Capítulo 17: 17 de marzo de 2012
—¡Yvonne! —Aquella voz no hizo más que interrumpir lo que probablemente se trataba del desenlace de algún sueño—. ¡Oye, Yvonne!
Abrí los ojos, solo para descubrir que era Annaliese quien acababa de entrar en mi habitación.
—Ya despiértate, ¿quieres? —insistió.
—Hoy es sábado, Annaliese. —Levanté el rostro un poco para darle a entender que la escuchaba.
—¿Y eso qué?
—Que los sábados no vas al Instituto —murmuré entre dientes, volviendo a recostar la cabeza sobre la almohada.
—¡Pero la señora del vestido está aquí!
—¿La señora de qué?
—¡La del vestido! —exclamó con aire de hartazgo—. ¡Es una señora!
—Ni siquiera sé de qué rayos estás hablando...
—¡Es la modista! —Se subió a mi cama sin previo aviso, tirando de mi brazo para indicarme que debía despertar—. ¡La modista de bodas!
Eso último me provocó un imparable ataque de tos. La niña se sobresaltó enseguida, aunque no tardó ni un par de segundos en recobrar la compostura y observarme con recelo.
—¿La modista de qué? —quise confirmar, deseando que consistiera en una simple confusión.
—De bodas. —Escucharlo dos veces fue aún peor que oírlo una primera.
«Pero ¿quién demonios ha llamado a esa mujer?»
Me levanté de la cama todavía más rápido de lo que pensé que podría.
—¿Por qué no me avisaste antes, Annaliese?
—Acabo de hacerlo —se excusó, encogiéndose de hombros—. Diecisiete de marzo, ¿recuerdas? Charles dijo que vendría hoy.
El alma se me cayó a los pies. Lo mencionó hace algunas semanas, por supuesto, aunque... Vaya. Después de todo lo ocurrido, no creía que se tratara de una visita verdaderamente útil.
—Tendré que decirle que ya no necesitamos de sus servicios —sentencié.
—¿Qué?
—No tiene caso hacerla trabajar en un vestido que jamás usaré —espeté sin pensar.
La niña se colocó frente a mí, impidiéndome el paso hacia el armario.
—¿Por qué no lo usarás? —Sus ojos se posaron sobre mis manos, seguramente en busca del anillo que había dejado de formar parte de mi joyería casual—. ¿Ya no se van a casar, Yvonne?
¿Cómo hacerle entender lo que aquel cambio de circunstancias implicaba para mí? ¿Cómo explicarle que Charles y yo jamás volveríamos a estar comprometidos? Sabía que nuestra relación era especial para ella. Había crecido admirándonos como la "pareja perfecta" y era un hecho que, en su mundo, él y yo estábamos destinados a estar siempre juntos. Éramos su familia, su única fuente de apoyo y, aún más significativo que eso, éramos los padres de los que ella disponía como reemplazo.
—Escucha, Annaliese, yo... —Tomé una bocanada de aire—. Las cosas son diferentes, ¿de acuerdo? Y eso no significa que ya no me importe tu hermano.
—Entonces ¿por qué cancelaste la boda?
—Porque necesito darme un tiempo para pensarlo mejor.
—Pero Charles te ama. —Pareció más un débil susurro que una clara afirmación. Quizás porque, en el fondo y al igual que yo, tampoco estaba segura de que fuese realmente cierto.
—Lo sé y... yo también lo quiero a él. Es solo que... —no del modo en que ambos esperan que lo haga.
—Solo, ¿qué?
—Ha habido un par de cambios —hice una pausa al recordar que aquella modista aún esperaba por una respuesta—, pero prometo explicártelos más tarde.
—¿Cambios?
Tuve que empujarla un poco para poder sacar del armario los zapatos que necesitaba.
—Sí, cambios —acepté para resumir—. Lo que siento por tu hermano ahora es diferente.
—¿Diferente bueno o diferente malo? —cuestionó con el ceño fruncido, haciendo lo posible por interpretar mis evasivas.
—Solo... diferente.
—Eso no tiene sentido, Yvonne.
—Digamos que... —Me tomé un instante para mirarla a la cara—. Antes de casarse, una tiene que estar muy segura de que eso es lo que quiere hacer, ¿comprendes?
—¿Y tú no estás segura? —intuyó sin esfuerzo.
—Supongo que no.
—¿Por qué no?
