Capítulo 15: 14 de marzo de 2012

Mi mente estaba tan desorientada que ni siquiera recordaba muchas cosas de la noche anterior. ¿Te has sentido atrapada entre un montón de ideas? Unas formando parte de alguna fantasía, pocas provenientes de la realidad, aunque con una gran y abrumadora incapacidad para diferenciarlas.

Estaba segura de que había dormido durante horas, lo sabía porque tenía presentes algunos extractos de mis más recientes sueños... De acuerdo, lo admito: mi muy estimado Horst estuvo en el último de ellos. Se trató de un sueño vívido y extrañamente peculiar, tan diferente al resto que tal vez sea conveniente tomarme un momento para describírtelo:

Al principio, era solo yo quien vagaba alrededor de las estanterías del despacho de mi padre. Estaba buscando una cosa entre los manuales; fuera lo que fuese, no tardé en encontrarlo y, a su vez, apresurarme a resguardarlo dentro de mi mochila. Estuve a punto de abandonar la habitación, al menos lo hubiera hecho de no ser porque me topé con un muchacho cerca de la puerta. Sonrió con calidez antes de que su mirada se cruzara con la mía: había algo especial en sus ojos..., quizá un brillo distinto, o tal vez una dulzura cuyo inexplicable encanto me bastó para reconocerlo.

Simplemente tuve la certeza de que se trataba de Horst. Era alto, de cabello negro y de oscuros ojos grandes; alguien de rostro noble e inocente que por ningún motivo podría ser confundido con cualquier otra persona. Luego lo abracé. También sonreí en cuanto lo sentí plantarme un beso en la mejilla. Me dijo algunas frases al oído que no pude entender en su totalidad, fragmentos como "perdóname", "te extraño" o "venir a verte" fueron los únicos que tuve la capacidad de interpretar.

No pasó mucho tiempo antes de que los chirridos de un par de pisadas me obligaran a despertar. Vislumbré los candelabros colgando de los techos y los acabados de oro en los paneles superiores, y fue entonces cuando todo lo demás vino a mi mente: el rescate en el bosque, los protocolos de revisión militar, el papeleo correspondiente al servicio social y... Cierto, había pasado la noche en una de las cámaras generales del Tribunal. Los auxiliares habían insistido en que permaneciera en dicha habitación después de que, aparentemente, mi llegada hubiera provocado un caos administrativo entre los miembros del comité. No quisieron explicarme lo que sucedía, pero dijeron que llamarían a Charles en cuanto tuvieran la oportunidad de hacerlo.

Me levanté del sofá entre bostezos y pequeños dolores de cabeza, aunque con la suficiente claridad para percatarme de que era una niña quien esperaba sentada a un lado de mí.

—Oye —me tocaron el hombro—, ¿estás despierta, Yvonne?

—¿Annaliese? —Parpadeé varias veces para enfocarla con mayor claridad—. ¿Cómo llegaste hasta aquí?

—¡Regresaste!

El modo en que se lanzó a mis brazos reemplazó mi ya gastada frustración por una repentina alegría. Y es que, a decir verdad, sí que había extrañado por millones a esa traviesa chiquilla.

—Claro que iba a regresar —le dije con una sonrisa.

—No te atreverías a dejarme sola, ¿verdad? —pronunció con voz entrecortada, como si estuviera dándolo todo a fin de contener las lágrimas—. Pensé que no ibas a volver...

—Siempre volvería por ti, Annaliese —la interrumpí, acariciándole el cabello—. Eso ni siquiera lo pongas en duda.

La estreché contra mi pecho al caer en cuenta de que ella empezaba lloriquear. Era consciente de que dejarla sola le había complicado las cosas en más de un sentido; aún desconocía todo aquello por lo que había pasado, pero tratándose de mi niña, no había cosa que no estuviera dispuesta a hacer con tal de mantenerla a salvo.

—Entonces, ¿por qué te fuiste? —me cuestionó enseguida.

—Yo... no me fui, Annaliese.

—¡Desapareciste como por todo un mes! —exclamó en tono de reproche.

—Lo sé. —Asentí, dándome prisa en aclarar—: Pero no lo hice a propósito.

