Capítulo 28
Antes de que pudiera siquiera preguntarle de dónde había sacado eso, la vio romper en llanto y ya no fue capaz de mantenerse alejado. Se apresuró a rodearla con sus brazos. Necesitaba que se calmase; su angustia no le hacía bien ni a ella ni al bebé.
—No te mentí. Jamás lo haría —le susurró al oído—. No sabía nada de esto, pero voy a averiguarlo. Tranquila. No voy a permitir que se te acerque de nuevo.
La abrazó con más fuerza en un intento por transmitirle seguridad, pero estaba demasiado angustiada como para calmarse. Apretó la mandíbula, furioso, al darse cuenta de que ese tipo seguía lastimándola, aun estando lejos. No entendía cómo podía ser que Marcos estuviese libre y menos aún, cómo se habían enterado. Necesitaba una explicación. Confundido, miró a Leonardo, pero estaba demasiado ocupado haciendo que Micaela reaccionara. Al parecer, se había quedado catatónica. Fue Valeria, quien, igual de asombrada que él, le contó lo que acababa de suceder.
Al oírla, Leonardo alzó la vista hacia ella, sorprendido ante aquella inesperada revelación. Minutos atrás, Gastón le había hablado sobre él cuando discutían acerca de la seguridad del complejo. Saber que se trataba de la misma persona que andaba tras su chica, no le gustaba en absoluto. Ahora entendía la razón por la cual ambas estaban tan alteradas. Se giró hacia Micaela y acunó su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo.
—Todo va a estar bien. Él no va a volver a lastimarte.
Solo entonces, ella comenzó a llorar y, desesperada, se arrojó a sus brazos en búsqueda de la protección que estos le brindaban.
—Mañana a primera hora llamaré a mi padrino —dijo, de pronto Gastón, aún desconcertado—. Es detective y ya nos ayudó antes. Confío en él más que en nadie.
Leonardo asintió. Se sentía intranquilo, pero prefería eso que acudir a la policía local. Por experiencia sabía que la misma no era de fiar.
Antonio Vázquez se encontraba en el despacho de su casa a la espera de que llegase el investigador privado que lo estaba ayudando. Después de la cena que había tenido con sus sobrinos la noche en la que les comunicó que iba a casarse, se había quedado preocupado. Leonardo le había contado acerca de la chica con la que salía y los problemas que ella tenía con su anterior pareja. Maximiliano, a su vez, parecía haberse enamorado de su amiga o eso creía a juzgar por el modo en el que había reaccionado al enterarse de que ese mismo hombre podría querer ir también tras la chica.
Si bien había intentado no alarmarse —un ex no necesariamente tenía que ser peligroso—, la realidad era que no había podido sacárselo de la cabeza. Por esa razón, había decidido llamar a su hombre de confianza, quien ya le había hecho trabajos de ese tipo con anterioridad, para que recabara información de Daniel. ¿Quién era? ¿De dónde venía? ¿Qué hacía en su vida cotidiana? Cuando confirmara que solo se trataba de un pobre tipo despechado y que no representaba ningún peligro para sus sobrinos, se relajaría.
Gran sorpresa se llevó cuando, en lugar de eso, supo que otro detective estaba haciendo preguntas sobre Leonardo. Decidido a ir al fondo del asunto, le encargó contactarlo y pedirle que accediera a reunirse con él. Quería saber exactamente por qué estaba investigando a su sobrino. Cuando por fin se reunieron, lo tranquilizó saber que en verdad no andaba tras su familia, sino que a ambos les interesaba la misma persona. Intercambiaron información, pero lejos de apaciguar sus miedos, los aumentó.
Martín Iriarte le explicó lo que lo había llevado a investigar a Leonardo. Le contó cosas de las que no estaba al tanto y le aclaró que para él no se trataba de un trabajo cualquiera. Era un asunto personal que lo tocaba muy de cerca y no pensaba quitarle el ojo de encima a Daniel —o Marcos, para ser más precisos—. Aunque el saber que un profesional de su trayectoria lo estaba ayudando lo tranquilizaba un poco, no podía evitar sentir temor por la seguridad de su familia, mucho menos siendo que en ese momento se encontraban en su pueblo natal, lugar en el que todo había comenzado.
