabo de un rato, también lo llevaron a cubrirse la frente con ambas manos—. No estaba jugando, yo... Meterme en problemas era lo último que quería, ¡lo juro! Nunca bajé al subterráneo, nunca hablé contigo y nunca rompí las normas, solo... —tomó una bocanada de aire— finjamos que eso fue lo que en verdad ocurrió, ¿vale?

No tuve ni la menor idea de cómo responder a un comentario tan atribulado como ese. De pronto no pude más que sentirme apenada, lamentando el modo tan obstinado en que acababa de encararlo cuando sus responsabilidades como líder tachaban de rebeldía cualquier clase de desacato a las reglas.

—Oye, yo... no estaba tratando de reclamarte nada, Lukas.

—Tenía cientos de razones para desprenderme de mi nombre —musitó—, aunque fuera tan solo por un instante.

—¿A qué te refieres? —quise saber.

—No hay muchas cosas que alguien con mi apellido pueda cambiar.

Lo miré con algo de tristeza cuando pegó la espalda al suelo para recostarse; se cubrió la mitad de la cara con el antebrazo, como si realmente estuviera tratando de bloquearse la vista.

—Tienes secretos que no quieres compartir conmigo, lo entiendo —me atreví a pronunciar en voz alta, corriendo también el riesgo de acercarme unos pasos—, pero me haría bastante bien que como mínimo respondieras algunas de mis preguntas, ¿comprendes?

—La mayoría de tus preguntas me ponen nervioso —confesó entre susurros.

—Seré más cuidadosa —intervine rápidamente—, lo prometo.

—No tengo autorizado hablar sobre algunas cosas porque... estaría traicionando a mi propia comunidad.

—Lo sé —con lentitud, me dispuse a sentarme también sobre el césped—, y lo cierto es que tampoco quiero ponerte en una posición tan comprometida como esa.

—¿Entonces?

—Solo responde con lo que estás seguro que puedes decirme.

—No cuento con mucha información disponible.

—Me basta con la que consideres prudente —repliqué, posando la mirada en las arboledas del bosque—. Haré las preguntas y tú decidirás hasta qué punto es correcto contestarlas.

No dijo nada, por lo que me permití asumir que estaba de acuerdo con la propuesta.

«Tomaré tu silencio por un sí»

—¿Por qué trataste de ocultarme tu identidad, Lukas?

Por un momento tuve la impresión de que no estaría dispuesto a seguirme el juego; sin embargo, un par de segundos de completa quietud me demostraron todo lo contrario:

—Porque no quería que nadie supiera que estaba hablando contigo.

«Punto para ti, Yvonne»

Una sonrisa se dibujó en mi rostro.

—Pero, de todas formas, algunos de ellos terminaron enterándose —inferí.

—Tal vez no fui lo suficientemente cuidadoso... —Hizo una pausa—. Me sorprende, mis cálculos casi nunca fallan.

—Fallan cuando surgen imprevistos —argumenté.

—No estaba pensando con claridad.

¿Se trataba esa de una especie de justificación? Quiero decir, ¿acaso estaba haciendo lo posible por excusar (y de ese modo demeritar) lo que había ocurrido entre él y yo en esos últimos días de encierro?

—Rompiste las reglas —le recordé—. Cientos de veces y de diferentes maneras.

—Todavía lo sigo haciendo, aunque por el bien de mi conciencia, ahora me aseguro de que cada desacato sea en beneficio de la comunidad.

—Lo entiendo... —suspiré—. Eres su líder.

—Soy quien más debería de estar respetando el código de comportamiento —soltó una débil carcajada—, pero también soy quien más parece estarlo rompiendo.

—¿Es por eso que revelaste la información que te confié? —traté de indagar—. ¿Porque creíste que sería la mejor forma de compensar tus faltas?

—No —respondió.

—¿Entonces?

—Yo no lo hice.

Parpadeé varias veces, perpleja.

—Pero eras el único que estaba allí. Solo éramos tú y yo cuando expliqué que el don personal de Roland...

—Yo no lo hice —repitió, tratando de dejarme en claro que no estaría dispuesto a brindarme más detalles.

«Vamos, fuiste tú quien le dio la libertad de ahorrarse las palabras, ¿recuerdas?»

Lancé un suspiro al aire, resignándome a la idea de dejar aquella pregunta sin respuesta.

—De acuerdo —proseguí—. ¿Por qué aceptaste ser tú quien me llevara de vuelta a la colonia?

—Te prometí que lo haría, ¿no?

—¿Y así de pronto simplemente te interesaste en cumplir con tus promesas? —ironicé, pues aquello me parecía carente de sentido.

—Podrían haberte lastimado si no era yo quien te sacaba de allí.

¿Acaso era eso un sinónimo camuflado de "me importas demasiado"? Por mi parte, preferí asumir que sí.