—Ah, ¿no?

—Las cosas simplemente sucedieron y...

—¿Yvonne? —una voz intervino desde la puerta de la entrada—. ¿Cómo estás, eh?

Me volví hacia él al mismo tiempo que la niña apoyaba la cabeza sobre mi hombro.

—Hola, Charles —lo saludé con incomodidad, pues aún ignoraba cuál sería el mejor modo de darle la bienvenida.

—Ellos dijeron que podíamos entrar, así que mi hermana y yo...

—Está bien —accedí para ahorrarle las explicaciones—. Prefiero tenerlos aquí antes que pasar el día sola.

—Sí, yo... es lo que imaginé. —Avanzó en nuestra dirección con cautela, dedicándome una leve sonrisa antes de dejarse caer al otro lado del asiento. Luego añadió—: También hablé con el comité y...

—¿Te dijeron por qué insisten en retenerme dentro de sus instalaciones? —quise saber al momento.

—Están estudiando tu caso —explicó.

—¿Mi caso? —Fruncí el entrecejo—. ¿Cuál caso?

—Te perdiste durante tu prueba práctica.

—¿Y?

—Quien aplica el examen tiene la obligación de extremar precauciones —trató de justificar—. Es responsabilidad suya mantenerte vigilada y controlar cada variable que se encuentre en el campo, pero... —Inhaló profundo—. Resulta que, casualmente, ninguna de las cámaras captó el momento en que desapareciste.

—¿Casualmente?

—Todas las pistas apuntan hacia el coronel Oskar. —Se encogió de hombros—. Es el principal sospechoso.

«¡Bah! Tonterías»

Negando con la cabeza, me apresuré a refutar:

—Oskar no tuvo nada que ver con esto, él ni siquiera...

—Es el único que conoce los puntos de vigilancia del bosque del oeste, Yvonne —sentenció Charles con aire de superioridad, como si aquello fuera evidencia suficiente para acusarlo—. Siendo el culpable, ya me encargué de que fuera tratado como tal.

Aparté a la niña con cuidado para poder levantarme del asiento.

—¿Qué quieres decir? —inquirí a regañadientes.

—Inicié una demanda en su contra —anunció con una sonrisa, dando la impresión de que estaba orgulloso de ello—. Una demanda ante el Tribunal.

Parpadeé varias veces, perpleja.

—El Tribunal... Claro —la voz me tembló un poco mientras murmuraba eso para mí misma—. Supongo que, en ese caso, no te quedará más que retirar los cargos.

—¿Qué?

—Oskar no cometió ningún delito —me conferí el derecho a aseverar.

—¿Cómo lo sabes?

—Retira los cargos —reiteré, esta vez colocándome frente a él—. Confía en mí, ¿quieres? Prometo que voy a explicártelo más tarde.

—Maldición, Yvonne —soltó una débil carcajada—, ¿desde hace cuánto empezaste a creer que mirándome de esa forma conseguirás hacer que cambie de opinión?

—No puedes condenar a un hombre inocente.

—¿Y quién dijo que era inocente?

—Pues yo —pronuncié con firmeza.

—¿Y eso debería de bastarme para creeelo?

Lancé un resoplido de indignación. Era obvio que sí, ¿no es cierto?

—¿Lo dices en serio, Charles? —pregunté con ironía para ridiculizar su comentario—. Ni siquiera sabes con certeza qué fue lo que me pasó.

—Son detalles secundarios —minimizó.

«¿Detalles secundarios?»

—¿Disculpa? —me reí, sin poder creer lo que escuchaba.

—Te perdiste por una irresponsabilidad del coronel, Yvonne.

—¿Cómo puedes inculpar a alguien sin tener siquiera alguna clase de prueba?

—Tú tampoco la tienes —me desafió en respuesta, recostando la cabeza contra el respaldo del asiento.

Lo miré con los ojos entrecerrados, concediéndome la libertad de mostrarle el banderín anaranjado que llevaba escondido (desde hacía varias semanas) dentro del bolsillo trasero de mi pantalón.

