Capítulo 29

De todas las cosas que podría haber dicho su tío, esa fue la que menos se imaginó. ¡¿De qué carajo estaba hablando?! ¿Cómo que el accidente había sido provocado? No, no podía ser cierto. Debía haber un error. ¡Dios, ¿acaso la locura no pensaba terminar?! Ya de por sí era raro la presencia de tantas coincidencias. Que el mismo tipo que había matado a su mejor amiga tantos años atrás fuese también quien había agredido a Sofía y luego a Micaela era prácticamente irreal, hasta, incluso, fantasioso. Pero esto... esto ya era demasiado.

—Es un chiste, ¿verdad? —preguntó esbozando una sonrisa de incredulidad.

—Ojalá lo fuera —respondió Antonio, sin apartar los ojos de él.

Maximiliano, que se había quedado prácticamente mudo, debió volver a sentarse ante la nueva e impactante noticia. Él, con apenas trece años, estaba medio dormido cuando el accidente ocurrió y aunque no lo recordaba con nitidez, sí se acordaba de que su padre y su hermano estaban discutiendo. De hecho, era una de las cosas por las que Leonardo, aún hoy, seguía culpándose a sí mismo. Lo miró de reojo, consciente de la turbación que estaría sintiendo en ese momento.

—Nos chocó de frente un camión cuyo conductor se quedó dormido al volante —aseveró este, convencido.

—Eso no fue lo que pasó.

Furioso, se puso de pie. ¡¿Qué se proponía con todo esto?! Ya tenía bastante con la información recibida minutos antes como para, encima, tener que lidiar con absurdas incoherencias de su tío. Micaela tomó su mano en un intento por calmarlo, pero él se zafó de su agarre.

Maximiliano, en cambio, se quedó callado en su asiento intentando comprender lo que Antonio les estaba diciendo. Valeria, de pie a su lado, tenía las manos sobre sus hombros en señal de apoyo y contención.

—Que no fue lo que pasó... —exclamó, exasperado—. Vi perfectamente al camión venir de frente.

Su tío mantuvo la calma cuando detectó el sarcasmo en su voz. Sabía que no era él, sino su dolor lo que lo hacía hablarle de un modo tan hostil, tan poco educado. Además, lo comprendía. Después de todo, era lo que él mismo le había hecho creer.

—Pero no chocaron contra él, Leo —continuó despacio—. Justo en el momento en el que este pasaba, alguien disparó contra el auto en el que ustedes iban y eso fue lo que provocó que tu padre perdiera el control del vehículo.

—Tío, ¿qué estás diciendo? —preguntó Maximiliano con apenas un hilo de voz, reaccionando por fin.

—Los estaban persiguiendo. Querían acallarlos y tiraron a matar...

—¡No! ¡No! ¡No! —gritó, fuera de sí, Leonardo—. Estábamos discutiendo y por mi culpa se distrajo. Un camión vino y nos chocó de frente. Vos mismo nos contaste cómo había pasado. Nos dijiste que...

—¡Dije lo que tenía que decir para protegerlos! —exclamó al mismo tiempo que se incorporó—. ¿Por qué te pensás que tu padre te estaba trayendo conmigo? ¿Porque eras difícil? ¡No, mierda! Te traía porque le avisaron que irían por vos esa misma noche. Al enfrentar a Marcos, te expusiste y te señalaste como testigo de un crimen que no tenía que salir a la luz. Te convertiste en un cabo suelto.

—¡Dios mío, esto no puede estar pasando! —murmuró agarrándose la cabeza, nervioso.

Ninguno de los presentes se atrevía a hablar, en especial Micaela, quien no sabía cómo actuar al verlo tan afectado. Jamás lo había visto perder la compostura de ese modo delante de ella y le resultaba un tanto intimidante. Sin embargo, podía entenderlo. Sabía lo mucho que se había culpado durante tantos años por la muerte de sus padres. Esto, sin duda, lo empeoraba todo. De repente, lo vio sentarse de nuevo y apoyar los codos en sus rodillas para luego ocultar el rostro tras sus manos. Apoyó una mano en su espalda. Estaba temblando.

—¿Por qué no nos lo contaste después? —recriminó, volviendo a mirarlo fijo a los ojos—. ¿Por qué dejaste que siguiéramos creyendo una mentira? ¡Teníamos derecho a saber!