Había olvidado lo mucho que Annaliese solía inmiscuirse en todo asunto. Fuese una simple travesura, un improvisado suceso o cualquier tipo de secreto, que no estuviese enterada sobre ello era simplemente imposible.
—Porque no me siento preparada —me limité a decir.
—No entiendo, Yvonne, ¿siempre has estado con mi hermano y todavía dices que no te sientes preparada?
«No, no siempre»
—Charles llegó después de... —Cerrando los ojos, me forcé a apartar de mi mente aquella línea de pensamientos—. Me refiero a... la modista, Annaliese. No es correcto hacerla esperar.
Con esa excusa a mi favor, me apresuré en dejar la habitación para alcanzar el borde de las escaleras.
—¿Y cuándo vas a sentirte preparada? —continuó indagando la niña, dándose prisa en bajar los peldaños detrás de mí.
—Hablaremos en un rato, ¿de acuerdo?
—¿Y vas a explicarme bien esa parte de los cambios? —insistió para cerciorarse de que obtendría respuestas más adelante.
—Lo prometo.
Ver el alfombrado del primer piso bastó para encontrarme con los ojos de aquella mujer, una anciana de gesto firme y complexión tan delgada que realmente cumplía con el típico aspecto de una diseñadora de modas.
—Espera aquí, Annaliese —le murmuré en voz baja antes de indicarle con un brazo que permaneciera sentada sobre las gradas—, no tardaré demasiado.
Avancé hacia el centro de la sala. No sin algo de nerviosismo, cabe aclarar.
—Ya era hora —resopló la mujer con fastidio, levantándose del sofá al tiempo que se tomaba un momento para sacudir los pliegues de su falda.
—Lamento que haya tenido que esperar —me disculpé enseguida.
—No importa mucho, cariño, siempre y cuando no me hagas perder más tiempo.
—Eso es justamente de lo que quiero hablarle porque, en realidad, la boda que teníamos contemplada para...
—Tranquila, el teniente ya me lo ha dicho todo. No te molestes siquiera en comentarme los detalles de la ceremonia.
De manera sorprendentemente rápida, aproximó sus pisadas en mi dirección para colocar una cinta métrica alrededor de mi cintura.
—Sesenta y cuatro —murmuró para sí misma.
—No, aguarde, esto no será necesario.
—¡Levanta los brazos, querida! —protestó con indignación—. ¿Cómo esperas que haga mi trabajo sin las medidas adecuadas?
—Escúcheme un momento, ¿sí?
—¿Escucharte? —Soltó una carcajada—. ¡Por favor, sé exactamente lo que quieres! Conozco las tendencias actuales en vestidos de novia.
—Me parece que no lo está entendiendo.
—Sí que lo entiendo. —Me vio a la cara con aire de superioridad—. Quieres el vestido perfecto y tienes miedo de que no sea lo que tienes en mente. —Respuesta incorrecta—. La preocupación es siempre la misma.
—Me refiero a...
—Confía en mí, cariño, he estado tantos años en el negocio que puedes estar segura de que quedará más que espléndido. —Continuó moviendo aquella cinta hasta llegar a mi cadera, aún sin haberme concedido la oportunidad de brindar una explicación—. ¿Qué tipo de corte prefieres?
—Estoy tratando de decirle...
—Sí, sí. Estará listo en dos semanas, y al mejor precio.
No me quedó ninguna otra opción además de darme prisa en retroceder unos pasos.
—Será mejor que me escuche —pronuncié con el gesto serio, indicándole que se mantuviera a distancia—. No habrá una boda, ¿comprende?
—¿Perdón?
—El teniente y yo no vamos a casarnos —reiteré—. Recién cancelamos la ceremonia.
Se aferró a su bolso de mano con cierta firmeza.
—Que ustedes hicieron, ¿qué? —aquella pregunta se le escapó entremezclada con un grito ahogado.
—Nunca estuvimos muy seguros de que quisiéramos dar formalidad a nuestra relación, así que...
—¡Por todos los cielos! —exclamó con la boca abierta—. ¿Cancelado? —Realmente dio la impresión de que le hacía falta el aliento—. Faltando tan pocos días..., pero ¡qué desgracia!
—Lamento mucho no haberle avisado con tiempo, yo... —Callé de súbito, pues la manera en que se echaba aire con las manos me obligó a modificar el final de mi oración—. Le daré un pago por compensación, ¿de acuerdo?
—¿Es una broma?
—No, digo, ahora mismo buscaré mi cartera y...
—No me refiero al dinero, cariño, estoy hablando de su compromiso.