—¿Un banderín? —se burló—. ¿Qué tiene que ver eso con la inocencia del coronel?

—Ya lo verás.

Avancé con decisión hacia la salida, pero lo único que conseguí a cambio fue que Charles se interpusiera en mi camino, expresando con molestia:

—Oye, oye, ¿a dónde cuernos crees que vas?

—Dijiste que estaban estudiando mi caso. —Le dirigí una sonrisa forzada—. Eso significa que el comité debe de estar reunido en la sala de juicios.

—¿Y en serio planeas intervenir?

—Es lo correcto, ¿no?

Retomé mi marcha hacia la puerta, aunque no lo suficientemente rápido para impedir que volviera a bloquearme el paso.

—¿Qué te sucede, Yvonne? —insistió, cien por cien desconcertado.

Yo me encogí de hombros para justificar:

—Tan solo quiero aclarar este malentendido. —A mi parecer, se trataba de la única opción aceptable.

—¿Por qué no estás escuchando nada de lo que digo? —replicó.

—Te escucho, Charles, pero eso no significa que vaya a quedarme de brazos cruzados.

El tema es, querido diario, que por primera vez desde hacía años estaba decidida a interferir. Quizá porque ya estaba cansada de no poder hacer las cosas a mi manera, o tal vez porque me había prometido a mí misma (y a Horst) que daría todo de mí con tal de recuperar a la chica que tanto me había dolido perder.

—Da igual, ¿comprendes? —trató de disuadirme—. Tu opinión no cambiará el dictamen del juicio.

—No es una opinión, Charles —constaté—, es la verdad.

Me moví hacia la derecha. Él también lo hizo.

—Vamos, querida... —Otra leve carcajada—. Esto ni siquiera te incumbe.

—¿Que no me incumbe? —protesté con incredulidad—. Solo yo tengo la versión oficial de los hechos, ¿recuerdas?

—¿Y qué esperas ganar con eso?

—Como mínimo, que me escuchen.

—Solo hay hombres allá abajo, Yvonne. —Su gesto se volvió serio—. No van a escucharte.

Tragué saliva de manera audible, pretendiendo que aquello no había sido lo bastante ofensivo para lastimarme el orgullo.

«Aunque, quizá, sí lo bastante provechoso para utilizarlo como ventaja»

—Tienes razón, es... —Bajé la vista y, fingiendo docilidad, añadí con un toque de dramatismo—: Inmiscuirme en ese juicio sería tan descabellado como estúpido, ¿verdad?

Esas palabras le resultaron suficientes para lanzar un respiro al aire.

—¡Por fin! —festejó con alivio, llevándose ambas manos a las sienes.

—No sé en qué estaba pensando —balbuceé.

—En algo bastante atrevido, diría yo. —Asintió con la cabeza para reafirmar lo absurdo que le parecía el asunto.

—Perdóname, es que... algo muy extraño sucedió conmigo en el bosque y...

Dejé que me abrazara, mas solo con la intención de deslizarme un poco hacia la izquierda.

—No te preocupes, ¿okay? —me susurró al oído—. Evitamos el error a tiempo.

Estiré una mano hacia la perilla con la excusa de que deseaba rodearlo por la cintura. Pero, una vez lo sentí pegar su cabeza contra la mía, no me permití vacilar antes de empujarlo hacia el interior de la sala y apresurarme a utilizar aquel espacio para cruzar la puerta.

—¡Oye! —se quejó a gritos, ofendido—. ¿Qué clase de sucia artimaña fue esa?

«Una totalmente necesaria»

—Quédate aquí, ¿oíste? —ordenó a su hermana antes de que sus pasos enfurecidos comenzaran a resonar detrás de mí—. No seas imprudente, Yvonne, mejor regresa ahora mismo.

Lo ignoré por completo y, en su lugar, avancé a toda prisa por el resto del vestíbulo principal.

—Para ya, ¿quieres? —intervino desde metros atrás—. Voy a tener muchos problemas por esto —insistió—. ¿Tienes idea de lo que pensarán de mí si se enteran de que Oskar ha estado diciéndoles la verdad?

—Entonces debiste pensarlo dos veces antes de precipitarte en acusarlo —espeté sin demora.

