Capítulo 2: 22 de febrero de 2012

Hay una cosa que en verdad disfruto de estar aquí: la perfecta combinación entre los árboles y la bonita arquitectura de la colonia hyzcana. La tranquilidad del espacio, los suelos de piedra, las construcciones de estilo invernal, las zonas residenciales en medio del follaje... Es similar a un pequeño pueblo, una aldea arraigada en lo más profundo del bosque. ¿Alguna vez has caminado por las calles empedradas de una ciudad de poco renombre? Explicar la sensación de armonía que la simpleza puede ofrecer es más difícil de lo que parece, lo digo tomando en cuenta que, para muchos, vivir rodeados de pinos y callejones angostos es sencillamente ridículo. No para mí, en especial porque este lugar me recuerda demasiado a mi antiguo hogar.

—Creo que eran diez, Yvonne... O tal vez once.

Parpadeé varias veces antes de preguntar:

—Diez u once, ¿qué?

—Monedas de cobre —aclaró ella mientras volvía a contar cada centavo sobre la palma de su mano.

—¿Y para qué quieres esas monedas, Annaliese? —dudé.

La niña se giró hacia mí con una mueca de desconcierto.

—¿No oíste todo lo que acabo de decir? —se escuchó ofendida.

—¿Sobre qué?

—Guau —sonrió con ironía—. Ahora entiendo a Charles cuando dice que de repente te pierdes.

—Perdona, tan solo estaba... —un suspiro se me escapó— admirando el paisaje.

Contemplaba los pisos empedrados. Prestaba atención a los faros de luz adornando cada esquina, las enredaderas naturales pegadas a las paredes y las acogedoras cabañas que, distribuidas en hileras, rodeaban las orillas de cada banqueta.

—¿Cuál paisaje? —inquirió, girando la cabeza en todas direcciones antes de volver a posar la vista sobre mí.

—Pues este. —Hice ademán de señalar todo el espacio—. Me encanta caminar por esta calle.

—Pero es solo una calle —resopló.

—Lo sé, pero... es una calle muy bonita, ¿no?

Me miró con el ceño fruncido, al menos hasta que la puerta de la dulcería absorbió de nuevo todo su interés.

—Guarda las monedas por mí, Yvonne. —Formó un gesto de inocente malicia—. Yo me encargaré de elegir las compras.

Asentí, apresurándome a recibirle los centavos.

—¡Aquí vamos! —festejó antes de salir disparada hacia la entrada de aquel establecimiento.

Tomé una bocanada de aire, limitándome a seguir sus pisadas para cruzar también por el ingreso principal. Allí dentro las cosas conservaban el mismo estilo rústico del exterior: anaqueles de madera, chimeneas encendidas, paredes de piedra y ventanales con barrotes simétricos. Encaminé mi marcha hacia el primero de los pasillos, rodeando algunas estanterías hasta toparme con el ilusionado rostro de la chiquilla.

—¡Ya llegaron! —anunció ella con entusiasmo al mismo tiempo que me señalaba los empaques plásticos de caramelos.

—Eso es fantástico, Annaliese.

—¿Debería de comprar dos bolsas?

—Charles solo te deja comprar una —advertí.

—Caracoles—se rio, en un intento de ser persuasiva—, pero tú no eres mi hermano, Yvonne.

—Se enojará conmigo si dejo que gastes más de diez monedas en simples...

—¡No puede ser! —exclamó de repente.

Abrió los ojos de par en par mientras pegaba las rodillas al piso.

—¿Qué ocurre? —la cuestioné.

—Ya hay paletas frutales —contestó entre balbuceos, echando un vistazo al último anaquel.

—Paletas, ¿qué?

—¡Las paletas frutales!

—¿Y qué tienen esas de especial?

—¿Es una broma, Yvonne? —Se llevó ambas manos a la cabeza—. ¡Son las cosas más deliciosas del universo!

Sujetó unas cuantas casi de inmediato. Mientras ella se tomaba un momento para leer las etiquetas, mis ojos se desviaron hacia la esquina trasera del establecimiento: Roland, aquel chico del Instituto que no hacía más que ofenderme con sus comentarios ridículos, caminaba con lentitud por el pasillo de los chocolates.