—Cuando íbamos camino a la frontera, dijiste que mi opinión sobre ti cambiaría si tan solo pudiera mirarte a la cara.

—Sabía que me odiarías después de que te enteraras de quién era realmente —dijo sin dudar.

—No te odio, Lukas —me apresuré a aclarar—. Ni por una pizca.

—Por supuesto.

Giré la cabeza hacia él: permanecía inmóvil y aún se esforzaba por cubrirse los ojos con el antebrazo, de modo que no lo pensé dos veces antes de acercarme un poco más. Recorté la distancia con cautela, deslizándome por el césped hasta quedar a su lado. Luego aguardé en silencio, tal vez durante tres o cuatro minutos, pues necesitaba estar segura de que mi cercanía no le incomodaría en ninguna clase de sentido.

—Te dije que no me interesaba cómo lucieras... —volví a alzar la voz, aunque esta vez con algo de vacilación—. Y eso lo seguiré diciendo sin importar el nombre.

«Incluso sin importar las circunstancias»

—Sé que no querías meterte en problemas, Lukas, ni conmigo ni con el resto de tu comunidad. Soy consciente de que el anonimato es la manera más fácil de lidiar con la incertidumbre, en especial cuando los sentimientos que uno va desarrollando se vuelven inconvenientes y... —Respirando profundo, me contuve de desviar la conversación hacia el tema emocional—. En realidad, creo que ahora entiendo por qué pareces contradecirte todo el tiempo.

—¿Contradecirme todas las mañanas?

«Aguarda, ¿qué?»

—¿Cómo que todas las mañanas? —No contestó a eso—. ¿Lukas?

Esperé unos segundos con el desconcierto en pleno auge, dirigiéndole un ceño fruncido que, en todo caso, se convirtió en una mueca de incredulidad tras haber reparado en el modo tan acompasado en que ya comenzaba a sonar su respiración.

«No puede ser verdad»

Tuve que moverle el brazo para confirmar mis sospechas: además de tener los ojos cerrados, era un hecho que se hallaba profundamente dormido.

—Por todos los cielos —protesté—, ¿es en serio, compañero?

Había que tomar en cuenta la gran cantidad de veces que, según su testimonio, había pasado la noche en vela: múltiples reuniones con el Concejo, investigaciones nocturnas, entrenamientos diarios y, por si fuera poco, jornadas extensas de trabajo a las que todas las mañanas se veía obligado a asistir.

—Vamos, ¡incluso acabas de tomarte un café! —Cualquiera esperaría que como mínimo fuera suficiente para mantenerlo despierto—. No me digas que eres de esas personas a quienes la cafeína les hace reforzar su cansancio.

«Pues parece ser que sí»

En eso, me concedí el permiso de recostarme a su lado con la completa seguridad de que él ni siquiera lo notaría. Al menos fue así como en un principio lo creí, pues los ruidos de mi cambio de posición bastaron para que empezara a moverse: dio la impresión de que trataba de acomodarse mejor en el sitio, tomándose la libertad ciega de girar el cuerpo hacia mí. Admito que me puse nerviosa, en especial porque su rostro quedó demasiado cerca de mi cuello.

—Hueles a fresas con chocolate —me dijo de repente, usando cierta voz adormilada que después se tornó en una respiración lenta y pausada.

No pude hacer mucho además de quedar paralizada. Mi mente en blanco no vino a simplificar las cosas, mucho menos el modo tan drástico en que mi corazón se aceleró ni la forma tan inexplicable en que el estómago se me contrajo en un nudo electrizante. Me gustaba estar junto a él, aun cuando todo en mí estuviera en plena consciencia de que no debía de ser de esa manera.

«¿Fresas con chocolate dijo?»

Había algo de sentido en ello tomando en cuenta el olor de mi crema de cacao, aunque la parte de las fresas... No tenía ni idea de cómo había llegado a esa conclusión.

—Siempre es importante seguir las instrucciones —empezó a hablar dormido, exactamente igual que como algunas de sus doce versiones solían hacer—. Fase dos, fase tres, fase cuatro.

Reprimí la risa; su voz rebotando contra las orillas de mi cuello era una sensación reconfortante. Y fue ahí, con los latidos a mil por hora y una creciente necesidad por tenerlo todavía más cerca, que caí en cuenta de una realidad irrefutable: esta era la cuarta vez que terminaba enamorada del mismo chico. Si es que eso en verdad tiene algún sentido.

«Lo tiene para mí»

No quería despertarlo, pero también quería hacer todo lo posible por girar la cabeza; tal vez porque deseaba echarle aunque fuera un leve vistazo, o tal vez porque ansiaba recordar cómo se sentía estar cara a cara frente a él. Independientemente de la respuesta (quizás lo eran ambas), estuve a punto de convencerme de intentarlo cuando fue el sonido de una alarma lo que, por desgracia, me hizo resignarme a quedar estancada en la misma posición.

