Capítulo 23: 4 de abril de 2013

En puntillas, me aseguré de dar cada paso en completo silencio. Las 3.00 a.m. es un horario muy poco convencional para salir de casa, eso lo tengo muy claro, pero no te precipites en acusarme sin antes mirar la situación desde mi punto de vista: era abandonar la cabaña al punto de la madrugada, o correr el riesgo de que Lukas no contara con el tiempo suficiente para asistir a nuestra reunión.

¿Te basta con esa breve explicación para comprender qué hacía yo deambulando por los corredores a plena luz de la luna? En verdad espero que sí.

Avancé a través de la sala con la ayuda de una pequeña linterna de baterías, atravesando hacia el final de la habitación con tal de prestar atención a la multitud de cerrojos que mantenían bloqueada a la puerta.

—¿Yvonne? —la inesperada voz de Annaliese me sobresaltó del susto cuando estaba por girar la perilla—. Pensé que habías bajado a la cocina por algo de comer, pero... ¿estás tratando de irte?

Me giré hacia ella con la misma sensación de quien, a duras penas, intenta aparentar inocencia a la mitad de un muy evidente crimen.

—Es la mejor hora para despejar la mente, ¿sabes? —dije con nerviosismo—. El bosque en completo silencio y la oscuridad fungiendo como una fiel compañera del pensamiento en calma.

—¿Qué? —Me dedicó un ceño fruncido.

—Solo quiero un momento para tranquilizarme —puse en palabras simples.

—Tranquilizarte, ¿por qué?

—Porque tuve una pesadilla horripilante —improvisé, no muy convencida de que engañarla fuera la respuesta más acertada—. Un poco de aire fresco no me vendría nada mal.

—¿Una pesadilla horripilante?

—Terriblemente espantosa —le aseguré.

—¿Sobre qué? —preguntó con curiosidad mientras ladeaba un poco la cabeza.

«Cielos... ¿Alguna idea?»

—Sobre payasos sonrientes que... —empecé a inventar y, buscando que fuera todavía más terrorífico, agregué—: arrastraban cadenas por los caminos terrosos del bosque.

Bastó con ver sus ojos engrandecerse para saber que acababa de dar justo en el blanco.

—¿Payasos sonrientes? —cuestionó con el semblante pálido.

—Todos ellos persiguiéndome entre los troncos de los árboles.

—Entre los troncos de... —Soltó una leve carcajada—. Pero era solo un sueño, ¿verdad?

—Claro, de lo contrario, no estaría tratando de salir al bosque a estas horas de la madrugada.

Permaneció en completo silencio, de allí que reconociera el momento como el indicado para darme la libertad de abrir la puerta y cruzar hacia el exterior.

—¿Qué ocurre, Annaliese? —La miré con desconcierto fingido, ahora convencida de que volvía a tenerlo todo bajo control—. ¿Te gustaría venir conmigo?

—No —contestó a toda prisa.

—No tardaremos mucho, tan solo caminaremos...

—Mejor volveré a la cama —asintió para sí misma—, todavía quiero seguir durmiendo.

Punto para mí, por supuesto.

—Entiendo. —Pretendí estar decepcionada.

—Si cierro con seguro la puerta, vas a poder entrar cuando regreses, ¿no, Yvonne?

Le mostré el llavero que llevaba atado a las trabillas del pantalón.

—Tengo la llave —anuncié para tranquilizarla.

—Entonces sí lo voy a poner, ¿okay? —Echó un vistazo hacia la oscuridad del bosque—. Solo por si acaso.

—Estaré de vuelta antes de que tú o Charles despierten, lo prometo.

—¿Y también prometes que no va a pasarte nada allá afuera?

—Totalmente —garanticé con firmeza—. Lo de los payasos fue solo un sueño, Annaliese.

—Sí... —suspiró—, lo sé.

No pude más que dirigirle una sonrisa mientras la veía atrancar la puerta. Una sonrisa falsa, desde luego, porque engañarla con un cuento tan absurdo como ese me hizo sentir todavía más culpable que el solo hecho de escapar de casa.

«Es por el bien de la colonia»

Decidida, avancé por el resto del umbral con cierto agobio, concediéndome un instante para colocarme la chaqueta al tiempo que me daba prisa en alcanzar el final de la calle. Repetí para mí misma que estaba haciendo lo correcto y, cambiando la dirección de mis pasos, me aseguré de encaminar mi marcha hacia las orillas del bosque.

