Capítulo 30
El tablero eléctrico del complejo era de lo más arcaico. No solo no estaba debidamente protegido de la intemperie, sino que parecía del siglo pasado. Ahora que lo veía, no le extrañaba que se cortara la luz cada vez que llovía. De inmediato, advirtió que la térmica había saltado, lo cual indicaba que había habido una sobrecarga o bien, un corto. Volvió a subirla con la esperanza de que se tratase de la primera opción. No funcionó.
La bajó una vez más y procedió a revisar los fusibles. Frunció el ceño al darse cuenta de que uno de ellos estaba dañado. Debía reemplazarlo o de lo contrario, pasarían toda la noche a oscuras. Debajo del tablero había un mueble que supuso contendría herramientas y repuestos. Al abrirlo, sonrió al ver que Gastón tenía varios fusibles más. Era evidente que estaba acostumbrado a este tipo de eventualidades. En cuanto volvieran, hablaría con él y con su hermano para que agregaran esto a la lista de modificaciones. Conociéndolo, sería una de las primeras cosas que querría cambiar.
Tras reemplazarlo, se dispuso a volver a subir la palanca. Colocó su mano sobre la misma y suplicando que ahora sí funcionase y no se tratara de algo más complejo que excediera sus escasos conocimientos en el tema, la levantó. Justo en el momento en el que todo a su alrededor se iluminaba, el sonido de un agudo y desgarrador alarido de mujer lo sobresaltó. Sintió cómo todo su cuerpo se tensaba a la vez que su corazón comenzaba a latir de forma acelerada. En el acto, dio la vuelta y corrió de regreso a la casa. Su estómago dio un vuelco al ver a Sofía en el piso debajo de la lluvia.
—¡Sofi! ¡¿Qué pasó?! —le preguntó, alarmado, mientras se inclinaba para ayudarla a levantarse.
—Se la llevó... —balbuceó entre angustiosos y entrecortados sollozos—. Maxi tenés que hacer algo... Micaela...
Pero una contracción le impidió seguir hablando y llevando ambas manos a su vientre, profirió un grito de dolor. Sin siquiera pensarlo, la alzó en brazos y la llevó al interior de la casa. No sabía qué la había hecho salir, pero por lo que había alcanzado a decirle, tenía que ver con Micaela. Una sensación horrible lo embargó por completo cuando al entrar, no la vio. ¿Qué carajo había pasado mientras estuvo fuera? Cerró la puerta con el pie y avanzó hacia el sofá.
—¡Valeria! ¡Valeria!
—¿Qué pasa? Vas a despertar de nuevo a Belén —dijo mientras bajaba, apurada, por las escaleras. De repente, Sofía volvió a gritar debido a otra fuerte contracción—. ¡Oh por Dios! —exclamó al ver lo que estaba sucediendo.
—La encontré afuera, bajo la lluvia —dijo mientras la depositaba, con suavidad, sobre los almohadones—. ¿Dónde está Mica?
—No lo sé. Estaban juntas cuando subí —respondió, aún sorprendida por lo que le había dicho.
Pero entonces, ella gruñó llamando la atención de ambos.
—¡Marcos! —gritó Sofía en medio de otro alarido de dolor—. ¡Él se la llevó!
Gastón y Leonardo volvían, exhaustos, por la ruta. Habían pasado varias horas en aquella comisaría contando una y otra vez los sucesos del pasado y lo único que deseaban en ese momento era volver con sus mujeres. Por la abundante lluvia que había caído en tan poco tiempo, el camino se encontraba embarrado, lo cual lo volvía peligroso. Por consiguiente, no podían ir tan rápido como querían y eso, sin duda, los ponía nerviosos. Por otro lado, ambos se sentían extraños, como si algo malo estuviese a punto de ocurrir. Seguramente no era más que una reacción a todo lo que habían estado hablando con la policía. Aun así, querían ya estar de regreso en el complejo.
Leonardo recordó la sorpresa que se había llevado al ver a su tío allí. Luego de su discusión y por lo que su hermano le había mencionado, pensó que se habría ido a su casa. Sin embargo, se había quedado. En realidad, siempre había sido esa su intención, pero no les dijo nada para evitar que se sintieran incómodos sabiendo que se alojaría en un hotel. Si bien su orgullo no le permitió decírselo, le gustó saber que se había quedado para ayudar a Martín con la investigación. De cierto modo, se sintió apoyado, como siempre le sucedía con él.