Nervioso, se frotó el puente de la nariz con sus dedos índice y pulgar. Podía recordar con notable nitidez aquella espantosa noche en la que la policía lo había llamado para informarle sobre el fatal accidente. En ese preciso instante, había sentido que el mundo se derribaba a su alrededor y su corazón, volvía a partirse en mil pedazos.
Su hermano y él estaban distanciados cuando ocurrió y eso no había hecho más que intensificar el dolor que le provocaba tan desgarradora pérdida. Horas antes de la tragedia, a pesar de que no habían hablado en años, lo había llamado para pedirle ayuda. Aunque sorprendido, había accedido sin dudarlo. No importaban las diferencias. La familia siempre iría primero.
Al igual que muchos matrimonios en la historia de su familia, el de su hermano había sido arreglado por sus padres. Rodolfo era el mayor y Elena pertenecía a una familia acaudalada. El arreglo era beneficioso para todos, excepto para él. Sin proponérselo, se había enamorado hasta la médula de aquella mujer y a su vez, ella le correspondía. Sin embargo, nunca estuvieron juntos. Jamás lo traicionaría de ese modo.
Su relación era simplemente imposible y no había nada que ninguno pudiese hacer para cambiarlo. El destino de ella siempre había sido convertirse en la esposa de su hermano y el de él, aprender a vivir con eso. Dispuesto a superarla, se mudó a otro país y se centró de lleno en sus estudios. El dolor era muy grande como para quedarse cerca.
Entonces, algo impensado sucedió. Con el correr de los años, el cariño que Rodolfo y Elena se tenían, se transformó en amor y en poco tiempo se convirtieron en una hermosa familia. Fue un duro golpe para Antonio, pero se alegraba por ambos. Al fin y al cabo, lo que más quería era que ella fuese feliz, aún si no era con él a su lado. Su hermano jamás supo de los sentimientos que él había estado albergando en su interior hasta que, en medio de una discusión estúpida, la verdad salió a la luz. Furioso al sentirse traicionado, pidió en su trabajo que lo transfirieran y se mudó lejos llevándose a su familia con él.
Cuando después de tantos años de no tener contacto, recurrió a él por ayuda, aceptó de inmediato. Estaba desesperado. Su hijo mayor se había metido en problemas y necesitaba ponerlo a resguardo. Esa fue la última vez que habló con su hermano. La siguiente llamada que recibió provino de la policía. Le pidieron que fuese a reconocer los cuerpos y le indicaron a qué hospital habían llevado a los huérfanos.
"¿Cuerpos? ¿Huérfanos? ¡Dios mío, esto no puede estar pasando!", recordó haber pensado en ese momento. Tantas cosas habían quedado sin decirse, tanto por aclarar. Sin embargo, ya nada de eso sería posible. Se habían ido para siempre. Pero esos chicos no eran huérfanos. Ellos tenían familia. ¡Lo tenían a él! Dispuesto a dar lo mejor de sí mismo para sacarlos adelante, los acogió en su casa y se encargó de que nunca les faltase nada, tanto en lo material, como en lo emocional.
Los amó desde el primer día como si fueran propios, encontrando en los ojos de esos pequeños, el consuelo de poder verla a ella día tras día. Apartó de su vida cualquier cosa que interfiriese con eso. Solo permitió que se acercarse Leticia quien, sin siquiera pedírselo, le brindó todo su apoyo y fortaleza convirtiendo su casa en un hogar gracias a su dulzura y calidez.
Era consciente de que no lo habría logrado sin su ayuda. Poco a poco, pasó a ser una figura materna para los muchachos y se convirtió en parte esencial de la vida de todos, en especial de la suya colándose sin más en su corazón, haciéndolo latir de nuevo.
—Quiero creer que esa sonrisa se debe a que estás pensando en mí.
Su voz lo sacó bruscamente de sus cavilaciones. Alzó la vista hacia ella. Caminaba hacia él con una taza de café en sus manos.
—Lo cierto es que sí —respondió con una sonrisa—. ¿Y eso? —preguntó al verla depositar la bebida sobre el escritorio.