—¡Desapareciste de la nada! ¿Qué otra cosa querías que hiciera?

Bajé las escaleras según lo indicaban los señalamientos en las paredes, recorriendo las alfombras con rapidez hasta alcanzar el último de los pasillos.

—Basta, Yvonne. —Charles me sujetó del brazo justo cuando estaba por colocar una mano sobre el picaporte correcto—. Solo olvídalo, ¿okay? Si el coronel es inocente, entonces encontrará la forma de defender su postura.

—¿Es un chiste, acaso? —me mofé.

—Hablarán mal de mí —suplicó, apartándome entre jaloneos de la puerta—. En serio van a odiarme.

—Entonces ya seremos dos —farfullé con ironía.

—¿Estás haciendo esto por venganza?

Me giré hacia él con una mueca de completo fastidio.

«No me conoces ni un poco, Charles»

—Estoy haciendo esto porque es lo correcto. —Tan solo me hacía falta que lo comprendiera.

—¿Es correcto hacerme pagar con una mala reputación?

—Si eso detiene la sentencia de un hombre inocente —me encogí de hombros—, entonces sí.

Con una media sonrisa de arrogancia, declaró:

—Soy tu prometido, Yvonne.

—Claro. —Solté un chasquido de lengua—. Me olvidaba que... tengo pendiente hablar contigo sobre eso.

—¿Cómo?

Jalé de mi brazo con la suficiente firmeza para liberarme de su agarre, empujando la puerta para irrumpir en una amplia sala de acabados de madera y múltiples asientos enfilados. En menos de un par de segundos pude sentir los ojos de todos ellos sobre mí. Más de veinte rostros con muecas de desconcierto y gestos de sorpresa; más de veinte hombres fijando la vista en tu querida narradora, como si la presencia de una mujer resultara inquietante por sí misma.

Sería una mentira decirte que no me puse nerviosa, pues incluso llegué a pensar que lo mejor sería retirarme y pedir una audiencia en cualquier otro momento. Sin embargo, recuerdo haberme repetido que, en caso de no intervenir, sería cuestión de tiempo para que un hombre inocente fuese obligado a pagar por errores que no le pertenecían.

«No permitas que suceda»

Tomé una bocanada de aire antes de animarme a avanzar.

«Piensa que todo estará bien»

No me detuve pese a la gran cantidad de murmullos que resonaron alrededor de la sala e, increíblemente, conseguí posarme frente al asiento del General sin que ninguno de ellos me lo impidiera.

—Lamento interrumpir la reunión de esta forma —empecé a decir, haciendo un esfuerzo por elevar mi volumen de voz—, pero... tengo algo que decir, General.

Aquel sujeto enarcó una ceja. Frederick era un hombre imponente, alguien de estatura sobresaliente cuya complexión resultaba terrorífica. No obstante, la forma en que el cabello canoso le cubría la frente me recordaba demasiado al pelaje de un antiguo perro de pastor inglés, similitud que hacía que su semblante luciera un tanto más simpático de lo supuesto.

—Yvonne, ¿no es cierto? —trató de confirmar, llevándose una mano a la barbilla.

—Así es. —Asentí.

—Hay una razón por la que la puerta permanece siempre cerrada, ¿sabes? —insinuó mientras recargaba los antebrazos sobre la mesilla de su butaca.

Bajé la cabeza.

—Lo siento, yo... —vacilé— sé que no tengo permitido entrar en la sala, General. Entiendo bien que solo los miembros del comité pueden hacerlo.

«¿Estás segura de que puedes con esto sola?»

Tragué saliva de manera audible y, entonces, fue inevitable que mis ojos volvieran a posarse sobre aquel montón de rostros. Era cierto: ni estando en mi más alto nivel de cordura me hubiese atrevido a hacer algo como eso, al menos no tomando en cuenta todas aquellas prohibiciones que yo misma me había forzado a seguir.

—Con todo y pena, estoy aquí porque es indispensable que me escuche —me convencí de agregar.

—¿Indispensable?

—El coronel es inocente, General —declaré con firmeza—. No hay sentido en continuar sometiéndolo a un juicio.