—Dijiste no más de diez monedas, ¿verdad, Yvonne? Los caramelos cuestan seis y cada paleta cuesta uno, así que... —lo pensó por un momento— puedo comprar una bolsa y cuatro paletas —concluyó.

—Escogelas rápido, ¿de acuerdo? —apremié a la niña con desesperación.

—¿Crees que debería llevar las de manzana? —se puso a dudar en el peor de los momentos—. ¿O tal vez las de mora?

—Solo elige unas y vámonos ya —insistí.

—Espera, también hay de fresa y de plátano.

—¡Date prisa, Annaliese!

—Mejor llevo una de cada sabor.

La tomé de la mano en cuanto echó las paletas a la canasta; aún con eso, fue demasiado tarde para huir de quien tanto trataba de evitar.

—Vaya, Yvonne —se burló Roland detrás de mí—, nunca pensé que te gustaran tanto las cosas dulces.

Entorné los ojos con cierta pesadumbre y, girándome hacia él, farfullé:

—¿Quisieras dejar de seguirme a todas partes?

—No estoy siguiéndote. —Me mostró el envase de cocoa que llevaba entre manos—. Mi hermana preparará pastel de chocolate.

Hice caso omiso a su comentario, jalando a Annaliese por el brazo para abrirme paso hacia el despacho de ventas.

—Oye, Yvonne —exactamente como lo predije, no tardó ni un par de segundos en decidirse a venir tras de mí—, eres consciente de la importancia del día de mañana, ¿no?

—Es obvio que sí, Roland —refunfuñé.

—Por fin tendremos los resultados del examen teórico.

—Entonces deberías estudiar para la prueba en lugar de perder tu tiempo vagando por una dulcería. —Lo miré con una sonrisa de ironía.

—Tú también estás aquí, ¿sabes?

—Lo estoy —le indiqué a Annaliese que colocara la canasta sobre el mostrador mientras yo me limitaba a sacar las monedas de mi bolsillo—, pero mi urgencia por estudiar no es tanta como la tuya.

—Claro —soltó un chasquido de lengua—, te da igual, ¿no es cierto? De todas formas, pasarás la prueba independientemente de tu puntaje.

«¿Qué acaba de decir?»

—¿Independientemente de mi puntaje? —subrayé, dedicándole un ceño fruncido—. ¿A qué te refieres con eso?

—Ellos van a aceptarte —se encogió de hombros—, incluso aunque reprobaras el examen.

—¿Disculpa?

—Eres la prometida del teniente, ¿recuerdas? Tu lugar está garantizado.

«¿Charles como mi propio boleto de entrada?»

Negué con la cabeza.

—No, eso no es verdad —repliqué al momento.

—Todos en el salón lo saben, Yvonne. —Guiñándome un ojo, añadió en voz baja—: Incluso el profesor Jakob no puede hacer más que darte las notas más altas.

—Tengo las notas más altas porque me he esforzado en conseguirlas —justifiqué.

—¿Estás segura de eso?

—Mi novio no tiene nada que ver con mi desempeño —protesté enseguida, indignada—. Comprar mis resultados sería estúpido, injusto y...

«Completamente propio de Charles»

Cerré la boca de golpe. No podía ser verdad, quiero decir, eso sería... Por todos los cielos, ¿y si aquello fuera cierto? ¿Qué tal si era solo por Charlie que mi registro estudiantil estaba marcado con cientos de puntajes sobresalientes?

—Debe ser sencillo tener el pase a cualquier puesto cuando el teniente tiene un interés personal en ti, ¿no? —continuó insinuando aquel chico.

Coloqué las monedas sobre el mostrador, asegurándome de darle la espalda.

—No he pedido tu opinión, Roland —le espeté a regañadientes.

—Tal vez —apuntó—, pero no creo que puedas contradecirla tan fácilmente.

