Capítulo 18: 19 de marzo de 2012
Extraño a Horst, créeme que lo extraño demasiado. ¿Y sabes qué es lo peor de gustar de alguien de tan notable nivel jerárquico? Ser consciente de que jamás volveríamos a coincidir, al menos no mientras él continuara negándose a romper las reglas. Lo digo a modo de queja irónica, pues estoy en pleno conocimiento tanto de cuál es su lugar como de cuál es el mío.
Aceptémoslo: un mago enamorado de un hyzcano sería simplemente ridículo.
Sigo sin poder ignorar lo mucho que me hace falta su presencia. Echo de menos su voz, su risa y sus bonitas palabras; añoro distinguir los rápidos latidos de mi corazón y percibir su respiración contra los costados de mis mejillas, en especial porque habían pasado años desde la última vez que alguien me hizo sentir tan...
«Elige un tema diferente, ¿quieres?»
Claro. En ocasiones, es mejor no traer a la memoria las cosas que más nos lastiman.
«Listo. Pasado enterrado»
Tengo la impresión de que no podré soportar su ausencia durante mucho tiempo: cueste lo que cueste, encontraré la manera de volver a toparme con Horst y de explicarle, por fin, todas aquellas verdades que jamás me atreví a confesarle. Lo linda que me parecía su forma de pensar, por ejemplo, o tal vez lo mucho que me hubiera gustado tenerlo todavía más cerca de lo que...
—¿Yvonne? —Esa voz rompió con mi cadena de pensamientos—. ¿Estás escuchándome o no?
Me volví hacia la niña casi de inmediato.
—Lo siento, Annaliese, estaba pensando en... otra cosa —Una que por ningún motivo debía saber.
—Estaba diciéndote que mis compañeros del Instituto no pararon de molestarme en toda la mañana —sintetizó, cruzándose de brazos con cierto hartazgo—. Literalmente en toda la mañana.
—¿Se lo contaste a algún profesor?
—No, porque... —Lo pensó por un momento—. Bueno, apenas es la primera vez que lo hacen.
—¿Así de repente y sin razón?
Continuó avanzando por el sendero, aunque esta vez con la mirada clavada en la superficie del empedrado.
—Dicen que ya no les gusta estar conmigo —contestó entre débiles balbuceos—. Creo que es porque me quedo callada siempre que tratan de hacerme preguntas.
—¿Qué clase de preguntas?
—Pues... —vaciló— preguntas sobre ti.
Desconcertada y parpadeando varias veces, repetí para confirmar:
—¿Sobre mí?
—Es que... ellos dicen que estás inventando historias sobre magos.
«Oh, ¡por favor!»
Era de esperarse, ¿cierto? Habían pasado ya cinco días desde que me concedí la libertad de irrumpir en una sesión privada del comité. Para variar, resultaba tiempo suficiente para que la noticia se difundiera alrededor de la colonia; la oportunidad perfecta para crear rumores, contar chismes y rematar con cientos de versiones distintas de la misma historia.
—También dicen que te quemaste la cara a propósito —añadió en voz baja.
—Que yo, ¿qué?
—Creen que necesitabas hacerlo para probar que estabas diciendo la verdad.
—Eso es ridículo, yo... —me reí—. Vamos, ¿cómo podría siquiera quemarme la cara a mí misma?
La vi encogerse de hombros, no sin que me hubiera dirigido una sonrisa con tintes de resignación.
—Yo les dije lo mismo —garantizó, dejando entrever que confiaba en mí—, pero igual siguen sin creerme.
—Cielos, Annaliese. —No pude más que llevarme ambas manos a la frente—. Te debo una disculpa.
—¿Por qué?
—Porque las cosas que te están sucediendo son por culpa mía.
—No. —Se apresuró en negar con la cabeza—. No, no es cierto.
—Sí lo es —reiteré—. Antes de irrumpir en ese juicio... debí suponer que cualquier cosa que yo hiciera, te afectaría a ti por añadidura.
—Pero, Yvonne, ¿cómo ibas a saber que los miembros del comité no iban a creerte?
Giré el rostro para encontrarme con sus ojos. Ella me miraba con inocencia e incertidumbre, completamente ajena a lo que en realidad significaba estar cerca de mí. No era más que su forma de comunicarme lo mucho que, en realidad, desconocía el verdadero historial de mis faltas.