—La responsabilidad de quien aplica el examen es irrefutable —me contradijo enseguida—. Diseñar una prueba requiere de planificaciones rigurosas; se debe de ser prudente y especialmente sensato.

—Me refiero a que Oskar no cometió ningún delito —especifiqué.

—Era su obligación tomar precauciones para evitar que te perdieras, dulzura. Y, en su lugar, decidió utilizar un oso de apariencia salvaje como parte de los indicios principales de tu evaluación.

—El animal es inofensivo, General, ya se lo he explicado cientos de veces —dijo alguien desde el fondo de la sala. Solo hasta que giré la cabeza hacia el estrado caí en cuenta de que era el coronel Oskar quien acababa de alzar la voz—. Está entrenado para correr tras objetivos en movimiento, pero jamás atacaría a una persona.

—Tiene razón —coincidí al momento—. El oso me persiguió unos metros, pero nunca trató de lastimarme.

—Es irrelevante si el animal continúa siendo la causa del extravío —intervino el General para demeritar mi comentario.

—Se equivoca. —Me di prisa en dejar a la vista de todos el banderín que llevaba entre manos—. El incidente sucedió cuando la prueba ya había concluido.

Los murmullos volvieron a escucharse, en especial porque aquello dejaba en manifiesto que Oskar había cumplido con la más importante de sus obligaciones: asegurar mi bienestar durante cada segundo de la prueba. Lo has captado bien, ¿no es cierto? "Durante" es la palabra clave.

—Verá, General, que no es lógico inculpar al coronel cuando es más que evidente que llegué al final del examen —me ocupé de justificar.

—¿Estás retirando los cargos aún pese a los daños que sufriste? —dudó, desconcertado.

—Estoy segura de que los hechos son independientes al desempeño del coronel porque... En realidad, jamás me perdí.

—¿Cómo dices?

—Fui capturada por un grupo de magos cuando estaba por regresar al Tribunal —contesté sin pensar.

Frederick me miró con ironía antes de que una débil e incrédula carcajada se le escapara de la boca.

—¿Disculpa?

—Perdí la conciencia durante la captura. —Hice una pausa—. No hay muchos detalles que tenga la capacidad de recordar además de las heridas que...

—De acuerdo, basta. —Me indicó con una mano que guardara silencio antes de levantarse con pesadez del asiento—. ¿Estás insinuando que un grupo de magos, seres atípicos de inusual aparición, encontraron la forma de burlar la seguridad, irrumpir en nuestro territorio, capturar a un hyzcano y, para colmo, pasar desapercibidos sin levantar ninguna clase de sospecha?

«No hay mejores palabras para describirlo»

—Supongo que sí, General —me limité a aceptar, entrelazando las manos con nerviosismo—. Su comunidad está muy cerca de aquí.

—¿La comunidad mágica?

Asentí, lo que fue suficiente para que me dirigiera otra sonrisa.

—Voy a hacerte una pregunta, Yvonne —pronunció con aire de reto—. ¿Acaso estás familiarizada con las actividades y responsabilidades de los escuadrones militares?

—Claro, yo...

—Nuestro trabajo es garantizar la seguridad de la colonia —prosiguió, sin dejarme terminar—. Supervisamos el bosque todas las noches; revisamos cámaras de vigilancia, nos mantenemos al pendiente de las localidades humanas y usamos radares electromagnéticos para detectar objetos a kilómetros de distancia.

—Lo sé, General.

—¿Eres consciente de que nuestros sistemas de seguridad debieron de haber detectado, desde hacía ya varios años, la presencia de una comunidad entera si es que esta en verdad se encontrara cerca del área?

—Sé que suena ridículo, pero...

—Nosotros lo controlamos todo, ¿comprendes? —dijo en tono de burla—. No hay manera de que un montón de magos hayan pasado inadvertidos justo frente a nuestras narices.

—Pues, de alguna forma, ellos consiguieron hacerlo, General —espeté por impulso y sin tener cuidado con mi lenguaje—. En su defecto, ¿a qué otro motivo atribuye todas esas desapariciones que han estado ocurriendo en los últimos meses?