—Para vos, cariño. Imaginé que lo necesitabas.
A continuación, la vio acercarse aún más hasta posicionarse entre sus piernas. Le acarició el cabello con suavidad provocando que cerrara los ojos ante su delicado toque. Cuando volvió a abrirlos, se encontró con su mirada. Esa que lograba desarmarlo cada vez que se posaba en la suya. Entonces, la sujetó de la cintura y la acercó a su cuerpo.
—No sé qué habría sido de mí en todos estos años si no hubieses estado a mi lado.
—Oh, estoy segura de que los empleados también te traerían café —replicó ella con tono juguetón.
—Sabés que no es eso a lo que me refiero.
—Lo sé —aceptó con una sonrisa.
Entonces, sin decir nada más, colocó una mano en su nuca y la hizo descender hasta su boca. En cuanto sus labios se unieron, una calidez lo recorrió íntegro. Entreabriéndolos, buscó con su lengua la suya disfrutando de su adictivo sabor. Jamás pensó que sería capaz de volver a amar, sin embargo, ahí estaba, derritiéndose por esa mujer que había sabido conquistarlo con su generosidad, dedicación y corazón puro. Por supuesto también con su belleza. Era hermosa, femenina y extremadamente sensual.
—Dios, Tony —la oyó jadear contra sus labios.
Estuvo a punto de arrojar las cosas de su escritorio para tomarla allí mismo, pero debía controlarse. De un momento a otro, su visita llegaría y odiaba ser interrumpido. Poco a poco, fue disminuyendo la intensidad del beso hasta ponerle fin. No obstante, no se apartó y con sus ojos aún cerrados, pegó su frente a la de ella.
—Te amo tanto —susurró con voz ronca.
—Yo te amo más.
Unos golpes en la puerta los sacaron del trance en el que ambos se encontraban. Se apartaron solo un poco.
—Señor, el detective Martín Iriarte acaba de llegar —anunciaron del otro lado de la puerta.
—Gracias. Hacelo pasar, por favor —ordenó a la vez que se puso serio.
—Antonio, necesitamos hablar —le dijo al irrumpir en su despacho sin siquiera saludar.
Su expresión era de preocupación y eso hizo que todo su cuerpo se tensara. Lo vio abrir el diario y buscar entre las páginas hasta extenderlo delante de él. Entonces, señaló con su dedo un artículo. La imagen y el nombre de Leonardo se encontraban en la portada del suplemento de arquitectura. ¡¿Qué?! Se acercó hacia el papel para comenzar a leer. "La joven promesa de la arquitectura rediseñará un modesto complejo de cabañas junto al lago activando así la economía de un pueblo que se encuentra en vías de extinción", rezaba el título.
—¡Mierda! —exclamó—. Acaba de colocarse un blanco en medio del pecho.
Leticia se llevó una mano a la boca debido a la impresión. Antonio la acercó más a él para tranquilizarla.
—¡Exacto! Tenemos que ir a hablar con ellos. Llegó el momento de decirles todo.
El asintió. Hubiese preferido no tener que hacerlo nunca, pero sabía que estaba en lo cierto. No podía seguir ocultándoles la verdad. Estaba por responder cuando el celular de Martín comenzó a sonar, interrumpiéndolos.
—¡Gastón, hola! —saludó, sorprendido—. Más despacio, calmate. —Hizo una pausa para escuchar. La voz al otro lado sonaba alterada—. Sí, ya lo sé... Te lo explicaré todo al llegar, tranquilo... Sí, sí, estoy por salir para allá. Ah y... no voy solo.
Gastón caminaba de un lado a otro, nervioso. Se había levantado a primera hora del día para llamar a su padrino y contarle las novedades. Una vez más, el misterio se cernía sobre su familia y estaba seguro de que no había nadie mejor que él para resolverlo. Grande fue su sorpresa cuando, al llamarlo, se dio cuenta de que ya estaba al tanto de la situación. ¿Cómo lo sabía? Y más importante aún, ¿por qué mierda no se lo había contado? Solo tenía que esperar un par de horas hasta que él llegase y entonces, podría preguntárselo.
