Halagos
Poco a poco, ambos jóvenes se iban acercando cada vez más, hasta el punto donde Hakuji tenía que invitar a Kyojuro a almorzar por las pobres habilidades culinarias que este poseía.
Ya habían sido varias las veces donde un extraño humo negro se asomaba por su ventana trasera, justo la que da a su cocina. Escandalizado por la escena, corría con su vecino para ver las razones de aquella extraña nube negra.
Y cada vez era lo mismo, Rengoku con un mandil, un plato hondo en una mano, una espátula en la otra y un "solo quería hacer arroz".
Había dejado de contar las veces luego que alcanzaran al seis, así que, solo se tomó las molestias de evitar que cocine e invitarlo a comer. Era un sentimiento muy extraño.
Había estado tanto tiempo solo que el comer con alguien que no sea Mukago era totalmente nuevo. Tenían pequeñas charlas y cumplidos por parte de Rengoku. Hubo una ocasión donde se atrevió a comparar su cocina con la de su hermano.
—Tu tonkatsu sabe igual o más rico que el de mi hermanito.
Hakuji detuvo su cuchara de arroz a medio camino. Parpadeó confundido unos segundos antes de responder.
—¿En serio?
—¡Sí! —sonrió. —Su empanizado es suave y dulce. El tuyo es crujiente y lleno del sabor a camarón.
Se apagó. Su cerebro hizo un pequeño corto circuito, era muy extraño que otra persona lo elogiara de esa forma. Incómodo, solo pudo volver a comer sin decir nada más.
Ocultando su sonrojo con su cabello, evitó que Rengoku lo mirara para identificar sus reacciones, así que, sin éxito, imitó su acción de comer con tristeza, lo cuál llenó de más angustia a Hakuji, quería decirle algo, contestarle con amabilidad, pero las palabras no lograban salir de su garganta. Se le había hecho un nudo enorme, su bocado difícilmente podía pasar por él.
Cuando acabaron, el joven se ofreció a lavar los platos para devolverle un poco el favor de cocinarle y alimentarlo. Fue tan rápido su actuar que ni siquiera tuvo tiempo de responderle.
Cuando se dio cuenta, ya estaba en el fregadero. Pidiendo socorro a todo dios existente, volteó hacia Mukago como si ella tuviera las respuestas. Ella, cómodamente sentada en su camita, intercaló miradas entre ambos para ayudar un poco.
"Sé honesto" interpretó en su mirada.
Hakuji mordió su labio inferior con desespero, jugó con sus manos, y, antes de que Rengoku finalizara, se posicionó a sus espaldas, respiró hondo y respondió.
—Gracias. —Rengoku volteó hacia él lentamente, sorprendido.—Nunca he recibido ese tipo de halagos antes, así que...
Rengoku sonrió con ternura y lo abrazó por los hombros, llenando se agua sus ropas en el proceso.
—¡Conmigo te acostumbrarás!
Hakuji no respondió al abrazo, pero al menos, ya empezaba a ser menos incómodo el contacto físico. Rengoku siempre lograba tocarlo de una forma u otra.
Seguido, la pequeña Mukago se unió al abrazo, Hakuji la cargó suavemente hasta unirla al contacto físico del joven enérgico.
Cuando éste intentó tocar a la akita, ella le gruñó, aún no se ganaba su confianza. El sonido de una risa inundó la habitación, Rengoku no cupo en su asombro al ver reír a su anfitrión.
Lo más sorprendente era que Hakuji solo reía en presencia de su mascota, ella le hacía mejor persona, una versión más divertida del antipático y asocial vecino que Rengoku veía todos los días.
Buscando aumentar la risa que acababa de escuchar, prosiguió con algunas bromas.
—Mukago, no seas mala conmigo y quiéreme de una vez.
Hakuji rió con más gracia, ésta no duró mucho, pues la horrible tos escuchada en aquel restaurante hizo presencia otra vez, en esta ocasión, con más potencia.
El espantoso sonido los dejó en shock por unos segundos, tan solo reconocer que la acción destrozaba las cuerdas vocales y daba el efecto de tener moquillo dentro sin siquiera tenerlo, los estaba dejando visiblemente asustados.
Al escuchar como la tos se agradaba, entraron en pánico y sin mucho conocimiento de qué hacer, actuaron como pudieron ante la situación; un vaso de agua tibia, miel, menta y un té frío que Rengoku calentó en el microondas fue lo primero que intentaron para detener la tos.