—¿Estás acostumbrada a salir siempre tarde?

—¡Por todos los cielos! —Tuve que apuntar con la linterna hacia el lado izquierdo del sendero para caer en cuenta de que era Lukas quien, con la espalda apoyada sobre el tronco de un pino, aguardaba impaciente por el momento de mi llegada—. ¡Casi me matas del susto! —le reclamé, molesta—. ¿Qué rayos estás haciendo aquí? Pensé que nos veríamos en la frontera.

—Sí —se encogió de hombros—, pero me cansé de esperar.

—¿Es una broma?

—No.

—Dijiste que no correrías el riesgo de entrar en nuestro territorio —continué reprochándole.

—Y no lo hubiera corrido de no ser por la hora —se excusó él, haciendo ademán de mostrarme su reloj—. Me pareció que a las 3.00 a.m. no habría muchos hyzcanos vagando por el sitio.

—Hay cámaras por todas partes, ¿recuerdas?

—Conozco las posiciones —aseguró.

—¿Y creíste que eso sería suficiente?

—¿Por qué no lo sería?

Lo fulminé con la mirada.

—Para tu información, Lukas, hay puestos de vigilancia por todos los alrededores.

—También sé justo en dónde están —dijo con aire de orgullo—, soy bueno para memorizar los detalles.

—Ah, ¿sí? —Le dirigí una sonrisa forzada—. ¿Y cómo es que de pronto conoces esta parte del bosque?

—Estar obligado a encontrar la cabaña de una niña pelirroja suele ser bastante útil para aprender las rutas, en especial cuando se pasa varias veces por el mismo sitio.

«Annaliese»

—¿De verdad te hizo caminar en círculos? —pregunté, por completo apenada.

—Decía estar segura de que reconocía los senderos, pero el curso del tiempo hizo evidente que no se trataba de esa forma.

—Cielos... —Me llevé una mano a la frente y negué con la cabeza—. Tendré que disculparme en su lugar. Annaliese tiene el don personal de la terquedad.

—¿Eso existe?

—Obviamente no, digo, es...

«El chico es muy literal, Yvonne, recuérdalo»

Me obligué a mí misma a callar y, tomando una bocanada de aire, también a corregir el final de mi oración:

—Es solo una broma, Lukas.

—Entiendo. —Asintió, dando la impresión de que estaba agradecido por tal aclaración.

—Lo digo porque su nivel de terquedad es, a veces, increíblemente excesivo.

—Terquedad excesiva... —Hizo una pausa—. Vale, eso explica por qué se parece tanto a ti.

«Y tampoco te olvides de su tendencia a las palabras sin filtro»

Tuve que volver a apuntarle al rostro con la luz de la linterna.

—Mejor empieza a caminar ya, ¿quieres? —lo apremié a regañadientes.

—¿Por qué? —se quejó—. ¿Dije algo malo?

Me apresuré a adelantarme unos pasos, los suficientes para que él comprendiera que tendría que venir detrás de mí.

—¿Te preocupa que nos encontremos con un guardia o algo parecido? —trató de adivinar.

—Los puestos de vigilancia están más custodiados que nunca —agregué a modo de explicación—, así que la frontera sigue siendo el lugar más seguro para ambos.

—¿Qué suele hacer tu colonia cuando un humano cruza los límites del territorio? —quiso saber—. Supongo que les habrá pasado en más de alguna ocasión.

—Tenemos un soldado con el don personal de influir en la mente humana —acepté puntualizar.

—Entonces es manipulándolos como consiguen alejarlos de la zona.

—No es tan despiadado como se escucha.

—Lo que trato de decir es que es mil veces mejor que simplemente tomarlos como prisioneros.

Me giré hacia él con el ceño fruncido.

—¿De qué hablas? —inquirí—. ¿Ustedes suelen capturarlos?

—Es una vieja costumbre que hemos dejado atrás. —Tragó saliva de manera audible—. Al menos en los últimos años.

«Eso explica el montón de celdas vacías del subterráneo»

—Aun así, no era algo que sucediera muy a menudo —restó importancia al asunto—. Nuestro hechicero sabe cómo manipular ondas electromagnéticas, así que es sencillo ocultar la comunidad de cualquier tipo de radar.