Belén se encontraba en la habitación con Sofía. Luego de que Maximiliano había logrado calmarla la noche anterior, quiso quedarse junto a su madre. Él no opuso ninguna resistencia. Estaba seguro de que así las dos estarían más tranquilas. No pensaba despertarlas. En especial a su mujer, quien, por culpa de los nervios, no había pasado una buena noche. Era imperioso que descansara, no solo por ella, sino también por el bebé. Cerró los puños al recordar el miedo y la angustia que se habían apoderado de ella. No había nada que lo desesperara más que ver sufrir a las personas que amaba.
Lo que más le había llamado la atención había sido la forma en la que lo habían descubierto. Una vieja foto —que luego de que todos se marchasen la había encontrado tirada en el piso y la había guardado para mostrársela a Martín—, le había permitido a Micaela reconocerlo. ¿Cuáles eran las posibilidades de que el ex de Sofía fuese el mismo que el de la novia del arquitecto encargado de refaccionar el complejo? Era una completa locura y necesitaba averiguar cada maldito detalle de quien hoy seguía al acecho, solo que con otro nombre.
Estaba reunido con las dos parejas cuando oyó que un auto se detenía justo en la puerta. Gastón se apresuró a abrir para darle la bienvenida a su padrino. Tal y como este le había dicho antes, no venía solo. A su lado, un hombre alto de cabello y ojos oscuros, lo miraba con expresión seria. Se sorprendió al oír su nombre cuando fueron presentados y tras sacudir su mano en un saludo formal, se hizo a un lado para dejarlos pasar. Los guio hacia el living donde los demás aguardaban.
—¡¿Tío?! —exclamó, igual de confundido que sorprendido, Maximiliano.
Leonardo alzó la vista hacia él y frunció el ceño al verlo. ¿Qué estaba haciendo él allí?
—Hola, chicos —saludó, inmutable—. Sé que se estarán preguntando por qué estoy acá —continuó, adivinando lo que ambos pensaban—. Hay algo importante que tenemos que comunicarles y no puede esperar.
—¿Tenemos? —recalcó el mayor de los hermanos.
—Sí, tenemos —intervino Martín—. Por favor tomen asiento. Lo que venimos a decirles involucra a todos. ¿Sofía? —preguntó al no verla.
—Recostada. Belén está con ella.
—Mejor. En su estado, tal vez sea preferible que no sepa nada de esto. Ya verás vos cómo contárselo luego con más calma.
—Tincho —lo llamó de la misma forma en la que siempre lo hacía su padre—. ¿Qué está pasando? ¿Cómo es que ustedes se conocen? ¿Cómo sabías lo de...?
—Prometo contestar todas las preguntas que tengas, pero antes dejame que les cuente todo desde el principio —lo interrumpió con firmeza.
Aceptó el café que le ofreció Valeria y tras beber un sorbo, miró a su ahijado.
—Hace tres años que lo liberaron —soltó de repente.
—¡¿Tres años?! —exclamó Gastón, anonadado—. ¿Por qué no nos dijiste nada?
—Sucedió justo cuando Belén tuvo aquella crisis de asma. Ya tenían suficiente con la compra del complejo y los problemas respiratorios de la nena como para sumarles más preocupaciones.
—Sí, pero creo que lo ameritaba, Martín —reprochó.
—¿Y qué hubiese conseguido? No había nada que pudieran hacer y solo los habría puesto más nerviosos. Además, él se mudó a la capital al salir. Ya no representaba un peligro para ustedes —aclaró—. Una vez allí empezó a salir con una chica —prosiguió, desviando la mirada hacia Micaela—. Nunca dejé de vigilarlo, pero estaba tranquilo. No había nada que llamase mi atención. Entonces, ella lo dejó. —Hizo una pausa para beber otro sorbo de su café—. Ahí comenzó a comportarse de forma errática. Intentaba dar con ella, por lo que comenzó a seguir a su amiga, se apareció en los departamentos, fue a buscarla al colegio...
—¡Está loco! —exclamó Valeria, indignada, recordando con exactitud la noche del robo en la puerta del hospital.
—Más de lo que imaginan —agregó Martín—. Ahí fue que comencé a investigarte a vos —prosiguió dirigiéndose ahora a Leonardo.
