Capítulo 10: Marzo de 2012
Me desperté con el sonido de un par de pisadas. Alguien se acercaba con vacilación a mi celda... Podía distinguir el eco de aquellas suelas sobre la superficie de roca, aumentando de intensidad metro a metro. Debo admitir que el miedo amenazó con consumirme en cuanto escuché el chirrido de la puerta: la probabilidad de que se tratara de un mago con crueles intenciones todavía era latente.
—¿Yvonne?
«Horst»
Me quité las mantas de encima casi de inmediato, segura de que era mi compañero quien cruzaba por la entrada.
—¿Estás despierta? —preguntó en voz baja.
—Sí —me apresuré a confirmar con alegría—. Más que despierta.
—Mira lo que traje para ti.
Por un momento, pareció que realmente esperaba por una reacción de mi parte.
—Yo... —me reí— no puedo ver nada, Horst.
Soltó un suspiro profundo, dando la impresión de que estaba avergonzado.
—Demonios, Yvonne, no recordaba que... ¡Agh! —se reprendió—. En verdad lo lamento.
—No importa, ¿sabes? —Me encogí de hombros—. Inclusive diría que fue gracioso.
—Perdóname.
—Hablo en serio cuando digo que no importa.
—Nunca quise...
—¿Seguirás con eso? —lo interrumpí, dedicándole una sonrisa forzada.
Vamos, querido diario: lo último que deseaba era que se reprochara a sí mismo por un error tan insignificante como ese.
—Lo siento, yo... —Hizo una pausa para reformular su oración—: El punto es que tengo un regalo para ti.
—¿Un regalo? —inquirí mientras negaba con la cabeza—. ¿Estás obsequiándome algo aún con todo lo que ya has hecho por mí?
—Eso supongo.
—¿Por qué? —dudé.
—Solo acéptalo, ¿vale?
Se acuclilló frente a mí, tomándome de la mano para colocar sobre mi palma una delgada pieza de madera. O algo parecido.
—¿Qué es esto? —quise saber.
—Intenta adivinarlo.
Accedí a su petición como si se tratara de un reto. Mis dedos recorrieron la superficie, prestando atención a las diminutas espinas que sobresalían de aquel fino tallo hasta toparme con la inesperada textura final: un montículo de suaves y delicados pétalos.
—Es una flor —sentencié con sorpresa.
—Es una rosa —corrigió. Y aunque no estaba muy segura de ello, quise pensar que sonreía.
—¿De qué color es? —mi tono de voz se vio influenciado por mi ilusión.
—Amarilla.
«La rosa de la amistad»
Al menos era eso lo que mi hermana solía decir.
—Claro —solo podía ser de esa forma, ¿cierto?—, gracias, Horst.
Me sentí decepcionada, pero pensar en el porqué tampoco tenía pinta de ser la opción más reconfortante.
—Es igual a ti, Yvonne.
Alcé la cabeza hacia él.
—¿Cómo? —lo cuestioné al momento, todavía con cierto matiz de esperanza—. ¿Crees que la flor es igual a mí?
—Sí, digo, me refiero a tu especie.
—Oh —volví a la decepción con algo más que simple fastidio.
—El amarillo está socialmente vinculado con el entusiasmo y... también con la energía.
Se puso de pie antes de concederse la oportunidad de seguir hablando:
—Dicen que la energía hyzcana es una forma de canalización de la magia.
—Conoces la teoría —apunté con asombro.
—Solo un poco. —Cuánta modestia.
—Pues, para ser un mago, no estás tan perdido como hubiera esperado que estuvieras —me permití decir en voz alta.
La tierna carcajada que se escapó de su boca me hizo dibujar una sonrisa.
—¿Y la alquimia, Yvonne? —continuó indagando, caminando de un lado a otro de la celda.
—¿Qué hay con ella?
—¿También es una canalización de la magia?
—No —aclaré con rapidez—, la alquimia es solo una variación de la energía.
—¿Solo una? —insinuó.
Asentí en respuesta.
—Existen tres. —Esta información hubiera sido realmente útil para cualquiera que hubiese tratado de presentar el examen de graduación—. Alquimia, dones personales y transferencia de energía.
—¿Transferencia de energía? —Se vio interesado en el término.
—Es algo así como un intercambio —simplifiqué—, de cuerpo a cuerpo. Lo usamos para curar heridas, sanar enfermedades o estimular la regeneración de tejidos, aunque solo funciona entre dos miembros de la misma especie.
—Vale... —murmuró, vacilante—, creo que Philip ya me había hablado sobre eso.
—Es diferente a los dones personales, claro.
—¿Y qué son esos?
Me encogí de hombros.
—Poderes especiales —me ocupé de explicar—. Somos una mezcla de distintos tipos de ADN, así que algunos de los nuestros tienen la fortuna de expresar habilidades pertenecientes a antiguas especies mitológicas.