Y es justo así, querido diario, como al parecer han estado burlando los sistemas de seguridad de la colonia hyzcana, incluso durante décadas. Invisibles para la tecnología de rastreo y detección, ¿puedes creerlo?

—Eso tiene mucho sentido —murmuré, más para mí misma que para él.

—El hechicero de la comunidad es bastante poderoso —apuntó.

—¿Solamente él? —insinué enseguida—. Porque parece que tú también puedes hacer muchas cosas, aún sin la varita.

—Algunas manipulaciones no lo requieren.

—Creí que todos los de tu especie necesitaban de una varita para realizar cualquier tipo de... —Me encogí de hombros—. Ya sabes, magia.

—Soy un mago de tercer rango.

Desde luego, como si eso fuera lo suficientemente explicativo para despejar mis dudas.

—¿Y eso qué significa?

—Establecer conexiones mágicas me resulta sencillo —contestó, sin mucho interés por ser más concreto.

—¿Conexiones mágicas?

—Son algo así como... lazos. —Me dedicó un asentimiento de cabeza—. Puentes entre un mago y el elemento a manipular.

—Si te unes al objeto, entonces puedes controlarlo —inferí.

—Exacto.

—De acuerdo, había leído sobre la manipulación de plantas y cuerpos de agua, pero jamás había escuchado nada acerca del control de la tierra —dije, esperando que aceptara explicarme lo que casi consigue provocarme un infarto durante la batalla—. ¿Por qué tus habilidades son diferentes a las de los demás?

—Tener más variedad de elementos afines es parte de las ventajas inherentes de un mago de tercer rango —expresó con formalidad, como si estuviera recitando las palabras de algún libro de texto.

—¿Cómo que elementos afines?

—Los elementos que sí puedo controlar —especificó.

—¿Y la tierra es uno de ellos?

—Dominarla me costó algo de trabajo, pero... —Se perdió un momento en sus pensamientos, instantes de silencio que luego lo llevaron a acuclillarse sobre la superficie del césped—. Me di cuenta de que la clave está en concentrarse, creando una conexión tan firme y sólida como la tierra misma.

Apuntando la linterna hacia sus manos, me puse de rodillas junto a él en cuanto tomó del suelo un pequeño montículo de tierra.

—Se volvió intuitivo una vez me concedí el tiempo para practicarlo —añadió.

—¿Antes no lo era?

—No mucho porque... —vaciló un poco—. Digamos que solía perder el control cuando era más chico.

Sentí una fascinación indescriptible al verlo transformar aquel puño de tierra en una figura que al principio no supe distinguir, pero que, momentos después, no tardé en reconocer.

«Increíble»

Lo miré con la boca abierta, en especial tras haber notado que era una réplica muy detallada de mi medallón lo que él sostenía entre manos.

—No puedo creerlo —expresé con asombro—, ¡es idéntico!

—Tomaré eso como un halago —alardeó.

—¡Incluso añadiste los números y los botones! —Por impulso, llevé mis dedos hacia su escultura, aunque el solo hecho de tocarla bastó para que se derrumbara a pedazos—. Rayos... —me lamenté entre dientes—. Lo siento.

—Desestabilizaste mi conexión, Yvonne.

—No tenía idea de que eso pasaría.

—Sí, ya me di cuenta. —Hizo un esfuerzo por contener la risa—. Pero si lo que quieres es tocarla, tal vez puedas intentarlo de esta forma.

Tomó otro puño de tierra, esta vez colocándolo sobre la palma de mi mano.

—¿Qué estás haciendo? —lo cuestioné enseguida—. No soy yo quien puede controlar la tierra, ¿recuerdas?

Una sensación extraña se apoderó de mí en cuanto puso su mano bajo la mía con la intención de repetir el procedimiento anterior. Fue un cosquilleo sobre mi piel lo que me hizo percibir con claridad aquella conexión de la que hablaba, y no pasaron ni un par de segundos antes de que la tierra comenzara a moverse sobre la superficie de mi mano.

—Cielos —balbuceé, sorprendida. No obstante, fue cuando su nueva escultura adquirió la apariencia de una flor que mi mente quedó momentáneamente en blanco—. Aguarda...