No transcurrió ni un segundo antes de que lo viera morderse los labios con algo más que simple molestia. Por mi parte, no tardé en reprenderme en silencio por haber sido tan imprudente.

—¿Estás aquí para sugerir la incompetencia de mis soldados, Yvonne?

—No, General —me di prisa en negar con la cabeza—, por supuesto que no.

—¿Por qué no empiezas por explicarnos cómo fue que te quemaste la cara? —me cuestionó alguien más, un hombre a pocos asientos del General a quien enseguida reconocí como el comandante en turno—. Quizás se trate de un cuento menos descabellado que el anterior.

«Estoy diciendo la verdad»

—No me quemé la cara, yo... —Me concedí un instante para reformular mi oración—: Ellos debieron de haberme electrocutado cuando...

—¿Electrocutado?

—Son capaces de crear fuentes eléctricas —aseguré rápidamente—, es un tipo de canalización de su magia.

El comandante cruzó miradas con el General.

—Escucha, dulzura... Asumamos, por un momento, que todo lo que has dicho hasta ahora es verdad —sugirió Frederick entre carraspeos, haciendo que volviera a girarme hacia él—. ¿Podrías señalarnos la ubicación de la comunidad mágica en un mapa?

Conocía el camino, sabía la ruta a seguir y era consciente de que bastaría con cruzar la frontera para entrar en su territorio, pero... ¿Revelar dicha información no sería lo mismo que meter en problemas a ambas especies? De toparse con magos, el ejército hyzcano no dudaría en atacar y, en ese caso, la comunidad mágica no podría más que defenderse.

«Eres buena guardando secretos, ¿no?»

—Lo lamento, yo... no puedo hacerlo, General —mentí.

—Ah, ¿no?

—Estaba ciega —improvisé con lo primero que vino a mi mente—. No recuerdo el camino y, además, las cicatrices en los párpados ni siquiera me dejaron abrir los ojos.

—Entonces ¿cómo fue que regresaste? —me cuestionó.

—Ellos me liberaron cerca de los límites del bosque.

—¿Simplemente te dejaron ir? —bufó entre dientes, incrédulo—. Estamos hablando de un monstruoso enjambre de malvados, dulzura... De ser magos verdaderos, jamás te habrían dejado marchar.

«No todos son así»

—¿En serio esperas que crea en una historia tan ridícula como esa? —ironizó, haciendo un esfuerzo por reprimir la risa.

Volví la cabeza hacia la puerta. Charles me observaba desde el fondo del pasillo; en su gesto, una mirada cuyo significado conocía a la perfección: un inconfundible "te lo dije" pintado en cada parte de su semblante.

—En verdad me gustaría que lo hiciera, General —repliqué, acercándome unos pasos para colocar el banderín sobre la mesilla de su asiento—. No tengo razones para inventar tal acusación, en especial porque haber tenido contacto con magos me pondría en una posición sumamente delicada, ¿no lo cree?

No encontró la manera de refutar mi comentario, lo supe por el modo en que se cruzó de brazos con aire de recelo. Para variar, me bastó con volver a sentir las miradas de todos ellos sobre mí para disponerme a abandonar aquel sitio, girando sobre mis talones con premura para finalmente concederme el permiso de regresar a la salida.

—Excelente trabajo, Yvonne, ahora sí que nos odiarán a los dos —me dijo Charles al momento que pasé junto a él.

Respirando hondo, reuní el coraje suficiente para verlo a la cara.

—Al menos hice lo que estuvo en mis manos —le espeté en respuesta.

—¿Desde hacía cuánto te vale un comino romper las reglas?

—Desde que empecé a prestarme más atención.

No tardé ni unos instantes en volver a darle la espalda.

Quizá acababa de cometer un error, pues desafiar al General de la colonia tampoco tenía pinta de ser la opción más sensata, pero... Horst había mencionado que podíamos aprender de los errores, ¿no? Por eso me di la oportunidad de sonreír para mí misma; al fin y al cabo, permitirme alzar la voz después de tantos días de silencio tampoco tenía pinta de ser un hecho tan terrible.

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