Capítulo 27
ADVERTENCIA
Este capítulo contiene spoilers de "Entre dos Destinos". Si aún no leyeron esa historia, les recomiendo hacerlo antes de seguir con la lectura.
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Habían pasado tres días desde que acordaron ser socios y aunque después de eso, siguieron hablando de negocios, la mayor parte del tiempo, se dedicaron a disfrutar de sus breves vacaciones junto a aquella joven familia que, desde un primer momento, los había hecho sentirse en casa. Era increíble la forma en la que habían congeniado, no solo ellos, sino también las chicas. Si bien hacía poco que se conocían, parecía como si lo hubieran hecho de toda la vida.
Valeria compartía la profesión con Sofía y aunque ahora mismo ella no estuviese ejerciendo, solían enfrascarse por horas en conversaciones que contenían anécdotas de guardia que atesoraba desde su época de estudiante. Con Micaela, en cambio, las conversaciones tenían un tinte más personal. Si bien tenían cualidades particulares que las diferenciaban, poseían una personalidad bastante parecida. Ambas eran fuertes, pero a la vez muy sensibles y, aunque por diferentes motivos, las dos sentían que el amor las había salvado.
Esa tarde, tal y como les había dicho Gastón, su mejor amiga los visitó para redactar, junto a él, el artículo que, según ellos, ayudaría a atraer clientes. Leonardo quedó impresionado por la inteligencia y habilidad que Bárbara demostró. No solo había hecho las preguntas acertadas, sino que no se había ido por las ramas en temas triviales o sensacionalistas como la mayoría de los periodistas que conocía. Su enfoque era sumamente acertado y profesional. Se notaba que tenía una relación muy cercana con Gastón y juntos hacían un excelente equipo.
Para cuando terminaron, ya había anochecido. Si bien Sofía le insistió para que se quedase a cenar, ella se negó. Quería terminar de editar el artículo para poder publicarlo al día siguiente. Tras despedirse, se dirigieron al patio trasero donde Maximiliano estaba haciendo un asado a la parrilla. Las mujeres se habían encargado de preparar varias ensaladas y se encontraban sirviendo la mesa justo cuando ellos se acercaron.
—¡Dios, que bien huele! —exclamó Gastón sintiendo la inmediata protesta de su estómago.
—Y sabe aún mejor, te lo aseguro —replicó el cocinero, pagado de sí mismo.
Leonardo negó con su cabeza, divertido y se dirigió hacia donde Micaela estaba sentada. El dueño de casa lo imitó y pasando un brazo por encima de los hombros de su mujer, se acomodó a su lado. La carne estaba deliciosa, por lo que los aplausos al asador no se hicieron esperar.
Cenaron entre bromas y risas pasando juntos un rato increíble.
—No puedo creer que Belén se haya comido todo su plato —dijo por lo bajo Sofía con su mirada puesta en su hija quien en ese momento jugaba con su muñeca en el suelo—. Lástima que no vivís acá, Maxi, sino te aseguro que no te dejaba alejarte de la parrilla —bromeó con picardía.
—¿Acaso estás insinuando que su asado es mejor que el mío? —preguntó Gastón con fingido enojo.
—Yo creo que más que una insinuación fue una afirmación —replicó Maximiliano provocándolo—. No te preocupes, Sofi, veré de hacerme un lugar en mi agenda para venir a agasajarlos con mis asombrosas habilidades culinarias.
Todos rieron en respuesta.
Nada más decir eso, una emoción que aún no terminaba de identificar, lo embargó por completo y sus ojos se posaron directamente en los de Valeria. Estaba hermosa, con su rubio y largo cabello suelto y sin maquillaje en el rostro. Nunca creyó que alguna vez estarían juntos y jamás se le ocurriría hacer nada que pusiera en riesgo lo que tenían, pero debía reconocer que conforme pasaban los días, más difícil se le hacía irse. Por el contrario, la idea de instalarse allí se volvía cada vez más fuerte. Tenía que hablar con ella esa misma noche y contarle cómo se sentía. Solo rogaba que pudiese comprenderlo.