—Vámonos ya, Annaliese —le dije a la niña con firmeza, ignorando la presencia de Roland con tal de ahorrarme la molestia de soportar su conversación.

La ayudé a meter las golosinas a la bolsa antes de sujetarla por los hombros y guiar su caminata en dirección a la salida.

Hablo con completa sinceridad cuando digo que estoy harta de vivir en esta colonia. El lugar es asombroso, sí, pero ¿cómo podía compararse con la noción de ser rechazada, avergonzada o criticada por quienes, se supone, deberían de tratarse de las personas más allegadas a mí? "No te preocupes, Yvonne, las cosas mejorarán algún día", "Ya no llores, Yvonne, ni siquiera vale la pena", "No tengas miedo, Yvonne, la situación se solucionará más rápido de lo que alguna vez imaginaste...", repetirme las mismas frases día con día tampoco resulta de mucha utilidad.

—¿Estás bien, Yvonne? —me cuestionó la niña en cuanto estuvimos fuera del establecimiento.

—Sí —mentí.

—Pues no te ves tan bien como dices...

—Eso es porque dormí muy mal anoche, Annaliese.

—Los caramelos te quitan el cansancio —aseguró con el semblante serio—, y también te hacen feliz.

Le dediqué una media sonrisa en cuanto extendió uno de esos empaques coloridos hacia mí.

—Toma uno, te hará sentir mejor —insistió.

—No creo que...

—¡Vamos, Yvonne, toma uno! —Su gesto suplicante y sus enormes ojos negros hicieron todo el trabajo de persuasión.

—Está bien, está bien —me rendí—, lo haré.

—¡Eso!

—Pero dame el verde —condicioné.

Se tomó un momento para abrir la envoltura antes de colocar el pequeño caramelo sobre la palma de mi mano. Contuve el aliento durante unos instantes: la similitud entre el color de la golosina y el verde esmeralda que... ¡Bah! Mejor olvídalo.

—¿Yvonne? —preguntó alguien detrás de nosotros justo cuando me echaba aquel dulce a la boca—. No esperaba verlas aquí afuera a estas horas de la noche.

«¿Noche? Pero ¡si apenas son las 7.00 p.m.!»

Y, tras ese simple comentario, tuve la certeza de que se trataba de Charlie.

—Tan solo vine a comprarle unos dulces —utilicé como excusa al mismo tiempo que me giraba hacia él—. Annaliese estaba un poco...

—¡Charles! —exclamó la niña con sorpresa antes de esconder detrás de su espalda la bolsa que llevaba entre manos—. Pensé que estarías más tiempo desaparecido.

—¿Más tiempo? —preguntó él, mirándola con sospecha—. ¿No te bastó con dos semana, entonces?

—Habías dicho que no regresarías hasta después de febrero —por cómo lo pronunció, pareció más un reclamo que un recordatorio.

—¿Yo dije eso? —bufó en respuesta—. ¡Por favor! Nunca le haría eso a mis dos chicas favoritas.

Los ojos de Charlie se posaron sobre mí. Era obvio que estaba esperando por alguna clase de bienvenida; un beso, un abrazo, tal vez una especie de sonrisa, pero yo... ni siquiera tenía el ánimo para ninguna de esas cosas.

—¿Te pasa algo, Yvonne? —Apartó a su hermana con cierta lentitud para abrirse paso hacia mí—. ¿O es que solo estás preocupada por el examen de mañana?

Mi vista se desvió hacia su uniforme: botas negras, cinturón de cuero y traje a camuflaje de tonalidades verdosas; siempre combinado con una serie de insignias sobre la parte superior de la chaqueta. Se trataba de la vestimenta que el ejército solía utilizar para completar las misiones que la UH dejaba a su cargo.

—Estoy hablándote, Yvonne.

—La cosa es, Charles —contesté, volviendo a mirarlo a la cara—, que no tengo ni la menor idea de por qué yo debería de tener un puesto en la Unidad.

—¿Cómo? —Parpadeó varias veces, confundido.

—Todos aquí parecen odiarme —traté de explicar.

—¿Y eso qué tiene que ver con un puesto?