Dejé pasar unos instantes de silencio antes de resignarme a brindarle una breve explicación:
—Ninguno de nosotros está preparado para contraer matrimonio.
—¡Por favor! —bufó con incredulidad—. ¿Qué clase de ridícula excusa es esa?
—¿Excusa?
—¡Los jóvenes de hoy son tan indecisos! —Se llevó las manos a la cintura al mismo tiempo que negaba con la cabeza—. ¿Por qué diantres habrían de cancelar una boda estando a tan pocas semanas de consumarla?
—Verá, yo... —vacilé—. La cosa es que...
Ni siquiera había formulado un pretexto creíble para cuando los ojos de aquella anciana se abrieron de par en par. Su semblante se impregnó de un asombro exagerado, tan exagerado que ni siquiera dejó pasar unos segundos antes de cubrirse la boca con ambas manos.
—¿No me digas? —Su desconcierto de pronto adquirió tintes de ironía—. ¿Estás embarazada, querida?
La débil carcajada que se me escapó de la boca fue más un reflejo involuntario que una simple respuesta de rechazo.
—¿Cómo dice?
—Es más común de lo que imaginas, cariño. —Acompañó esa frase con un guiño—. No tienes motivos para negarlo, mucho menos para sentirte avergonzada.
—¿Estás embarazada, Yvonne? —escuché a Annaliese decir desde el otro lado de la sala—. ¿Por eso hablabas de cambios? Mi hermano dice que estás muy rara desde que volviste.
«Por un demonio, ¡eso ni de chiste!»
—No, por supuesto que no —me apresuré en aclarar antes de regresar la mirada hacia el gesto arrogante de aquella modista—. No voy a tener un bebé, ¿me oye? Estaría demente si considerase la posibilidad de cuidar a uno otra vez.
Ella arqueó una ceja, extrañada, aunque no por eso pensaba tomarme la molestia de explicárselo.
—¿Por qué habrías de cancelar la boda entonces? —continuó exigiéndome una respuesta, como si realmente estuviera en su derecho a entrometerse.
—Ya se lo dije, ¿de acuerdo? No me siento preparada para el matrimonio y eso es todo.
—¿Cuántos años tienes, querida? ¿Veinte? —Veintiuno sería más acertado—. ¡La colonia entera suele contraer matrimonio a tu edad!
«¿Y eso debería bastarme para hacer lo mismo?»
—No quiero casarme con Charles y punto —sentencié, cruzándome de brazos.
—¿No quieres casarte con él?
—Mis motivos son privados.
—Claro. —Esperó varios instantes con la mirada fija en el suelo y una ridícula sonrisa ocupando la mitad de su cara—. Ya veo... , simplemente es al teniente a quien no quieres desposar.
—¿Qué hay de malo con eso? —me defendí a regañadientes—. Charles no es el hombre que estoy buscando, ¿acaso no es bueno que me haya dado cuenta a tiempo?
—Lo es, cariño. Siempre y cuando estés segura de que el otro chico sí cumple con tus expectativas.
«¿Qué rayos fue lo que dijo?»
—¿Disculpe? —la cuestioné al momento, sin poder dar crédito a lo que escuchaba.
—Estás enamorada, querida —aseguró sin titubear—, incluso se te nota a kilómetros de distancia.
—Usted no sabe nada sobre mí.
—¿Y? —Se encogió de hombros—. Soy buena para atar cabos sueltos.
—No estoy cancelando mi matrimonio solo porque quiera estar con alguien más. —¿Era esa una farsa? No lo tenía muy claro, aunque una extraña corazonada me advirtió que, en el fondo, ya conocía la respuesta.
—¿Estás segura?
—Completamente —mentí.
—Entonces es un hecho que estás más que confundida.
Yo no estaba confundida, solo... había cientos de ideas en mi cabeza. Algunas eran verdades que trataba de asumir; otras eran mentiras cuya existencia todavía me empeñaba en negar.
—Tengo muchas razones para tomar esta decisión —dije en voz alta y con lentitud—, pero no creo que ninguna de ellas sea de su incumbencia.
Me miró de arriba abajo, no sin haber sujetado su bolso con mayor aplomo.
—Es un buen punto. —Coincidió con el gesto inescrutable, dando la impresión de que fingía indiferencia—. Y, asumo, también implica que no hay mucho que alguien como yo pueda hacer por ti.