—¡¿Acaso te olvidaste de cómo llegaste a casa?! ¡Estabas descontrolado, Leonardo! ¡Eras pura furia! —replicó, a la defensiva—. Tenía que evitar que hicieras una locura. Debía alejarte de este lugar. —Hizo una pequeña pausa para inspirar profundo—. Cuando despertaron en el hospital, ninguno de los dos recordaba nada así que les hice creer que había sido un accidente. Tal vez me equivoqué, lo admito, pero no me arrepiento. De milagro sobrevivieron; no iba a dejar que nada los pusiera en peligro de nuevo.

Leonardo se daba cuenta de que lo que había hecho no era tan descabellado, pero no podía evitar sentirse traicionado. ¡Tantos años viviendo una mentira!

Maximiliano intentaba procesar toda la información recibida. Desde que su tío y el investigador privado habían entrado en la casa, no habían dejado de tirarles bombas con datos escalofriantes y aterradoras coincidencias.

—¿Y cómo sabemos que lo que nos estás diciendo ahora es cierto? —preguntó, molesto. A él también lo había engañado, después de todo.

Agobiado, Antonio volvió a sentarse. A continuación, sacó un sobre color madera del bolsillo interior de su traje y lo depositó en la mesita ratona.

—Pueden comprobarlo ustedes mismos si quieren. Es una copia del informe de los peritajes que se le hicieron al auto tras el siniestro y algunas fotos en las que se pueden ver los orificios de bala. Por supuesto que nada de eso se menciona en el informe oficial, pero gente de mi confianza logró acceder a los archivos clasificados. Yo también tengo mis contactos. —Vio como Leonardo alzaba la cabeza y observaba con desconfianza el sobre. Luego, volvió a mirarlo a los ojos. Le dolía ver la decepción en su mirada, no obstante, no podía culparlo—. Sé que no debo ser su persona favorita en este momento —les dijo a los dos—, pero todo lo que hice fue para protegerlos. Espero que algún día sean capaces de verlo del mismo modo.

—Yo no contaría con eso —murmuró, aún enojado, a la vez que se puso de pie—. Yo... siento que no te conozco... Disculpame, pero ahora no puedo siquiera tenerte en frente.

A continuación, extendió su mano hacia Micaela para tomar la suya y se alejó junto a ella en dirección a su cabaña.

Tras un breve silencio que pareció eterno, Martín procedió a comunicarles que el comisario actual estaba al tanto de los actos de corrupción de la jefatura anterior y que habían abierto una investigación en su contra. Por esa razón, y para ayudar a agilizar las cosas, se quedaría unos días más en la zona. A pesar de la oferta de Gastón para que se alojase en una de las cabañas, el detective optó por ir a un hotel. Ya bastante alboroto les había causado en un día. Además, sabía que no estaría quieto y solía pensar mejor cuando estaba solo.

—Yo también me voy. Leticia me espera en casa —dijo Antonio—. Es un gusto por fin conocerte —continuó dirigiéndose a Valeria. Tenía una sonrisa en el rostro. No obstante, la misma no llegaba a sus ojos.

—Igualmente —respondió ella del mismo modo.

Maximiliano asintió hacia él a modo de saludo y sujetó a su novia por la cintura para acercarla a él. Necesitaba de su cercanía más que nunca.

Micaela, en silencio, se encontraba sentada en el borde de la cama. Leonardo, de pie junto a la ventana, mantenía sus ojos fijos en la masa de agua que podía apreciarse desde allí. No había vuelto a hablar desde que habían dejado la casa. Sabía que no se encontraba nada bien —nadie lo estaría después de enterarse de algo así—. Deseaba poder ser capaz de encontrar las palabras adecuadas para consolarlo, como tantas otras veces él la había consolado a ella. Sin embargo, temía que nada de lo que le dijera pudiese ayudarlo a calmar su evidente angustia.

No soportaba verlo así y no pudo evitar sentirse culpable. Si ella no hubiera aparecido esa noche en la puerta del complejo, él jamás se habría topado con Daniel y, por ende, no estaría hoy enfrentando estos problemas. Se puso de pie y despacio, caminó en su dirección. Luego, le rodeó la cintura con sus brazos y apoyó la cabeza en su espalda. Lo oyó inspirar profundo ante su contacto a la vez que le cubrió las manos con las suyas.