—Sé que provengo del mundo humano y, al principio, pensé que era la única razón por la que media colonia parecía tener algo contra mí. —Bajé la cabeza en cuanto me dedicó un gesto de completo recelo—. Pero luego empecé a preguntarme por qué alguien con el mismo origen que el mío, alguien como tú o como Annaliese, podía vivir tranquilamente en este sitio sin tener ninguna clase de complicación.

—¿Cuál es el punto de todos esos balbuceos?

—Quería preguntártelo antes de dar por hecho que tú...

—¡Teniente! —Fue al sargento Edwin a quien le importó un comino interrumpir nuestra conversación, acercándose a paso veloz con la intención de colocarse junto a Charlie—. Nos han asignado otros dos nuevos reportes por desaparición. ¿Prefiere que lo hablemos directamente con el General o que interroguemos primero a los familiares?

—Empiecen con la investigación en campo —sugirió él mientras le dirigía un asentimiento de cabeza—. Yo los alcanzaré más tarde.

El muchacho ni siquiera titubeó antes de seguir aquellas indicaciones y volverse de inmediato hacia el final de la calle.

—Discutamos esto en casa, ¿de acuerdo? —murmuró Charlie en voz baja, no sin haberme sujetado por la cintura—. Este lugar está lleno de soldados.

—¿Qué tienen de malo los soldados? —inquirí enseguida.

—Prefiero que las cosas se queden entre tú y yo, Yvonne.

—Pero no creo que...

—Te lo he dicho cientos de veces, ¿recuerdas? —Me calló con firmeza—. Estando fuera de casa, siempre es mejor que guardes silencio.

Mis ojos se cruzaron con los de Annaliese. Quería hacerle saber que todo seguía en orden, que mi ánimo no acababa de ser pisoteado con esa última oración y que una simple reprimenda como esa no sería suficiente para humillarme. Por eso me obligué a tenderle la mano y a dirigirle una sonrisa. Sin embargo, bastó con verla clavar la mirada en el empedrado para estar segura de que no había manera de engañarla: aquello me había lastimado en más de un sentido, y ocultárselo jamás sería una opción que estuviera a mi alcance.

* * * * * * *

Me gustaría decirte que no fue Charles quien casi nos arrastró hacia la puerta de la entrada, que no fui yo quien comenzó a llorar en cuanto estuvimos dentro de la cabaña y que no fue Annaliese quien se encerró en su recámara con tal de escapar de una posible discusión. Pero te hice una promesa, ¿no es cierto? Dije que iba a contarte la verdad, así que ¿por qué no volver al momento exacto en que caí en cuenta de que las cosas andaban terriblemente mal para mí?

—Cálmate ya, Yvonne —me exigió Charlie con frustración mientras colgaba su chaqueta en el perchero—, sabes que no me gusta verte llorar.

—¿Vas a explicarme la razón por la que toda la colonia parece odiarme? —lo encaré entre quejidos desesperados.

—¿Por qué algo como eso sería culpa mía? —protestó.

—¡Porque no tiene sentido, Charles! Tú y Annaliese vienen de ciudades humanas también.

—¿Y no has pensado en la posibilidad de que simplemente les caigas mal y ya está?

Lo fulminé con la mirada.

—Solo dime la verdad, ¿de acuerdo? —Tomé una bocanada de aire, haciendo un esfuerzo por suavizar mi voz—. No quiero discutir contigo.

—Ya lo estás haciendo —murmuró entre dientes.

—¿Hiciste un trato con el director del Instituto? —pregunté finalmente.

—¿De qué estás hablando?

—Hiciste algún trato a mis espaldas, ¿sí o no? —demandé saber sin mayores rodeos.

Entornó los ojos con cierto fastidio antes de guiar sus pisadas hacia la mesa del comedor.

—¿Charles? —insistí.

—¿Y qué esperabas que hiciera, Yvonne? —aceptó confesar segundos más tarde—. Ellos iban a expulsarte si no pasabas las pruebas.

—¿Qué?

