Capítulo 22: 29 de marzo de 2012
—No todo está perdido todavía —le anuncié con orgullo a Oskar mientras él se aseguraba de encender las luces de su despacho. Aparte de ser mi primera labor como consejera, se trataba también de su primera junta de estrategia como recién nombrado General en turno—. El pueblo cuenta con ahorros personales.
—¿A qué te refieres?
—Puede que los almacenes de reserva hayan quedado vacíos, pero eso no significa que el resto de la colonia haya perdido sus recursos. —Me tomé un momento para extender los bosquejos del nuevo plan sobre su escritorio—. Nos basaremos en los principios financieros que un banco humano suele seguir.
—¿Tomar prestado el dinero del pueblo, Yvonne?
Asentí.
—Es más sencillo de lo que parece —lo tranquilicé, indicándole con una mano que prestara atención al primer diagrama—. Ante la falta de capital, los bancos acostumbran subir sus tasas de interés para que sea atractivo para las personas invertir sus propios ahorros. Ese dinero es luego utilizado por las empresas, mismas que solicitan préstamos al banco a cambio de tasas de interés todavía más altas.
—De acuerdo. —Se cruzó de brazos y me dirigió una sonrisa forzada—. ¿Y en palabras que sí pueda comprender?
—Mírelo desde esta perspectiva, General: la gente da su dinero al banco, el banco lo presta a las empresas y, como condición, estas lo devuelven en una cantidad mucho mayor a la inicial.
—Entonces... —Se interrumpió, reflexionándolo con cierta calma—. El banco obtiene una ganancia y, además, la gente recupera su dinero con una comisión extra.
—Precisamente —apunté para confirmar.
—¿Y estás sugiriendo que adoptemos ese mismo sistema?
Posé la mirada en el esquema de flechas que Lukas se había molestado en dibujar para mí.
—Si la Unidad contara con los ahorros del pueblo, podría generar la suficiente inversión tanto para devolverles el dinero como para producir nuevas fuentes de ingreso.
—Déjame ver si entendí, Yvonne. —Se aclaró la garganta—. ¿Quieres utilizar el dinero de nuestra gente para seguir manteniendo los negocios de la colonia y, a su vez, pagar por el desarrollo de nuevas producciones de oro?
—Eso reabastecería los almacenes, General.
—Ya veo...
—Y también nos permitiría disponer de un fondo lo suficientemente vasto para mantener a las familias que se encuentran resguardadas en las habitaciones del Tribunal —añadí, buscando que reparara en tal ventaja.
Me concedí la libertad de tomar asiento frente a su escritorio, en especial después de haberlo visto dedicarme un par de asentimientos de cabeza. El General parecía comprometido con su nuevo cargo de responsabilidades, tanto que, incluso, había inaugurado sus labores con un reajuste total en el modo en que la UH solía llevar a cabo sus actividades. Había programado reuniones a puerta cerrada con cada uno de sus consejeros, tal vez porque, al igual que todos los demás, deseaba encontrar la manera de contrarrestar los efectos de la batalla.
—Utilizar ese dinero para producir más oro es una solución inteligente, Yvonne —sonrió—, increíblemente inteligente.
«Porque dos piensan mejor que uno»
Lukas y yo habíamos pasado horas enteras junto a los cauces del río, bosquejando sobre centenares de hojas con tal de elaborar lo que se trataba de la primera versión del plan AEE: "Alianza Estratégica de Emergencia".
Sabía que Charles me había prohibido llegar tarde a casa y también tenía la certeza de que quitarle tanto tiempo a Lukas podría desencadenar complicaciones —al menos para él, quiero decir—; sin embargo, lidiar con las posibles consecuencias fue un precio que ambos estuvimos dispuestos a pagar. Había llegado el momento de aceptarlo, ¿no? Conocíamos las reglas, estábamos conscientes de lo que nuestras reuniones implicaban y, todavía así, cada uno estaba cien por cien seguro de que armar un plan sin la ayuda del otro sería prácticamente imposible.
—¿Qué sugieres respecto a las pérdidas en la zona residencial? —preguntó Oskar momentos más tarde.
—Tengo algunas ideas. —Le señalé las orillas del sur en el mapa de su computador—. Aquí hay una obra en primera etapa de construcción. El año pasado se tenía contemplado que fuera el espacio correspondiente al nuevo centro comercial.
—Lo recuerdo —dijo asintiendo—. Hubo un problema en el despacho de arquitectos y suspendieron el proyecto.