—Antiguas especies como... ¿literalmente dragones o cíclopes?
—Sí —pronuncié por orgullo, sobre todo cuando los recuerdos cotidianos del Instituto vinieron a mi mente—. De hecho, hay un muchacho en mi clase que heredó el hipnotizante canto de las sirenas. Roland Dufková.
—Guau —por su tono de voz, supe que estaba sorprendido—, ustedes sí que son increíbles.
Fui incapaz de permanecer indiferente. "Adorable" era poco para describirlo, y la sonrisa se dibujó en mis labios sin que el dolor pudiera hacer algo por impedirlo: amaba las palabras de este chico.
—¿Por qué de pronto estás tan interesado en la teoría de mi especie, compañero? —me atreví a encararlo.
Él tomó una bocanada de aire para responder:
—Porque acabo de darme cuenta de que tenemos muy poca información al respecto.
—¿Y qué hay con eso?
—No sabemos nada sobre ustedes y, en todo caso, no saber nada es lo mismo que continuar permaneciendo indiferentes al modo tan insensible en que los percibimos —consistía en un argumento de carácter contundente—. Que en mi comunidad no se diga nada sobre ustedes es como...
—Tratar de pretender que ni siquiera existimos —me permití concluir.
Hubo un instante de silencio. Momento en el cual, estuve segura, Horst clavó la mirada sobre tu querida narradora.
—Tengo una hipótesis —murmuró más tarde, tomando asiento frente a mí—. Comienzo a creer que las cosas cambiarían entre nosotros dos si tan solo supiéramos más cosas el uno acerca del otro.
Mi corazón se aceleró notablemente tras esa última frase.
—¿Entre nosotros dos, Horst? —dije con nerviosismo.
—Sí, entre tu especie y la mía.
—Oh. —Volví a bajar la cabeza—. Ya veo.
«¿Otra vez decepcionada, Yvonne?»
Me obligué a quedar de brazos cruzados.
—El ejército jamás te hubiese capturado de no ser porque siguen etiquetando a tu especie como un simple experimento científico —constató.
—Puedo intuirlo, ¿sabes? Por el modo en que me estaban tratando...
—Pero tú no eres artificial ni mucho menos simple —interrumpió, musitando en voz baja—. Tú eres mucho más que eso.
Me reí.
—¿Más que una rosa amarilla?
Admito que pregunté eso con aire de ironía solo porque continuaba molesta con el significado de aquella flor. Sin embargo, él hizo caso omiso de mi comentario, como si realmente no hubiera captado el verdadero sentido detrás de dicha insinuación.
—Escucha, Yvonne... —vaciló—. En realidad no fue esa rosa lo que vine a traerte.
—Ah, ¿no?
—Me pareció que la flor haría que esto luciera un poco menos desagradable.
No tuve ni idea de lo que hablaba, no hasta que colocó un pedazo de papel entre mis manos.
—¿Qué es esto? —cuestioné, intrigada.
—No podría darte una respuesta clara aún si así lo quisiera —contestó entre balbuceos.
—Estás asustándome —le hice saber a modo de reproche.
—Hubiera preferido no tener que hacerlo, pero... Vale, es que tampoco se trata de cualquier cosa.
—Estás asustándome todavía más —insistí—. ¿No vas a decirme siquiera de qué se trata?
—Lo mejor será que le eches un vistazo en cuanto vuelvas a casa.
Tragué saliva de manera audible. A juzgar por el modo en que acababa de pronunciar esas palabras, estaba segura de que debía tratarse de un tema por sumo delicado. Por eso no pensé demasiado antes de doblar aquel trozo de papel y esconderlo en el bolsillo trasero de mi pantalón.
—¿En serio es así de malo? —quise confirmar.
—Me gustaría decirte que no —se escuchó apenado.
—Cielos —inhalé profundo—, ahora sí tengo miedo.
Lo sentí sujetarme de ambas manos.
—Entonces ¿no fue suficiente con haber traído la rosa?
—Las flores no mitigan las malas noticias, Horst.
—Perdón. —Me rodeó la espalda en un abrazo inesperado. Uno que, además de todo, me obligó a contener el aliento—. En verdad es importante que lo veas por ti misma.
Su cambio de posición me tomó por sorpresa, pues las últimas veces había sido yo quien había tenido la iniciativa de atraerlo hacia mí. Pero en esa ocasión.... ¡Cuán afortunada me sentí! Ni siquiera tuve que poner de mi parte para que sencillamente se decidiera a abrazarme, detalle que no hizo más que pintarme una sonrisa en la cara.
—Prométeme que tendrás cuidado —me susurró.