—Lo que oíste. —No tardó demasiado en dejarse caer sobre el asiento más cercano—. Ese fue el acuerdo inicial, ellos... Desde el principio dijeron que tendrías que salir de la colonia si no pasabas las pruebas y...

—Por todos los cielos —me eché a reír—, ¿ni siquiera soy parte de la colonia todavía?

—Lo único que buscaba era mantenerte cerca de nosotros, ¿okay?

Admito que, por un leve instante que tuvo tintes de ser eterno, ni siquiera supe cómo responder a eso.

—Quería que te quedaras y... —Hizo una pausa, llevándose ambas manos a la frente—. Lo primero que me dispuse a hacer en cuanto llegué aquí fue arreglarlo todo con el Instituto. Acordamos horarios, notas de clase y resultados de las fases teóricas de tus pruebas.

—¿Por qué rayos hiciste eso? —balbuceé.

—Porque pensé que, en caso de que fallaras en la prueba práctica, tanto tu registro estudiantil como el puntaje de tu examen teórico bastarían para que obtuvieras algún puesto en la Unidad.

—Compraste mis resultados —sentencié, completamente decepcionada.

—Lo hice porque me importabas demasiado —se apresuró a justificar.

—Lo hiciste porque no confiabas en mí —corregí.

Soltó una débil carcajada al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

—Tampoco te lo tomes tan a pecho, querida.

—Es que dudar de mí fue justo lo que hiciste, Charles —constaté—. No me creíste capaz de superar las pruebas y... Cielos, ¡ni siquiera de obtener buenas notas en clase!

—¿Estás enojándote conmigo solo porque traté de ser precavido?

—No, estoy enojándome contigo porque no me diste la oportunidad de hacerlo por mi propia cuenta —rectifiqué para dejar en claro.

—Otra vez estás exagerando —bufó, entornando los ojos.

—¿Yo soy la que exagera?

—Mejor solo aprovecha la ventaja que te di, ¿quieres? —Se cruzó de brazos y pegó la espalda contra el respaldo de su asiento—. Anda, preséntate al examen de mañana y piensa que no tienes nada que perder.

—¿Es una broma? —Enarqué una ceja.

—¿Tengo cara de payaso?

«Pues... tal vez de algo muy cercano a eso»

Piénsalo desde mi punto de vista, querido diario: estaba acostumbrada a que Charlie tomara mis decisiones y ya me había hecho la idea de que estaba bien obedecerle con tal de ahorrarme sus "impredecibles" estallidos de furia. Él lo controlaba todo por mí, así había sido desde hacía años; no obstante, pasar las mañanas dentro del Instituto a lo menos me conseguía unas horas libres de su vigilancia. Tener un desempeño sobresaliente en clase me abría la oportunidad de fingir que todavía era capaz de lograr algo sin su ayuda. Mas ahora que venía a enterarme de todo esto, ¿significaba, acaso, que también habría de soportar su intromisión en la única cosa que consideraba mía por derecho? Me parecía tan insoportable como sofocante.

—Okay, sí, tu puesto en la Unidad está garantizado —alzó los brazos en señal de exagerada indiferencia—, ¿qué tiene eso de malo?

—¡Que yo quería obtenerlo por mis propios méritos! —le reclamé, molesta.

—Te evité la agobiante tarea de equivocarte, ¿no puedes simplemente agradecérmelo y ya?

—¿Por qué habría de hacerlo cuando es por culpa de tu ventajoso trato que todos en el Instituto me odian?

—Se supone que sería un secreto, ¿sabes? —farfulló como excusa—. Fuera del círculo de profesores, nadie tenía por qué enterarse.

—Pero lo hicieron, Charles —le dirigí una sonrisa forzada—, el rumor se extendió a casi todos los alumnos.

—Y mientras permanezca como un rumor, no tienes nada de qué preocuparte. —Se encogió de hombros, como si las cosas fueran así de sencillas—. Solo ignora lo que sea que estén diciéndote y concéntrate en terminar las pruebas.

Un repentino nudo de lágrimas me hizo responder con voz entrecortada a aquel comentario:

—Es que... eso no es tan fácil como se escucha.