Lukas se despertó al instante, pero es un hecho que el empuje por levantarse lo impulsó a colocarse momentáneamente arriba de mí. Y aunque haberlo visto encima casi me provoca un infarto, realmente dio la impresión de que, para él, aquello no había sido más que un pequeño percance que apenas tenía tintes de ser notable.

—¡Oops! Perdón, Yvonne. —Se apresuró a ponerse de pie al mismo tiempo que paraba la alarma procedente de su reloj de muñeca—. Tengo una reunión con el Concejo dentro de una hora.

—¿Vas a irte? —le reproché.

—Sí.

—¿Tan pronto?

Se encogió de hombros, todavía prestándole toda su atención a ese molesto reloj.

—Tardo alrededor de quince minutos en localizar el portón de la entrada, necesito diez más para caminar hasta mi habitación y otros diez para cambiar de atuendo —resumió—. Si no me voy ahora, el Concejo se preguntará por qué no he llegado a tiempo a la sesión y, por consiguiente, se verán inclinados a hacerme todo tipo de preguntas.

—Claro... —susurré para mí misma a modo de recordatorio—. Tus horarios siempre son fijos e innegociables.

—¿Cómo dices?

—Tus actividades son esquemáticas, Lukas —repliqué con fastidio, casi despreciando las palabras—. Nunca nada se sale de tu control porque, al parecer, improvisar sería lo último que estarías dispuesto a hacer.

—¿De qué estás hablando?

—De nada.

Sentándome sobre la superficie del césped, me limité a quedar de brazos cruzados y opté por apartar la mirada. Estaba enojada, aunque el caso era que mis razones tampoco resultaban justificables. Aceptémoslo: él no era más que mi cómplice de alianza, apenas un amigo, alguien que trabajaba conmigo en favor del cambio político y del bienestar de la gente de ambos pueblos. Solamente eso.

«Solamente eso»

—Vete ya, ¿de acuerdo? —me resigné a decir—. No quiero que llegues tarde por mi culpa.

—No sería por culpa tuya —corrigió, dedicándome una sonrisa por sumo adorable—, sería por culpa mía. —Se acomodó el saco, asegurándose de ajustar la posición de su varita antes de darme la espalda—. Nos vemos luego, Yvonne.

—Espera —con eso conseguí que detuviera su marcha—, sí escuchaste cuando dije que no te odiaba, ¿cierto?

Asintió con la cabeza; sin embargo, no tuvo intenciones de girarse hacia mí.

«No esperes que las cosas sean iguales que antes»

Claro, porque las circunstancias eran distintas y sus responsabilidades ya no eran ni de chiste las mismas. Quedaba claro que volver a actuar como Horst era un lujo que no tenía intenciones de concederse y, por añadidura, resultaba un hecho que mirarme como algo más que una aliada no estaba dentro de sus planes.

—¿Por qué siempre tiene que pasarme esto a mí? —me quejé en voz baja al mismo tiempo que lo observaba guiar sus pasos hacia el otro lado del camino—. Cielos, compañero, ¿no te gustaría olvidarte de todo por al menos un par de minutos?

«Sabes que jamás se lo permitiría»

—¡Agh! Por todos los cielos —farfullé entre dientes mientras me resignaba a reunir el montón de documentos—. Ya estoy harta de todas sus obligaciones, ¡y eso que ni siquiera soy yo quien tiene que cumplir con el cargo! Es por culpa de esa molesta monarquía que no se atreve a acercarse siquiera sea por una vez.

«¿Y si simplemente no le gustaras más, Yvonne?»

Me quedé congelada en el sitio, pues se trataba de una posibilidad que nunca antes me había puesto a contemplar, quiero decir, ¿y si aquello fuera cierto? ¿Qué pasaría si, al final del día, él estuviera enamorado de alguien más?

Tomé una bocanada de aire.

«Mejor no pienses en eso»

—No pienses en eso —sentencié, descolgándome la mochila de los hombros para guardar aquella pila de papeles—. No pienses en eso, no pienses en eso, no pienses en...

«Tiene que ser una broma»

Casi pierdo el aliento cuando mis ojos se toparon con la nota de cartulina que yacía en el interior del bolso. Sentí el miedo recorrerme cada parte del cuerpo, temor que no tardó en convertirse en incertidumbre en cuanto me tomé la estúpida libertad de sujetar la hoja entre manos:

Solo el más fuerte sobrevivirá.
-Anónimo

Todas las astas enmarcadas con una ligera pero notable curvatura, los puntos reemplazados por círculos sin rellenar y cada una de las letras dotada de una inclinación apenas distinguible...

«Sigue siendo igual a la caligrafía de Lukas»

No me permití vacilar antes de arrugar aquel trozo de papel, lanzándolo con desprecio hacia el interior de la mochila con tal de asegurarme de que volvería a perderse en la oscuridad del fondo.

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