Centrar la vista en dicha rosa me llevó a contener la respiración, pero no solo eso, sino que también me obligó a girar la cabeza hacia él.

—¿Qué sucede? —me preguntó. Yo le sostuve la mirada y... Aunque me cueste trabajo admitirlo, querido diario, durante ese breve instante me pareció que el verde de sus ojos volvía a ser tan bonito como antes—. ¿Hice una mala elección?

No, más bien todo lo contrario. Y eso podía intuirlo a juzgar por la cálida sensación en el pecho que su figura acababa de provocarme.

—¿Estás bien, Yvonne?

Mis ojos se desviaron hacia la banda de tela que le decoraba la manga del saco: el símbolo de similitudes nazis recordándome a gritos cuál era mi lugar, y cuáles debían ser las responsabilidades que, por ende, estaba obligada a cumplir.

«Estoy aquí por la colonia»

—No, Lukas. —Me levanté del suelo, causando que el montón de tierra cayera de golpe al piso—. Estamos perdiendo el tiempo.

—¿Perdiendo el tiempo? Fuiste tú quien quiso intentar...

—No me reúno contigo solo porque quiera jugar a las esculturas —pronuncié con dureza.

—Pero... —Soltó una leve carcajada mientras que se decidía a ponerse de pie—. No fueron ni más de dos minutos.

—Dos minutos terriblemente invertidos...

—Espera —me interrumpió—, ¿estás enojándote conmigo?

—Tal vez. —Me crucé de brazos y aparté la mirada—. Puede que sea lo más probable, sí.

—Eso es injusto —espetó, tanto con prisa como con fastidio.

—¿Injusto?

—No he hecho nada malo.

¿La peor parte? Estar cien por cien segura de que él tenía la razón. Ni siquiera sabía qué rayos ocurría conmigo, aunque al menos estaba convencida de que era por causa suya que las circunstancias del momento empezaban a atormentarme.

—Mejor retomemos el tema de la alianza. —Evité encontrarme con sus ojos.

—¿Qué?

—Concentrémonos en lo que en serio importa y sigamos caminando —reiteré con frustración.

—Mantienes la creencia de que soy alguien malo, ¿verdad?

—No es así, Lukas —resoplé.

—Te juro que tan solo estaba tratando de hacerlo ameno para ti. —Alzó ambas manos para darme a entender que no tenía dobles intenciones ni nada que ocultar—. Simplemente eso.

—No insistas, ¿quieres?

—¿Vas a explicarme por qué continúas desconfiando de mí?

—¡Olvídate ya del asunto! —le grité sin rastros de paciencia—. Estás muy cerca de hartarme, ¡por todos los cielos!

En medio del silencio, lo único que pudo escucharse fue el modo tan pesado en que suspiró.

—Vale —sentenció a regañadientes, ofendido—. Hablemos de la alianza, entonces.

Ni siquiera lo pensó dos veces antes de darme la espalda y comenzar a llevar sus pasos en dirección a la frontera.

«¡Lo que faltaba!»

—Claro —reí con ironía—, porque ahora eres tú quien está molesto conmigo, ¿no?

—Ayer di inicio a reuniones privadas con diferentes magos de segundo rango —se limitó a decir, omitiendo por completo mi comentario anterior—. Ya que corresponden a los familiares de los miembros más importantes, me pareció que conversar primero con ellos sería una mejor idea que tratar de influir directamente en el Concejo.

—Escúchame un momento, ¿sí?

—Ya sabes, explorar sus juicios y pedir su opinión acerca del establecimiento de una alianza —continuó ignorándome.

—¿Lukas? —insistí.

—¿Crees que encontrando otra fuente de capital el Concejo aceptaría formar una alianza con tu colonia? —Me echó un rápido vistazo—. Estaban preocupados por la falta de recursos y por eso tomaron la decisión de invadirlos. Pero si contaran con alguna otra estrategia de recuperación económica, tal vez ya no verían ningún sentido en continuar atacando a tu especie.

—Ya entendí, ¿de acuerdo? —Entorné los ojos—. Lamento haber hecho un problema de algo tan estúpido.

—Para que acepten la siguiente fase de nuestro plan, necesitamos que ambos grupos estén convencidos de que no podrán seguir subsistiendo sin la ayuda del otro.