A los segundos cesó, Hakuji cayó de rodillas al suelo con Mukago en brazos, procurando que no se lastimara por la caída. Juntó sus rostros y buscó apoyo en su pequeña para sobrellevar lo que ocurrió. Era doloroso tener que vivir una avanzada enfermedad y ser incapaz de pararla.
¿Y a qué se hace referencia a la detención de la enfermedad? El cáncer se hallaba en la fase terminal, solo era cuestión de tiempo para que el huésped dejara este mundo. Y Hakuji no estaba preparado para ello.
Aún tenía cosas por ver, por vivir y compartir con Mukago, todavía faltaba que conocieran Hiroshima, visitaran el centro de las mil grullas, e ir a Akihabara por algún nuevo juguete para ella.
Abrazó con fuerza a su mascota, recuperando el aliento perdido por el ataque de tos, el aire siempre le hacía falta cuando llegaba, consumía todos sus sentidos y el oxígeno dejaba de existir. Era ahogante.
Rengoku, tomando confianza, fue hasta la cocina, abrió una de las gavetas superiores, colocó un poco de leche en una taza de plastico para luego calentarla en el microondas hasta volverla tibia y la acercó hasta él. Tardó un poco en aceptarlo, pero lo hizo.
La leche hacía efecto, el calor agradable parecía apaciguar la incesante comezón y ardor provocado por la enfermedad. Así los dos pudieron estar más tranquilos.
—Suena horrible. —mencionó, tratando de romper el tenso ambiente que se había creado.
Hakuji bufó.
—Es horrible. —corrigió, enfatizando el "es".—No sé cómo saldremos de esta.
—Supongo que un vaso de té y miel no ayudará.
Hakuji repitió su gesto anterior pero con un tono divertido, no sabía si aquellas palabras eran por ingenuidad, inocencia o para animarle, cualquiera que fuera su razón, le divirtió y enojó por igual.
—No... No lo hará... —aún así, decidió seguirle el juego, al menos para bajar la tensión.
—No hay... ¿Nada que puedas hacer con ello?
—¿Y qué haría? Ya es fase terminal. Ni con toda la medicina del mundo podría sobrevivir...
Quedaron en silencio unos minutos, Rengoku se sentó a su lado, dándole un apoyo silencioso. Por su parte, le causaba mucha vergüenza que, al menos dos veces, haya sido su vecino quien viera este estado.
Acarició suavemente a Mukago una vez que la leche se acabó, la acomodó en su pecho, la sintió respirar con pausas y sacó el aire que llevaba aguantando un momento.
Su perrita estaba dormida.
—Si fuera bueno cocinando —le dijo.—te prepararía una cena deliciosa para ti y Mukago.
—¿Y qué sería? —contestó con gracia— ¿Cortina a la plancha? ¿Sopa de botones?
—Claro, burlarte de mis buenas intensiones.
Hakuji rió muy bajo para que la tos no volviese y empeore, en eso, la akita despertó solo para bostezar. La soltó y, al hacerlo, ella se fue directamente a su vieja y amada camita rosa que tenía a lado de la mesa del comedor.
Tanto él como Rengoku la admiraron dormir por un largo tiempo, entonces, el reloj que Hakuji tenía en la muñeca emitió un sonido de alarma. Se levantó y caminó hasta el baño dejando solo a Rengoku, quién, aprovechando su soledad, se acercó hasta la akita.
Mientras tanto, Hakuji se preparaba para salir de compras, su trabajo en casa le favorecía pues, gracias a que podía hacerlo desde casa, sus tiempos eran más flexibles para dedicarse a sus hobbies y cuestiones personales.
Cuando salió de su habitación, no le sorprendió en absoluto en ver a Rengoku acostado boca abajo observando a Mukago desde una distancia prudente.
—Iré al supermercado por algunas cosas, ¿Gustas quedarte o prefieres ir a...?
Rengoku lo miró, con un extraño brillo en los ojos.
—¿Me estás invitando a ir?
Hakuji alzó ambas cejas, y sonrió con malicia.
—No, iba a decir si preferías irte a casa.
Su respuesta fue un ligero ceño fruncido acompañado de decepción y tristeza. Sin mucho ánimo, Rengoku caminó hasta pasar a lado suyo, dirigiéndose a su departamento.
Antes de entrar, se volteó hacia él, cruzó sus brazos y se paró firmemente.
—Retiro mis halagos, ¡Mi hermano cocina mejor que tú!
Cuando escuchó el ruido de la puerta cerrarse, una sonrisa traicionera se formó en sus labios.
—Eres raro.
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