—Tendríamos que haber ido en mi camioneta —dijo Gastón manifestando su impaciencia.
—Recordámelo la próxima vez —respondió con ironía y sonrió.
Este negó, divertido, y alzó las manos en ademán de rendición.
—Qué raro. Desde acá ya deberíamos poder ver las luces de la casa —señaló con el ceño fruncido cambiando de tema. Leonardo se tensó ante su comentario y por acto reflejo, hundió un poco más el pie en el acelerador—. Seguro que se cortó la luz. Suele pasar cuando hay tormenta.
—Eso hay que corregirlo de inmediato —le respondió como el profesional que era.
—Sí, debería haberlo cambiado cuando nos mudamos, pero entre una cosa y otra...
—Sí, suele pasar.
Casi un kilómetro después, por fin habían llegado. Avanzaban despacio hasta la entrada cuando, de repente, todas las luces se encendieron y junto a ellas, el grito más escalofriante que podrían haber oído jamás.
—¡¡¡Micaela!!! —La voz de Sofía se alzó por encima de la tormenta provocando que ambos se tensaran.
En el acto, Leonardo clavó los frenos y sin demorarse, los dos bajaron del auto para correr hacia la casa.
—¡Marcos! ¡Él se la llevó! —la oyeron decir a Sofía en el momento exacto en el que entraban.
—¡¿Qué?! —preguntó Leonardo a la vez que miraba a su alrededor, buscándola.
Gastón se apresuró a ir junto a su mujer.
—Entró mientras Maxi fue a revisar los fusibles —relató con dificultad—. Nos apuntó con un arma y se la llevó por el bosque hacia la ruta que está del otro lado. ¡No pude hacer nada para detenerlo! —gritó en medio del llanto.
Con las llaves del auto aún en la mano, Leonardo dio media vuelta y sin decir nada, corrió hacia afuera.
En ese momento, Valeria fijó los ojos en su novio. Estaba estático, con la mirada fija en el lugar por el que había salido su hermano. Por la expresión en su rostro, supo que se estaría culpando por lo sucedido, pero no había tiempo para eso. La vida de su mejor amiga, de su hermana, estaba en juego.
—¡Maxi! —exclamó llamando su atención de inmediato.
No hubo necesidad de palabras. Sus ojos lo dijeron todo. Debía ayudar a Leonardo a encontrar a Micaela. Decidido, corrió tras él.
A pesar de estar asustada, intentaba mantenerse serena. Debía ser capaz de pensar con claridad para poder escapar ante el primer descuido de su parte. Él la sobrepasaba en fuerza y más importante aún, iba armado, por lo que no había mucho margen de error. Por otro lado, lo notaba un poco nervioso. Desde que habían escuchado el grito desesperado de Sofía, caminaban más rápido y de tanto en tanto, lo veía mirar hacia atrás como a la espera de que alguien apareciera. Era evidente que su plan no estaba saliendo como lo había planeado y eso podía llegar a ser bueno para ella. Solo tenía que estar atenta a cualquier paso en falso que él diera.
No la había soltado ni un segundo desde que habían salido de la casa y por supuesto, tampoco había dejado de apuntarle con su revolver. El suelo estaba embarrado, lo cual dificultaba el avance; aun así, no se detuvieron. Por el camino que habían tomado, supuso que la estaba llevando hacia la carretera que había del otro lado. Seguramente, habría dejado allí su auto.
De repente, sintió cómo algunas lágrimas comenzaban a deslizarse por sus mejillas mezclándose con la incesante lluvia. Estaba aterrada y sabía que él podía notarlo ya que no había dejado de temblar desde que se habían marchado. Lo que ignoraba, era que ahora ella podía defenderse a sí misma. Leonardo le había enseñado. Un sollozo escapó de sus labios nada más pensar en él. Estaba segura de que se culparía por esto, al igual que lo había hecho con su amiga. "Justo ahora que comenzaba a hacer las paces con su pasado", se lamentó internamente. No podía permitir que pasase de nuevo por lo mismo. Tenía que encontrar el modo de huir, no solo por ella, sino también por él.
—¿Cómo supiste donde encontrarme, Daniel? ¿O quizás debería llamarte Marcos? —le preguntó, provocándolo.
Tal vez si lograba sorprenderlo o alterarlo de alguna manera, cometería un error y entonces ella correría lejos buscando un lugar donde esconderse. Pero lejos de desconcertarlo, su pregunta pareció divertirlo.