«Bien hecho, Yvonne: otra lluvia de palabras es lo único que obtuviste a cambio»

Me reprendía a mí misma por haberle gritado de aquel modo cuando mis ojos atisbaron el movimiento de una gigantesca figura a pocos metros de distancia. Al principio, quedé paralizada en el sitio; con la poca luz de la linterna, hice un esfuerzo por enfocar la vista en la silueta que parecía corresponder con la de un animal enorme.

Seré sincera contigo: lo primero que vino a mi mente fue el impulso automático de protegerme a mí misma y salir huyendo sin más. Sin embargo, ver que Lukas continuaba avanzando en esa dirección fue lo que, al final, me hizo cambiar extrañamente de parecer.

—Hacerle notar al Concejo que una alianza con tu colonia puede ser bastante útil tal vez sea la mejor manera de persuadir a mi comunidad, ¿no lo crees, Yvonne?

Me apresuré a alcanzar sus pisadas, andando detrás de él hasta que conseguí sujetarlo del saco.

—Vámonos de aquí. —Lo arrastré hacia mí. Aunque las palabras sonaron atropelladas, estuve segura de que no tuvo ningún inconveniente para captar el mensaje—. Hay una bestia peligrosa junto a nosotros.

—¿Una bestia?

—No pude distinguirla muy bien, pero acabo de verla pasar hacía un segundo —hubo rastros de miedo en mi voz.

—¿Y cómo sabes que es peligrosa?

—Era enorme —justifiqué.

Apunté la linterna hacia aquel lado del bosque: la imponente figura continuaba moviéndose entre los arbustos.

—Allí está, ¿lo ves? —Le señalé el sitio.

—Esa no es una bestia, Yvonne.

—Ah, ¿no?

Ver al animal girar la cabeza hacia nosotros me obligó a aferrarme sin pensarlo del brazo de Lukas.

—Es solamente un oso pardo —indicó él con indiferencia, como si aquello no implicara un motivo de verdadera preocupación.

—¿Solamente? —ironicé entre susurros.

—No atacará a menos que se sienta amenazado... o hambriento.

—Por favor —reí en voz baja, todavía poniendo todo mi empeño en no hacer mucho ruido—, ¿crees que voy a quedarme para averiguarlo?

—Es una propuesta interesante...

—Me enfrenté a uno hacía unas semanas y, te lo garantizo, hubiese sido una decisión estúpida de no ser porque se trataba de la mascota entrenada del General.

—¿Te enfrentaste a un oso? —se escuchó sorprendido.

—Necesitaba pasar un examen —expliqué.

—¿Qué clase de examen era ese?

Buscando tranquilizar mi angustia, tomé una bocanada de aire para contestar:

—Uno en el que me sentí tan perdida como seguro lo estamos ahora.

—No estamos perdidos —refutó, sus palabras impregnadas de demasiada serenidad para tratarse de una situación tan inquietante—. No va a atacar.

—¿Cómo lo sabes? —cuestioné con desconfianza.

—Puedo sentirlo.

Tuve que alzar la vista para notar que sus ojos estaban fijos en los de aquel animal. El oso y él mirándose cara a cara, tan concentrados el uno en el otro que en serio dieron la impresión de estar manteniendo alguna clase de conversación secreta.

—¿A qué te refieres? —quise entender.

—Si establezco una conexión con él, puedo sentirlo.

—¿Puedes establecer conexiones con animales? —Alcé ambas cejas con asombro.

—Parece algo raro —coincidió—, pero no es más que la misma unión que acabo de mostrarte con la tierra.

—¿Te gustaría ser más específico?

—Con una conexión activa, el oso copiará cualquier tipo de emoción que yo esté sintiendo —dijo para resumir.

Reparé en la forma en que él respiraba con normalidad, tranquilo y firme, conservando la compostura en más de un sentido mientras se esforzaba por sostenerle la mirada a aquel animal.

—Y si tú estás en calma...

—..., el oso también lo estará —completó mi frase, no sin haberme dirigido un asentimiento de cabeza.

—Lo manipulas con tus emociones —deduje enseguida.

—Supongo que podría explicarse de ese modo.

—¿Y no te da miedo pensar en qué pasaría si de pronto perdieras el control? —curioseé.

—Claro —confesó sin pena.

Me giré hacia él con el ceño fruncido.