—¿Por qué te tardaste tanto, Yvonne? —intervino Charles de improviso, haciendo que me volviera con rapidez hacia el pórtico de la entrada—. Tengo más de media hora aquí afuera.
Me bastó con verlo avanzar en nuestra dirección para darme prisa en justificar:
—Pasar por tu hermana al colegio me pareció mucho más importante que esperar sentada por tu llegada.
—Salgo hasta las tres, Charles —le espetó la niña mientras negaba con la cabeza—. Ya te había dicho que tienen que formarnos en el patio y luego dividirnos en...
—Ahora no, Annaliese, necesito hablar con Yvonne en privado.
—Pero solo estaba tratando de explicarte...
—Vete a tu cuarto, ¿okay? —insistió su hermano con molestia.
—¿Por qué quieres enviarme a mi cuarto? —protestó ella, haciendo un intento por mantenerse a un lado mío—. Dijiste que ibas a dejar de tratarme como a una niña, ¿recuerdas? Los días que Yvonne no estuvo...
—Solo entra y ya.
—¡Pero yo también quiero escuchar, Charles!
—¡Va t'en maintenant! —le gritó él con total desesperación. Asumiéndolo, claro, por el modo en que el francés consiguió escaparse de su boca.
Annaliese bajó la cabeza casi enseguida. Por un momento tuve la ligera impresión de que sopesaba las consecuencias de ignorarle tal orden, aunque no tardó demasiado en soltarse de mi mano y dirigirse, con el ceño fruncido, hacia los escalones de la entrada.
—Tampoco tienes que ser tan duro con ella, ¿sabes? —susurré en voz baja mientras le prestaba especial atención a los enfurecidos pasos de la niña.
—A veces es lo único que parece funcionar.
—No es así, Charles, las explicaciones gentiles suelen tener un mejor efecto cuando se trata de Annaliese.
—Da lo mismo, yo... —Cerró los ojos durante un breve instante, haciendo lo posible por olvidarse del tema—. Tenía que hablar contigo antes de que el General me pidiera presentarme en el Tribunal.
No fue hasta que mencionó aquello que me permití reparar en el uniforme militar que llevaba puesto: el típico traje de tonalidades verdosas e insignias doradas colgadas sobre la parte frontal de la chaqueta. Que estuviera comprometido con alguna clase de misión en territorio humano resultaba más que evidente.
—Ya es tiempo de reabastecer los almacenes de los negocios —se dio la oportunidad de aclarar—, así que volveremos a salir de la colonia.
—Entiendo. —Me limité a asentir.
—Iremos a Praga, pero...
—Pero, ¿qué?
—Todavía estamos a tiempo de cambiar de ubicación —murmuró, como si algo estuviera tratando de insinuar.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—El General acostumbra enviar al escuadrón completo solo porque no hay otras tareas por atender. Aunque, si tuviera una razón lo suficientemente urgente para movilizar sus tropas —soltó un chasquido de lengua—, estoy seguro de que no dudaría en dividir al grupo y replantear los objetivos de la misión.
«Razón urgente, movilizar tropas, dividir al grupo... ¿Qué demonios está queriendo decir?»
—¿A qué te refieres, Charles?
—Sé que tu reputación no es la mejor, Yvonne. —Hizo una pausa—. Pero tengo la impresión de que eso podría cambiar si tan solo encontraras la forma de probarles tu historia.
—Hablas de... —de un momento a otro, lo entendí todo— ¿asignar a parte de tu escuadrón una tarea de localización de la comunidad mágica?
Desvió la vista hacia los escalones del pórtico.
—Estabas ciega, lo sé, pero debe de haber algo que puedas recordar, ¿no?
—Creo haberte dicho que no pude distinguir nada —reiteré, dispuesta a mantenerme firme con mi anterior coartada.
—¿Nada?
—Absolutamente nada.
—Vamos, Yvonne, te conozco mejor que nadie —ironizó—. No me vengas con esa ridícula excusa de que no tenías ni la menor idea de por dónde caminabas.
—No es una excusa, yo...
—Esto es relevante, ¿comprendes? —se precipitó en enfatizar—. Realmente podría cambiar lo que la colonia está diciendo sobre ti.