—Lo siento tanto —balbuceó, apenas audible—. Lamento haber traído tu pasado de vuelta. Si no me hubieses conocido, nada de esto te habría alcanzado.

Él se dio la vuelta y acunó su rostro entre sus manos obligándola a mirarlo.

—Vos no tenés la culpa de nada, Mica. Por favor, no pienses eso —le aseguró con sus ojos fijos en los de ella—. Puede que mi pasado haya vuelto, pero también fue lo que te trajo a mí. Había mucha soledad en mi vida antes de que aparecieras; porque podía estar rodeado de miles de personas, pero, aun así, me sentía solo. Tu amor fue el que llenó de luz mi oscuridad y nada cambiará eso.

Tras limpiar con su pulgar la solitaria lágrima que vio comenzar a deslizarse por su mejilla, se inclinó hacia ella para unir sus labios. Fue un beso lento, breve, pausado. Aún podía sentir bullir en su interior una ira que necesitaba descargar cuanto antes o lo ahogaría. Por otro lado, no dejaban de acosarlo imágenes de su pasado, como así también de su presente, distorsionadas por su miedo.

La vez que lo había visto no había sido capaz de reconocerlo, pero eso no quería decir que al otro le hubiese pasado lo mismo. De hecho, algo le decía que sabía perfectamente quien era él.

—Voy a salir a correr —anunció, fijando, una vez más, su mirada en la de ella—. Necesito pensar... librarme de esta tensión.

—Andá tranquilo —respondió apoyando una mano en su mejilla—. No te preocupes por mí. Aquí estaré cuando regreses.

—Te amo —le dijo a la vez que la abrazó con fuerza.

—Yo también te amo —susurró contra su pecho.

Con su ropa deportiva y los auriculares puestos, Leonardo avanzaba a gran velocidad por las calles de tierra del pueblo dejando salir, con cada zancada, toda su frustración. "We will rock you" de Queen sonaba alto en sus oídos marcándole el ritmo, llenándolo de energía. Podía sentir cómo el aire fresco del bosque entraba y salía de sus pulmones mientras el compás a base de tres tiempos de aquella melodía marcada por palmas y bombo, lo impulsaba a exigirse más y más.

Ni siquiera prestaba atención al entorno. Simplemente corría dejando que saliera toda la tensión acumulada en su cuerpo con cada paso que daba. Al llegar a su fin, otras canciones le sucedieron, todas del mismo grupo, por supuesto. A su criterio, ningún otro se le equiparaba. La grandeza de Queen era indiscutible y aún después de tanto tiempo, seguía siendo una de las mejores bandas de la historia del Rock. Su increíble versatilidad, sin duda, era una de sus cualidades más interesantes. Podían cambiar de género entre tema y tema y, así y todo, seguía sonando a ellos.

Su mente por fin parecía haberse aquietado y aunque los pensamientos no habían cesado, al menos seguían su curso. Cuando notaba que alguno de ellos permanecía más tiempo del que era debido, se concentraba en la música hasta que el mismo desaparecía. Sin darse cuenta, como si su cuerpo lo hubiese guiado hasta allá por voluntad propia, se encontró de pronto en la entrada del cementerio ubicado en las afueras del pueblo. Allí yacían los restos de sus padres y si bien nunca antes había ido a visitarlos, sabía exactamente dónde estaban sus lápidas.

En absoluta sincronía con el momento, el mágico canto a capela del cuarteto dio inicio a una de las canciones más emblemáticas y reverenciadas de la banda: Rapsodia Bohemia.

"Is this the real life? Is this just fantasy? Caught in a landslide, no escape from reality. Open your eyes, look up to the skies and see. I'm just a poor boy, I need no sympathy. Because I'm easy come, easy go, little high, little low. Anyway, the wind blows, doesn't really matter to me, to me". —"¿Es esto la vida real? ¿Es esto solo fantasía? Atrapado en un alud. No hay escapatoria de la realidad. Abrí tus ojos, mirá hacia el cielo y ve. Solo soy un chico pobre, no necesito compasión. Porque vengo fácilmente y fácilmente me voy, un poco alto, un poco bajo. De cualquier manera, el viento sopla, no me importa realmente a mí, a mí"—.