—No otra vez, Yvonne —me advirtió, poniéndose de pie al momento—. No quiero que empieces a llorar.

«Demasiado tarde»

—Lo lamento —me disculpé mientras hacía lo posible por contener las lágrimas—. De verdad estaba tratando de aguantar, pero... ni siquiera entiendo qué es lo que me pasa.

Me llevé las manos al rostro para ocultar mi llanto de su vista. Tal vez porque no me gustaba distinguir la decepción en sus ojos, o quizá porque odiaba darme cuenta de lo débil que en realidad me sentía.

—Eres una chica sensible —simplificó—, eso es todo.

—No, yo... no estoy bien, Charlie. —Negué con la cabeza—. No estoy bien.

—Claro que lo estás. —Avanzó unos pasos hacia mí.

—No soy como ustedes, ¿comprendes? —Retrocedí—. No tengo un don personal, no soy buena en negocios, combate ni tecnología. No sé cómo transmutar metales y tampoco he completado nunca una transferencia de energía.

—No necesitas nada de eso si me tienes a mí —garantizó.

—¿Y qué voy a hacer cuando tú no estés, eh?

Volvió a recortar la distancia, esta vez asegurándose de tomarme de una mano.

—Eso no pasará, Yvonne.

—¡No soy buena en absolutamente nada! —repliqué con frustración—. ¿Qué rayos se supone que debo de hacer para encajar en un lugar como este?

—Voy a arreglarlo todo para ti, ¿okay?

Fue difícil zafarme de su agarre, en especial cuando me sujetó de ambas muñecas para comenzar a atraerme hacia él.

—No tienes nada de qué preocuparte —continuó diciendo.

—Basta, Charles. —Me aclaré la garganta—. Sabes que no me gusta que me jales.

—Jalarte, ¿cómo? —Tiró de mis brazos una vez más hasta que consiguió pegarme contra su pecho—. ¿Así?

—Sí, justo así.

—¿Qué tiene de malo?

—Me lastimas.

Se tomó la libertad de darme un beso en la frente.

—¿También vas a quejarte por eso? —me susurró al oído.

—No, pero... —pero eso no cancelaba el hecho de que sus espontáneos besos me hicieran sentir cada vez más incómoda— mejor vuelvo a mi recámara. —Me aparté de él.

—¿Qué?

—Mañana voy a presentar la prueba teórica.

—Otra vez estás evitándome —gruñó con evidente molestia.

«Es probable»

—No se trata de eso —improvisé como parte de mi coartada—. No estoy evitándote.

—¿Entonces?

—Tengo que acostarme temprano —argumenté—, ya te lo había dicho.

—¿Cuándo vas a aceptar dormir conmigo en la misma habitación?

«El día que realmente tenga ganas de hacerlo»

—Luego —me limité a responder.

Retrocedí unos pasos, segura de que lo único que deseaba era soltarme de su agarre lo más pronto posible.

—Estás cansándome, Yvonne. —Soltó un respiro profundo—. Siempre dices lo mismo.

—Siempre tengo otras cosas que hacer, yo...

—Inventa pretextos más creíbles, ¿quieres? —espetó con el rostro serio y la mandíbula tensa—. Comenzarás a hartarme si nada más rotas entre viejas excusas. —Me dio la espalda mientras entornaba los ojos, volviendo a su recámara con el mismo descaro que un hombre sin paciencia tendría.

Sé que mis sentimientos son contradictorios. Soy consciente de lo importante que Charlie resulta para mí, aun así, su cercanía sigue pareciéndome un tanto... difícil de tolerar. Es ilógico, ¿no? No querer acercarme a mi novio es por completo absurdo, pero sin importar cuánto lo intente o me obligue a mí misma a soportarlo, lo cierto es que siempre termino retrocediendo, escapando o evadiendo.

¿Entiendes mi dilema ahora, querido diario? Sin Charles, estoy perdida; pero con él, me siento terriblemente vacía.

•••••••••••••••••••••••••

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top