—¿A mí? —preguntó, sorprendido.
—Sí, necesitaba conocerte, saber los lugares por los que te movías. Solo así podría anticiparme y protegerlos en caso de que la historia volviera a repetirse. Supongo que Gastón les habrá contado cómo los atacó con un revolver a él y a Sofía luego de que ella pusiera fin a su relación. —Todos asintieron—. A través de unos contactos fui llegando cada vez más lejos y entonces, descubrí lo de tu amiga.
Él se tensó de repente.
—¿Qué tiene que ver ella en todo esto?
—No lo sabés, ¿no?
—¿Saber qué? —cuestionó, nervioso y luego dirigió su mirada a su tío quien tenía los ojos clavados en él. Podía notar su incomodidad y supo que lo que estaba por escuchar no iba a gustarle.
—Gastón, antes mencionaste que tenías una foto vieja de...
—Sí, la dejé encima de la repisa —respondió y se apresuró a buscarla—. Acá está.
Martín la agarró y se la entregó al mayor de los hermanos que, impaciente, esperaba una respuesta.
—Ese es el ex de Sofía —dijo y lo observó con atención aguardando el momento exacto en el que la verdad finalmente lo alcanzaba.
La expresión en su rostro cambió de repente volviéndose dura, fría. Sin apartar los ojos de aquella imagen, presionó la mandíbula a la vez que, con sus dedos, apretó el papel al punto de casi romperlo. Negó con su cabeza.
—No puede ser... —musitó tras una exhalación.
Antonio apretó los labios formando una fina línea con los mismos al advertir el torbellino de emociones que estaba invadiendo a su sobrino en ese momento. Maximiliano notó la reacción de ambos y alarmado, se acercó a su hermano para descubrir qué era lo que los estaba afectando de esa manera. Abrió grande los ojos y arqueó las cejas al ver la imagen.
—¡Mierda! —exclamó, incapaz de encontrar otra palabra—. Ese es...
—El hijo de puta que mató a Florencia.
—¡¿Qué?! —exclamó Micaela, impresionada. ¡Eran tantas coincidencias!
Lo sujetó del brazo con la intención de contenerlo. Podía sentir el dolor que volvía a atormentarlo y quería que supiera que no estaba solo, que ella estaba a su lado. Él sintió su contacto y cerrando los ojos, colocó una mano sobre la suya. Volvió a abrirlos luego de un instante y fijó su mirada en la de ella permitiéndole ver la profunda tristeza que había en su interior. Ahora entendía por qué se había sentido tan extraño la vez que lo había tenido frente a frente. No lo había reconocido conscientemente y, aun así, sabía que era peligroso.
Un silencio ensordecedor se instaló, de pronto, en la sala. Ninguno podía creer lo que estaban escuchando. ¿Cómo era acaso posible que tres personas distintas fueran en realidad una sola?
—Entonces Marcos... —dijo Gastón llamando, de inmediato, la atención de todos los presentes—. O Daniel... ¡O como mierda sea que se llame ese tipo! ¿Vivió acá antes de estar con Sofía?
—Así es —respondió el detective—, y no solo eso. Es el hijo de Gerardo López, el anterior comisario del pueblo.
—¡Por eso lo liberaron! —gruñó, indignado—. La policía lo ayudó.
Martín asintió.
—Esto cada vez se pone más intenso —murmuró Valeria, aún asombrada por semejante descubrimiento.
—La policía siempre estuvo de su lado —recalcó—, incluso hace dieciséis años, cuando encubrió el crimen de Florencia Ortiz.
Leonardo alzó la vista en el acto y clavó sus ojos en los suyos. Martín le sostuvo la mirada y tras una inspiración profunda, procedió a contarle la verdadera versión de la historia.
—Marcos Daniel López, ese es su nombre completo, tenía veinticuatro años cuando conoció a tu amiga y aunque ella era menor de edad, eso no lo detuvo. Estudiaba psicología en ese momento; tal vez por eso le fue tan fácil manipularla. Como bien ya sabés, luego de varios meses de relación, la encontraron colgada en su habitación la noche en la que hubiese cumplido la mayoría de edad. No hubo testigos. Lo declararon suicidio y cerraron el caso.