—Es difícil que alguien tan reconocido como él pasase desapercibido, ¿no creés? —respondió con una sonrisa soberbia—. "La joven promesa de la arquitectura rediseñará un modesto complejo de cabañas junto al lago activando así la economía de un pueblo que se encuentra en vías de extinción" —recitó, burlón, el encabezado del artículo que la amiga de Gastón había publicado días atrás. "Mierda", pensó. No habían sido para nada precavidos—. Lo llamativo es que hasta ese momento no me había dado cuenta de quien era. "La vida es un pañuelo", decía siempre mi padre y no se equivocaba.
Micaela se estremeció ante su sola mención.
—Daniel, por favor. No hagas esto —balbuceó, con voz temblorosa.
—Seguí caminando —instó a la vez que volvió a mirar hacia atrás. Se relajó al comprobar que nadie parecía estar siguiéndolos—. Ah y respondiendo a tu pregunta, podés llamarme Marcos.
Al oírlo, trastabilló con una rama caída y estuvo a punto de caer al piso, pero él la sostuvo, impidiéndolo.
—¿Y cuál es tu plan? ¿Matarme? ¿Hacer conmigo lo mismo que hiciste con Florencia Ortiz? —inquirió, deteniéndose.
Por una milésima de segundo, alcanzó a ver un destello en sus ojos. ¿Acaso era remordimiento?
—Nunca quise hacerle daño. Yo la amaba y lo único que quería era estar a su lado —respondió con la mirada opacada ante el recuerdo—. Pero ella quería dejarme y yo... no pude manejarlo... Se me fue de las manos...
—La mataste —recalcó, interrumpiéndolo—. Y después intentaste hacer lo mismo con Sofía.
Sabía que decirle todas esas cosas era peligroso. Estaba tirando demasiado de la cuerda y esta podría romperse, pero algo dentro de ella la impulsaba a confrontarlo. En ese momento, se dio cuenta de que ya no era la misma chica asustadiza que bajaba la cabeza ante la primera intimidación y, por primera vez en su vida, se sintió orgullosa de sí misma.
—¡Estaba furioso! —replicó él con sus ojos fijos en ella. Su mirada volvía a ser oscura, fría—. No quería que me dejara por ese galancito de ciudad —dijo en alusión a Gastón—. Pero pagué el precio y por eso pasé años en la cárcel. Cuando salí quise empezar de nuevo, encontrar una buena mujer y ser feliz. Ahí te conocí, Mica y sentí que con vos podía lograrlo. Estaba seguro de que jamás me abandonarías. ¿Por qué lo harías? Me necesitabas para sentirte bien con vos misma.
—No, Daniel —lo interrumpió recalcando a propósito su segundo nombre—. Nunca te necesité. Solo necesitaba creer más en mí.
La expresión en su rostro cambió de forma radical y volviendo a sostener en alto el arma, le ordenó que se moviera. Ya habían perdido demasiado tiempo. Continuaron en silencio durante unos metros más hasta que la ruta apareció ante ellos y unos pasos más adelante, su auto. Sujetándola con fuerza del brazo, la obligó a subirse al mismo y tras hacer lo mismo, se pusieron en marcha.
—La noche que me dejaste —dijo de pronto, rompiendo el silencio—, sabía que estabas con tu amiga y eso me enfureció. Ella no era buena para vos. Siempre te estaba llenando la cabeza con ideas raras en mi contra. —Micaela cerró los puños al oírlo hablar de Valeria de ese modo—. Tomé alcohol para relajarme y no estar tan enojado cuando volvieras, pero entonces me rechazaste y todo lo que había intentado dejar atrás, regresó a mí. No soportaba pensar que ya no me necesitabas. Que, una vez más, elegían a otro antes que a mí. Después de eso, intenté recuperarte, convencerte de que yo era bueno para vos, pero apareció ese tipo y se metió en medio —concluyó, con desprecio.
—Se llama Leonardo —dijo ya incapaz de controlarse. No sabía de donde sacaba la fuerza para enfrentarlo—. Y lo que hizo fue evitar que me lastimaras.
—¡Te alejó de mí al igual que quiso hacerlo antes con Florencia! —gritó, enfurecido.
Micaela se sobresaltó ante su exabrupto. Respiró profundo intentando calmarse. Podía notar que cada vez se alteraba más y el arma seguía en su mano apuntando en su dirección. Necesitaba probar con otra estrategia.
—¿Por qué hacés esto? Sé que en realidad no sos mala persona. No querés lastimarme.
Su risa resonó en el interior del vehículo provocándole un escalofrío.