Un estremecimiento recorrió su columna provocando que toda la piel de su cuerpo se erizara. Con la respiración aún acelerada debido a la reciente carrera, avanzó a paso lento entre las lápidas hasta encontrar las que estaba buscando. Sus ojos se colmaron de lágrimas nada más leer sus nombres tallados en la piedra. Ya sin fuerza para seguir conteniéndose, se derrumbó. Cayendo de rodillas sobre la tierra, apoyó ambas manos sobre sus muslos y finalmente, rompió en llanto.

Cerró los ojos y dejó salir toda la angustia que había mantenido reprimida en su interior durante tantos años. Lloró por sus padres y el dolor de su pérdida, pero también por la culpa que, una vez más, volvía a atormentarlo, incluso con mayor intensidad. Porque las circunstancias de su muerte podrían haber cambiado, pero el responsable seguía siendo él. Su corazón volvió a romperse, si acaso eso era posible y en medio de un llanto desgarrador, les pidió perdón.

Lloró por un largo rato, desahogándose, vaciándose hasta que algo insólito sucedió. En medio del solo de guitarra, justo antes de que la sección operística de la canción comenzara, percibió el cálido contacto de unas manos sobre sus hombros. Nadie más que él se encontraba en el lugar, pero lejos de asustarse, sintió paz. Con sus ojos aún cerrados, permaneció inmóvil disfrutando de la maravillosa calma que lo invadió poco a poco sanando cada parte rota de su alma, alumbrando cada sombra.

—Mamá... —balbuceó con labios temblorosos al sentirla junto a él.

Su parte lógica le decía que solo se trataba de un recuerdo evocado por su mente para ayudarlo a aliviar la desolación que sentía en su interior. Su corazón, en cambio, le decía otra cosa. En ese gesto, tan característico de ella cada vez que intentaba confortarlos cuando algo los inquietaba, encontró el consuelo que tanto necesitaba. Con ese contacto, tan ilusorio como real, le obsequió su perdón, pero también le pidió que se perdonara a sí mismo.

Suspiró en medio del coro de voces que se alzaba, majestuoso, en la parte más álgida de la canción. No tenía sentido seguir torturándose por lo que jamás podría cambiar. Había llegado el momento de dejarlos ir. Percibió cómo una suave brisa rozaba su rostro, cual caricia, al mismo tiempo que las últimas notas del piano y la guitarra se unían para alcanzar juntas la culminación. Y así como había percibido su llegada, la notó partir. Agradecido, volvió a abrir los ojos y elevándolos al cielo, susurró un adiós. "Anyway, the wind blows". —"De cualquier manera, el viento sopla"—.

Dos días habían pasado desde que habían descubierto que Marcos y Daniel eran la misma persona y aunque la bruma de la preocupación aún se cernía sobre ellos, se sentían más tranquilos. Contrario a lo que todos pensaron al ver a Leonardo reaccionar como lo había hecho, parecía estar llevándolo bastante bien. Según sus propias palabras, había entendido que, si bien había actuado de forma imprudente, no había sido más que el comportamiento de un adolescente sin noción de las fatales consecuencias que podían llegar a tener sus actos.

A pesar de eso, seguía enojado con su tío por haberle ocultado la verdad durante tanto tiempo. Podía comprender que después de la tragedia y tras haberse enterado de lo que la había ocasionado, no se los hubiera dicho. Los estaba protegiendo y eso estaba bien. No obstante, una vez que el tiempo trascurrió, debió haber confiado en ellos. Al final de cuentas, gracias a la forma en la que los había criado, los dos se convirtieron en adultos capaces, fuertes y autosuficientes. Merecían saber la verdad.

Para Maximiliano fue diferente. Hacía mucho tiempo ya que había hecho las paces con su pasado y a pesar de que esta nueva información también lo había sorprendido y sacudido, no cambiaba nada. Sabía lo mucho que había sufrido su hermano y por eso entendía que su tío se lo hubiese ocultado, aun después de tanto tiempo. Asimismo, entendía la frustración de Leonardo. Solo rogaba que pudiesen aclararlo cuanto antes para que las cosas entre ellos volvieran a la normalidad. Por su parte, estaba más preocupado por hablar con Valeria respecto a su deseo de mudarse. No obstante, aún no había encontrado el momento adecuado para hacerlo. Luego de lo sucedido, ella había estado al pendiente de Sofía, por lo que, el poco tiempo que podían compartir a solas, lo aprovechaban de otra manera.