—¿Es peligroso lo que viene escrito en la nota? —pregunté con desconcierto, confundida por el modo en que se empeñaba en lanzar advertencias.
—No hablo solo de la nota, también... hablo de tu colonia.
«¿Mi colonia?»
—¿A qué te refieres con tener cuidado? —quise entender.
Lanzó un suspiro al aire, tan cerca de mi oído que lo único que consiguió fue erizarme la piel en una especie de escalofrío electrizante.
—Eres una chica muy especial para ser tratada de ese modo.
«¿Acaba de llamarme especial?»
—No mereces que te impongan reglas, que te obliguen a callar o que te prohíban hacer las cosas que más amas —agregó con voz entrecortada.
—¿Estás hablando de Charles? —inferí al instante.
—Mereces estar rodeada de personas que te permitan llorar, que sientan la necesidad de estar contigo cuando sonríes y que no les dé miedo decirte en voz alta lo maravillosa que eres... Quizá mereces a alguien a quien no le importe romper las reglas con tal de estar cerca de ti.
Nota del narrador: jamás había escuchado palabras más hermosas que esas.
Ni siquiera pude responder, balbucear o siquiera pensar. Me quedé congelada en el sitio, consciente de que, en realidad, me gustaba la forma en que Horst recargaba la cabeza contra la mía y el modo en que su respiración chocaba constantemente con la parte baja de mi cuello.
El corazón más acelerado que nunca, la falta de aliento, el nerviosismo en cada parte de mi cuerpo y las inmensas ganas de girar el rostro para poder quedar frente al suyo... La razón era más que evidente, ¿no? Estaba sucediéndome, otra vez.
«Estoy enamorándome de él»
Me limité a permanecer callada en cuanto caí en cuenta de lo que ocurría. El chico me gustaba, no había manera de negarlo. Pero ese detalle complicaba las circunstancias en más de un sentido, sobre todo considerando que estaba a pocas semanas de contraer matrimonio con alguien más... No quería lastimar a Charles y, de hecho, estaba convencida de que no debía de hacerlo.
«Tendrás que decidir, Yvonne, y pronto»
¿Decidir? Hacía años que no lo hacía, aunque como mínimo podía decir que estaba segura de una cosa: lo que ahora sentía por Horst era algo que nunca (cien por cien garantizado) podría sentir por alguien como Charles.
—Oye, Horst...
—Ya sé cómo ayudarte a volver a casa. —Se separó de mí al instante—. Faltan seis días para la primera Celebración de los Tótems.
—No tengo idea de qué es eso, pero...
—Cada año se destinan dos días a la conmemoración de las piedras tótem. Es una vieja costumbre de nuestra comunidad —explicó, ignorando el modo en que yo hacía lo posible por cambiar de tema—. El punto que quiero resaltar para ti es que se tratan de ocasiones de fiesta. Las calles suelen vaciarse cuando la gente se reúne a la entrada del palacio.
—Entonces nadie se daría cuenta si abandono la prisión —concluí—, ¿es eso?
—Exacto.
—Pero ¿no notarían tu ausencia?
—No si soy lo suficientemente rápido para llegar a tiempo a la ceremonia —aseveró con indiferencia.
«Un momento. ¿Escapar de la comunidad mágica no implicaría tener que dejarlo a él por añadidura?»
Pegué la espalda a la pared con cierta molestia. Esa idea no me agradaba en absoluto.
—Esto me preocupa un poco, Horst.
—¿De qué hablas? —se oyó confundido.
—Si ellos se enteran de que fuiste tú quien me ayudó a salir... —Tomé una bocanada de aire—. Tal vez no sea buena idea planear un escape.
—Nadie se enterará. —Por alguna razón, me daba la impresión de que subestimaba a los suyos.
Trató de ponerse de pie, mas lo detuve del brazo justo antes de que lo consiguiera.
—Escúchame un momento, ¿sí? —No tuve que insistirle demasiado para que volviera a sentarse—. ¿No crees que sería muy arriesgado sacarme de aquí?
—Sería muy arriesgado no sacarte de aquí —se opuso sin siquiera reflexionarlo.
—Me r-refiero a... —titubeé, nerviosa—. Cielos, no quiero que algo malo te suceda por culpa mía.
—No te preocupes por eso, Yvonne. Estaré bien, lo prometo.
Claro, porque estar lejos de mí no le inquietaba demasiado, pero yo... Pensar en esa posibilidad me dejaba con un nudo en el estómago y una tremenda sensación de angustia.
La cosa es, querido diario, que por más que trate de evitarlo, irremediablemente termino enamorada de los chicos que parecen no sentir lo mismo por mí. ¿Y tienes idea de cuál es la peor parte? Saber que no puedo hacer nada por cambiarlo ni, mucho menos, por impedir que terminen abandonándome.
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