Luego de una agradable y divertida cena entre amigos, los hombres salieron a recorrer el perímetro, una vez más, para revisar los lugares en los que instalarían las cámaras de seguridad. Gastón se había mostrado muy determinante al respecto y Leonardo quería que estuviese conforme. Parte de su trabajo era cubrir las necesidades de sus clientes; no cambiaría su metodología justo con quien sería su socio.
En cuanto quedaron solas, las mujeres se reunieron en el living para tomar té y café y así seguir conversando. Como sucedía siempre que se juntaban, la charla adquirió un tinte más personal, privado y casi sin darse cuenta, comenzaron a hablar sobre sus pasados, un tema que solo se conversa con alguien de mucha confianza. Micaela habló de cómo había sido la relación con sus padres y lo poco valorada que siempre se había sentido por ellos. Valeria se indignó ante su sola mención y sin ser capaz de disimular su molestia, optó por sentarse en la alfombra a dibujar con Belén.
Sofía, por otro lado, la escuchó con atención y se lamentó mucho por el hecho de que una chica tan buena y dulce como ella tuviese que vivir una situación de ese estilo. Por su parte, hacía casi diez años que había perdido a sus padres y aunque no habían sido perfectos, jamás dudó del amor que sentían hacia ella. Tal vez por eso, su partida la destrozó por completo y la dejó con un vacío que jamás pensó podría volver a ser llenado.
Para entonces, se encontraba aún en la universidad, por lo que, tras su muerte, su sueño de convertirse en médica pasó, al instante, a segundo plano. Sin ellos, sin su apoyo —no solo económico, sino también emocional—, sentía que no podría lograrlo, que no saldría adelante. Debía concentrarse en encontrar rápido un trabajo que le permitiese mantenerse a sí misma. Sin embargo, el que era su novio en ese momento la ayudó y demostrando una gran generosidad, se hizo cargo de todos los gastos para que pudiese seguir estudiando. También le brindó un hogar.
Aún no entendía cómo alguien que creía que la amaba había terminado por convertirse en su peor pesadilla. ¿Cómo podía alguien cambiar de forma tan radical en cuestión de meses? Él había hecho mucho por ella al principio, pero con el paso del tiempo, se había vuelto un perfecto desconocido. Hasta su mirada había cambiado volviéndose oscura, aun detrás de sus ojos claros. A partir de ese momento, vivió con miedo, día tras día. Miedo a sus violentas reacciones o a sus represalias cuando se enfadaba por algo.
Pero entonces conoció a quien hoy era su marido y la intensa atracción que sintieron, seguida por un amor que hasta ese momento era desconocido para ambos, le dio la fuerza necesaria para alejarse de quien no hacía más que lastimarla. Sin embargo, no fue una tarea sencilla y aquella separación tuvo consecuencias impensadas. Despechado y con su orgullo dañado, intentó atacarla una vez más; en esa oportunidad con un arma. Para su fortuna, Gastón llegó a tiempo para detenerlo. No obstante, jamás olvidaría la sensación de pánico que experimentó ante su amenaza.
A Micaela la conmovió el relato de Sofía y no pudo evitar sentirse identificada con ella. En su caso, Daniel también se había mostrado bueno en el comienzo de la relación ayudándola, incluso, a salir de la casa de sus padres. Sin embargo, pronto descubrió que había sido peor el remedio que la enfermedad. Al igual que ellos, no tardó en comenzar a menospreciarla y a hacerla sentirse mal consigo misma. Por otro lado, tampoco tomó demasiado bien la ruptura y aunque nunca la atacó con una pistola, llegó a lastimarla físicamente e intentó llevársela a la fuerza.
—No sé qué habría pasado ese día si Leo no hubiese aparecido —murmuró con voz temblorosa al recordar el momento exacto en el que llegó en su auto y lo enfrentó, impidiendo así que lograra su cometido.