Gastón también parecía estar más calmo, o al menos, eso era lo que aparentaba delante de todos. Pasaba la mayor parte del tiempo con su hija para que su mujer pudiese descansar y con Leonardo, ultimando detalles antes de que volviesen a la ciudad. Sin embargo, todas sus alarmas volvieron a activarse cuando Martín los llamó esa tarde para pedirles a los dos que se encontrasen con él y con Antonio en la comisaría. Al parecer, el nuevo jefe había abierto una investigación y precisaba la declaración de ambos.

A ninguno de los dos les hizo ninguna gracia tener que separarse de sus mujeres, pero eran conscientes de que eso ayudaría a que dieran cuanto antes con ese loco y lo encerraran de una vez por todas. Aliviados de que, al menos, estaría Maximiliano con ellas, se subieron al auto de Leonardo y se pusieron en marcha. Justo antes de irse, Valeria se acercó a la ventanilla para darles ánimos.

—Quédense tranquilos que cuidaremos muy bien de ellas —dijo con una sonrisa en el rostro—. Ustedes asegúrense de que atrapen a Darcos.

Ambos se miraron, confundidos.

—¿Darcos?

—Daniel, Marcos... ¡Darcos! —respondió a la vez que les guiñó un ojo.

Leonardo negó con su cabeza. Solo ella era capaz de bromear con algo así y lograr que sonrieran. A continuación, se marcharon.

A pesar de la proximidad de la primavera, aún anochecía temprano y sumado a las densas nubes que durante todo el día habían cubierto el cielo, la oscuridad no tardó en llegar. En el exterior, el viento se arremolinaba sacudiendo con fuerza los árboles a la vez que las primeras gotas comenzaron a caer. Refugiados en el living de la casa, decidieron jugar al "Carrera de mente" mientras aguardaban a que Gastón y Leonardo regresaran. Según Valeria, necesitaban distraerse y no había nada mejor para eso que un juego de mesa de preguntas y respuestas.

El mismo consistía en responder, por turnos, una serie de preguntas acerca de conocimientos generales. Estas se dividían en seis categorías diferentes: Deportes y Juegos, Entretenimiento y Espectáculos, Naturaleza y Ciencia, Artes, Historia y Geografía, y Cambalache —esa última era una mezcla de todo—. Un libro por categoría, una clavija por jugador y un tablero en el que se avanzaba según se respondía de forma correcta. Se ganaba una vez que se conseguían las 6 fichas llamadas estrellas, una de cada color.

Como a Belén ese juego le parecía de lo más aburrido, Sofía le dio permiso para ir a su habitación y mirar una de sus películas de princesas en la cama. Conociéndola, en menos de media hora, se quedaría dormida.

La competencia iba bastante reñida. Micaela arrasaba en la categoría de Artes, así como Valeria y Sofía, en la de Naturaleza y Ciencia. Maximiliano, por su parte, las sorprendió con sus amplios conocimientos de Entretenimiento y Espectáculos. Entre risas, mate y café, jugaron durante más de una hora, arrullados por el sonido de la lluvia.

De pronto, un relámpago destelló fugaz en el cielo, secundado por un ensordecedor trueno que estalló con fuerza alrededor. Inmediatamente después, la oscuridad los envolvió por completo.

—Tranquilas, suele pasar cuando hay tormenta —dijo Sofía al oír los jadeos de ambas chicas.

—Dios, no se ve nada de nada —susurró Valeria, tomando consciencia más que nunca, de dónde se encontraban.

—Deben ser los fusibles —señaló Maximiliano—. ¿Tenés una linterna? Quisiera revisarlos.

—Sí, claro. En el segundo cajón de la cocina, junto a las velas. Esperá que la busco.

—No, dejá. Nosotros nos encargamos.

