Capítulo 12: Marzo de 2012

¿Tienes idea de lo terrible que se siente saber que alguien, tal vez un chico a quien quieres demasiado, está envuelto en un asunto sumamente delicado? Desconocía la clase de situación en que estaba atorado y también ignoraba cómo rayos hacer para ayudarlo; sin embargo, casi podía apostar que estaba metido en problemas y, a juzgar por la forma en que mi presencia lo había orillado a romper las reglas, quizá también lidiando con alguna especie de castigo o sanción.

Nunca antes se había olvidado de mí. Sus visitas eran constantes y esquemáticas; jamás faltaba a sus guardias nocturnas y acostumbraba mantenerse al tanto de cada una de mis necesidades, al menos hasta el día en que aquel muchacho (Norman) se tomó la libertad de bajar a mi celda. Desde entonces, la voz de Horst me parecía más un recuerdo lejano que una bonita manera de subirme el ánimo.

—Ya deja de pensar, Yvonne —me aconsejaron desde metros atrás.

Alcé la cabeza hacia el anciano en cuanto escuché la puerta de la celda abrirse.

—No puedo hacerlo, Philip —me precipité en responder, angustiada—. Horst está en problemas y estoy segura de que es por causa mía.

—No te lo tomes tan a pecho, niña, él tiene sus razones para no venir aquí abajo.

—¿Y tiene algo que ver conmigo?

No dijo nada.

—¿Philip? —insistí.

—Tampoco lo sé, niña.

«¿Se supone que habría de tranquilizarme después de eso?»

Resoplé con frustración, limitándome a aceptar el plato de comida que el anciano se empeñaba en acercar a mis manos.

—Curry con papás cocidas —especificó.

—No tengo hambre —le confesé entre balbuceos.

—Más te vale comer si no quieres que me ponga duro contigo, ¿entiendes?

—No creo que saltarme una comida sea verdaderamente terrible —resoplé.

—¿Bromeas? —Soltó una débil carcajada—. Puede que la comunidad mágica no disponga de los mejores almuerzos, pero siempre es importante...

—¿De qué está hablando, Philip? —lo interrumpí con desconcierto—. Sus platillos son los más elegantes que jamás haya probado.

—¿Llamas elegante al curry con papás? —dijo en tono irónico.

—Me refiero a la comida que Horst solía traerme cada noche.

—¿Qué hay con ella?

—Siempre era... —me encogí de hombros— bastante sofisticada, diría yo.

—¿Sofisticada? —Por el modo en que lanzó un suspiro al aire, pude imaginarlo llevándose las manos a la cabeza—. Voy a matar a ese muchacho.

—Tampoco exagere, Philip.

—Es la comida del palacio, se supone que no debería... —Hizo una pausa—. ¡Qué barbaridad! ¡En serio voy a matarlo!

Casi me ahogo con un pedazo de papa.

—La comida, ¿de dónde? —Coloqué la cuchara de vuelta en el plato.

—Qué tontería —bufó—, ¡cómo si eso no fuera suficiente para despertar sospechas!

—Ha estado robando comida para mí —inferí entre balbuceos.

—Más bien ha estado tomando raciones extras —corrigió.

Fruncí el ceño, perpleja.

—¿Tiene permitido comer dentro del palacio? —mi cuestionamiento dejó entrever mi sorpresa.

—¡Pues claro!

—Entonces él... sí que es un miembro muy importante de la comunidad, ¿no?

—Es un niño insensato —continuó quejándose en voz alta—, un niño que actúa como si no supiera que todo el mundo siempre lo está mirando y, vale, ¡luego espera que nadie se entere de sus faltas!

Tragué saliva de manera audible.

«¿Quién rayos eres, Horst?»

—¿Lo tienen vigilado? —pareció más un débil murmullo que una verdadera pregunta.

—La mayor parte del tiempo, sí. —Se tomó un momento para meditarlo—. Supongo que sí.

—¿Por qué?

—Es... digamos que es una larga historia, niña.

Me di prisa en ponerme de pie. Estaba preocupada por Horst, en especial porque todo indicaba que sus atenciones para conmigo habían sido las causas de su ausencia.