—Te entiendo a la perfección, Mica —dijo en voz baja para que su hija no alcanzara a oírla—. Gastón también me salvó ese día.
Ambas permanecieron calladas durante un instante, por completo abstraídas en aquellos dolorosos recuerdos.
—¿Y qué pasó una vez que todo se resolvió y comenzaste tu relación con tu marido? —preguntó Valeria.
Sofía sonrió. Era evidente que lo que quería en verdad era sacarla de ese oscuro lugar al que había ido su mente y que se centrara solo en lo positivo. Le agradeció en su interior.
—Su familia me albergó en su casa —respondió con calidez. Podía notarse lo mucho que los quería—. Recuerdo que Gastón se había armado una especie de gimnasio en el altillo y nos instalamos allí por un tiempo. Yo era amiga de Eugenia y por supuesto conocía a sus otros hermanos: Laura y Damián; pero nunca antes había compartido con sus padres más que un saludo y eso me daba un poco de miedo. Sin embargo, fueron tan cálidos, tan amorosos... Fue como volver a tener una familia —finalizó, emocionada.
—Suenan encantadores —intervino Micaela y aunque le hablaba a Sofía, su mirada estaba clavada en la de su mejor amiga—. Yo también tuve la suerte de contar con una familia amorosa que se encargó de brindarme aquello que no encontraba en la mía. Leo me salvó de mi ex, sí, pero Vale lo hizo primero. Siempre estuvo a mi lado apoyándome en todo y cuidándome aun cuando ni yo sabía que lo necesitaba. Ella es mi familia.
Valeria se emocionó ante sus palabras y se apresuró a limpiar la humedad que comenzaba a invadir sus ojos. Si había algo que no le gustaba, era mostrarse vulnerable delante de otros. Sofía las miró con cariño y sonrió.
—Me recuerdan mucho a la relación que tengo con Euge. No conozco en el mundo mujer más fuerte y valiente que ella. Nada la frena cuando se le pone algo en la cabeza y persevera hasta conseguirlo. Fue la primera en darse cuenta de lo que me estaba pasando, incluso antes de que yo misma lo asumiera. Jamás se rindió conmigo y gracias a ella, conocí al gran amor de mi vida.
Las chicas intercambiaron miradas. No había necesidad de hablar, con los ojos se decían todo lo que sentían la una por la otra. Siempre se apoyarían, sin importar las circunstancias.
—Me encantaría conocerla algún día —expresó Micaela con sinceridad.
—Tal vez lo hagas antes de lo que creés. En unos días vuelve de su viaje y por lo que me dijo, tiene pensado venir y quedarse hasta que nazca Juan. Si todavía están por acá...
—¿Juan? —la interrumpieron al unísono, sorprendidas por aquella revelación.
—Sí, ayer finalmente llegamos a un acuerdo —agregó, a la vez que llevó una mano a su abultado vientre—. Así se llamaba mi papá.
—Es un nombre precioso —dijo Micaela a la vez que le acarició el brazo.
—Lo es —acordó, nostálgica.
Una vez más, un repentino silencio se instaló entre ellas y Valeria se apuró a cambiar de tema en un intento por aligerar el ambiente.
—Tengo intriga... ¿Cómo es que una pediatra y un periodista decidieron dejarlo todo para embarcarse en un proyecto como este?
El brillo regresó a los ojos de Sofía y una hermosa sonrisa se dibujó en su rostro.
—Uy, es larga la historia.
—Tenemos tiempo —dijo encogiéndose de hombros.
