Penuria
Banda. No crezcan. Ser un adulto responsable no está chido.
¿Cuánto tiempo ya había pasado?
A lo mucho unos tres días. Pero Hakuji sentía que había sido una infernal eternidad. Desde que llegó, no hacía más que quedarse postrado en el piso en espera de que la muerte también se lo lleve.
Al diablo la comida, el dormir y la comodidad económica.
¿De qué sirve estar vivo y seguir con su vida, si ya no tiene a Mukago? Inconcientemente la hablaba cuando despertaba de una de sus caídas de sueño, su cuerpo no resistía tanto tiempo despierto que terminaba por sucumbir al cansancio.
El polvo se acumulaba en su suelo y muebles, antes gustaba de limpiar diariamente para mantenerse en forma. Ahora puede irse el mismo mundo al infierno y a él le daría igual.
Los marcianos o alguna deidad podría bajar del cielo y exterminar a toda la humanidad, a él le vendría dando igual.
O quizá puede pasar un fenómeno natural, meh, es irrelevante.
Si con ello hay una oportunidad de verse con Mukago nuevamente, entonces lo aceptaría.
Se acomodó en la alfombra, su espalda dio una ligera molestia. En realidad, no era para nada ligera, podría describirse cómo una maldita aguja que no paraba de ensartarse en la zona.
—Da igual.
Sin Mukago, ahora todo da igual.
Su vista, borrosa y cansada por el llanto, se adaptó con lentitud a la oscuridad de la casa. Es más que obvio mencionar que ni siquiera se había molestado en arreglar las cortinas y dejar que el sol se colase por estás.
La oscuridad es la única testigo de su dolor, angustia e impotencia. Pudo hacer algo, enserio pudo, más no se le permitió.
Vergüenza debería de sentir al creerse tan fuerte y no proteger a quien más amaba en el mundo.
Tal parece que está destinado a eso. A perder cada ser amado que ha tenido. Todo empezó con sus padres, nunca los conoció y ellos ni se molestaron en conocerlo. De ahí en adelante, cada acercamiento que tuvo al amor fue un total y rotundo fracaso.
—Da igual.
Mukago fue la única que pudo aceptarlo como verdaderamente es. Con todo y defectos, ella nunca lo juzgo o discriminó, ignorando el hecho que ella no podía hacerlo, el trabajo de un perrito es amar a su compañero sin importar qué o porqué.
Mukago realizó muy bien su tarea. Pero él no está seguro de que haya realizado la misma con la reciprocidad que Mukago merecía.
Intentó recomfortarse. Le compró la mejor comida para perro, las más cómodas camas, la ropa más elegante y abrigada, collares hermosos y juguetes de alta gama.
¿Todo eso habría sido suficiente para ella?
—Dime, linda. ¿Fui buen compañero?
Al verse solo y sin respuesta, las lágrimas volvieron a aparecer. Muy dentro de él, ya no había más sentimientos que pudiera mostrar y sus lágrimas solo eran un reflejo del enorme vacío que ahora ocupaba su corazón.
Sorbió la nariz. Inhaló y exhaló. Las lágrimas no paraban. Sostuvo su pecho con fuerza y sujetó su ropa con desesperación.
—Linda —susurró—, Dame una señal de que fui bueno para ti. ¿Hice todo bien? ¿Te sentías feliz?
Por favor. Dime.
Por arte de magia unos pequeño golpes aparecieron en su puerta. Reconociendo de quién provenían, solo se limitó a retomar su antigua posición. Una fetal.
—¿Soyama...?
Iugh.
Maldita sea.
—Vete —dijo con dificultad.
Rengoku ha estado yendo y viniendo de su casa en estos días, por lo que llega a sentir con su ya deteriorado olfato, le ha dejado comida en los tres horarios alimenticios.
Comida que no se le apetece en absoluto.
—Soyama, por favor, no has salido en tres días y no sé si te has tratado como corresponde...
Cállate.
Cállate. Cállate. Cállate.
Hakuji se cubre sus oídos. No quiere escuchar algo que ya sabe. Es obvio que se hace más daño al no tratarse, pero más daño le hace el que no pudo ayudar a Mukago.
Se merece este dolor. Se merece todo esto por no ayudarla, es un castigo que está encantado por tomar.
—Estoy seguro que Mukago no estaría feliz por verte así.
Por supuesto que no lo estaría. Haría lo posible por animarlo o al menos apaciguar su dolor, pero ya no está, ese es el problema.
—Ella no estaría tan orgullosa de ver cómo te tratas.
En absoluto, pero es lo mejor que puede hacer. Así refleja sus conflictos de ser inservible e imbécil.
—Si la amas como decías, levántate, Soyama. Sigue tu vida como ella hubiese seguido la suya si tu hubieses fallecido.
En su pecho creció un enojo tan voraz como ninguno. Toda la culpa y dolor desaparecieron unos momentos para que la ira dejara su rastro en él.
Lo siguiente que pudo ver fue el rostro sorprendido de Kyojuro tras abrir la puerta.
—¡Tu no sabes nada! —gritó— ¡Ella jamás hubiese continuado con su vida, ella estaría en mi misma situación! ¡¿Cómo se te ocurre decir que ella podría ser feliz sin mi?! ¡¿Tienes una idea de lo ridículamente estupido que suena?! ¡Ella jamás me habría...!
Su ira fue reemplazada por la sorpresa al ver como Rengoku le sonreía tan dulcemente y sus ojos brillaban con suma emoción.
—Saliste. —le dijo.
Ahora que se daba cuenta, se encontraba afuera, sus ojos fueron cegados por la gran luz de la mañana una vez captó que ya no estaba a oscuras.
Se talló los ojos con delicadeza al ver la luz después de días en la penuria. Detuvo su acción al sentir las manos de Rengoku en sus hombros.
—Dejame ayudarte, Soyama.
Al quitar sus manos de sus ojos, hizo contacto visual con Rengoku. Él lo miraba con tanta empatia y familiaridad que le fue imposible no rendirse ante él.
Sin querer, terminó apoyándose en el hombro de Rengoku. Ya lo había visto en sus momentos más vulnerables sin querer, uno más no le haría daño.
Su vecino lo abrazó una vez se acomodó, su calor era similar al de Mukago cuando se acurrucaba en su cama.
Entonces ahí fue donde todo hizo click.
Fue tan buen compañero que Mukago ya le había traído un ángel para que estuviera con él cuando ella ya no estuviera. Sus lágrimas regresaron y le devolvió el abrazo a Rengoku.
—Gracias.
Un poco sosprendido, Rengoku caminó como pudo hasta poder entrar a casa de Soyama. Ahí, se encargó de devolver la vida que el hogar tenía antes de su llegada.
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