Dolor
Lo admito banda. Sí lloré.
Hakuji no necesitaba mirar a su alrededor para sentir la completa incomodidad y tristeza que rondaba en el aire.
Su piel desnuda y entumecida podía sentir a duras penas la frialdad de la enorme mesa, sus ojos comenzaron a llenarse por completo de lágrimas al tener la enternecida escena delante de él.
No era un genio para saber que Rengoku desvío la mirada mientras sujetaba las mangas de su suéter. Lo sabía, más bien, lo intuía, no se atrevía a mirarlo.
Lo mismo ocurrió con el doctor, quién imitó a Rengoku, pero en dirección contaria.
Sin embargo ahora le valía muy poco sí los dos lo notaban más abatido de lo normal. A la mierda la personalidad y fuerza que siempre intentó mantener.
Sus extremidades le fallaron, y terminó por caer al piso, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, mismas que se desbordaban por todo el contorno y mejillas.
El peso de la soledad y angustia por el futuro se posicionó en su espalda. Tal como una montaña que cargas cuál mochila, está seguro que no podrá avanzar, ya no con la misma fuerza que antes.
Ver a Hakuji cayendo de rodillas en el suelo dejando que su garganta y lágrimas reflejaran el dolor de haber perdido a Mukago, le apretaban por completo el corazón a sus acompañantes.
Sus gritos plagados en dolor y lágrimas impregnando el pulcro suelo reflejaban loque estaba su corazón. Sujetando su pecho con demasiada fuerza, a tal grado de desgarrar la tela, Hakuji no hacía más que lamentarse por la partida de su mejor amiga.
A sus espaldas podía sentir la indecisión de Rengoku por acercarse, apoyarlo o al menos darle ánimos, más no hacía absolutamente nada. No por ignorancia, sino por pura ingenuidad e inocencia por la nueva sensación de sorpresa.
A Hakuji tampoco le molesta, no espera que nadie le brinde un brazo del cual se pueda sujetar. Siempre ha sido así. Solos él y Mukago, pero está ocasión, está solo él.
Recordarla le hace incrementar el llanto. Ya nadie lo recibirá al llegar a casa, o lo acompañará en sus solitarios cumpleaños, o saldría a buscar cosas nuevas por explorar.
Más que nada. Ya nadie lo acompañaría al dormir.
Hakuji aceptó dormir a la akita, era el único modo de que su muerte fuera tranquila y apacible, en vez de intentar conservarla con él y seguir viéndola sufrir.
Se tenían dos opciones: Mukago moría con dolor o sin el.
No hubo elección.
Mucho menos si se trataba de Mukago, Hakuji quería lo mejor para ella, y si con ello debía despedirse, entonces lo haría.
Muy a su pesar.
Escuchó unas pisadas cerca de él. Seguido a ello, un abrazo por parte del veterinario lo tomó por sorpresa. No por mucho tiempo, logró identificar que su amigo lo estaba apoyando en su momento más débil. Por reflejo, le devolvió el abrazo. Sujetó con fuerza la bata del médico, y siguió gritando. Esta vez, su voz era apasiguada por la ropa de su amigo.
Él, que conocía a Hakuji desde hace unos años, sabe el peso de su perdida. No puede hacer más.
Antes de colocarle la inyección a Mukago, Hakuji la abrazó, besó y habló. Susurró sus mejores recuerdos, entre ellos, algunos cómicos y molestos que ahora lo hacían reír a pesar del dolor.
Mientras Hakuji hablaba, su voz se rompía por el llanto. Mukago, sin más, movía su cola y lamía con dificultad sus lágrimas mientras recordaban sus momentos.
—Te voy a extrañar, linda—fue lo que Hakuji dijo antes de que Mukago fuera inyectada—Te amo.
Y con ello, la cola de Mukago se movía cada vez más lento, hasta que se fue.
Si así se siente perder a una mascota, entonces perder a alguien cercano debe doler aún más. Lo bueno de esto es que Hakuji jamás ha tenido variedad de amistades, menos familiares. Así que, este es el dolor más horrible que ha tenido que pasar. Y el último. No quiere pasar por esto otra vez.
Sin mucho por hacer y casi calmandose, sintió un nuevo toque en su espalda. No era necesario adivinar que el gesto era de Rengoku, quién de forma silenciosa le ofrecía también su apoyo.
Sin quererlo mucho, su pecho se inundó en un nuevo sentimiento, uno bastante cálido y agradable. Tanto que se permitió volver a llorar.
Fueron dos horas de ese doloroso momento. Dos horas en las que ninguno supo qué hacer.
Pero, las palabras sobraban, todo lo que Hakuji necesitaba era un acompañamiento y sentir que no estaba del todo solo. No cuando su más fiel compañera se había ido a causa del cáncer.
Finalmente, a las tres horas todo cesó. Sin voz y sin amino, Hakuji salió del veterinario. Sin Mukago. Ya no.
Antes de salir por completo del lugar, el veterinario detuvo a Hakuji sujetando su hombro, éste sin mirarlo, se detuvo para escuchar sus palabras.
El doctor tardó unos minutos antes de hablar, ver así a su amigo le rompía el corazón.
—Puedo cremarla y enviarla a tu casa, si quieres— sugirió.
Hakuji asintió.
Su mirada sin brillo y sin vida se dirigió a él.
—Gracias, Gyutaro.
Incómodo, Gyutaro lo soltó.
—Sí... No es nada.
Como cascarón vacío, Hakuji caminó en automático hasta la parada de autobuses. Siendo seguido por Rengoku, después de que esté le diera las gracias a Gyutaro con una reverencia.
Antes de llegar, a lo lejos pudieron divisar unas luces, cuando se acercó más, a Hakuji se le cerró la garganta, ese autobús era la misma ruta que los había traído.
Cuando el chófer abrió las puertas, su sonrisa desapareció por completo.
—¿Hakuji? —preguntó.
Él solo negó con la cabeza.
El hombre bajó la mirada comprendiendo la situacion. Casi al tomar asiento, escuchó un "lo siento" proviniendo de él. Tuvo que morder con suma fuerza para no soltarse a llorar otra vez.
Así, Hakuji y Rengoku, con un extraño vacío de por medio y un sepulcral silencio, partieron rumbo a sus casas. Sin hablar, sin sonreír, sin bromas.
Solo un duro e intangible silencio.
Al llegar a su paradero, Hakuji bajo a toda prisa para evitar comunicarse con el chófer, no quería entablar una conversación donde el principal tema sería el paradero de Mukago. No, no y no.
Antes de darse cuenta, comenzó a correr hasta su departamento, le importaba poco si Rengoku lo seguía o no. Después de todo, eran vecinos.
Hallaría la forma de volver.
Subió con rapidez las escaleras hasta llegar a su puerta. Entró y azotó la puerta tras de sí. Cayó al piso y por fin pudo librarse de todas las emociones que lo ahogaban y sobrepasaban.
Se echó al suelo, se abrazó a sí mismo y continuó llorando hasta llegada la noche. No supo cuando o porqué pero quedó dormido en el suelo.
Y ahí, deseó no despertar jamás.
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