—Muy bien —asintió a la vez que se acomodó en el sofá para comenzar con su relato—. Cuando Belén nació, tuvo problemas respiratorios y si bien el hecho de no vivir en una gran ciudad ayudaba, sabíamos que estaría mucho mejor en una zona que tuviese más vegetación y agua cerca. Por otro lado, Gastón ya estaba cansado de trabajar en la universidad y quería un cambio. Cuando Laura se enteró de que este lugar estaba a la venta, lo primero que hizo fue avisarnos. No le gustaba demasiado la idea de que ya no viviésemos cerca, pero estaba convencida de que era la oportunidad que habíamos estado esperando. Los números cerraban, sabíamos que le haría bien a nuestra hija; no tuvimos que pensarlo demasiado, la verdad.
—Las extrañás, ¿cierto? —le preguntó Micaela—. A Laura y a Eugenia... digo por la forma en la que hablás de ellas.
—¿Tanto se nota? —Rio—. Sí, mucho, y también a Virginia, la esposa de Damián.
—¿Damián?
—Su otro hermano.
—¡Cierto! Perdón, es que son varios y todavía me cuesta recordar sus nombres —se disculpó, apenada.
—No te preocupes, es más que entendible. A ver: están sus padres, Liliana y Federico y ellos cuatro. Gastón es el mayor, luego viene Damián y después Laura y Eugenia. Son mellizas, aunque no se parecen demasiado —agregó con una sonrisa—. Antes vivían en la ciudad como ustedes, pero se vinieron para acá cuando a mi suegro le ofrecieron trabajo en el pueblo. Son muy unidos, siempre lo fueron, más aún después de lo que pasó con Virginia. —Ambas la miraron, confundidas—. Por sus caras, supongo que mi marido no dijo nada de cómo fue su primera noche tras la mudanza.
Al verlas negar con la cabeza, bajó aún más el tono de voz para que Belén no la escuchase y procedió a contarles acerca de cómo la habían encontrado escondida en el depósito de la parte trasera de la propiedad.
—Estaba desorientada y en estado de shock y aunque en ese momento no sabían qué le pasaba, supusieron que estaba huyendo de alguien; así que la ayudaron. Pasaron meses hasta que los recuerdos regresaron y gracias a un investigador privado, amigo de la familia, descubrieron la verdad. Esa noche, sus padres habían sido asesinados y de milagro, ella logró escapar. Sin embargo, el responsable de los crímenes se mantuvo cerca, al acecho, esperando el momento indicado para atacarla nuevamente.
—¡Me acuerdo de esa noticia! —agregó Valeria—. El tipo se la llevó y la mantuvo secuestrada durante varios días en un viejo aserradero hasta que la policía por fin la encontró.
—Sí, bueno... En realidad, fueron Damián y Gastón quienes la encontraron. La policía llegó después.
—¡Dios mío! Pensé que esas cosas solo pasaban en las películas —exclamó Micaela, impresionada.
Era la segunda noticia de esa índole que recibía en una semana y ambas habían transcurrido en pueblos. ¿Acaso no se suponía que debían ser más seguros que las ciudades?
—La realidad supera la ficción, dice el dicho, y en esa oportunidad, sin duda lo hizo.
—Estuvo hospitalizada un tiempo, ¿no? —indagó Valeria al recordar fragmentos de aquella vieja noticia.
—Sí y estuvo muy grave, pero por suerte se recuperó bien y no hubo secuelas. —Hizo una breve pausa y ya sin hablar en susurros, prosiguió—: Al tiempo se casaron y se mudaron a una casa cerca de la de mis suegros. Tienen un hermoso bebé llamado Manuel. El mes que viene va a cumplir su primer añito.
—Un final feliz —señaló Micaela con una sonrisa sincera—. ¿Y tienen más sobrinos?
—Bueno, por parte de Eugenia no. Cristian y ella están muy abocados al trabajo y por el momento no tienen planes de ampliar la familia. Del lado de Laura y Diego sí, mellizos, Santiago y Nicolás. Tienen cuatro años. Esos sí que son dos diablitos, igual de adorables que traviesos.
—Son insoportables, mami —corrigió, de pronto, Belén poniendo los ojos en blanco—. Cada vez que vienen corren por toda la casa y tía Lau tiene que perseguirlos para que se calmen.