«Mi reputación no lo vale»
No cuando de mantener a ambas especies a salvo se trataba.
—No creo que la opinión del comité importe demasiado —expresé con indiferencia, encogiéndome de hombros.
—Vaya —soltó una carcajada—, ¿es con esa actitud como realmente esperas que te crean?
—No tengo la necesidad de probarles nada, Charles.
—Pero yo sí, ¿okay? —Miró en dirección a las cabañas vecinas antes de volver a posar la vista sobre mí—. No es solo tu dignidad la que está en juego.
«¿Sorprenderme? Ya ni siquiera tiene caso»
—¿En serio crees que darles la ubicación de la comunidad mágica va a devolverte tu antiguo "prestigio militar"? —lo cuestioné, no sin que la risa se me hubiera escapado también.
—No veo nada de malo con intentarlo.
—Cielos, yo... —Tomé una bocanada de aire, decepcionada—. ¡Pensé que estabas preguntándome todo esto porque en verdad confiabas en mí!
—¿No podrías al menos agradecerme por ser el único que está tratando de ayudarte?
—¿Ayudarme?
—Un par de pistas bastarán para que vuelvan a creerte —aseguró, totalmente convencido por la idea.
—A creer en ti, querrás decir.
Lo escuché resoplar con frustración.
—¿Cuál es el problema con que ambos resultemos beneficiados, Yvonne?
—¿A costa de qué? —me atreví a encararlo—. ¿De iniciar una guerra entre dos especies?
—¡Oh, vamos! —exclamó, molesto—. Es lo que realmente te preocupa?
—No quiero ver lastimadas a las personas que más amo.
—¿Otra vez con eso? —se quejó entre carcajadas, como si aquello resultase simplemente estúpido—. ¡Es lo único que te importa desde que tenías trece!
—Noticia de última hora, Charles: estoy tratando de ser la misma chica de aquel entonces.
—No empieces con esa clase de tonterías, ¿quieres? No otra vez.
«¿Tonterías?»
—Haré las cosas más sencillas para ti —anunció. Mitad advertencia, mitad acuerdo condicional—. Pruébame que tu historia es real y, lo juro, haré lo que sea con tal de ayudarte a ubicar a la comunidad mágica.
Negué con la cabeza.
—Lo lamento —me empeñé en repetir—. No tengo pistas ni evidencias —mentí, aunque solo porque lo creía totalmente necesario—. No pude distinguir los alrededores y estaba tan asustada que ni siquiera recuerdo partes del camino.
—Entonces ¿cómo esperas que te crea?
—Sencillamente tendrás que confiar en mí.
Me dedicó una sonrisa forzada.
—Sabes que tu historia suena más que absurda, ¿no es cierto? —replicó con aire de burla.
—Estoy al tanto.
—En ese caso, querida, no me queda mucho por decir. —Juntó las manos para exagerar el momento de su dictamen—. Jamás podría creer en un cuento tan ridículo como ese.
«No has cambiado nada, Charles»
Siendo sincera, tampoco esperaba que fuera de otro modo.
—Entiendo. —Tragué saliva de manera audible.
—Lo siento mucho, Yvonne.
—No te disculpes conmigo —me encogí de hombros para restar importancia a su comentario—, de cualquier forma, ya estoy acostumbrada a que tus sospechas terminen decepcionándome.
Ni siquiera lo pensé dos veces antes de darle la espalda y llevar mis pasos en dirección a la cabaña.
—Iremos a Praga —lo escuché sentenciar desde metros atrás—. Voy a traerte una crema facial de cacao porque, bueno, ¡al menos esa sí existe!
Contuve el aliento. Fuese con la intención de ofenderme o no, aquello no bastaría ni de chiste para conseguirlo. ¿Te das cuenta de lo rápido que cambian las circunstancias, querido diario? ¿No era él quien, todavía hace unos días, se había jactado de ser mi más fiel, comprensivo y cercano amigo?
«Quizá no elegiste a tus amistades con el suficiente cuidado»
No puedo negar que se trate de la explicación más razonable. Tan solo piénsalo un poco, ¿quieres? Después de un corazón roto y un ánimo tan deplorable, es fácil dejarse llevar por las palabras de cualquiera que prometa ofrecer lo contrario.
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