Un par de minutos después, Valeria y Micaela regresaron con varias velas encendidas. Maximiliano, con linterna en mano, le pidió que le indicara el lugar donde encontraría el tablero y luego, se dirigió al exterior. Otro trueno estalló estridente, esta vez despertando a Belén, quien, asustada, comenzó a llorar llamando a su madre. Cuando Sofía se disponía a pararse, Valeria la detuvo para ir en su lugar. Ella asintió, agradecida.

—Espero que Gastón y Leo vuelvan pronto —dijo una vez que Micaela y ella quedaron a solas—. Con semejante lluvia, los caminos no van a tardar en llenarse de barro.

—Estaba pensando lo mismo —confesó Micaela, preocupada.

De repente, la puerta se abrió y ambas suspiraron aliviadas.

—¡Al fin! —exclamó la dueña de casa—. Justo hablábamos de...

Pero la frase quedó inconclusa al descubrir que no se trataba de ellos. De pie, frente a ambas, Daniel, o mejor dicho Marcos, las miraba fijamente. Su expresión era aterradora y su mirada, más oscura que nunca. Antes de que ninguna llegase a reaccionar, les mostró su arma y llevando su dedo índice a su boca, les hizo la señal de silencio. Acto seguido, caminó hacia ellas. Notaron cómo sus ojos se posaban en Sofía y luego bajaban hasta su vientre.

—Seguís igual de bonita a cómo te recordaba. Lástima eso que tenés ahí dentro —susurró con desprecio. De forma instintiva, ella se cubrió a sí misma con ambos brazos protegiendo a su bebé—. No esperaba que estuvieses preñada —continuó como si se estuviese refiriendo a un animal—. Sin duda, eso va a retrasarme, pero no puedo dejarte. Vamos, se vienen las dos conmigo.

—No —dijo, de pronto, Micaela en un arrebato de coraje. Estaba aterrada, pero no pensaba demostrárselo—. No puede salir con esta tormenta. Yo voy con vos, pero dejá que ella se quede, por favor.

Él la miró y frunció el ceño. Era evidente que sopesaba sus opciones.

—Está bien, cariño. Lo haremos a tu manera. Después de todo, ella ya es pasado —dijo con una sonrisa en el rostro que le heló la sangre.

La tomó de la mano para instarla a levantarse y sin dejar de apuntar a Sofía, la rodeó por la cintura pegándola a su costado. Comenzó a retroceder en dirección a la puerta. Se veía apurado. Sin duda, sabía que no estaban solas en la casa. A pesar del pánico que sentía, no opuso resistencia. Jamás lo haría estando la vida de su amiga en peligro.

—Ahora nos vamos a ir y vos te vas a quedar ahí sentadita en silencio o te juro que terminaré lo que empecé diez años atrás. ¿Entendiste?

Ella asintió, incapaz de emitir palabra. La desesperaba ver cómo se estaba llevando a Micaela. Deseó gritar para que Maximiliano pudiese escucharlas y las ayudara, pero sabía que en cuanto se moviera, él le dispararía. Miró a su amiga a los ojos percibiendo al instante su miedo. No obstante, también notó su advertencia. Con su mirada, le pedía que no hiciera nada. Sintiéndose impotente y por completo paralizada, los vio desaparecer tras cruzar el umbral de la puerta.

Su corazón latía frenético dentro de su pecho. Sus manos temblaban y las lágrimas empañaban por completo sus ojos. Un repentino sollozo emergió de su garganta haciéndola reaccionar. No podía permitir que se la llevase, aún si debía arriesgar su vida para impedirlo. Sosteniéndose de los apoyabrazos, se puso de pie y corrió hacia la puerta. Las piernas apenas la sostenían, sin embargo, debía intentarlo. Alcanzó a verlos a lo lejos. La llevaba hacia el bosque, seguramente para acceder a la carretera del otro lado.

Avanzó debajo de la lluvia sin tomar consciencia de lo que estaba haciendo. El piso estaba mojado, resbaladizo y en uno de los pasos, perdió el equilibrio y cayó. Emitió un quejido de dolor, no tanto por el golpe, sino por la fuerte contracción que sobrevino a continuación. De pronto, un líquido caliente mojó sus pantalones y supo que había roto bolsa.

—¡¡¡Micaela!!! —gritó con desesperación y temblando de pies a cabeza, se quedó allí sentada llorando bajo la lluvia.

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