—Por fin estamos de acuerdo en algo —concluí con una mueca forzada, girándome un poco para indicarle la dirección de la puerta—. Allí está la salida.
—No te limitas al momento de medir tus palabras, ¿verdad?
—No últimamente.
—Impresionante... —musitó para sí misma—. Defenderse con estilo es una cualidad necesaria en la vida de toda mujer.
—¿Estilo?
—Justamente. —La vi llevarse al rostro unos anteojos de cristal oscuro—. ¿Conoces el número de mi estudio, cariño?
Le dediqué un ceño fruncido antes de empezar a farfullar:
—Recuerdo la dirección, pero...
—Perfecto. —Se tomó la libertad de dirigirme una sonrisa de complicidad antes de darme la espalda—. Ven a verme algún día, querida, será un gusto recibirte en la antesala de mi despacho.
La miré con algo de desconcierto cuando dirigió sus pasos hacia el umbral de salida, en particular porque haber sido grosera con ella, en lugar de haberle provocado alguna clase de molestia, realmente parecía haberla entusiasmado en más de un sentido.
—No tienes que pagarme por esta visita, cariño. Fue todo un placer haberte conocido.
—Gracias... —dudé—. Eso supongo.
Seguí sus pasos para acompañarla hasta la salida. Una vez la vi cruzar hacia el pórtico entre curiosos contoneos de cadera, no tardé demasiado en empujar la madera y apresurarme en colocar los pestillos de seguridad.
«¡Uff! ¡Conque así se siente ser atacada por periodistas!»
Pegué la cabeza contra la superficie de la puerta, totalmente exhausta.
—Yvonne —llamó una vocecita detrás de mí.
—¿Sí?
—Tú no estás enamorada de mi hermano, ¿verdad?
Giré el rostro hacia ella. Entrelazando las manos, Annaliese permanecía de pie con el semblante serio, como si preguntar por aquello fuese todavía peor que un atrevido interrogatorio. No voy a negarte que la miré con lástima, en especial porque de pronto tuve la certeza de que no había manera de que simplemente continuara mintiéndole a la cara.
—No, Annaliese —admití entre murmullos—. Nunca he estado enamorada de él.
La escuché suspirar en respuesta. Eso fue todo. Sin lágrimas, sin protestas, sin cuestionamientos. Mantuvo la vista clavada en la alfombra, respirando con calma como si no acabara de confesarle que entre su hermano y yo no había nada.
—Aguarda, tú... —la fulminé con la mirada— ya lo sabías, ¿no es cierto?
Tras su silencio, opté por concederle unos segundos antes de volver a insistir:
—¿Desde hace cuánto lo sabes?
—Charles no te trata tan bien como debería —balbuceó en voz baja mientras escondía las manos detrás de su espalda.
«Un testimonio más a la lista»
—¿Siempre has creído eso, Annaliese?
—Por las veces que te gritaba... —hizo un esfuerzo por contener el llanto—, pensaba que no tardarías mucho en dejarnos.
—En dejarlo —corregí, asegurándome de recortar la distancia para ponerme en cuclillas frente a ella—. Lo que sea que pase entre él y yo, no tiene nada que ver contigo.
—Pero tú vas a irte ahora porque...
—No.
—...siempre has dicho que te gustaría regresar a Alemania.
—Pero jamás me iría sin ti —le recordé, haciendo lo posible por que me viera a la cara.
—¿Jamás?
—Nunca pensaría en dejarte sola. —Le limpié la lágrima que ya resbalaba por su mejilla—. Eso lo sabes muy bien, ¿no?
Asintió.
—Somos como hermanas, Annaliese, y las hermanas...
—Permanecen unidas —completó mi frase al mismo tiempo que luchaba por recuperar el aliento.
—Exactamente.
—Siempre seremos tu y yo, ¿verdad? —se expresó con inocencia, tal como cualquier niño haría con aquellos adultos en quienes confía.
—Lo prometo.
Le ofrecí mi meñique para que estuviera al tanto de la seriedad de aquel juramento. Ella no tardó en regresarme la sonrisa, asegurándose de entrelazar su dedo con el mío.
—No permitiré que nada nos separe, ¿me oyes? —declaré para ambas—. Ni siquiera alguien como Charles.
Porque, sin importar lo que ocurriera, al menos estaba segura de que no dudaría en hacer lo que fuera con tal de mantenerla junto a mí.
Nunca volverían a apartarme a la fuerza de alguien a quien amo, no a ese precio.
Nunca más a ese precio.
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