—¡Pero no lo fue! —gruñó entre dientes, furioso. ¡Dios, cómo dolía tener que revivir ese momento una y otra vez!
—No, no lo fue —acordó—. El informe oficial no tenía sentido alguno así que le pedí a un colega que consiguiera cualquier archivo o evidencia que pudiera encontrar sobre el caso. Así fue que di con el informe del forense... el verdadero —aclaró—. De todas las marcas que había en su cuello, la que dejó la soga con la que supuestamente se había ahorcado, fue producida post mortem. —Tanto Micaela como Valeria jadearon al oírlo—. No así los otros hematomas que también se encontraron desperdigados en toda su piel y fueron hechos cuando aún la sangre circulaba en su cuerpo. Por la forma y tamaño de los mismos, se concluyó que correspondían a una mano masculina. Y, por último, la cuerda utilizada estaba llena de huellas dactilares; todas de Marcos.
—Lo sabía —susurró Leonardo con lágrimas en los ojos—. Sabía que había sido él quien la había matado. Intenté decírselos, pero nadie me escuchaba.
—No podían. Su padre se encargó de eso. Encubrió el crimen y luego lo forzó a mudarse al pueblo vecino para sacarlo del foco. Así fue como conoció a Sofía y todo pareció acomodarse en su vida. Sin embargo, sus impulsos seguían allí, latentes, listos para volver a emerger ante la primera oportunidad. Cuando ella lo dejó, toda esa ira en su interior finalmente salió repitiendo el mismo patrón.
—Dios mío —balbuceó Gastón consciente de lo cerca que había estado su mujer de terminar como esa chica.
—Por alguna razón que desconozco, su padre dejó que pasara unos años en la cárcel y luego le dio dinero a cambio de que se fuera a la capital y no volviera nunca más.
—Ahí me conoció a mí —afirmó, más que preguntó, Micaela. No podía creer que hubiese estado viviendo con un enfermo y desquiciado asesino.
—Sí. Allá eliminó el primer nombre de su documento y terminó sus estudios para luego conseguir empleo como docente en una universidad. Al igual que las veces anteriores, su verdadera personalidad afloró tras la ruptura.
Micaela se estremeció al recordar la noche en la que había intentado ahorcarla también a ella. Se sintió agradecida de haber podido librarse de él y escapar a tiempo. De lo contrario, tal vez hoy no estuviese con vida. Leonardo la sintió temblar y, seguro de lo que estaría pensando, pasó un brazo por encima de sus hombros para contenerla.
—Tienen que atraparlo. —La voz de Sofía los tomó por sorpresa.
Todas las miradas se dirigieron hacia ella quien, de pie junto al borde de las escaleras, los observaba con expresión incierta. Su marido se incorporó y se apresuró a ir en su dirección.
—¿Qué estás haciendo acá, amor? No tendrías que haberte levantado.
—Quería saber lo que estaba pasando y estaba segura de que vos no me contarías nada para no angustiarme. Soy más fuerte de lo que creés, Gastón.
—Nunca lo puse en duda, preciosa —aceptó y tomándola de la mano, la llevó hacia el sofá para que se sentara a su lado.
Tras un breve momento en el que todos parecían estar procesando la información recibida, Leonardo miró a su tío. Hasta el momento no había hablado siquiera y, aun así, allí estaba.
—Por eso no querías que viniéramos —acusó con hostilidad—. Sabías que ese hijo de puta estaba suelto y que además estaba tras de Mica. ¡¿Cómo pudiste guardarte algo así?!
—¿Qué decís, Leo? No estás pensando con claridad —medió su hermano.
—Solo intentaba protegerlos —respondió Antonio.
Maximiliano lo miró, sorprendido.
—¡Ya ves que no sirvió de nada! —inquirió, furioso.
—Leo por favor —rogó Micaela a la vez que apoyó una mano en su pecho para calmarlo.
Al sentirla, la apretó contra su costado, más para él que para ella. Necesitaba sentirla a salvo.
—¡¿Qué otra cosa no nos dijiste?!
Antonio cruzó una mirada con Martin y suspiró.
—El accidente en el que murieron sus padres fue provocado.
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