—¿Le han hecho algo, Philip? —quise saber, sintiendo mi angustia intensificarse tras cada respiro—. ¿Está en problemas, acaso?

—¿Cómo?

—Si lo vigilan a diario, es obvio que muchos otros ya se habrán enterado de sus visitas a mi celda.

—Mi muchacho me lo habría dicho si así fuera. —Guardó unos instantes de silencio, reconsiderando aquello que, hasta hacía unos segundos, creía tener por seguro—. A menos, claro, que haya algo que no quiera que yo sepa.

Avancé unos pasos hacia él.

—Usted lo conoce bien, ¿no es cierto?

—Demasiado bien —rectificó con orgullo.

—En ese caso —recorté la distancia un poco más—, ¿existe algún motivo por el que Horst trataría de esconderle algo?

—Vergüenza —contestó enseguida, incluso sin titubear.

—Vergüenza, ¿en qué sentido? —indagué más a fondo.

—La clase de vergüenza que alguien sentiría tras haber cometido alguna equivocación.

Reflexionado en las pistas, el anciano caminó alrededor del espacio, como si en verdad se tratara de un complejo caso de misterio.

—Volvió a romper las reglas —concluyó, no sin que su tono de voz hubiera delatado su sonrisa.

—¿Por qué lo dice como si fuera algo bueno?

—No conoces a mi muchacho tanto como yo..., es más, creo que tengo una leve noción de lo que podría estar ocurriendo. —No tardó ni unos segundos en volver a posarse frente a mí—. ¿Qué le hiciste, niña?

«¿Otra vez con eso?»

Al igual que como hice con Norman, me crucé de brazos para sentenciar:

—Yo no hice absolutamente nada.

—No, digo, ¿qué pasó la última vez que estuvo aquí?

—Oh —vacilé—, pues...

«Él me abrazó y luego yo...»

Bajé la cabeza con algo de vergüenza, en particular cuando los recuerdos de esa noche vinieron a mi mente.

Pausa.

Admito que hay cosas de aquel día que no te conté con lujo de detalle, cosas que omití por miedo a lo que pudieras pensar de mí porque, con todo y pena, lo cierto era que todavía estaba comprometida para cuando las circunstancias dieron un giro inesperado. No malinterpretes lo que digo: no pasó nada realmente extraordinario, incluso me obligué a mí misma a permanecer quieta hasta que estuve cien por cien segura de que deseaba terminar mi relación con Charles. Era lo justo, ¿no? Tampoco iba a mentirle al único chico que, durante años, estuvo presente para mí cuando yo más lo necesitaba.

—Digamos que actuó un tanto más cariñoso de lo habitual —admití entre balbuceos.

Philip soltó un bramido de incredulidad.

—¿Que él hizo qué?

—No es lo que usted está pensando, nosotros no... —Preferí reformular esa oración—: No fue nada, ¿sabe? Es que solo fueron unos...

—Vale, ya basta —me interrumpió—. No me interesa conocer los detalles.

—Fue culpa mía, Philip. —Me llevé las manos a la cabeza—. Yo lo empecé todo y... ¡en verdad lo lamento!

—¿Cómo que lo lamentas?

—Estuvo mal, lo sé —asumí la responsabilidad—. Él es un mago y yo...

—No, niña —intervino el anciano con serenidad—, no me refiero a eso en absoluto.

—Ah, ¿no?

—Ni siquiera estoy molesto, ¿de acuerdo? —Colocó ambas manos sobre mis hombros—. Más bien todo lo contrario.

«¿Le alegraba la idea, acaso?»

—Esto es bueno para mi muchacho y... creo que será bueno para ti también, Yvonne.

Le dediqué una sonrisa triste en cuanto pude intuir que me miraba con cierto consuelo.

—Eso solamente si él decide volver, Philip.

—Está algo confundido... —vaciló—, eso es todo.

—¿En serio? —insinué con pesar—. Porque ya ni siquiera parece que quiera verme.

—Obséquiale un poco de espacio —sugirió, dándome unas palmaditas en el hombro—. Apuesto que no tardará en regresar.

Asentí. Desde luego, porque incluso yo tenía la esperanza de que aquello fuera realmente cierto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top