—No es a vos a quien quiero lastimar, cariño. Es a él. Por su culpa mi vida fue un infierno. Quiero verle la cara cuando vea que, una vez más, no pudo proteger a la mujer que amaba.
Sintió cómo las lágrimas volvieron a invadir sus ojos. Pensaba matarla. Ya no tenía duda de eso. Desvió la vista hacia el costado y fijó los ojos en el exterior. Tenía que encontrar el modo de escapar de él. El tiempo se agotaba.
Con el limpiaparabrisas en su velocidad máxima, Leonardo avanzó, de prisa, por el camino de tierra que desembocaba en la ruta del otro lado del bosque. Confiando en que la estaba llevando hacia la salida del pueblo, optó por tomar esa dirección. Rogaba no equivocarse. No sabía qué sería de él si no llegaba a tiempo.
Maximiliano, a su lado, percibía su desesperación. Estaba asustado; podía verlo en sus ojos. Por otro lado, jamás lo había visto conducir de ese modo, mucho menos si el terreno no era estable, como en ese caso.
—Los siento, Leo. Fui un estúpido al dejarlas solas. Es que nunca me imaginé que él podría estar detrás de todo esto.
Leonardo no le respondió. Con sus manos cerradas con fuerza alrededor del volante, intentaba no volverse loco. No tenía tiempo de aliviar la culpa a nadie, aunque se tratase de su hermano. En ese momento, lo único en lo que podía pensar era en encontrar a Micaela antes de que ese hijo de puta le hiciera daño. Podía sentir la tensión en su cuerpo, como así también su respiración agitada. La ira empezaba a expandirse en su interior, al igual que su miedo, haciendo que su corazón latiera, furioso, contra su pecho. Inspiró profundo para mantenerse lo más calmo posible y tras subir un cambio, hundió, aún más, el pie en el acelerador.
—¡Ahí están! —exclamó, de pronto, Maximiliano al divisar a lo lejos un par de luces rojas—. Tienen que ser ellos.
—Lo son —afirmó, con furia, seguro de que nadie más saldría con semejante tormenta.
Continuó acelerando hasta que la distancia le permitió confirmar sus sospechas. Sí, ese era su vehículo. Se sintió agradecido de tener un auto mucho más rápido y potente. De otro modo, tal vez nunca los hubiese alcanzado. Ahora, solo tenía que conseguir que Marcos se detuviera y así poder poner a salvo a Micaela. Pero antes de que siquiera llegase a pensar en una estrategia, vio que la puerta del lado de ella se abría para volver a cerrarse al instante. Su corazón dio un vuelco cuando se dio cuenta de que en el interior estaban forcejeando. "Dios, no", pensó al ver que el auto comenzaba a moverse de forma errática.
Cuando lo oyó maldecir con sus ojos fijos en el espejo retrovisor, supo que Leonardo la había encontrado y por un instante, se sintió más segura. Sin embargo, también era consciente de que Daniel —o Marcos; ya ni siquiera sabía cómo llamarlo— no se detendría. Debía haber algo que ella pudiese hacer. Miró hacia la banquina y supo que no tenía otra opción. Debía tirarse. Era consciente de que iba a lastimarse, pero, sin duda, era mejor que el destino que le esperaba si permanecía en ese auto.
Inspiró profundo en un intento por reunir coraje y abrió la puerta, pero el cinturón de seguridad que olvidó llevaba puesto, le impidió moverse. A partir de ese momento, todo sucedió muy rápido. Cuando él se percató de sus intenciones, se apresuró a quitarse el suyo y se arrojó sobre ella para impedir que saltase. Luego, cerró la puerta con furia y volvió a amenazarla con el arma, pero en medio de aquel forcejeo, perdió por completo el control del vehículo.
Después de varios intentos fallidos por mantener el rumbo, una de las ruedas mordió el final de la banquina del sentido contrario provocando que se salieran del camino. Micaela cerró los ojos a la vez que se cubrió la cabeza con ambos brazos al ver que se dirigían hacia un enorme árbol. Sintió la brusca potencia de la inercia empujándola hacia adelante en el momento del impacto, no obstante, su cinturón la mantuvo en su asiento.
Leonardo detuvo su auto unos metros más adelante y sintiendo la adrenalina fluyendo de forma vertiginosa por sus venas, cruzó la ruta corriendo para ir hacia ellos. Maximiliano se apresuró a seguirlo. Nada más llegar, exhaló, aliviado, al ver que Micaela llevaba puesto el cinturón de seguridad. Sin embargo, no parecía reaccionar y eso volvió a asustarlo. Sin perder tiempo, abrió la puerta y tras liberarla de lo que la había mantenido a salvo, la alzó en brazos para sacarla del auto. Por suerte, la lluvia comenzaba a remitir.