—Entonces, ¿por qué sigues arriesgándote de esa manera? —pregunté, pues aquello no me cabía en la cabeza—. ¿No sería mejor escapar del animal y ya está?

—No voy a huir solo porque tenga miedo. —Se encogió de hombros.

—No entiendo... —balbuceé—, ¿por qué rayos aceptarías hacer algo que te aterra?

—Porque es así como te das cuenta de que las cosas a las que temes, en realidad, no son tan espantosas como lo creías.

«¿Las cosas a las que temo?»

Cosas como... ¿acercarme demasiado a alguien como él?

«Es un mago» me recordé, «tal vez aún más peligroso que cualquier oso pardo»

Me apresuré a soltarlo del brazo.

"Son los enemigos, malvados y monstruosos enemigos...", sabía que no era del todo cierto, pero continuaba sin comprender por qué me resultaba tan difícil desprenderme de aquel juicio.

—¿Te convences a ti mismo de que no te importan las consecuencias? —volví a dudar, ahora mucho más intrigada que antes—. ¿O es que simplemente haces lo que sea con tal de deshacerte del miedo?

Por fin apartó la vista del oso para posarla sobre mí.

—El miedo es una respuesta natural, Yvonne —la suavidad de su voz me resultó reconfortante—. Es normal.

—Lo sé, pero...

—Entonces, ¿por qué intentaría deshacerme de él?

«Yo... no tengo idea»

—Porque... todo el mundo cree que no es bueno sentirlo —improvisé con lo primero que vino a mi mente.

—Por favor —resopló mientras negaba con la cabeza—, nadie puede deshacerse del miedo.

—¿No?

—Lo importante es no dejar que te paralice. Hacer las cosas a pesar de que el miedo siga allí.

¿No dejar que me paralice? ¡Bah! Demasiado tarde, pues desde hacía años que el miedo se había apoderado de mí. ¿Qué ocurría entonces? Evitaba todo aquello que me perturbaba, así como había hecho el día de la batalla, o incluso como había sucedido el día que irrumpí en medio de un juicio privado del comité hyzcano. ¿Y las consecuencias? Solo conseguía decepcionarme, enojarme conmigo misma.

—¿Te da miedo el oso, Yvonne?

Quizás no era al animal a quien tanto le temía, aun así, me limité a pretender que aquello era la causa de mi angustia antes de asentir.

—Sé que puede parecer peligroso, pero te prometo que no lo es .—Me tomó de la mano sin previo aviso—. Anda, ven conmigo.

—¿Adónde?

—Voy a ayudarte a darte cuenta de que no es tan temible como crees.

—No —me zafé de su agarre lo más pronto que pude—, aguarda, yo... —Inhalé profundo—. No creo que deba hacerlo, ¿de acuerdo?

—¿Por qué no?

—Porque no soy muy buena para lidiar con la incertidumbre —murmuré.

«Ni tampoco para lidiar con magos»

—¿De qué estás hablando, Yvonne? —preguntó con matiz de incredulidad—. Eres la persona más valiente que conozco.

Alcé la vista hacia él. Estaba desconcertada, sí, pero al menos tenía la certeza de que aquellas palabras también acababan de hacerme sentir curiosamente enternecida.

—Confía en ti —continuó diciendo—. Te prometo que puedes hacerlo.

Y, créeme, una sensación tan bonita como esa resulta todavía más potente que cualquier atisbo de confusión. En especial cuando viene acompañada de una sonrisa.

—Confiar, entiendo. —Tragué saliva de manera audible—. Tal vez pueda hacerlo.

—Será mucho más fácil de lo que imaginas, ya lo verás.

—Te creo, Lukas. —Me tomó un par de segundos volver a sujetarlo del brazo—. Solo espero no quedar defraudada por haber sido tan permisiva contigo.

—Puedes estar segura de que no será así.

No sabía lo que hacía cuando lo dejé retomar la marcha, guiando mis pasos con considerable cautela hacia el oso que permanecía inmóvil a pocos metros de distancia. Cada tramo recordándome la lamentable cordura de mis decisiones, solo reprendiéndome a mí misma por lo que, sabía, se trataba de algo más que de un simple y estúpido error.

Porque mi mente lo supo desde un principio: caminar de la mano de Lukas no era la mejor de las ideas, y eso lo tenía claro hasta la raíz.

«¿Qué rayos estás haciendo, Yvonne?»