Las tres mujeres rieron ante su comentario.
—Son chiquitos, hija —alegó en su defensa.
—Eso quiere decir que sos la única mujercita —señaló Valeria simulando una gran sorpresa.
Ella se irguió, orgullosa.
—Sí y mis abuelos dicen que soy la princesa de la familia.
—Ya veo. Y a vos te gusta mucho que te digan así, ¿no?
Ella asintió varias veces y a continuación, dirigió la mirada a su madre.
—¿Puedo traer la caja con las fotos? Quiero mostrarles a mis abuelitos.
—Belén, ya es tarde, hace rato que deberías estar en la cama.
—Por fi, por fi, por fi —rogó la pequeña e hizo un mohín.
—Está bien —dijo, resignada—, pero después te acostás.
—¡Sí! —gritó y salió disparada hacia la habitación de sus padres.
—Dios, no sé a quién sale esta chica que es tan activa. —Vio como Micaela y Valeria se miraron por una milésima de segundo y luego fijaron los ojos en los de ella. En ese instante, se dio cuenta de lo que había dicho—. Lo sé, a mí —concluyó, poniendo los ojos en blanco.
Las tres rompieron a reír.
Belén regresó a los pocos minutos balanceándose por el peso de la caja. Al parecer, tenía una gran colección ahí dentro. Tras depositarla sobre la mesa, la abrió y comenzó a hurgar en su interior bajo la mirada expectante de las mujeres. De repente, sacó una y la contempló por unos segundos. Una hermosa sonrisa apareció en su rostro para desaparecer casi al instante y ser reemplazada por un puchero.
—¿Qué pasa, amor? —preguntó su madre, preocupada.
—Es que los extraño mucho —dijo con lágrimas en los ojos y le entregó la foto.
En la misma podía verse a los padres de Gastón con Belén en brazos cuando tenía apenas unos pocos días de vida. Sus rostros irradiaban felicidad y no era para menos. Liliana y Federico amaban a todos sus nietos por igual, pero era innegable el vínculo especial que tenían con ella. Tal vez por ser la única niña o quizás por haber sido la primera en llegar, pero la realidad era que los tenía comiendo de su mano.
—Ay, chiquita, no llores —rogó a la vez que abrió sus brazos. La nena se puso de pie y sin dudarlo, fue hacia su madre—. Ya falta poquito para que vengan a visitarnos.
—Sí, pero van a estar ocupados con mi hermanito —respondió mientras se frotó los ojos con torpeza para limpiar las lágrimas que había derramado.
—Sabés que eso no es cierto. Están ansiosos por conocerlo, sí, pero también por volver a verte.
Asintió, conforme con su respuesta y se giró para entregar la foto a Micaela.
—¡Qué lindos! —exclamó ella al ver la imagen—. Y jóvenes —continuó, esta vez para Sofía.
—Bueno, ya veo de dónde sacó su atractivo tu marido —agregó Valeria que se había acercado para contemplar la foto.
—Dios, Vale —dijo su amiga, avergonzada.
Sofía largó una carcajada, para nada ofendida. Era muy consciente del efecto que Gastón tenía en las mujeres y lejos de darle celos, le divertía. Después de todo, era a ella a quien elegía cada día. Aún recordaba la reacción que había tenido Valeria al verlo por primera vez. Otra en su lugar se habría molestado, pero no ella. Le habían bastado unos pocos segundos para darse cuenta de que sus ojos solo brillaban en presencia de Maximiliano.
—Pero si no dije nada malo —se excusó—. Yo solo señalé que... o sea...
—Tranquila —la interrumpió Sofía al ver que comenzaba a enredarse—. Todos los González Herrera son muy atractivos, no hay duda de eso. Aunque parece que los Vázquez no tienen nada que envidiarles —agregó con picardía—. Tienen unos ojos preciosos y esos músculos...
—Bueno, sí, ya entendimos —respondió Valeria, incapaz de disimular sus celos.