—¿Leo? —susurró ella, aún atontada.
—Sí, amor, soy yo. Tranquila, ya estoy acá —le dijo justo antes de besarle la frente.
Mientras la llevaba hasta su auto, Maximiliano se dirigió hacia el lado del conductor. Marcos se encontraba tirado sobre el volante con sus ojos cerrados. Tenía sangre en la cabeza lo que indicaba que se había golpeado contra el mismo al chocar. Con cuidado, le tomó el pulso. El maldito seguía con vida. Sacó su celular para llamar a la policía. Lo consolaba el saber que ahora sí se pudriría en la cárcel. A continuación, se alejó para reunirse con su hermano. Leonardo estaba terminando de acomodar a Micaela en el asiento cuando por fin lo alcanzó.
—La policía ya está en camino —le dijo al verlo incorporarse.
Sin embargo, este no le respondió. Su mirada estaba fija en un punto a lo lejos, detrás de su hombro. Por acto reflejo, se dio la vuelta.
Marcos se había bajado del auto y tambaleándose, caminaba hacia ellos.
—¡No voy a dejar que vuelvas a llevártela! Ella es mía... como también lo era Flor —espetó con cinismo.
Leonardo cerró los puños con fuerza al oírlo. Años de entrenamiento pasaron por su mente en una fracción de segundo. Deseaba matarlo con sus propias manos y sabía que podría hacerlo sin demasiado esfuerzo. Tenía la técnica y el estado físico para ello. Sin embargo, no iba a arruinarse la vida de ese modo.
—¿Querés saber cuáles fueron sus últimas palabras? —continuó de forma provocativa al ver que no reaccionaba—. Solo una... Tu nombre.
Él jadeó al oírlo, afectado por aquellas palabras. El dolor y la impotencia que lo habían acompañado durante tantos años, volvió a emerger en su interior, torturándolo una vez más. Saber que ella lo había llamado en el preciso instante en el que supo que iba a morir, lo destrozó por dentro. Con la mandíbula apretada a causa de la intensa ira que comenzaba a desbordarlo, dio un paso al frente, decidido a terminar con todo de una buena vez. Pero su hermano lo retuvo al apoyar una mano en su pecho.
—Está armado —le dijo fijando los ojos en los suyos.
En ese momento, Marcos descubrió la mano que mantenía oculta detrás de su cuerpo y se detuvo en medio de la carretera para apuntarles con la misma.
—Ya no sos tan valiente ¿no? —señaló con soberbia.
No le respondió.
—Por favor no lo hagas —exclamó, de pronto, Micaela a la vez que salió del auto, exponiéndose a sí misma.
Leonardo se tensó al oírla. No estaba tan cerca como para cubrirla con su cuerpo y sabía que, si se movía, Marcos dispararía.
Este pareció evaluar su petición y luego de unos segundos que parecieron eternos, esbozó una sonrisa y asintió.
—Tenés razón, cariño. Mejor dejarlo vivir con la culpa, una vez más —dijo apuntando ahora en su dirección.
En el instante en el que lo vio tirar del martillo hacia atrás para cargar el arma, Leonardo corrió hacia ella y la rodeó con sus brazos de forma protectora. Maximiliano, por su parte, se quedó petrificado viendo la escena.
Lo que ninguno advirtió fue que justo en ese momento, un camión doblaba a toda velocidad por la curva en sentido contrario. Sorprendido, el conductor intentó frenar, pero las ruedas se trabaron haciendo que el acoplado se deslizara hacia un costado. Cuando Marcos se dio cuenta de lo que estaba pasando, fue demasiado tarde. El camión impactó de lleno contra él, segundos antes de que pudiese disparar.
—¡La puta madre! —exclamó Maximiliano, impresionado.
—¡Dios, mío! —gritó Micaela, espantada, al ver su cuerpo ensangrentado sobre el asfalto cuando el camión siguió su curso.
Leonardo la abrazó con más fuerza y colocando una mano sobre su cabeza, la apretó contra su pecho.
—Shhh, no mires —le susurró al oído para calmarla.
De pronto, el sonido de varias sirenas reemplazó el silencio que había dejado aquel horrible momento. La policía estaba llegando.
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