No conté con el tiempo suficiente para retractarme. En menos de un parpadeo ambos estuvimos frente al dorso del animal, haciendo que me olvidase de todo lo demás cuando, para sorpresa mía, él se confirió la libertad de apoyar una mano sobre su lomo.

—¿Lo ves, Yvonne? —Solo pude observarlo con asombro cuando empezó a acariciarle el pelaje—. Nada temible.

—Pero eso es...

—¿Imposible? —adivinó, volviendo a mirarme con una sonrisa—. Vamos, al menos tienes que intentarlo.

—Intentar, ¿qué? —Solté una carcajada—. ¿Acariciarlo?

—Es obvio, ¿no?

—No voy a hacerlo —sentencié, incluso sin ponerme a dudar.

—¿Por qué no? No es una bestia —se encogió de hombros en cuanto le dirigí un gesto de sospecha—, aunque lo mejor será que lo compruebes por ti misma.

—¿Seguirás insistiendo?

—Hasta el final.

Tomé una bocanada de aire, olvidándome de pensarlo dos veces antes de darme prisa en cumplir con su petición.

Sentir el pelaje bajo mis dedos fue una sensación totalmente diferente a la que imaginaba. Pensé que tocarlo sería aterrador, que quizás estaría cometiendo la peor de las locuras; ahora me percato de que, más allá de un repentino giro de circunstancias, se trató de una experiencia extraordinaria. ¿Alguna vez te ha ocurrido antes, querido diario? Ya sabes, aquello que menos esperabas terminó convirtiéndose en una vivencia por completo satisfactoria.

—No puedo creerlo —musité, fascinada.

—Te lo dije, ¿no? —Lukas sonrió.

—Creí que... —Hice una pausa para reformular mi oración—: Bueno, pensaba que si algo me daba miedo, entonces tendría que hacer lo que fuera con tal de evitarlo.

—Pero eso solo hace que te quedes estancada en el mismo sitio, ¿no?

"Hacer las cosas a pesar de que el miedo siga allí", ¡claro, ahora tenía todo el sentido del mundo!

—Cierto —coincidí sin poder protestar.

—Estoy seguro de que ya lo sabías, Yvonne... Tal vez solo necesitabas un momento para recordarlo.

—¿De qué hablas?

—Fuiste tú quien me hizo entenderlo —apuntó, aceptando verme a la cara—. Lo aprendí de ti el día que me contaste todo acerca de los desafíos y el medallón.

Parpadeé varias veces, perpleja. No quedar paralizada ante las ideas temerosas y las sensaciones de angustia... ¿Acaso era algo que antes tuviera la costumbre de hacer?

«Lo era»

—Cielos —Lo reflexioné por un momento—. Es verdad.

—Eres experta en lidiar con el miedo —aseguró mientras pegaba las rodillas al suelo—. El oso es solo un capítulo más en tu largo historial de pruebas.

—¿Eso es lo que crees?

—No lo creo, lo sé —no vaciló—. Y justifico mi opinión diciendo que también te conozco bastante bien.

Lo vi apoyar la frente contra la cabeza de aquel oso y acariciarle el cuello con ternura, como si en verdad tuviese la capacidad de sincronizar sus percepciones con el sentir del animal.

—Eres un buen chico, ¿no es cierto? —le murmuró en voz baja, todavía tomándose la libertad de tocarle parte del pelaje—. No te preocupes, amigo, estoy seguro de que tú no tienes ni un ápice de malvado.

Mi atención volvió a centrarse sobre el mago de quien tanto desconfiaba. Al contrario de lo que le había hecho creer, era consciente de que el animal nunca fue el principal de mis miedos, sino Lukas mismo y todo aquello que estar cerca de él implicaba. La posibilidad de que comenzara a percibirlo como un verdadero amigo me aterraba en más de un sentido, pero... Quizás (y solamente quizás) tal temor no debía ser un impedimento para darme el permiso de concebirlo de esa forma.

—Después de esto, ya ni siquiera te acordarás de tu miedo a los osos, ¿verdad, Yvonne?

No pude evitar que su sonrisa me contagiara de una extraña e inesperada calidez. Una cosa era evidente: lo que un principio había considerado malvado y peligroso, en realidad, no era más que la viva personificación del más noble de todos los corazones.

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