—Los cimientos del edificio quedaron establecidos, así que pensé que convertirlos en departamentos sería una excelente manera de ofrecerle un hogar a las familias despojadas y, al mismo tiempo, reducir los gastos en materia de construcción.
Alzó ambas cejas con aire de asombro.
—Eso es muy ingenioso, Yvonne.
—Aunque hay una consideración más a tomar en cuenta —me di prisa en replicar.
—¿Una consideración más?
—La zona residencial del norte está completamente destruida, General. —Bajé la cabeza, un tanto avergonzada por lo que estaba a punto de decir—. Los escombros son tantos que no hay forma de deshacernos de ellos si no es escondiéndolos en algún otro sitio.
—¿Cómo que escondiéndolos?
—Nuestra basura suele terminar en los mismos vertederos de los territorios humanos, y si no queremos levantar más sospechas...
Él coincidió conmigo casi enseguida:
—Entiendo. No hay modo de que nos deshagamos de ellos de la manera convencional.
—Pero quizá tenga una solución para eso. —Le mostré una de las últimas páginas, un resumen del plan de acción que incluía una estrategia de reconstrucción para la zona residencial—. ¿Recuerda lo que ocurrió en Berlín tras la Segunda Guerra?
—La ciudad quedó destrozada —contestó sin demora.
—Tan destrozada que la única forma de retirar los escombros fue utilizándolos como pilas de relleno para parques sobrepuestos.
—¿Debajo de los parques de Berlín hay ruinas de edificios?
—Cientos y cientos de ellas.
—Vaya... —Parpadeó varias veces, sorprendido—. No puedo negar que se trate de un planteamiento interesante.
—Más aún si lo utilizamos como ejemplo para replicar la idea —expresé a modo de sugerencia, encogiéndome de hombros—. Podríamos usar los escombros para construir un parque central en la zona.
Avanzó hacia el otro lado de la oficina, seguramente tomando aquella propuesta en consideración mientras se permitía enfocar la vista en el montón de pantallas empotradas en la pared. El bosque del oeste lucía tranquilo, sin rastro de intromisiones más allá de una simple bandada de pájaros que trataba de hacerse espacio entre las ramas de un par de pinos.
—¿Departamentos y parque central? —repitió para resumir.
—Así es.
—Creo que es viable, y también un tanto necesario tomando en cuenta nuestro bajo nivel de presupuesto. —Se giró hacia mí, asintiendo con la cabeza—. Es un hecho, Yvonne. Voy a poner en marcha cada una de las fases de tu plan.
—¿De verdad? —pregunté. Mitad ilusionada, mitad perpleja.
—Siempre y cuando puedas explicarme cómo diantres harás para convencer a la colonia de prestarnos su dinero, quiero decir, ¿no estarán completamente renuentes a invertir sus ahorros después de todo lo que acaba de ocurrir?
—Es más sencillo de lo que parece. —Lukas había redactado el principio fundamental de dicha negociación sobre una de las esquinas de la segunda página—. El punto clave residirá en que, además de regresar al pueblo cada centavo, la Unidad pagará una cantidad extra como parte de una comisión de recompensa.
—¿Hablas de devolverles más de lo que hayan prestado?
—Exactamente —hice ademán de utilizar las manos para enmarcar una improvisación de frase publicitaria—, algo así como "invierte cien monedas de cobre y obtén de regreso ciento diez".
Me dirigió una sonrisa de complicidad.
—Se escucha atractivo —coincidió.
—Y para los hyzcanos lo será todavía más, General, en especial porque el tamaño de la recompensa dependerá de la cantidad de monedas que decidan invertir.
—Es una idea brillante. —Volvió al frente del escritorio para regresar la mirada, con orgullo, hacia aquel montón de papeles—. Con esto, quizás sea posible reconstruir todo en menos tiempo del contemplado y... Cielos, Yvonne —soltó un suspiro—. Lo que sea que estés haciendo para encontrar inspiración, no te atrevas a abandonarlo.
La risa se me escapó de la boca, tal vez más por lo irónico del asunto que por cualquier otra causa. ¿Quién diría que bastaría con conversar con el enemigo para que las cosas comenzaran a mejorar? Era contradictorio e impensable, principalmente porque aquello dejaba en manifiesto una indiscutible verdad: pactar una alianza con un mago se trató de la decisión más acertada que alguien como yo pudo haber hecho jamás.
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