Inmediatamente después, las tres volvieron a reír, divertidas.
Belén, ajena por completo a sus bromas, continuó entregándoles fotos de su familia para que las chicas conocieran a sus tíos y a sus primos. Se las daba a Micaela y luego ella se la pasaba a Valeria. Ambas disfrutaron de ese momento compartido. Era agradable poder ponerles rostro a los nombres y conocerlos un poco más.
De pronto, Micaela se quedó petrificada observando una foto. En la misma, Sofía y Eugenia posaban ante la cámara. Estaban sentadas frente a varios libros y se alcanzaba a ver los brazos de otras personas a su lado. Era evidente que estaban estudiando. En sus rostros se notaba el extremo cansancio que tenían; aun así, sonreían. Sin embargo, no fue eso lo que llamó su atención. Alejado, casi imperceptible, un chico se encontraba de pie con su mirada fija en ellas. Lo reconoció de inmediato y un escalofrío recorrió su cuerpo con violencia ante la sorpresa.
—¿Mica, estás bien? —preguntó Valeria, preocupada, al verla palidecer de golpe.
Alzó la vista al oírla, pero sus ojos no se posaron en ella, sino en la dueña de casa.
—Daniel... —balbuceó con voz trémula—. Conocés a Daniel.
—¿De qué estás hablando? —dijo, confundida.
Intentando, en vano, contener las lágrimas que pronto invadieron sus ojos, extendió su brazo hacia ella para entregarle la foto. Sus manos habían comenzado a temblar de forma notoria. Confundida, Sofía la agarró y la observó con atención. Se sorprendió al verlo parado en el fondo. Creía haberse deshecho de todo lo que la hacía recordarlo. A pesar del rechazo que tan solo pronunciar su nombre le causaba, procedió a aclarar la confusión.
—Mica, ese es Marcos.
Ella negó con ímpetu.
—¡Es Daniel! —insistió rompiendo en llanto—. Más joven y sin barba, pero es él, no tengo duda.
Valeria se apresuró a tomar la foto entre sus manos. Abrió grande los ojos ante la sorpresa y la foto se deslizó de sus manos cayendo al piso al darse cuenta de que su amiga estaba en lo cierto.
—¡No puede ser! ¡Tiene que haber un error! ¡Él está preso! —exclamó Sofía, alterada.
Justo en ese momento, Gastón entraba en la casa seguido por Leonardo y Maximiliano. El repentino grito de su mujer le heló la sangre y sin pensarlo, corrió hacia la sala donde sabía que estaría. La escena que encontraron era un tanto confusa. Sin dejar de gritar, Sofía buscaba zafarse del agarre de Valeria quien intentaba mantenerla en su sitio a la vez que le pedía por favor que se calmase. La expresión en su rostro era de pánico.
A su lado, Belén lloraba, asustada, al ver a su madre en ese estado. Micaela estaba acurrucada en un extremo del sofá, en silencio y con la mirada perdida.
—¡¿Qué mierda?! —maldijo Gastón mientras avanzaba hacia su esposa.
Maximiliano ni siquiera lo pensó. Se acercó a Belén y alzándola en brazos, se apresuró a sacarla de allí. Leonardo, en cambio, fue directo hacia Micaela. Se sentó a su lado y la tomó de la mano. Estaba temblando.
—¿Qué pasa? —le preguntó con suavidad intentando mantenerse sereno a pesar de que lo ponía nervioso el miedo que veía en sus ojos. Pero ella parecía no poder hablar.
—Sofía, amor, ¿qué sucede? —preguntó Gastón al mismo tiempo mientras la sujetaba de los hombros para llamar su atención.
De pronto ella se giró hacia él fijando los ojos en los suyos.
—¡Me mentiste! ¡Dijiste que estaba preso! —le gritó, desesperada.
Él no necesitó preguntarle a quién se refería. Lo sabía perfectamente.
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¡Espero que les haya gustado!
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